La cita con la que abrimos la entrada quedó
grabada a fuego en la memoria de los buenos cinéfilos desde que un Kirk Douglas
en estado de gracia la pronunciase en 1957 en el alegato antibelicista de
Stanley Kubrick “Senderos de Gloria”. Douglas, por aquel entonces en el mejor
momento de su carrera, interpreta al Coronel Dax, un militar del ejército
francés durante la I Guerra Mundial con un alto sentido del honor y un elevado
concepto acerca de la dignidad humana. Un coronel humanista asqueado de ver
como la humanidad se mata entre sí misma al servicio de los intereses de
gerifaltes apoltronados, y de como esos viejos conceptos de Dios y patria
siguen cegando a los hombres para seguir siendo instrumentos al servicio del
poder. La frase la escupe Dax a la cara de uno de sus superiores, el General
Mireau, quien había aludido al patriotismo como pretexto para mandar a los
hombres de Dax a una muerte segura en la imposible tarea de alcanzar una colina
tomada por el ejército alemán, y recuerda la autoría de la misma al Doctor
Samuel Johnson, reconocido intelectual inglés del siglo XVIII. Para Dax, dentro de su ideario humanista e idealista, ningún hombre debería morir por una bandera, y mucho menos si eso supone seguir contribuyendo a lo que no deja de ser un negocio y una manera de manejar el poder.
Aunque el concepto de “patriotismo” suene hoy día
rancio, trasnochado, y evocador de los malditos totalitarismos que tanto daño
hicieron a la Europa del siglo XX, los ecos de la “menos perspicaz de las
pasiones”, que decía Borges, siguen presentes en los discursos victimistas de
los nacionalismos, grandes escaleras hacia el poder de esos miserables, esos
canallas de los que hablaba Johnson, capaces con ello de envolver en celofán
sus discursos maliciosos basados en derribar puentes entre los seres humanos en
vez de construirlos.
Coronel Dax: un idealista entre trincheras. |
No puedo evitar pensar que el nacionalismo es una
ideología que lastra al ser humano, aunque también, e igualmente por
convicción, debo respetar todas las sensibilidades. España es un gran
nacionalismo en sí, y a su vez una suma de nacionalismos, todos ellos, en mi
opinión, igual de perjudiciales. Un país que se enorgullece, nos aseguran desde
el rancio nacionalismo españolista, de su multipluralidad y tolerancia. Una
tolerancia que desaparece en cuanto uno se sale del discurso único, porque por
mucho que nos engañen sólo siguen aceptando una idea de España: la suya.
El último ejemplo lo hemos visto con el sonado
caso Fernando Trueba. En su discurso de recogida por su (merecido) Premio
Nacional de Cinematografía, quien sabe si buscando epatar, ser original y
superar aquello de Dios y Billy Wilder en la entrega de los oscars, o
simplemente hacer reflexionar a sus compatriotas, aseguró no haberse sentido
español ni cinco minutos de su vida. Una inocente reflexión (admito que lo de desear
que hubiéramos perdido la guerra contra los franceses ya es pasarse de
provocador, oiga, que aquí “Curro Jiménez” ha dejado mucha huella) la cual, no
podía ser de otro modo, enseguida abrió la caja de los truenos de los
españolistas de toda la vida, los que van sin careta, pero también evidenció
que muchos presuntos aperturistas, convencidos de que defienden la libertad de
pensamiento y comprenden este mundo moderno en el que habitamos, siguen
viviendo poseídos por sus viejos tics de siempre. Y por encima de todo, claro,
el topicazo del “progre” al que hay que sacudir como a una estera. Y es que si
no existiera gente como Trueba, habría que inventarla.
¡Qué vergüenza, qué bochorno, qué sofoco, qué
indecencia! ¡Un artista español recogiendo un premio y una suma de 30000 euros
(de los cuales parte irán a parar a las arcas públicas en forma de impuestos,
digo yo, ya que qué yo sepa el señor Trueba no tiene cuentas en Suiza, cosa que
no se puede decir de un buen número de voceros que han criticado su falta de “patriotismo”)
renegando de la Madre Patria! ¡Herejía, excomunión, anatema! Parecen no darse
cuenta de que ese premio se entrega por la calidad de la obra (indiscutible en el caso de Trueba) desarrollada
a lo largo de una carrera (en ese sentido, si podría ser criticable que Bayona,
con sólo dos largometrajes a sus espaldas, lo recibiera hace un par de años,
pero nunca un cineasta del largo recorrido de Trueba), no por una mayor o menor
españolidad o patriotismo. Los méritos cinematográficos de Fernando Trueba están
muy por encima del pensamiento ideológico o político que pudiera tener, que por
cierto, tampoco es hombre de pronunciarse excesivamente en ese campo. No es
Trueba, por otro lado, de esos cineastas cuyas películas hundan la industria.
