Observo que en el décimo aniversario del 15M se intenta hacer justicia por parte de muchos medios que despreciaron el movimiento en aquel momento. Esto por parte de quienes lo despreciaron de manera más tibia, quienes lo atacaron de manera irredenta siguen en su mundo de caspa y crucifijos, ni han estado ni se les espera. Se quedaron en el casticismo de 1876 y de ahí no salen. Viejo casticismo católico. Bienvenido sea este revisionismo que admite el cambio que supuso, al que luego aludiremos, pero la hemeroteca es cruel y no ofrece dudas. La reacción del “establishment” temeroso ante una revolución que si no fue tal tampoco es justo decir que no cambió el orden político establecido. Para empezar se cargó el bipartidismo, algo que parecía impensable y no es poca cosa. Eran los tiempos del PPSOE, trileros que jugaban con las cartas marcadas desde Filesa hasta Gurtel. Elevó la exigencia sobre nuestros políticos (tanto es así que ese nivel de exigencia ha acabado llevándose por delante alguna de las figuras más relevantes y visibles de aquel movimiento) y germinó en el punto culminante de la primera moción de censura que salió adelante desde la Constitución de 1978 en contra de algo tan tangible y objetivo como la corrupción. Elevó también la exigencia del PSOE, que lejos todavía de ser un partido que pueda satisfacer un mínimo pensamiento crítico de izquierdas parece bastante distinto a aquel PSOE de 2011 y ya no digamos del de Felipe González y sus GAL y Filesa, posiblemente el gobierno más oscuro e infame de este régimen posterior al régimen. Nadie en este país ha hecho más daño a la causa socialista que Felipe González. Todo esto con el juicio de una década, lo que sigue siendo insignificante en términos de perspectiva histórica, máxime en un país tentado a los análisis cortoplacistas. Meses después de aquel 15M de 2011 el PP arrasó ganando por mayoría absoluta y con los mejores resultados de toda su historia. Rajoy superaba en votos incluso al Aznar del 96 y el 2000, aunque a decir verdad “sólo” subía en unos 600000 votos respecto a las elecciones de 2008, con el propio Rajoy como cabeza de lista popular. Una subida considerable, pero no tanto cuando hablamos de un volumen de una decena de millones de votos. Eran los años en los que el PP se movía en esa horquilla inamovible de los diez millones de votos, medio millón arriba o medio millón abajo. El 15M sin embargo tambaleó los cimientos del PSOE, que perdió nada menos que 59 escaños y sufrió la demoledora perdida de más de cuatro millones de votos de unas elecciones a otras. Cuatro millones de votantes que les dieron la espalda en apenas tres años. Esa fue la bofetada de realidad que el 15M propinó al anquilosado Partido Socialista en el que Rubalcaba relevaba a un Zapatero agotado tras dos legislaturas. No deja de resultar curioso que mientras desde las bancadas más extremas de la derecha se sigue hablando de Zapatero como el presidente revanchista que abrió las heridas de las dos Españas (profundo debate que va mucho más allá del 36 y la Guerra Civil y nos llevaría al menos hasta ese 1876 de la polémica de la ciencia española en el comienzo de la Restauración monárquica y borbónica y el final del Sexenio Democrático), la izquierda más crítica sepultaba aquel PSOE vacuo de fondo y forma.
Decía Eduardo Galeano que la utopía estaba en el horizonte, y cada vez que se acercaba a ella la veía alejarse más, ¿para qué sirve entonces la utopía?, para caminar. En efecto, admitiendo que la utopía es inalcanzable y asaltar los cielos una boutade naif por mucho que se la quiera revestir de vieja épica (más bien retórica) comunista (o precisamente por eso), cualquier pequeño intento de alcanzar esa utopía nos hará mejores de lo que éramos en el estadio anterior. Por eso la aparición del 15M alertó a los sectores más reaccionarios de nuestro país, del mismo modo que (permítanme una comparación tan naif como “asaltar los cielos”, ya que estamos) en un pueblo en el que deciden progresar y dejar de arrojar cabras por un campanario siempre encuentran enconadas reacciones en contra, esgrimiendo argumentos tradicionalistas, ese inmovilista recurso del “es que siempre se ha hecho así”, como si eso supusiese algún valor, como si la humanidad no hubiese sido capaz de evolucionar y mejorar, y debiese ser admitida como natural, por poner un ejemplo, la esclavitud (la cual no me cabe duda que sigue existiendo a distintas escalas y posiblemente este ordenador portátil en el que tecleo ahora mismo esté empañado de sudor y sufrimiento de algún menor de edad en una mina de coltán africana) Como si tuviésemos que admitir como normal la corrupción en nuestra clase política.
Sólo por poner esa cuestión encima de la mesa, diez años después, hay que admitir que el 15M mereció la pena. Un 15 de Mayo de 2011 en el que jetas y caraduras profesionales de la política como Isabel Díaz Ayuso se curtían en cuestiones de estado tan fascinantes como llevar la cuenta de twitter del afamado perrito Pecas de Esperanza Aguirre o Santiago Abascal se lucraba al amparo y calor de precisamente la citada lideresa presuntamente liberal y cuyo despilfarro de dinero público sigue superando todos los registros conocidos. Es el precio que hay que pagar por vivir en democracia. Pero algunos pasos hemos dado. Algo hemos caminado. Ergo, algo hemos mejorado.