lunes, 6 de julio de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XLV): EL USO DE LAS MASCARILLAS








Una de las lecturas ideales para haber hecho más llevadero el terrible confinamiento cuya segunda parte se atisba en el horizonte bien puede haber sido el ensayo humorístico “Cosas que importan” de Mr. Bratto, conocido personaje del “underground” cultural y especialmente musical quien recopilaba en esta obra una colección de textos en los que retrataba de manera irónica muchas de las costumbres de la ciudadanía española… gastronomía, deporte, política o el mundo de las “celebrities” pasaban por esas páginas diseccionadas con el pertinaz ingenio del autor.



A la espera de que el procaz analista asturiano ofrezca su particular visión de los nuevos usos y costumbres que ha traído la llamada “nueva normalidad” (cosa que quizás ya lo esté haciendo), me voy a permitir, a modo de pequeño guiño a su estilo, hacer un repaso sobre lo que ya se ha convertido en un elemento más de nuestro paisanaje humano. Me refiero al desfile de viandantes con mascarilla en la mayoría de los casos cubriendo cualquier parte del cuerpo excepto las vías respiratorias, boca y nariz. Estos son los principales tipos con los que nos podremos encontrar cualquiera de estos días que salgamos a pasear por las calles de nuestro soleado país:



EL FUMETA: consiste en ese individuo que constantemente pasea con un cigarrillo prácticamente consumido a punto de calcinar sus dedos, con la mascarilla bajada cubriendo el papo para poder satisfacer su adicción mientras tose a tu lado y para sus adentros piensa (“anda ya el coronavirus de los cojones… me va a matar a mí el bicho ese si no me ha matado fumar cinco paquetes de “trujas” diarios”) Es el mismo personaje que en un ALSA Madrid-Coruña de la clase “Sufra” (el que para hasta en Pedrafita do Cebreiro) se baja constantemente del autocar a la menor oportunidad para dar dos caladas de mierda al cigarro y tirarlo, llegando a gastar 17 cajetillas de Ducados en las 19 horas que dura el viaje.



EL PAPICHULO: este espécimen pasea orgulloso con su mascarilla alrededor de su bronceado bíceps cual si fuese la escarapela de capitán del equipo de rugby de Los Jabatos de Trabadelo mientras camina con sus piernas arqueadas como si acabase de desmontar el caballo de Santiago Abascal.



EL DEL ORGULLO FRIKI: a diferencia del adicto a las tragaperras o del fan de Vetusta Morla, el “friki” no tienen ningún problema en reconocer su condición. Al contrario, se enorgullece de haber llenado su mollera con datos tan interesantes como la sucesión de reyes de algún imaginario reino de hace 500 siglos salido de la imaginación de algún barbudo y gordiflón escritor de la tan manida “fantasía heroíca” donde se bebía y follaba mucho porque en cualquier momento podía pasar por encima un dragón que te chamuscara al estornudar sin querer. Por eso ha aprovechado la ocasión pandémica para exhibir su frikismo con todo tipo de alocados motivos, especialmente de estilo gótico o tenebroso para incomodar a los mayores que no entienden a estos jóvenes inquietos de 45 años. Especialmente celebrada es la mascarilla con siniestra y sardónica sonrisa a lo Joker.



EL FASHION VICTIM: esa especie de hijo secreto de Agatha Ruíz de La Prada y Palomo Spain siempre en la vanguardia de la moda, también ha sido capaz de aprovechar el momento para volver a demostrar su osadía y siguiendo el audaz eslogan de la gente moderna, “el que no arriesga no gana” se ha lanzado a las calles con todo tipo de mascarillas de colores arriesgados y diseños imposibles, henchido de orgullo y sonriendo para sus adentros sabiéndose receptor de las miradas del ignorante y plomizo vulgo.



EL SUPERVIVIENTE DE UNA GUERRA NUCLEAR: ¿por qué conformarse con una mascarilla higiénica facturada con un papel más fino que el del siempre imprescindible librillo Smoking?, la pandemia es una magnífica oportunidad para pasear por nuestras calles como si acabases de actuar de extra en “MAD MAX XVII: EL TRUMPISMO CONTRA LA PESTE CHINA” y lucir esas aparatosas máscaras anti-gas compradas en plena Guerra Fría o aquella noche en la que te metiste borracho en Wallapop porque el chat de divorciadas despechadas estaba caído. Poco importan los 38 grados al sol cuando se trata de lucir esa estética post-nuclear que llevabas décadas esperando.