Sin ser un fabricante de “blockbusters” ni habitualmente reventar las
taquillas, sus trabajos tienen buena acogida entre el público, aunque parece
haber perdido fuelle en los últimos años. No queremos recurrir al manido “y tú
más”, pero cuando se acusa alegremente a Trueba (como a tantos otros artistas españoles)
de ser un parásito (les invito a quienes hacen tales afirmaciones a que prueben
a involucrarse en la confección de una película, desde su principio hasta el
último día de rodaje, y después me cuenten si les parece un trabajo de “parásitos”),
hay que recordar que el record de una subvención de dinero público para una
película lo sigue ostentando José Luís Garci, quien recibió 15 millones de
euros (el coste total ascendió a 16,5 millones, con la campaña publicitaria)
para realizar por encargo de Esperanza Aguirre, cuando era presidenta de la
Comunidad de Madrid, la película, de, curiosamente inequívoco tinte patriota, “Sangre
de Mayo”, en la que se ensalza la lucha de los españoles contra el invasor
francés. Esos 15 millones de euros, lo han adivinado, salieron de los bolsillos
públicos. Lo más dantesco del caso es que la película recaudó 700000 euros. La
señora Aguirre, otra nacionalista patriotera disfrazada de liberal, sigue hoy
día dando lecciones sobre cómo ser buenos españoles.
Este país reparte premios culturales y de todo
tipo a personalidades de todo el mundo (piensen en el Príncipe, ahora Princesa,
de Asturias, por ejemplo) Coppola ha recibido el de Las Artes de este mismo
año, un premio igualmente cuantioso (50000 euros) y también pagado con nuestros impuestos.
Quizás habría que pedirle al director de “El Padrino” que, para contentar a la
turba enfurecida, intente sentirse español un poquito, aunque sea sólo cinco
minutos de su vida, para compensar el desagravio de nuestro Trueba. A lo mejor
incluso en Suecia se plantean que el próximo Nobel de Literatura, aunque sea
ruandés, deba sentirse sueco por unos instantes, no se vayan a enfadar los
patriotas de turno. Claro que otra cosa es ir provocando, y decir, qué sé yo,
que Ikea es un invento del demonio.
Un premio en rojigualda. |
Y es que en ese sentido admito que puedo
comprender el enfado del patriota de toda la vida. Del que va sin careta. El
que no tolera un insulto a su patria. Pero resulta chirriante ver el rasgarse
las vestiduras a quienes predican por un mundo en el que cada vez tengan menor
razón de ser las naciones, los estados, las patrias, y las fronteras, pero les
sale el tic casposo de “España sólo hay una” a la menor ocasión. Buscan malabarismos
argumentales para defender su postura de que sí, que son muy liberales, modernos,
y abiertos de mente, pero lo de Trueba
es una vergüenza nacional (por “progre”, rojo, intelectual y bizco) Se habla de
que es un insulto al resto de los españoles (con que poco se sienten insultados
algunos), que si no se siente español devuelva el premio (premio entregado,
repetimos, por sus méritos como cineasta, no por lo que piense o deje de
pensar), ese pensamiento de boina enroscada que quiere echar a Piqué de la
selección española de fútbol, o que sufriría un pasmo si Guardiola relevase a
Vicente del Bosque (¿qué hacemos entonces con todos los entrenadores que son
seleccionadores en países dónde no han nacido?, si quieren aplicar el argumento
de la “raza” a los futbolistas, ¿lo aplicamos también a médicos,
fisioterapeutas, jefes de prensa, asesores jurídicos y un largo etcétera?), al
final, con toda su modernidad, no reclaman más que un “España para los
españoles”. Conozco hombres, o nacidos hombres, que se sienten mujeres, y
viceversa, y no creo que supongan un insulto al resto de los hombres que si nos
sentimos hombres, ni que sea un escándalo que se aprovechen de las ventajas o
inconvenientes de serlo.
