Por
parte gala, en la portería Víctor Hugo, guardamallas de amplia trayectoria y
recorrido, hábil con los pies y a la hora de de ordenar a la zaga.
Una
zaga en la que el plúmbeo Honore de Balzac, dando bocados de realidad, se
convierte en el jefe de la defensa, claro que a su lado el naturalista Emile
Zola es igualmente expeditivo y no se anda por las ramas. Ambos conforman una
de las mejores parejas de centrales del continente. En los laterales, por la
derecha Celine y por la izquierda Paul Eluard, hacen suyas las bandas de manera
moderada sin perder el equilibrio. En el centro del campo el inmenso Theophile
Gautier, capitán de la escuadra, crea juego de manera generosa para el
lucimiento colectivo de sus compañeros, ahí a su lado se manejan Andre Breton,
siempre imprevisible en su juego, y Jean Paul Sastre, contrapunto de cordura al
genio iluminativo y creacionista de sus compañeros. Los franceses apuestan por
un 4-3-3 que culmina con su deslumbrante tripleta atacante compuesta por Baudelaire,
Rimbaud y Verlaine, cuyas ráfagas luminosas deslumbran sobre el tapete verde.
Gloria a esta selección de cisnes, unicornios y albatros, que en el banquillo
guarda otros genios como el resplandor Mallarmé, el juego a contrapelo de Huysmans
o Cocteau y su visión de juego, por no hablar del joven talento Boris Vian
esperando su oportunidad. Con mano sabia el viejo Rabelois ve reconocida su
figura como padre de estos grillos maravillosos siendo el entrenador de la
escuadra gala.
Y
enfrente los teutones del ruido y la tormenta. Desprovistos del lirismo y la
fantasía de sus rivales, pero poseedores de un juego cerebral y pragmático. Salen
al terreno de juego protegiendo la portería con su gigantesco guardameta Arthur
Schopenhauer, arquero de gran envergadura que provoca el pavor entre los
delanteros rivales. Su pareja de centrales es expeditiva y pragmática a partes
iguales. Nietzche, el duro capitán, filosofa con el martillo y hace bueno el
dicho “pasa el balón, pero no el jugador”, mientras que a su lado Kant saca el
balón con maestría, con ese toque empírico y racional de prusiano viejo. Holderlin
maneja la banda diestra con sus cabalgadas románticas, mientras que la
siniestra pertenece a un E.T.A. Hoffman cuyo gótico azote castiga al
sorprendido rival. Los alemanes se hacen fuertes en el centro del campo. Thomas
Mann oye cantos de sirena para vestir otras zamarras, pero de momento dirige la
orquesta alemana junto a Hermann Hesse formando ambos un sólido doble pivote
donde los haya. Erich Maria Remarque impone su serenidad al lado de los dos
mencionados trabajando entre el medio volante y la media punta, mientras que
las alas quedan para la creatividad de Heine y Rilke, capaces de intercambiarse
de banda ante la sorpresa de rivales y espectadores. Como ven Alemania apuesta
por un 4-5-1 donde la vanguardia, la punta de ataque, queda en los pies de la
joven promesa Bertold Brecht, contundente y creativo a partes iguales. En el
banquillo germano abundan los pensadores de la pelota, Mendelssohn, Hegel, Schelling
o Heidegger, junto a jóvenes valores del juego creativo como Heinrich Boll o
Gunter Grass. Pero la figura más reconocida internacionalmente en la selección
alemana la encontramos en la dirección técnica, donde Johann Wolfgang von
Goethe confiere aureola de ilustrismo al recio combinado teutón. No puede haber
entrenador más respetado y venerado por todos los que comprenden el arte que
encierra este deporte.
Mann y Hesse, el doble pivote alemán. |
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