viernes, 28 de agosto de 2020

ESTERCOLEROS

 



                 "Star Trek", la metáfora galáctica humanista que si cree en la multiculturalidad.



Estercoleros multiculturales”. La conjunción de ambos elementos establecida por la ultraderechista congresista de Vox Rocío De Meer no deja lugar a la duda sobre sus intenciones. La multiculturalidad, la interracialidad, en definitiva la mezcla, es mala y pervierte la pureza de espíritu y raza que debe caracterizar a un buen europeo occidental católico blanco y heterosexual. La batalla cultural caracterizada en una sola expresión. La vuelta al discurso del odio, del racismo, de la xenofobia.


Hace poco finalicé el visionado de la magnífica ficción televisiva “The Deuce”, y al hilo de David Simon y sus ataques sin ambages al nuevo fascismo un amigo de una red social me respondía con razón que no se puede llamar fascismo a esta nueva ultraderecha liberal alt-right porque carece del componente social (componente social nacional, nunca internacional, a diferencia del comunismo) que era una de las características del movimiento totalitario que imperó en gran parte de Europa a mediados del siglo XX. Pero no es menos cierto que siendo los dignos (o mejor dicho indignos, nunca el fascismo puede ser digno) sucesores y herederos del fascismo (y franquismo y nazional-catolicismo en el caso de Vox) si buscan vergonzosamente ese voto presuntamente social, obrero, proletario… apelando a las tripas y los sentimientos en base a simples mantras capaces de calar en la sociedad a golpe de vídeo de Tik Tok o fake new redifundida en WhatsApp. La inmigración nos quita el trabajo (y en plena pandemia además supone un peligro de salud pública), las minorías tienen más derechos que las mayorías, existe una dictadura “progre”, la izquierda hipócrita roba, los sindicalistas traicionan a los trabajadores, etc


La congresista De Meer se ha significado como una de las grandes especialistas en buscar electorado revolviendo tripas a base de construir problemas de donde no los había. Uno de los mejores ejemplos es el fenómeno de la ocupación ilegal de viviendas, cuyo problema ha advertido que lo solucionarán, literalmente, "empujando a patadas a los okupas a las cárceles" en cuanto lleguen al poder. A falta de conocer los datos de 2020, 2019 fue el cuarto año consecutivo en el que el número de ocupaciones descendió. De 2015 a 2019 el descenso en delitos de ocupación fue del 64%. No se trata de entrar en el debate sobre el fenómeno de la ocupación (u “okupación”, con ese componente cultural que nada tiene que ver con las mafias que ocupan viviendas para alquilar y cuyos nuevos inquilinos son los primeros damnificados por esta práctica, obligados a pagar cuantiosas sumas a los nuevos “propietarios” so pena de sufrir todo tipo de abusos y castigos físicos), ya que tengo tan claro que se trata de un delito como que de moralmente nadie debería vivir en la calle mientras haya viviendas deshabitadas, se trata de comprobar como Vox busca un problema donde no lo hay siguiendo la mejor tradición de la batalla cultural, nunca nos cansamos de recordarlo, iniciada por Steve Bannon en Estados Unidos llevando al poder a Trump y posteriormente trasladando su nacional-populismo (el propio Bannon así lo define) a Europa. En un reciente debate en la cadena SER el escritor Daniel Bernabé hacía ver la cuestión de este inflado del problema de la ocupación en la opinión pública recordando unos datos leídos en El Mundo que dejaban claro en números cual era el verdadero impacto del fenómeno. Una contertulia enojada le reprobaba que se apoyase en números que no tenía delante y que no podía confirmar, mientras recordaba la gravedad de la ocupación porque ella “conocía casos”. No se puede hablar de números y estadísticas si no estamos 100% seguros, pero si podemos apoyarnos en el tópico de “conozco a alguien que le ha pasado tal cosa…” para demostrar que en efecto estamos ante un problema acuciante. La nueva opinión pública, la del “conozco un caso…”, la de tomar el todo por la parte, la de colgar en internet una foto de una manifestante con una pancarta con el lema “todos los hombres son unos violadores” para asegurar que el movimiento feminista es el nuevo nacismo. La batalla cultural. Reivindicaciones tan justas y humanas como el feminismo, los derechos LGTBI o la lucha contra el racismo convertidas de repente en aparatos de represión de una peligrosa dictadura “progre” que reprime al hombre blanco católico heterosexual que no debería mezclarse con otras razas, credos religiosos o tendencias sexuales porque eso nos lleva irremediablemente a los “estercoleros multiculturales”.


