El asunto Novak Djokovic no debería haber dejado de ser un simple caso más de deportista que no cumple los requisitos o trámites necesarios para participar en una determinada competición, algo absolutamente cotidiano y habitual (ahí está, por citar un caso cercano, el Barcelona esperando poder inscribir en Liga a Ferrán Torres) Bien es cierto que en el caso del tenista serbio no se trata de los requisitos de la propia competición, un Open de Australia que al contrario está deseando recibir con los brazos abiertos al actual número 1 del tenis mundial, razón por la cual se sacaron de la manga una exención médica cuya única justificación es el negocio, las audiencias y hacer caja, si no que las normas vienen de un organismo superior como es el de un estado soberano que en plena pandemia mundial establece una serie de restricciones a todo punto lógicas para quien desee entrar y permanecer en su país. Ahí debería terminar la polémica, pero este estallido mediático y guerra en redes sociales nos dibuja la realidad de una sociedad actual absolutamente desquiciada, y es que en efecto, con el covid-19 al mundo se le ha ido la olla, pero dudo mucho que se le haya ido por culpa de las autoridades que establecen las normas, afortunadas o no, para luchar contra esta pandemia y de los resignados ciudadanos que deciden cumplirlas con estoicismo y madurez. Más bien estamos chiflando viendo como este virus ha servido de vigoroso alimento para que los conspiranoícos y pirados de todo el planeta ejerzan de gustosos tontos útiles para robustecer el ya de por si hipermusculado ejército del nuevo fascismo nazional-populista que a base de estúpidas guerras culturales se nos ha ido colando discretamente por debajo de la puerta, un huevo de la serpiente cuya cría lleva tiempo mostrando los colmillos, bien asaltando el Capitolio de los Estados Unidos y mancillando una de las democracias más ejemplares de occidente simplemente porque un ex-presidente flautista de Hamelin no aceptó un resultado electoral, como vimos hace justo un año, o bien saliendo en tropel en defensa de un malcriado deportista que está en su perfecto derecho de no vacunarse pero ha de atenerse a las consecuencias de dicho acto.
Y es que el caso Djokovic ilustra perfectamente la actual infantilización de una sociedad que balbucea la palabra “libertad” pero no tiene la madurez ni el cuajo suficientes como para afrontar las consecuencias de luchar por esa libertad suya, propia y exclusiva. Un victimismo similar al del fascista que se comporta como un fascista y se queja de que le llamen fascista, porque según ese fascista la auténtica libertad debería ser poder comportarse como un fascista sin que ni un solo ciudadano de bien se lo reproche. La perversión del nuevo concepto de libertad, una libertad individual que puesta por encima del bien común, de la sociedad, no hace sino alimentar la desigualdad, la insolidaridad, las diferencias y los privilegios de unos pocos. Es la parodia del negrero que se queja de que le han privado la libertad de tener esclavos. Este es el nuevo concepto de libertad creado desde las trincheras neoliberales, trincheras que no son sino refugio y reciclaje del viejo fascismo del siglo XX. Por nuevo que parezca el disfraz la casposa ideología subyacente tiene los mismos ingredientes. Un nacionalismo rancio y un patético orgullo patriotero populista. Antiglobalización, cierre de fronteras, no reconocer organismos supranacionales que juzguen y condenen las atrocidades del estado totalitario. Oligarquía. Nazional-catolicismo y perpetuación de las tradiciones machistas y del poder de las clases privilegiadas. La libertad por la que luchan es la libertad para evadir impuestos, mejor aún no pagarlos ni contribuir a una sanidad o educación públicas, defraudar al fisco, robar y no ser juzgados, explotar a sus empleados, no pagar indemnizaciones por despido, contaminar a destajo, conducir a la velocidad que les apetezca, conducir bebidos (¿recuerdan aquello de Aznar y su “¿quien te ha dicho a ti las copas que yo tengo o no que beber para conducir?”), pegar a las mujeres, maltratar a los animales, insultar a los homosexuales, deportar a los extranjeros que sean pobres, encarcelar a los compatriotas que sean pobres, elegir sobre que debe hablar un profesor en un aula... libertad para hacer lo que te de la gana sin rendir cuentas a nada ni a nadie. Libertad para que se siga imponiendo la ley del más fuerte.
