Una
de las lecturas ideales para haber hecho más llevadero el terrible
confinamiento cuya segunda parte se atisba en el horizonte bien puede
haber sido el ensayo humorístico “Cosas que importan” de Mr.
Bratto, conocido personaje del “underground” cultural y
especialmente musical quien recopilaba en esta obra una colección de
textos en los que retrataba de manera irónica muchas de las
costumbres de la ciudadanía española… gastronomía, deporte,
política o el mundo de las “celebrities” pasaban por esas
páginas diseccionadas con el pertinaz ingenio del autor.
A la
espera de que el procaz analista asturiano ofrezca su particular
visión de los nuevos usos y costumbres que ha traído la llamada
“nueva normalidad” (cosa que quizás ya lo esté haciendo), me
voy a permitir, a modo de pequeño guiño a su estilo, hacer un
repaso sobre lo que ya se ha convertido en un elemento más de
nuestro paisanaje humano. Me refiero al desfile de viandantes con
mascarilla en la mayoría de los casos cubriendo cualquier parte del
cuerpo excepto las vías respiratorias, boca y nariz. Estos son los
principales tipos con los que nos podremos encontrar cualquiera de
estos días que salgamos a pasear por las calles de nuestro soleado
país:
EL
FUMETA: consiste en ese individuo que constantemente pasea con un
cigarrillo prácticamente consumido a punto de calcinar sus dedos,
con la mascarilla bajada cubriendo el papo para poder satisfacer su
adicción mientras tose a tu lado y para sus adentros piensa (“anda
ya el coronavirus de los cojones… me va a matar a mí el bicho ese
si no me ha matado fumar cinco paquetes de “trujas” diarios”)
Es el mismo personaje que en un ALSA Madrid-Coruña de la clase
“Sufra” (el que para hasta en Pedrafita do Cebreiro) se baja
constantemente del autocar a la menor oportunidad para dar dos
caladas de mierda al cigarro y tirarlo, llegando a gastar 17
cajetillas de Ducados en las 19 horas que dura el viaje.
EL
PAPICHULO: este espécimen pasea orgulloso con su mascarilla
alrededor de su bronceado bíceps cual si fuese la escarapela de
capitán del equipo de rugby de Los Jabatos de Trabadelo mientras
camina con sus piernas arqueadas como si acabase de desmontar el
caballo de Santiago Abascal.
EL
DEL ORGULLO FRIKI: a diferencia del adicto a las tragaperras o del
fan de Vetusta Morla, el “friki” no tienen ningún problema en
reconocer su condición. Al contrario, se enorgullece de haber
llenado su mollera con datos tan interesantes como la sucesión de
reyes de algún imaginario reino de hace 500 siglos salido de la
imaginación de algún barbudo y gordiflón escritor de la tan manida
“fantasía heroíca” donde se bebía y follaba mucho porque en
cualquier momento podía pasar por encima un dragón que te
chamuscara al estornudar sin querer. Por eso ha aprovechado la
ocasión pandémica para exhibir su frikismo con todo tipo de
alocados motivos, especialmente de estilo gótico o tenebroso para
incomodar a los mayores que no entienden a estos jóvenes inquietos
de 45 años. Especialmente celebrada es la mascarilla con siniestra y
sardónica sonrisa a lo Joker.
EL
FASHION VICTIM: esa especie de hijo secreto de Agatha Ruíz de La
Prada y Palomo Spain siempre en la vanguardia de la moda, también ha
sido capaz de aprovechar el momento para volver a demostrar su osadía
y siguiendo el audaz eslogan de la gente moderna, “el que no
arriesga no gana” se ha lanzado a las calles con todo tipo de
mascarillas de colores arriesgados y diseños imposibles, henchido de
orgullo y sonriendo para sus adentros sabiéndose receptor de las
miradas del ignorante y plomizo vulgo.
EL
SUPERVIVIENTE DE UNA GUERRA NUCLEAR: ¿por qué conformarse con una
mascarilla higiénica facturada con un papel más fino que el del
siempre imprescindible librillo Smoking?, la pandemia es una
magnífica oportunidad para pasear por nuestras calles como si
acabases de actuar de extra en “MAD MAX XVII: EL TRUMPISMO CONTRA
LA PESTE CHINA” y lucir esas aparatosas máscaras anti-gas
compradas en plena Guerra Fría o aquella noche en la que te metiste
borracho en Wallapop porque el chat de divorciadas despechadas estaba
caído. Poco importan los 38 grados al sol cuando se trata de lucir
esa estética post-nuclear que llevabas décadas esperando.
