Llevo
un tiempo acordándome de un acertado artículo de Manuel Vicent en
El País titulado “Líderes”. En pocas líneas el genial
novelista venía a reconocer una verdad palmaria, que España es un
país cojonudo y que menuda suerte la que tenemos quienes hemos
nacido en este país en estas últimas décadas de socialdemocracia
sepultada la momia fascista de la dictadura franquista cuyos
estertores en un alarde generosidad no vista en ningún otro país
europeo que haya vivido bajo un totalitarismo hemos dejado convivir
con nosotros dando rango de normalidad a lo que es una anomalía.
Supongo que es la anomalía de la democracia, la que se quieren
cargar en cuanto vuelvan al poder las momias.
Observé
en aquel momento que el artículo gustó y se viralizó en los
círculos más presuntamente patriotas o patrioteros, de esa derecha
desencantada que ha encontrado en Vox su micrófono con ese delirio
nazional-católico de valores occidentales, escudo y parapeto ante
ese socorrido enemigo de la dictadura “progre” (un calificativo
que hace dudar sobre quien es realmente más casposo, si el “progre”
en si o quien sigue llamando “progre” a quien huye del viejo y
reaccionario ideario que sepultó a España durante décadas)
Comprendo que gustase en el sentido de sacar pecho y airear orgullo,
un laportiano “al loro que no estamos tan mal”, y precisamente me
chocó que muchos defensores del “ley y orden” y volver a
política draconianas aplaudiesen un artículo en el que se
constataba que España era y es un país en el que la seguridad
ciudadana no es un problema prioritario. Desde luego no lo es
respecto al desempleo, el recorte en servicios públicos (cuya
realidad palmaría la estamos viendo en una sanidad desbordada frente
a la pandemia) o el acceso a la vivienda (y aquí la definitiva
vuelta de tuerca de la “guerra cultural” importada de Estados
Unidos por Steve Bannon... como lo que ha sido un problema evidente
que hemos sufrido muchos ciudadanos, el acceso a una vivienda digna,
los precios abusivos de los alquileres, la burbuja inmobiliaria, el
desamparo del ciudadano ante un bien básico de consumo obligatorio
incluso recogido en nuestra actual Constitución de 1978 en el
artículo 47... se convierte en todo lo contrario, el problema es la
ocupación ilegal, la mafia “okupa”, no el acceso a la
vivienda... lo dice Ana Rosa Quintana y esa es la realidad palmaria,
la de la prensa amarilla, no la de la crudeza de la calle para quien
la quiera pisar y vivir)
En
estos meses de coronavirus y malditismo, de empaparnos en nuestra
nueva propia leyenda negra, la del peor país en la gestión de la
pandemia, me he acordado mucho del artículo de Vicent tan celebrado
en su momento. Porque creo que el brillante novelista de ojos claros
tenía tanta razón como que es evidente que siendo el nuestro un
país tan cojonudo es a la vez un país tan débil. Y esto es lo que
deberíamos aprender de esta crisis. De la debilidad de nuestros
recursos. Por mucho que tengamos una sanidad estupenda, con una
cobertura envidiable y unos profesionales ante los que no cabe si no
quitarse el sombrero y reconocer un esfuerzo sobrehumano en todos los
meses... por mucho que tengamos una fuerzas de seguridad garantes de
que se cumplan las obligatorias leyes que permiten dentro de esa
obligatoriedad que podamos vivir en libertad sin pisarnos los unos a
los otros... por mucho que tengamos un ejército profesional siempre
dispuesto a arrimar el hombro sea para ayudar a apagar un incendio
forestal o para ejercer de rastreadores sanitarios ante la
covid-19... por mucho que nos sintamos orgullosos de todo ello
finalmente nos enfrentamos a la realidad del límite de los recursos.
Tanto humanos como materiales. Y ante ello sólo cabe una solución,
un camino. Expandir esos límites. Más dinero público, más
recursos, más estado.
