“Estercoleros multiculturales”. La conjunción de ambos elementos establecida por la ultraderechista congresista de Vox Rocío De Meer no deja lugar a la duda sobre sus intenciones. La multiculturalidad, la interracialidad, en definitiva la mezcla, es mala y pervierte la pureza de espíritu y raza que debe caracterizar a un buen europeo occidental católico blanco y heterosexual. La batalla cultural caracterizada en una sola expresión. La vuelta al discurso del odio, del racismo, de la xenofobia.
Hace poco finalicé el visionado de la magnífica ficción televisiva “The Deuce”, y al hilo de David Simon y sus ataques sin ambages al nuevo fascismo un amigo de una red social me respondía con razón que no se puede llamar fascismo a esta nueva ultraderecha liberal alt-right porque carece del componente social (componente social nacional, nunca internacional, a diferencia del comunismo) que era una de las características del movimiento totalitario que imperó en gran parte de Europa a mediados del siglo XX. Pero no es menos cierto que siendo los dignos (o mejor dicho indignos, nunca el fascismo puede ser digno) sucesores y herederos del fascismo (y franquismo y nazional-catolicismo en el caso de Vox) si buscan vergonzosamente ese voto presuntamente social, obrero, proletario… apelando a las tripas y los sentimientos en base a simples mantras capaces de calar en la sociedad a golpe de vídeo de Tik Tok o fake new redifundida en WhatsApp. La inmigración nos quita el trabajo (y en plena pandemia además supone un peligro de salud pública), las minorías tienen más derechos que las mayorías, existe una dictadura “progre”, la izquierda hipócrita roba, los sindicalistas traicionan a los trabajadores, etc
La congresista De Meer se ha significado como una de las grandes especialistas en buscar electorado revolviendo tripas a base de construir problemas de donde no los había. Uno de los mejores ejemplos es el fenómeno de la ocupación ilegal de viviendas, cuyo problema ha advertido que lo solucionarán, literalmente, "empujando a patadas a los okupas a las cárceles" en cuanto lleguen al poder. A falta de conocer los datos de 2020, 2019 fue el cuarto año consecutivo en el que el número de ocupaciones descendió. De 2015 a 2019 el descenso en delitos de ocupación fue del 64%. No se trata de entrar en el debate sobre el fenómeno de la ocupación (u “okupación”, con ese componente cultural que nada tiene que ver con las mafias que ocupan viviendas para alquilar y cuyos nuevos inquilinos son los primeros damnificados por esta práctica, obligados a pagar cuantiosas sumas a los nuevos “propietarios” so pena de sufrir todo tipo de abusos y castigos físicos), ya que tengo tan claro que se trata de un delito como que de moralmente nadie debería vivir en la calle mientras haya viviendas deshabitadas, se trata de comprobar como Vox busca un problema donde no lo hay siguiendo la mejor tradición de la batalla cultural, nunca nos cansamos de recordarlo, iniciada por Steve Bannon en Estados Unidos llevando al poder a Trump y posteriormente trasladando su nacional-populismo (el propio Bannon así lo define) a Europa. En un reciente debate en la cadena SER el escritor Daniel Bernabé hacía ver la cuestión de este inflado del problema de la ocupación en la opinión pública recordando unos datos leídos en El Mundo que dejaban claro en números cual era el verdadero impacto del fenómeno. Una contertulia enojada le reprobaba que se apoyase en números que no tenía delante y que no podía confirmar, mientras recordaba la gravedad de la ocupación porque ella “conocía casos”. No se puede hablar de números y estadísticas si no estamos 100% seguros, pero si podemos apoyarnos en el tópico de “conozco a alguien que le ha pasado tal cosa…” para demostrar que en efecto estamos ante un problema acuciante. La nueva opinión pública, la del “conozco un caso…”, la de tomar el todo por la parte, la de colgar en internet una foto de una manifestante con una pancarta con el lema “todos los hombres son unos violadores” para asegurar que el movimiento feminista es el nuevo nacismo. La batalla cultural. Reivindicaciones tan justas y humanas como el feminismo, los derechos LGTBI o la lucha contra el racismo convertidas de repente en aparatos de represión de una peligrosa dictadura “progre” que reprime al hombre blanco católico heterosexual que no debería mezclarse con otras razas, credos religiosos o tendencias sexuales porque eso nos lleva irremediablemente a los “estercoleros multiculturales”.
¿Y a dónde nos lleva el imparable ascenso de este blanqueado nuevo fascismo?, ¿cuántas décadas estamos dispuestos a retroceder por culpa de este estercolero ideológico?