"Compulsory Education" (Charles Burton Barber, 1890) |
A
menudo me congratulo de vivir al margen de lo que llaman actualidad.
Haber escogido para mi vida un cocktail salvaje en el que lo mismo
pueden convivir canastas de un baloncesto supersónico junto a
celuloide rabioso, o melodías anfetamínicas al lado de versos de
malditismo. “Fuera del mundo”, como tituló Luis Antonio de
Villena a una de sus más hermosas novelas. Al margen de las
atrocidades de mis congéneres, a sabiendas de que entre ellos puedo
encontrar tanto a un artista capaz de escribir canciones con una
asombrosa capacidad para sobrecogerme como es Adolfo Díaz, de
Airbag, junto a trogloditas mononeuronales como Luciano Méndez Naya.
Es un ejemplo de lo mejor y lo peor del ser humano que se me ha
venido a la cabeza porque ambos comparten actividad profesional,
posiblemente la actividad profesional más importante para el futuro
de nuestra especie: la docencia.
Me
empuja a escribir este texto mi propia sorpresa. Tras varias semanas
en las que pensaba que no se podría llegar más lejos en cuanto a
ignominia y estupidez en el triste caso de “la manada” la
impúdica exhibición del profesor universitario de Santiago de
Compostela aludiendo a la condición de víctimas de los abusadores
sexuales (según la justicia) o violadores (según la gran parte de
la sociedad) y de culpable de la mujer vejada, tirando de un machismo
rancio y barato lleno de tópicos resumidos en “bien sabía lo que hacía” que sin duda haría felices a esos jueces que siguen
pensando que la culpa es de ellas, por ponerse minifalda. Haciendo
una simple búsqueda en Google sobre el sujeto comprobamos que su
(por llamarlo de algún modo) razonamiento no es casual, y ya cuenta
en su historial con antecedentes de grosería, mala educación y
falta de respeto a su alumnado femenino (y con ello también a la
mayor parte del masculino, el que tiene dos dedos de frente y un
mínimo de sensibilidad para saber que sus compañeras no tienen
porque aguantar a semejante espécimen detrás de una mesa soltando
barbaridades) Duele ver una tierra como Santiago y Galicia con este
olor a naftalina, como si no hubiera avanzado desde los tiempos que
narra “Fariña”, con sus políticos corruptos, nepotismo en las
instituciones, alcaldes con la foto de Franco en sus despachos, y
machismo de aliento a orujo.
Luciano
Méndez lo ha conseguido. Ya tiene sus minutos de fama y gloria. Ya
puede empaparse de victimismo ante el linchamiento mediático que van
a provocar sus comentarios. Precisamente eso es por lo que sigo
pensando en volver a refugiarme en mi particular trinchera. Un sujeto
así no se merece si quiera la repulsa. Cuando pienso en personajes
como Salvador Sostres tengo claro que es un individuo altamente
abofeteable, pero lo peor que puede suceder es que alguien le
abofetee. Este tipo de individuos, provocadores baratos amplificados
por el estercolero de las redes sociales, buscan cargarse de razones
y alimentar su propio victimismo. Son los adalides de la incorrección
política. Los que se atreven a llamar al pan pan y al vino vino.
Cuantas veces habremos escuchado a sujetos de este pelaje hablar de
censura y de que no pueden decir lo que piensan. Es falso.
Afortunadamente en este país hay una dosis importante de libertad de
expresión (no total, como hemos visto recientemente con casos como
los de los raperos Valtonyc o Pablo Hasel), la suficiente como para
que elementos perdidos en algún momento de la cadena evolutiva se
pongan del lado de los abusadores/violadores y vejen con sus
comentarios a la abusada/violada. Llenar su muro de Facebook de
insultos y amenazas les retroalimenta: “¡miren, miren como me
linchan las masas por haber expresado mi opinión!” Nada, sin
embargo, les haría más daño que ver como su basura verbal pasa
desapercibida, como sus palabras no provocan ninguna reacción.
El
día que estos señores anclados en el Medievo vean que sus soflamas
caen en la más absoluta indiferencia, el día que no reciban ni un
solo insulto en su Twitter o en su Facebook, entonces, por un acto
natural de evolución, desaparecerán, o se adaptarán al nuevo
ecosistema.
Será
el día en el que habremos aprendido a convivir entre las bestias.
Lejos de golpearlas, hay que acariciarlas el lomo y darles un terrón
de azúcar.