Yo me siento español, y en ningún momento me han
ofendido las palabras de Trueba. Más bien al contrario me han servido de
reflexión para seguir comprendiendo a este país en el que algunos tipos de
sinceridad salen caros. Un país anclado a la barra del bar y con la boina
prieta. Les voy a confesar una cosa. Yo he nacido en Ponferrada, y sin embargo,
y después de 42 años de vida, jamás me he sentido leonés. Nunca. ¿Por qué? Ni
yo mismo lo sé explicar. Cierto que de joven me sentí atraído por ideas
bercianistas, lindantes con el nacionalismo, por suerte ya superadas.
Vendíamos, como no, victimismo: León era el culpable de todos nuestros males.
Al igual que el leonesismo vende que Valladolid es el culpable de todos los
suyos. Despojado, afortunadamente, de aquella distorsión de la realidad, no
encuentro por otro lado ningún vínculo con la tierra leonesa. Todo ello amando
profundamente la ciudad de León, una de las que más me ha hecho disfrutar a lo
largo de mi vida, y en la que conservo grandes amigos. Sinceramente dudo que
ninguno de ellos se sienta ofendido porque no me sienta leonés.
Vienen a mi mente ahora las palabras de ese
abyecto personaje llamado Alfonso Ussía (otro que usa el disfraz de liberal
para intentar disimular su nacionalismo españolista recalcitrante), afirmando
con orgullo su francofobia y anglofilia, cual si hablase de equipos de fútbol,
de ser antimadridista y barcelonista, o viceversa, y eso le hiciese mejor
persona (créanme, hay gente que juzga a los demás seres humanos por ser de un
determinado equipo de fútbol, esto es lo que pasa cuando te enroscas la boina
en la cabeza bien a tope, no sea que te fluya la sangre en el cerebro y te dé
por empezar a pensar por ti mismo, en vez de seguir los cuatro dogmas de fe que
te llevan inculcando toda la vida) Qué triste manera de lastrarse uno mismo, de
condicionarse, de limitarse. Cómo si no pudiera disfrutar por igual de
Baudelaire que de Wilde, o no fuera capaz de comprender la carga icónica tanto
de un Fantomas como de un Sherlock Holmes. Resulta especialmente sangrante el
complejo francófobo de este país, que sale relucir de manera patética y
patriotera en las competiciones deportivas, cuando sacamos al primate que
llevamos dentro para enarbolar la banderita y celebrar que “nos hemos follao” a
los franceses. 200 años después de la Guerra de La Independencia seguimos
totalmente acomplejados por aquello. Anclados en un primitivismo ideológico a
la altura de un Francisco, aquel meloso cantante que ahora, como no, también se
ha subido al carro del (falso) liberalismo, para contribuir al despropósito de
la España cainita asegurando que no comprará ningún producto catalán. Ya
puestos pidamos un embargo y un bloqueo para Cataluña, eso sí que es de buenos
liberales.
Y es que este tipo de nacionalismo exacerbado, este
viejo patriotismo, no difiere demasiado entre sus distintas caras. Sólo cambia
el color de la bandera o la música del himno. El discurso es el mismo. Las
grotescas y rabiosas actitudes españolistas y su odio hacia el catalanismo esconden
la misma perversidad que las del catalanista que desprecia lo español.
Hagan conmigo este ejercicio mental de desarrollar
una hipótesis. Pensemos por un momento que algún reconocido artista catalán
recibe un premio otorgado por la Generalitat como reconocimiento a su carrera,
y en el discurso de recogida del mismo, sorprendiese afirmando que nunca se ha
sentido catalán. Bien podría ser un Albert Boadella, o incluso un Loquillo, que
es un catalán más madrileño que el chotis. El sonido de los tambores de guerra
retumbaría por toda España. Linchamiento y petición de deportación por parte de
los nacionalistas catalanes… pero aplausos y vítores por parte de los que ahora
crucifican a Trueba. Y esto es lo triste, los nacionalistas que ahora lapidan
al director madrileño por su desafecto al país, celebrarían la valentía del
artista catalán que públicamente airease su falta de sentimiento nacionalista
para con esa tierra. Cambien a Trueba por Boadella, y la palabra “España” por “Cataluña”,
y mantengan todo lo demás. Donde ahora tienen ataques aparecerían muestras de
apoyo.
Y es que los patriotas siempre encontrarán una
bandera por la que luchar.
Patriotas de distinto pelaje luchando por su bandera |