"Saturno devorando a su hijo" (Francisco de Goya, 1819-1823) |
Hay una
célebre anécdota referente a Salvador Dalí, que cuenta como envió a su padre
una carta con semen y escrita la frase: “Ahora ya no te debo nada”, como
relegando a su progenitor al papel de un simple inseminador sin relación
afectiva alguna. Al contrario, en el episodio encontramos precisamente algunas
de las claves más habituales en las relaciones paterno-filiales: el desafecto,
la frustración ante la incomprensión (ningún hijo se siente comprendido por su padre),
el rechazo y el distanciamiento ante una figura a la que se busca por todos los
medios no parecerse, ya que el padre, lejos de ser el spoiler de su hijo que dice
Manuel Jabois, se ve como la versión caduca y apolillada que no queremos
repetir del pasado reciente.
El
magnífico charlatán de Alejandro Jodorowsky aconseja dentro de su particular “psicomagia”
orinar en la tumba del padre para “liberarse” de las represiones que puede
sufrir en su inconsciente el sujeto. Él mismo asegura haber defecado dentro de
unos tarros con las fotos de sus progenitores. Lo que en Dalí era un acto libre
y radical de un genio aún hoy inabarcable e indescifrable, en Jodorowsky no
deja de ser burda palabrería con la que seguir viviendo de la intelectualidad
uno de los mayores cuentistas que han conocido los últimos tiempos.
Observo
no obstante que se da entre el sujeto masculino de espíritu, digamos,
vanguardista (por calificar de alguna manera a quien siente la necesidad, como
sea, de escapar del rebaño y ejercer a toda costa una individualidad absoluta
que le erija en un ser humano totalmente único e irrepetible) la costumbre de
despreciar la figura paterna, culpabilizándola de cometer errores que han
lastrado la vida tanto del padre como del hijo. Yendo más allá incluso diría
que ese sujeto de espíritu vanguardista es el 99% de los jóvenes, pues es en la
juventud cuando uno se cree realmente diferente y de alguna manera señalado por
los dioses para triunfar en la vida. Luego llega la realidad con sus bofetadas,
la insulsa pero estresante vida laboral y la domesticación del individuo que
antaño buscaba escapar pero ahora siente el confort del rebaño y la comodidad
de la vida monótona, y entonces, en efecto, tu padre, que ya pasó por todo
aquello antes, es el spoiler del que hablaba Jabois.
Kafka
lo expresó mejor que nadie en el personaje de Gregorio Samsa, un joven que
metaforiza la incomprensión convirtiéndose en cucaracha. Claro que ese mismo
Kafka es quien había escrito años antes una carta de 103 páginas a su padre
recriminándole su autoritarismo y su férrea educación, así como su hipocresía
(instándole continuamente, por poner un ejemplo, a acudir a la sinagoga para
cumplir con los deberes de su religión judía, mientras que el propio padre no
lo hacía) En el manuscrito de Kafka se encuentra otra de las claves de la
mayoría de relaciones paterno-filiares. Primeramente admiración e idealismo (el
padre como un héroe), y el posterior rechazo (no quiero ser como él ni repetir
sus mismos errores) a tal figura.
“The
day I beat my father up” es el título de una canción del multidisciplinar
artista Billy Childish (de quien aprovecho para recomendar su novela “Cuadernos
de una juventud al desnudo”, uno de los mejores textos sobre ese personaje
extraño y alienígena que es en ocasiones el adolescente), en este caso con sus
Headcoats, en la que expresa con su habitual desgarro punk ese sentimiento de
frustración, e incluso odio ante el padre (hay que entender que Childish fue
abandonado por su progenitor a la edad de siete años)
Kafka murió
con 40 años, sin que haya constancia de que se produjese la reconciliación
paterno-filial que el escritor anhelaba. Su padre no llegó a leer aquel
manuscrito, entregado por su hijo a su madre.
Billy Childish
sigue escribiendo poesía, canciones que son puñetazos, y pintando cuadros,
posiblemente espoleado por una infancia dura en Chatham, incluyendo la figura
del padre alcohólico que abandona la casa y un episodio de abuso sexual.
Dalí
figura en el panteón de ilustres como uno de los mayores genios que jamás ha
dado nuestro país, en culpa gracias a su padre, un abogado y notario catalán
que le pudo dar la educación y la cultura necesaria para sacar al pintor que
llevaba dentro.
Jodorowsky
sigue viviendo del cuento. Su hijo Adan lleva el mismo camino, haciendo
cutre-carrera musical en una intragable mezcolanza de hipster, indie y moderneo
petardo insufrible a lo Mario Vaquerizo. No sabemos si su padre le aconseja que
defeque sobre fotos suyas.
Jabois
es actualmente una de las mejores plumas periodísticas del estado, aunque personalmente
me cuesta perdonarle su militancia mourinhista (sólo espero que algún día vea
la luz sobre tal abyecto personaje), y digno continuador de la mejor tradición
de articulistas españoles.
El
Eyaculador de Palabras, cual Kafka del siglo XXI, consume sus horas en una gris
oficina y mata sus ratos apaciguando sus ansias literarias, mientras medita
sobre una obra irremediablemente inédita, consciente de su condición virginal
editorial. El Eyaculador recuerda su particular relación paterno-filial, en la
que también hubo una primera etapa de admiración (el padre como héroe
idealizado), y de posterior negación (no querer ser como él), a la que habría
que añadir una última de, cuanto menos, comprensión y respeto hacia una memoria
y una figura obligada a honrar, en agradecimiento a un hombre que trabajó como
un mulo para sacar a su familia adelante. Espero hacerlo bien.
En
realidad mi padre nunca me preguntó si quería nacer, pero una vez que me hubo
puesto en este parque de atracciones sólo queda mirar alrededor y pensar “¡cuánta
vorágine!”, de modo que vamos a seguir subiéndonos a la noria. Gracias viejo,
te recuerdo cada día.