¿Y a dónde nos lleva el imparable ascenso de este blanqueado nuevo fascismo?, ¿cuántas décadas estamos dispuestos a retroceder por culpa de este estercolero ideológico?


jueves, 13 de agosto de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XLVI): QUÉ CORRA LA NICOTINA

 




Imagino que si esta nueva normativa de prohibir fumar en las terrazas en caso de no cumplir la denominada “distancia de seguridad” partiese de un gobierno socialista en vez del del popular Núñez Feijóo estaríamos otra vez con el cliché de la dictadura progre y desde alguna bancada política convocando manifestaciones en el madrileño Barrio de Salamanca, en esa deriva conspiranoica de recorte de libertades según la cual cada vez disfrutamos de menos de las citadas libertadas, tirando de la madeja del tiempo hacía atrás y añorando incluso el medievo y las épocas feudales en las que al parecer había más libertad que en el siglo XXI.



Prohibir nunca resulta edificante, además de la siempre peligrosa posibilidad del efecto contrario. Será parte de ese “infantilismo de la sociedad” del que hablan algunos, pero lo cierto es que precisamente el tratamiento habitual que se le ha dado al tabaquismo y a la figura del fumador ha sido de una condescendencia absurda que en cuanto se ha tratado de atajar por el bien de todos ha encendido esos debates delirantes sobre una sociedad menos libre por el simple hecho de no querer inhalar nubes de humo ajenas.



Yo que ya tengo una edad recuerdo perfectamente cuando se permitía fumar en los colegios, incluso en primaria. Mi profesor de 3º de EGB fumaba mientras nos daba su clase en San Ignacio, un colegio privado, de curas. No se lo reprocho. Tengo un buen recuerdo de aquel tipo. Simplemente se dejaba llevar por la corriente de una sociedad permisiva hasta el absurdo con la adicción a la nicotina. Por supuesto en el instituto la figura del profesor fumador se hizo mucho más habitual, dándole un toque de intelectualidad progre reforzada incluso con la complicidad del alumno que en ocasiones también se echaba un cigarrito con el profe.



Yo recuerdo cuando se fumaba en los trenes, autobuses o aviones. Recuerdo cuando se fumaba en los cines. Recuerdo incluso cuando se fumaba en los hospitales, no puede haber mayor contrasentido. Recuerdo cuando se fumaba de tal manera en los recintos deportivos que podías oler perfectamente la faria del espectador de la cuarta fila mientras corrías un contrataque en el pabellón de La Borreca de Ponferrada en un partido de baloncesto. Y recuerdo, claro, cuando se permitía fumar en el interior de los bares. Aquello fue motivo de encendidos debates ya olvidados, porque el paso del tiempo ha demostrado que podemos seguir viviendo sin fumar dentro de los bares, que no fue el fin del mundo, y que incluso la mayoría de los más pertinaces fumadores han acabado agradeciendo la medida.



