“Al alba, al alba,
Coleta mía, al
alba”
(Canción miliciana
turolense)
"El Roto" |
Aparecen en escena dos
jardineros, vestidos como tales (de Mileto), ataviados con peto y gorra de jardinero. Uno
lleva en una mano una rosa y en la otra una gaviota a la que agarra por el
cuello. El otro sostiene unas gigantescas tijeras de poda. Se miran el uno al
otro y dicen al unísono: PODEMOS.
Y
llegó la coleta como una bofetada en la piel de toro. Coleta salvaje y
famélica, enseñando dientes de revolución. Coleta catódica que bajó al fango de
los platós y se embarró entre corbatas, gafas de pasta, cabecitas de cerilla y
dimes y diretes. Coleta que se coló en la urna, urna, dos, tres y hasta más de
un millón de veces.
-¡Es
rojo!-dijeron unos.
-¡Yo
creo que es azul como los pitufos!-dijo una señora cargada de astenia
primaveral con una bolsa de Alcampo en la cabeza.
-Es
bolivariano-susurró un perro andaluz.
-Yo
creo que viene de Irán. ¡Cien gaviotas donde Irán!- aseveró un cortador de césped.
-¡Pues
yo me he comprado un orinal!- se le ocurrió de repente a un horticultor,
recordando que había interpretado a Ionesco en una obra de fin de curso en la
“complu”.
Y
la coleta siguió rugiendo. Un trueno llegó a las cárceles de media España, a las
sedes de los partidos políticos, a los rotativos de los diarios, a los bancos
de Suiza.
Se
indigestaron los cruasanes,
borbotearon
los cafeses,
se
rallaron los cedeses,
chiflaron
los burgueses,
mudaron
en palidez los genoveses,
así
fueron los desmanes.
-¡Vais
a pagar justos por comeflores!-exclamó un cura que no tenía cura desde un
pulpito al ajillo, que le había quedado duro por quedarse corto en la
cocción.
Se
rasgaron las vestiduras,
Se
atragantaron los banquetes,
Salpicando
los retretes,
Orinando
los chupetes
En
las bocas de los cadetes
Y
alguien dijo “¡Viva Honduras!”
Y
la coleta siguió llenando España de vahídos, de “ays” de “uys” de “oys”, de
“arreas” de “carays” y de “sapristis”.
Se
habilitaron las mesas redondas
Y
en ellas se sentaron señoras orondas.
-Dicen
que nos llama la cassssssssssta- inquirió una barba apolillada llegada del
Noroeste.
-¡A
mí a casta y pura no me gana nadie, por la gloria de Margaret Thatcher y el
barrio de Salamanca!- protestó Aguirre o la cólera de Dios.
-La
casta se gasta en la calle Sagasta- ingenió un becario de Nuevas Defecaciones,
quien en premio recibió abucheos varios, división de opiniones (unos se
acordaron de su padre, otros de su madre), y fue obligado a escuchar 24 horas
seguidas cantar a los Niños Castores de Viana Do Bolo.
Se
sucedieron los suicidios profesionales. Los políticos se dedicaron a pintar
cuadros al óleo. Algunos incluso, los más osados, se atrevieron a componer
versos alejandrinos (desnudos de cintura para abajo, que como todo el mundo
sabe es como se obtiene mayor inspiración)
-¡Qué
alguien le saque una foto comiendo gambas!- bramaron desde la dirección de un
periódico castizo- ¡pero gambas de las gordas!
-Es la imparable pujanza de la juventud- aseguró frente a una cámara de cosmovisión un politólogo cosido a un raído sofá- ¡juventud, alejaros de los bongos, que los carga el diablo!
-¿Pero usted no dijo en este mismo programa, y cito literalmente: "el trotsko no se comerá un rosco"?- blandió un espantajo dando un respingo
-¡No!, yo lo que dije es que cuidado con las fuerzas centrípetas que sumadas a un silogismo neperiano repatean un resultado de una negritud perrofláutica atroz. Y lo dije litoralmente, pues había almorzado un bote de fabada Litoral y andaba suelto de vientre. ¿Acaso no se me entiende cuándo hablo?
-Es la imparable pujanza de la juventud- aseguró frente a una cámara de cosmovisión un politólogo cosido a un raído sofá- ¡juventud, alejaros de los bongos, que los carga el diablo!
-¿Pero usted no dijo en este mismo programa, y cito literalmente: "el trotsko no se comerá un rosco"?- blandió un espantajo dando un respingo
-¡No!, yo lo que dije es que cuidado con las fuerzas centrípetas que sumadas a un silogismo neperiano repatean un resultado de una negritud perrofláutica atroz. Y lo dije litoralmente, pues había almorzado un bote de fabada Litoral y andaba suelto de vientre. ¿Acaso no se me entiende cuándo hablo?
¡Qué
Primavera que nos dio la coleta! Hasta que finalmente, entre un carrusel de
goles, espinillas castigadas, y escupitajos en el césped, alguien desde un
micrófono se atrevió a realizar la pregunta que todo el mundo, para sus
silentes adentros, se hacía:
-Y
éste en el Mundial, ¿con quién va?