Cayetana, cuello esbelto, noble garza, musa pétrea
y esfinge regia.
Cayetana, dama dama de alta cuna de baja cama, pescuezo
infinito de la una, grande y libre España.
Cayetana sueña, detrito inconfesable, anhelo
orgiástico, dentro de un océano de abrasadora masculinidad, de hombría con
aroma a Varon Dandy y after shave.
Cayetana, fiera inquieta, busca a Jacq’s, a ese hombre
que la mira y la desnuda.
Cayetana quieta y callada que está como ausente, lienzo insondable, veneno en la piel, dibuja
corazones y flechas en su cuaderno de niña rebelde en la “uni”… y espera la
llegada del hombre. Ese hombre que vendrá como si pisase la Luna, pequeño paso
y gran empresa.
Y él llegará y le dirá: “Cayetana, cigüeña preñada
de emociones, veo en ti el deseo y el ardor. Cayetana, niña mía, nada digas,
pues todo lo dice tu mirada” Y Cayetana, silencio cómplice, mirada furtiva,
aguardará que él la coja de la mano, acaricie su pelo, y bailen la eterna danza
prohibida, inaccesible para el vulgar vulgo de progresía y feminazismo.
Cayetana, yegua salvaje que necesita ser domada. No
digas nada, Cayetana, no digas nada. Tu silencio escupe versos de fuego por
ti.