Es comprensible que estas élites luchen por su libertad, es una cuestión de supervivencia. Menos entendible es ver a quienes no pertenecen a esas clases privilegiadas haciendo seguidismo simplemente por verse a si mismos como valientes “outsiders” y luchadores por la verdad y la libertad. El covid-19 les ha venido de perlas para sacar pecho como rebeldes que no pertenecen al rebaño, que huyen del espíritu gregario de quienes siguen las normas por el bien común. En una revisión del cuento del traje nuevo del emperador no les importa ir en pelotas por la vida y soltar boutade tras boutade, desde que la tierra es plana hasta que el virus no existe, desde que la vacuna te convierte en un imán humano hasta que la nevada de la Filomena era en realidad plástico. Poco importa ir en pelotas si estás convencido de que vistes el más lujoso traje posible, el de la rebeldía, la verdad y el inconformismo, mientras acusan a quienes creen lo que ven ante sus ojos de vivir engañados por una conspiración mundial. A todo esto, estos negacionistas de todo jamás se plantearán preguntarse a quién benefician sus postulados. A quién beneficia que pese a las evidencias de cambio climático grandes empresas y estados sigan contaminando con mentalidad cortoplacista sin pensar en el daño hecho al planeta, a quién beneficia que no se escuche a las autoridades sanitarias y no se tomen precauciones frente al virus, ni por supuesto, a quién beneficia el crecimiento de unas políticas basadas en el individualismo y que debilitan al estado como garante de unas condiciones de vida mínimas (vivienda, comida, sanidad, educación...)
Y en estas llegó Djokovic como estandarte de quien no pasa por el aro de la vacunación. Actitud respetable en cuanto a elección individual, pero en el momento en el que ese individuo con esa elección sale a la calle y se cruza con otros ciudadanos ha de entender y asumir que no puede moverse por la sociedad del mismo modo que el ciudadano que sí ha elegido pasar por ese aro común. Les puedo asegurar que difícilmente encontrarán a alguien con mayor fobia y pánico a las agujas que quien aquí escribe y que lo pase peor cada vez que recibe un pinchazo, pero entiendo que vivir en sociedad significa transigir en determinados momentos sobre algo que puede no gustarme pero he de aceptar porque no soy el único hombre sobre la faz de la tierra. En ese sentido Djokovic no es más que el típico maleducado que quiere fumar delante de un grupo de gente que le ha pedido que no lo haga, pero quien en base a su libertad individual se cree en pleno derecho de poder hacerlo. Y con esta comparación tan simple se hace todavía más evidente el ridículo de quienes intentan elevar al tenista serbio como un luchador por la libertad, ridículo copado una vez más por ilustres voceros de VOX (y es que VOX y ridículo son sinónimos) como Javier Negre o Hermann Tersch a la cabeza.
A quien haya reflexionado un poco sobre esta sociedad infantil que solloza por una libertad que nunca ha perdido, pero que en todo caso reivindica ejercerla sin consecuencia alguna por mucho que joda al prójimo (ya lo hemos explicado, el fumador que quiere fumar delante de los demás, el conductor borracho... jode a los demás) no le puede pillar por sorpresa que sea precisamente VOX, nuestra particular representación de la caspa nazional-populista, el partido político que intente aprovechar el caso Djokovic para seguir alimentando el fantasma de una conspiración pijo-progre-comunista y seguir vendiendo un discurso victimista con pleno calado en redes sociales, grupos de WhatsApp y demás territorios abonados para la manipulación, la mentira y las “fake news”. Incluso y si es necesario pasando por encima de un ícono nacional como Rafa Nadal quien ha expresado con sensatez lo que piensa una gran parte de la sociedad (y la mayoría del mundo del tenis a la cabeza), que lo de Djokovic se lo ha buscado él. Nadie más tiene la culpa.
No quiero entrar en ataques “ad hominen” ni caer en el “haterismo” hacía un personaje como Nole quien por otro lado lo pone muy fácil. No hace falta irse muy lejos para recordar como cuando la mayoría del mundo del deporte (y la sociedad en general) empatizó con la gimnasta Simone Biles tras su abandono de los Juegos Olímpicos de Tokyo por problemas de salud mental (una Biles de quien además hemos sabido que ha sido una de las muchas víctimas de abusos sexuales del ex-médico de la selección femenina de gimnasia estadounidense, Larry Nassar), Djokovic se desmarcó del “rebaño”, que es lo que mola, para decir aquello de que la presión para un deportista de élite es un privilegio... a los dos días le veíamos rompiendo una raqueta y tirando otra a la grada porque un chaval asturiano llamado Pablo Carreño le dejaba sin medalla en la cita olímpica. Todo muy maduro. Muy de líder del mundo libre. Más recientes han sido sus encuentros y sobremesas con controvertidos personajes como el militar genocida Milan Jolovic, líder de Los Lobos de Drina, quienes entre otras hazañas participaron en la matanza de Srebrenica (8000 bosnios musulmanes fueron masacrados y ejecutados por el ejército de la República Srpska) o el nacionalista serbio Milorad Dodik, quien acaba de ser sancionado por el Departamento del Tesoro estadounidense acusado de desestabilizar Bosnia y quien ya había sido amonestado en 2017 por violar los Acuerdos de Paz de Dayton. Anécdotas que pueden dar una idea de la mentalidad de Djokovic y su visión del mundo. No pasa nada. Conozco gente que a diario levanta el brazo derecho, grita “¡Viva Franco!” y canta el “Cara al sol” y luego corre llorando diciendo “¡mamá mamá, en el colegio me llaman facha!”. La infantilización de la sociedad.