La
pandemia nos debería enseñar que no basta con ser un país seguro,
amable, feliz, tranquilo sonriente y soleado. Necesitamos ser un país
fuerte. Un país en el que a los sanitarios, médicos o científicos
se les valore como es debido para que no tengan que emigrar a otros
países donde su sueldo será superior. Un país con un tejido
industrial en sectores fundamentales a la hora de afrontar una crisis
como esta como son la ciencia y la tecnología. Un país que no
dependa del sol, el turismo y la hostelería para mantener su PIB. Un
país, en definitiva, con menos patrioterismo sentimental pero con
más cerebro y frialdad.
Porque
si es cierto que somos el país con peor gestión ante la pandemia no
creo que sea por inutilidad del actual gobierno, del mismo modo que
tampoco le reconozco ningún acierto. Creo que con cualesquiares
otras siglas en Moncloa estaríamos en las mismas, sencillamente
porque los recursos son los mismos. Y eso es lo que nos debería
preocupar, ¿cómo permitimos tener un estado tan débil?, ¿de
verdad alguien piensa que el futuro está en el individualista
“sálvese quien pueda” en vez en de la fuerza de la
colectividad?, ¿vamos a seguir pensando que es mejor bajar impuestos
o ver con buenos ojos ya no digo el fraude fiscal que es delito si no
incluso la evasión de impuestos?, ¿qué tipo de España es la que
queremos si no somos capaces de darnos cuenta de que lo que
necesitamos son precisamente más servicios públicos?
Creo
que deberíamos, y en buena medida creceríamos de ser así, obtener
buenas lecciones de esta crisis en esta extraña España del 2020.
Una España en la que desde la transición del franquismo a la
democracia tenemos por primera vez un gobierno al menos en forma
realmente de izquierdas, al cual seguimos esperando los que si
creemos en un socialismo de estado. Seguimos esperando porque la
realidad es que los presupuestos generales del estado siguen siendo
los de Rajoy y Montoro de 2018 y la renovación del Consejo General
del Poder Judicial está bloqueada por el PP, pese a que nuestra
constitución recoge que su mandato es por cinco años y ya vamos por
el séptimo con el actual organigrama. La triste realidad es que este
gobierno apenas tiene ningún poder ejecutivo y la presencia de
Podemos en Moncloa no es más que un moño que de cuando en vez
aparece en televisión. Nos aferramos a pequeños avances como el
Ingreso Mínimo Vital o derogaciones de las dos perversas reformas
laborales de Zapatero y Rajoy como el despido por baja médica, pero
todavía estamos muy lejos de donde estábamos antes de la crisis de
2008, una crisis que una vez más tuvimos que pagar los mismos.
La
izquierda en España es experta en desilusionar, lo cual en parte
demuestra la buena salud crítica del votante no conformista. Aquel
15-M de 2011 que pedía a gritos una regeneración de la clase
política nos trajo al Pablo Iglesias de Galapagar, que, al margen de
esa presunta indecencia de nuevo millonario, es poco menos que un
florero en la Moncloa.
El
panorama resulta todavía más desalentador cuando avanzan imparables
e implacables las investigaciones sobre la trama Gurtel, ahora en
suculento spin-off de la “Operación Kitchen”. El levantamiento
del sumario pone el foco sobre todo un ex-presidente del gobierno
como el añorado y entrañable Mariano Rajoy. Como si aquel “M.Rajoy”
aparecido tiempo ha en los papeles de Barcenas ofreciera alguna duda.
En ese disparate propio de los tres monos japoneses, representados
tapándose boca, ojos y oídos hemos vivido. Oír, ver y callar. Es
una escena tan tragicómica y obscena que uno no puede evitar
recordar al gran Claude Rains en la piel del Capitán Renault en
“Casablanca” cuando después de años llevándose mordidas bajo
cuerda irrumpe en el bar de Rick silbato en boca para gritar: “¡Qué
vergüenza!, ¡en este local se juega!”
Manuel
Vicent, como en casi todo, sigue teniendo razón. Somos líderes en
muchas cosas. El problema es que nos hemos especializado en ser
líderes estampados contra la misma pared, la del callejón sin
salida que no nos permite avanzar.