No fumar en una terraza si no hay una determinada distancia que impida que un niño o un anciano en una mesa adyacente respire el humo del tabaco no debería ser una medida impuesta por la crisis del coronavirus, debería ser una simple norma de educación y de respeto a los demás. Precisamente ahí está el problema de la prohibición, una vez más el debate sobre el libre albedrio, el cual en ocasiones nos lleva al desastre. Prohibir, en efecto, no es edificante. Se trata de convencer al conductor empeñado en circular en el sentido contrario de la autopista que por mucho que la mayoría lo haga en la dirección correcta su sola conducta puede llevar al desastre a los demás y llevarse por delante vidas ajenas. ¿Dónde queda entonces la libertad? Aquella somera estupidez del ex –presidente de gobierno y compañero de partido de Núñez Feijóo pidiendo libertad para beberse los vinos que le dieran la gana antes de coger el coche refleja la realidad de un pensamiento por desgracia muy habitual en nuestra infantilizada sociedad. El de pensar que no son necesarias reglas ningunas y que somos lo suficiente responsables para vivir en armonía y sociedad sin hacer daño a nadie aunque sea de manera totalmente involuntaria. Como si las noticias no se hartasen de arrojarnos datos sobre accidentes de tráfico ocasionados por el alcohol.



Como siempre hay anécdotas, sobre todo cuando se tiene cierta edad, voy a contarles una. Con la tierna edad de 12 años después de un reconocimiento médico con el equipo de atletismo el galeno encargado del informe requirió asustado la presencia de mis padres. Fue mi madre la que acudió a reunirse con él para ser inquirida por los hábitos de aquel inocente niño. Directamente y después de observar unas radiografías de mis pulmones le preguntó si sabía cuántos cigarros fumaba al día su hijo. La respuesta era cero. Discurrimos por tanto que la única explicación lógica a la nicotina encontrada en mi cuerpo se debía al bar de mis padres, tugurio donde se fumaba de una manera considerable mientras se jugaba la habitual partida de cartas. Pese a que no eran demasiadas las horas que pasaba allí (no tantas como mis progenitores, claro está), si fueron suficientes como para castigar mi pequeño cuerpo y dejarlo al nivel de un pandillero de La Puebla. Finalmente hubo que gastarse una pasta y poner un extractor de humos, sobre todo después de que mi padre, no fumador, sufriera un infarto tras tantas horas detrás de la barra. Ahora parece lo más lógico, pero créanme que a principios de los 80 los extractores de humos no eran tan habituales de ver en locales de este tipo.



Se me podrá reprochar que hablo desde la terrible y censora posición del converso (yo he sido fumador, no excesivamente compulsivo, pero si fumador diario, durante unos 20 años de mi vida) pero sigo pensando que la cultura de la nicotina acabará desapareciendo por generación espontánea (claro que lo mismo pienso de las corridas taurinas y el reggaetón y ahí siguen) No digo que desaparecerá el acto de fumar. Fumar es tan viejo como el hombre. Se fumará menos pero se fumará mejor en todo caso. Pero desaparecerá, espero, esta cultura del fumador compulsivo tan ridícula que gracias a la permisividad de la sociedad se llega a convencer a si mismo de que tiene que fumar un cigarro cada hora, cada dos, o según donde estime cada uno la dosis. Esos compañeros de trabajo que cada 45 minutos bajan otros 15 a la calle porque claro, tienen que fumar los pobrecillos (no reprocho que se tomen un descanso… otros lo harán yendo al baño a hacer de vientre leyendo a Agatha Christie o simplemente dando un paseo para estirar las piernas y descansar la vista, pero las pausas laborales son muy necesarias), ese simpático viajero del ALSA que pregunta cada 20 kilómetros al conductor si va a parar porque necesita echarse un cigarro… figuras que ahora mismo ya se me antojan casi anacrónicas. Creo que en el futuro se fumará menos y se fumará mejor porque nos daremos cuenta de que no tiene ningún sentido mantener la industria de una droga adulterada en la que la mayoría de los fumadores no conoce ni los componentes que lleva el cigarro que se están metiendo en la boca, y porque además la nicotina es la única droga lúdica con la que no obtienes (más allá de una presunta relajación) ningún cambio en tu estado mental o anímico, no te abre ninguna puerta de la percepción ni te lleva a explorar otros caminos, ni tampoco te produce ninguna excitación o euforia, ¿para qué rayos se quiere consumir una droga de ese tipo?