EL
SNORKEL: a menudo confundido con David Vidal cuando bucea en Sancti
Petri, el mayor exponente es el alcalde anteriormente conocido como
“Carapolla”, Martínez Almeída. Una vez resuelta la duda sobre
si se trata de un viandante protegiéndose del virus o el comandante
Cousteau recién bajado del Calypso para tomarse unos chatos en el
chigre más próximo es difícil no empatizar con ese sufrido
ciudadano a las que las circunstancias le obligan a lucir menos piel
facial que en un baile de fin de curso del Estado Islámico.
EL
ESPAÑOLAZO: se trata de un sujeto que de habitual vive en una
constante orgía rojigualda. Desde la ropa interior hasta la taza con
la que se toma su café leyendo La Razón, todos sus “ítems”
tienen el mismo estampado de dos franjas rojas con una amarilla en
medio, mientras se queja amargamente de que en España está
prohibido lucir la bandera española. Como no podía ser de otro modo
no concibe otra mascarilla que no lleve plasmada nuestra enseña…
para seguir quejándose de que en España está prohibido lucir la
bandera española. A veces puede confundirse con el espécimen
“papichulo”, porque gusta de colocarse la mascarilla también en
el codo, e incluso con el “fumeta” porque en ocasiones puede
vérsele fumando un puro Lancero (con la vitola rojigualda, por
supuesto), porque aunque uno sea fachilla sabe apreciar las cosas
buenas de Cuba, como el turismo sexual o los habanos.
EL
REIVINDICATIVO: es una especie de vuelta de tuerca del caso anterior.
Se trata de un sujeto que vive las 24 horas del día buscando una
causa por la que indignarse y a ser posible aludiendo a una constante
falta de libertad de expresión que le tiene amordazado. Aprovecha la
ocasión para lucir en sus mascarillas distintos lemas
reivindicativos sobre temas sensibles, como independencia para los
“paisos catalans”, que vuelva Valtonyc, Bartomeu dimisión,
liberad a Willy, la dieta de Chicote o que en Malasaña siempre
pinchan los mismos.
EL SU
MADRE QUÉ NERVIOS: personaje que vive en una constante contradicción
y duda existencial alrededor de su mascarilla, padeciendo un
insoportable diálogo interior que le eleva a la categoría de los
grandes héroes trágicos tipo Hamlet, Don Quijote o Andrés Pajares
(“¿y ahora qué hago?, ¿me la pongo?, ¿me la quito?, ¿me la
pongo del revés’, ¿le doy doble vuelta y tirabuzón?, ¿y si me
mira mal ese anciano constreñido por pasar a su lado?”), con lo
cual su transitar es un constante colocar y descolocar la prenda que
hace que cuando estés a su lado te acuerdes de aquello del famoso
chiste de la óptica del gran Eugenio: “diu: vamos a ver, se está
usted poniendo nervioso y me está poniendo nervioso a mí”
EL
FARLOPÍN: en ocasiones puede confundirse con el sujeto anterior
(sobre todo en lo referente a Andrés Pajares) debido a sus
constantes y nerviosos tics, aunque se le reconoce por un
inconfundible movimiento mandibular que pone a prueba la resistencia
y elasticidad de la sufrida mascarilla, especialmente un domingo por
la mañana y si hay alguna cámara de “Callejeros” en los
alrededores.
EL
SOCIÓPATA: el más afortunado. La pandemia le ha venido mejor que al
Duque de Feria la apertura de una guardería enfrente de su casa. No
sólo le ha permitido cagarse en todo quisqui y dejar clara su
postura sobre la humanidad y sus congéneres, sino que además se ha
librado de la odiosa costumbre de dar besos y abrazos a los conocidos
o incluso del incómodo apretón de manos, habitualmente con manos
sudadas y a cuyo propietario le es fácil imaginarlo sacándose
pelotillas del ombligo cinco minutos antes. Además gracias a la
mascarilla puede ir insultando por lo bajini y sacando la lengua a
todo aquel que pasa a su lado sin que ni usted ni yo nos enteremos.
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