“La muerte de
cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad” (John Donne, “Devotions
upon emergent occasions”)
La dialéctica de las pistolas. |
A
estas alturas y pese a que no han transcurrido ni 24 horas del suceso cuando comienzo
a escribir estas líneas ustedes ya habrán leído y escuchado de todo sobre el
brutal asesinato acaecido ayer en León, a resultas del cual ha fallecido la
presidenta de la Diputación Isabel Carrasco. No vamos a entrar en el farragoso
terreno de las especulaciones, por muy tentadoras que resulten, pero todo
parece indicar que se trata de una venganza personal entre personas
acostumbradas al mangoneo y al viejo arte de trepar. Una “vendetta” interna
dentro de “la familia”. La mafia política, reflejada en este caso con la mayor
de sus crudezas.
De
modo que dejando al margen las causas de tan truculento episodio, que viene a
unir la España negra negrísima (“España ya no es roja, España no es azul,
España ahora y siempre es negra como el betún”, cantaban Def Con Dos) con las
cloacas de los tejemanejes políticos, la sangrienta página escrita ayer sobre
un puente del río Bernesga deja ciertos apuntes paisajísticos sobre la
condición y psique humanas (así como el retrato certero de algunos hacedores de
opinión, que no contentos con practicar terrorismo periodístico desde sus
tribunas de los medios de comunicación, utilizan compulsivamente las redes
sociales para destilar su veneno), temas muy queridos por este Eyaculador de
verbo y pensamiento, fiel a sus principios e ideales próximos al humanismo
renacentista, ese que situaba al ser humano como centro y eje del universo. Un
principio ético que otorga a la vida humana el más alto de los valores.
Que
Isabel Carrasco no era una persona especialmente querida no creo que escape a
nadie que conozca un poco la sociedad leonesa. Sus polémicas y salidas de tono,
sus faltas de respeto y líos judiciales, eran públicos y notorios. Su perdida
no es, lo que se dice, una gran perdida para la humanidad. Y aún así y con todo
ello creo que esta sociedad tiene un grave problema cuando se banaliza, o peor
aún, se celebra, un asesinato con la alegría que estamos viendo estas horas. No
podemos dejar de lado nuestra condición humana y vernos arrastrados al lodazal
de los peores sentimientos (el odio a la cabeza de todos ellos) por muy dañino
que fuese el personaje, ya que al hacerlo nos rebajamos al nivel de aquello que
pretendemos combatir cuando se nos llena la boca con ciertos valores o
principios.
Sabemos,
y ya hemos hablado de ello en alguna ocasión, que lo correcto, lo
“políticamente correcto”, o “el buen rollo”, ya no vende. A quienes nos
empeñamos en mantener ciertas reglas básicas de educación y respeto se nos
acusa de hipócritas. Como si fuera necesario convertir la existencia en un
exabrupto diario y andar todo el santo día a ostias/hostias (dialécticas, y
desde el teclado de un ordenador, claro, donde la sangre no llega a salpicar)
Es predicar en el desierto. Otra cuestión es la del humor. Inevitable en este
país de chascarrillos donde triunfaban hasta los chistes sobre Irene Villa o
Miguel Ángel Blanco. Quienes conozcan al Eyaculador ya sabrán de su gusto,
pasión diríamos, por el humor. Además humor grueso, bestia, negro, hiriente,
cabrón e hijoputa. Pero aún así hay que tener cuidado. Este país sigue
padeciendo, y no hay más que echar un vistazo alrededor, de constantes tics
machistas, racistas, homófobos… nos hemos creído que podemos reírnos de todo y
pasar por encima de ciertas sensibilidades. No hay más que recordar como los
humoristas más exitosos y habituales en nuestras pantallas recurrían al
“mariquita”, el gangoso, y por supuesto, el clásico “un español, un alemán y un
francés” No crean que me la cojo con papel de fumar, e insisto en que a bruto
pocos ganan a este Eyaculador que junta estas letras, simplemente trato de
comprender y analizar la particular idiosincrasia que nos ha llevado a ser un
país muy atrasado en ciertos temas (especialmente racismo y machismo)
No
podemos obviar la colección de personajes que, con el cadáver caliente de la
finada sobre la mesa, sacaron a pasear sus miserias buscando obtener algún
rédito para sus miserables argumentaciones. Mis dos favoritos, Isabel San Sebastián y Luis Salom.
La
primera es una de esas personas que va más allá de cualquier ideología. Es
ella, y punto. Mamporrera profesional, da la sensación que desde que se levanta
hasta que se acuesta su único pensamiento es odiar, odiar y odiar.
