"Me da iguaaaaaaal... ¡me encanta!" |
La
ínclita Ana Botella ha sido objeto de gran parte de las burlas de la despechada
ciudadanía, la cual, por decirlo de un modo suave, está hasta los cojones de
tanto mamoneo. Poco peaje me parece el de aguantar unos chistes para quien es
alcaldesa de una de las principales ciudades europeas y hasta el año pasado
recibía un sueldo de más de 94000 euros anuales sin haberse presentado nunca a
unas elecciones. En efecto, la imagen paleta y chusquera de la primera dama
madrileña ha sido más propia de la arrabalera protagonista de alguna de esas
películas españolas que tanto detestan los votantes de su partido que de la de
quien debiera ser una de las figuras más relevantes de nuestro país y de parte
de Europa debido al importante cargo que ocupa. Y ahí han estado rápidos y al
quite sus palmeros. No saber hablar inglés no importa, alegan. Como si el no
dominar el idioma más importante del mundo fuese una cuestión baladí y sin
importancia para el alcalde de una capital europea. Supongo que tampoco importa
si no sabe colocar un país en el mapa, si no logra distinguir un Velázquez de
un Murillo, si no conoce la historia de la ciudad de la que es mandataria, o si
directamente no ha abierto un libro en su puñetera vida. ¿Qué importa eso para
ser una buena alcaldesa?, ¿qué más da el ridículo al que nos pueda arrastrar a
toda una ciudad y a todo un país?
Vivimos
inmersos en una devastadora crisis, esa que nos hace ir todo el día con la laca
y una estaca a cuestas (“con laca estaca yendo”, nos dicen), una crisis cuyo
análisis más superficial (pero en absoluto incorrecto) nos indica como la
voracidad de los mercados y el capitalismo desaforado (y volvemos a repetir el
viejo pensamiento de tantos pensadores y filósofos, el capitalismo en si no es
un problema, el problema son los excesos de ese capitalismo) han tensado la
cuerda y roto el pacto no escrito según el cual los trabajadores dábamos una
cantidad de horas de nuestra vida y nuestro trabajo a cambio de una existencia
más o menos digna, con una cierta calidad de vida, y una serie de servicios
sociales a nuestra disposición, de los cuales poder disponer independientemente
de las posibilidades materiales de cada uno, ya que no sólo es que no todos
seamos ricos… si no que cruelmente la existencia de ricos (o peor aún, los hoy
llamados “super ricos”) implica necesariamente la existencia de pobres (y por
supuesto, de “super pobres”)
Pero
debajo de esa crisis a la que nos ha llevado la ambición desmedida de quienes
no ven a la humanidad más que como un banco de pruebas, una mesa de
laboratorio, o un ejército de cobayas, se halla otra crisis igualmente profunda
y manifiesta. Una crisis de valores de todo tipo, morales, éticos, humanos… una
falta de exigencia propia y ajena y un desalojo absoluto de pudor y vergüenza.
Todo vale. Barra libre. Ya hemos comentado en alguna ocasión por aquí la“trampa” de la incorrección política que sirve para disfrazar los malos
modales, la pésima educación, y el ataque a todas las normas de civismo y
convivencia. Incorrección política también es permitir que nuestros líderes
vivan desprovistos de los citados valores y de la exigible educación y
preparación para sus cargos. Y eso, como decimos, es también una crisis. Les
consentimos todo, y ellos, inútiles e incapaces de luchar por nuestros derechos
(muy al contrario, se bajan los pantalones y su trabajo es una constante
felación a poderes aún mayores, esperando futuras recompensas que obtendrán una
vez que hayan exprimido hasta nuestras últimas gotas de sangre y sudor), ni
siquiera son capaces de aprender inglés para manejarse por el mundo, ya que es
mucho más interesante para sus cargos pasar el día en la peluquería. Y se lo
seguiremos consintiendo. Y les seguiremos votando.
Esta
es la auténtica tragedia. La de en menos de tres décadas pasar de tener una
gigantesca figura intelectual como alcalde, profesor de universidad en Estados
Unidos, y autor de medio centenar de obras literarias de pensamiento y ensayo,
a ver como se apoltrona una señora no elegida por nadie y cuyo mayor mérito es
ser la esposa de José Maria Aznar. No cabe mayor degradación para la que antaño
fue una ciudad orgullosa de su riqueza cultural y de su bulliciosa vida social
como Madrid. Y lo peor es que nos da igual.
Cuando los alcaldes escribían... |