EL SNORKEL: a menudo confundido con David Vidal cuando bucea en Sancti Petri, el mayor exponente es el alcalde anteriormente conocido como “Carapolla”, Martínez Almeída. Una vez resuelta la duda sobre si se trata de un viandante protegiéndose del virus o el comandante Cousteau recién bajado del Calypso para tomarse unos chatos en el chigre más próximo es difícil no empatizar con ese sufrido ciudadano a las que las circunstancias le obligan a lucir menos piel facial que en un baile de fin de curso del Estado Islámico.



EL ESPAÑOLAZO: se trata de un sujeto que de habitual vive en una constante orgía rojigualda. Desde la ropa interior hasta la taza con la que se toma su café leyendo La Razón, todos sus “ítems” tienen el mismo estampado de dos franjas rojas con una amarilla en medio, mientras se queja amargamente de que en España está prohibido lucir la bandera española. Como no podía ser de otro modo no concibe otra mascarilla que no lleve plasmada nuestra enseña… para seguir quejándose de que en España está prohibido lucir la bandera española. A veces puede confundirse con el espécimen “papichulo”, porque gusta de colocarse la mascarilla también en el codo, e incluso con el “fumeta” porque en ocasiones puede vérsele fumando un puro Lancero (con la vitola rojigualda, por supuesto), porque aunque uno sea fachilla sabe apreciar las cosas buenas de Cuba, como el turismo sexual o los habanos.



EL REIVINDICATIVO: es una especie de vuelta de tuerca del caso anterior. Se trata de un sujeto que vive las 24 horas del día buscando una causa por la que indignarse y a ser posible aludiendo a una constante falta de libertad de expresión que le tiene amordazado. Aprovecha la ocasión para lucir en sus mascarillas distintos lemas reivindicativos sobre temas sensibles, como independencia para los “paisos catalans”, que vuelva Valtonyc, Bartomeu dimisión, liberad a Willy, la dieta de Chicote o que en Malasaña siempre pinchan los mismos.



EL SU MADRE QUÉ NERVIOS: personaje que vive en una constante contradicción y duda existencial alrededor de su mascarilla, padeciendo un insoportable diálogo interior que le eleva a la categoría de los grandes héroes trágicos tipo Hamlet, Don Quijote o Andrés Pajares (“¿y ahora qué hago?, ¿me la pongo?, ¿me la quito?, ¿me la pongo del revés’, ¿le doy doble vuelta y tirabuzón?, ¿y si me mira mal ese anciano constreñido por pasar a su lado?”), con lo cual su transitar es un constante colocar y descolocar la prenda que hace que cuando estés a su lado te acuerdes de aquello del famoso chiste de la óptica del gran Eugenio: “diu: vamos a ver, se está usted poniendo nervioso y me está poniendo nervioso a mí”



EL FARLOPÍN: en ocasiones puede confundirse con el sujeto anterior (sobre todo en lo referente a Andrés Pajares) debido a sus constantes y nerviosos tics, aunque se le reconoce por un inconfundible movimiento mandibular que pone a prueba la resistencia y elasticidad de la sufrida mascarilla, especialmente un domingo por la mañana y si hay alguna cámara de “Callejeros” en los alrededores.



EL SOCIÓPATA: el más afortunado. La pandemia le ha venido mejor que al Duque de Feria la apertura de una guardería enfrente de su casa. No sólo le ha permitido cagarse en todo quisqui y dejar clara su postura sobre la humanidad y sus congéneres, sino que además se ha librado de la odiosa costumbre de dar besos y abrazos a los conocidos o incluso del incómodo apretón de manos, habitualmente con manos sudadas y a cuyo propietario le es fácil imaginarlo sacándose pelotillas del ombligo cinco minutos antes. Además gracias a la mascarilla puede ir insultando por lo bajini y sacando la lengua a todo aquel que pasa a su lado sin que ni usted ni yo nos enteremos.





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