Preferiblemente “rojos”, su obsesión favorita. Pero le vale todo, incluso parte
de la actual derecha española, demasiado “blanda” para esta periodista de
coraza y munición pesada. Su diagnóstico fue claro e inamovible: crimen
político e ideológico. Asesinada por su cargo y relevancia dentro del Partido
Popular. Poco importó que las informaciones que iban llegando hablasen de una
militante del mismo partido que la triste protagonista, militante activa y
parte de unas listas electorales en 2007. No se movió un ápice de su postura, y
como no, en su victimismo habitual, no tardó en acusar a todo quien la
contradecía de intolerante, filonazi y un largo etcétera. Que el infierno sean
siempre los otros.
El
segundo (no confundir con el piloto de motociclismo de mismo nombre) es un
cachorro desbocado con muchas ganas de hacer carrera a toda costa. Nada menos
que responsable de redes sociales del PP en Valencia (es decir, un cargo que en
un mundo normal debería ir acompañado de cierto talante democrático, respeto y
educación), se está convirtiendo en una celebridad en la cosa esa del twitter gracias
al rebuzno constante y la provocación de baratillo. Su feliz ocurrencia ayer no
fue otra que la de culpar a la revista El Jueves por el asesinato, debido al
título honorífico de “Gilipollas de la semana” con el que la revista obsequió a
la presidenta después de que ésta afirmara que la población estaba encantada
con el copago farmacéutico. Tras esa desafortunadísima relación causa-efecto,
como pueden imaginar, su reacción, lejos de pedir disculpas o admitir su error,
fue la de atrincherarse en el recurrente victimismo y acusar a todo crítico de
practicar el linchamiento con su persona, acuñando términos tan infantiles como
el de “la progre inquisición”. Ya conocen el truco. Usted suelte el mayor
disparate posible, que cuando vengan a pedirle explicaciones, puede recurrir a
una conspiración de rojos, progres y judeomasones que vienen a lincharle por
expresarse libremente y decir esa verdad que nadie quiere oír. Hay que echarle
morro a la vida. Llegará lejos en su carrera política. Además Luis Salom
debería saber que el título de “Gilipollas de la semana” de El Jueves es una
cosa muy seria que no es otorgado a cualquiera. Hay gente que se tira toda la
vida opositando a ello y no lo consigue. La competencia es demasiado
grande.
Estos
son los dos ejemplos que más me llamaron la atención, aunque hay donde elegir.
De todos los colores. En todos los casos estamos ante lo mismo y de lo que
realmente quería hablar en esta entrada: la insensibilidad ante un asesinato.
El escaso valor que le damos a la vida. La banalización de la violencia. La
normalización en la sangre derramada. La comprensión hacia una vuelta de la
“dialéctica de los puños y las pistolas”, que proclamaba José Antonio Primo de
Rivera (y es que este país parece empeñado en volver a pasos agigantados hacia
lo peor de su pasado)
A
pocas horas del conocimiento del asesinato de Isabel Carrasco, cenábamos con la
noticia, mucho más inadvertida, de una nueva tragedia humanitaria en aguas del
Mediterráneo, camino de la costa siciliana de Lampedusa. 400 inmigrantes africanos
naufragaban en busca de un futuro, no vamos a decir mejor, si no simplemente en
busca de un futuro que no existe para ellos. Hasta el momento son 17 los
muertos.
Difícilmente
podremos crear la necesaria conciencia social en nuestra sociedad ante este
tipo de noticias, por desgracia tan frecuentes, cuando somos incapaces de
horrorizarnos ante un crimen delante de nuestras propias narices.
La
humanidad, esa a la que se refería el poeta metafísico John Donne en la cita
con la que hemos abierto esta entrada, sigue disminuyendo.
El drama que no cesa. |
El infierno son siempre los otros. Muy bueno.
ResponderEliminar¡¡Bravo!! lo único que puedo escribir a tal hilado de palabras.
ResponderEliminarEsa insensibilidad de la que habla el texto, sorprendentemente, la he sentido en mis carnes alguna vez, cosa que me asusta.
En ese momento que lo sientes, puedes pensar que la sociedad, los medios de comunicación, el bombardeo constante de estupidez humana nos hace insensibles a nosotros mismos... pero... ¿es nuestra condición humana un propio fallo del sistema? ¿de nuestra evolución?
No, es perfectamente lógico, dentro de la ilógica de la condición humana, siempre contradictoria, que a veces suframos de insensibilidad, o peor todavía, de sensibilidad negativa y nos alegremos de las desgracias ajenas... y es precisamente por eso que debemos luchar para no caer en ello.
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