"I can't seem to face up to the facts
I'm tense and nervous and I
Can't relax
I can't sleep 'cause my bed's on fire
Don't touch me I'm a real live wire"
I'm tense and nervous and I
Can't relax
I can't sleep 'cause my bed's on fire
Don't touch me I'm a real live wire"
("Psycho Killer" Talking Heads)
James Purefoy/Joe Carroll, el rostro del miedo. |
Entre
1827 y 1829 el genial opiómano inglés Thomas De Quincey escandalizaba a la
sociedad de su época asomándose en la publicación Blakwood’s Magazine con dos
artículos en los que cargado de fina ironía advertía del potencial artístico
del asesinato. Dos siglos después y viendo la fascinación que produce en
nuestra cultura la figura del psicópata y que el poder icónico de Ed Gein o
Charles Manson se cuela en la misma imaginería colectiva que los de Elvis
Presley o The Beatles, hay que reconocer que como en tantas otras cosas, De
Quincey, al igual que otros literatos “malditos”, fue un adelantado a su
tiempo.
He
seguido con enorme gozo los quince episodios que han compuesto la primera
temporada de la serie norteamericana del canal CTV The Following. Un espacio
que en la época de De Quincey hubiera sido tan controvertido y escandaloso como
su ensayo sobre la estética homicida, y hoy no pasa de ser un mero producto de
entretenimiento, pero que para quien esto escribe resulta tan fascinante que
creo que merece un puñado de líneas.
Hablamos
de una serie perversa, morbosa, sádica, insana y enfermiza. Si este tipo de
calificativos le producen al lector repelús, huya de este programa como un
ministro del PP de los periodistas. Si al contrario, como le sucede a este
humilde eyaculador de palabras, siente usted un gratificante cosquilleo al
tratar estos asuntos, encontrará en la serie un auténtico filón de buenos
momentos. Algo así como el perfecto tratado televisivo sobre los asesinos en
serie. Esta obra de ficción parte de una base realmente aterradora, la de que
cualquiera de nosotros puede ser un psicópata en potencia. Sobre todo si se
activan ciertos “resortes” de nuestra personalidad manipulados por mentes como
la del magnífico villano Joe Carroll, sobre el cual el actor James Purefoy
moldea una composición del personaje absolutamente arrebatadora, tanto es así
que se convierte en la gran baza de The Following. Un villano de antología.
Purefoy es un refinado y exquisito intérprete británico proveniente de la
prodigiosa cantera de la Royal Shakespeare Company (a la que perteneció, entre
otros y otras nuestra querida Diana Rigg, la inolvidable Emma Peel de Los
Vengadores y a quienes las generaciones más jóvenes pueden conocer por su
papel de Lady Olenna Redwine en Juego De Tronos) Disfruten de su trabajo en
versión original. Recréense con su vocalización perfecta y su dicción
incontestable. Paladeen cada vez que este villano entra en escena porque cada
segundo suyo en pantalla es memorable. Purefoy construye un psicópata creíble
sin necesidad de caer en el histrión. Sólo con su mirada y la sensación de
posesión de un egocentrismo insaciable el actor inglés logra crear uno de los
mejores psycho killers de la ficción de todos los tiempos. Frente a él da la
talla (¡y de qué manera!) un Kevin Bacon al que los años parecen sentarle muy
bien y se ha convertido en todo un FILF (lo que sería el equivalente masculino
a las MILFs) Quien fuera rostro habitual en muchas comedias juveniles
estadounidenses en las décadas de los 70 y 80 interpreta al hierático agente
del FBI Ryan Hardy, némesis de Carroll, en una interpretación contenida pero
plagada de fuerza. A través de los vidriosos ojos azules de Hardy contemplamos
un alma en constante lucha por no caer en el quebranto al que incita la mente
maestra de Joe Carroll y su retorcido plan de muerte y venganza. Purefoy y
Bacon mantienen un pulso actoral memorable, dos titanes en pleno estado de
forma.
El
enfrentamiento entre el recto Hardy y el malvado Carroll constituye el eje
central de la trama, simplificando ambos protagonistas las fuerzas del “bien” y
el “mal” respectivamente. Una confrontación en la que las segundas parecen
resultar triunfadoras, ya no sólo por el desconcertante final de la temporada
(que no vamos a desvelar) si no por la capacidad de Carroll para conseguir
aliados entre quienes debieran ser sus enemigos. “Nos hace sentir vivos”, “por
fin nuestras vidas adquieren sentido”, son los mantras esgrimidos por los
seguidores de este mesías del crimen, los cuales vienen a significar una
dolorosa realidad: sus vidas, anteriormente, eran un ejercicio de vacuidad. En
eso se basa la existencia de las sectas y su captación de miembros. La
fragilidad emocional de aquellos que se ven perdidos y necesitados de alguien
que les marque el rumbo. Y en ese sentido tanto puede valer una estrella del
fútbol o del rock como un mártir religioso o un serial killer… claro que en el
último caso las consecuencias pueden ser, evidentemente, funestas. El
escalofrío que produce The Killing adquiere fuerza en la evidencia de que en un
mundo globalizado y conectado entre todas sus neuronas las 24 horas del día la
figura del psicópata, del monstruo, tiene más posibilidades que nunca de alzar
la voz y ser escuchado (y lo que es peor, seguido) Ya no se trata de un Adolf
Hitler que se dirija a una nación haciendo un llamamiento al genocidio. Joe
Carroll, profesor de literatura y novelista fracasado con una patología
psicópata que le obliga a matar compulsivamente es capaz de reclutar un pequeño
ejército simplemente con la ayuda de ese instrumento que ha venido a cambiar
nuestras vidas: internet. Anodinos oficinistas, aburridas amas de casa,
rutinarios funcionarios, o jóvenes estudiantes en busca de emociones fuertes.
Cualquiera puede sentirse atraído hacia el lado oscuro de nuestras mentes y
desear abrir los habitáculos más retorcidos de nuestros pensamientos. Este es
básicamente el planteamiento de The Following, que deja para la posteridad
catódica algunos de los momentos más sádicos de la historia de la televisión
reciente (el niño secuestrado y aleccionado para el asesinato a raíz de primero
enseñarle el placer de matar pequeños animales mientras sonríe a una cámara
para que su madre sea testigo, o el acólito de Carroll que tras fracasar en una
misión se entrega cuchillo en mano a su líder para que obre con el sacrificio
de su vida, por citar dos de los más brillantes)
Y
esto es la ficción, pensarán algunos. Pero créanme que la realidad puede llegar
a ser mucho más aterradora que cualquier episodio de The Following. En Estados
Unidos cada hora se producen tres muertes por arma de fuego (y hablamos
únicamente de armas de ese tipo), siendo el país que domina de manera absoluta
el ranking de asesinos en serie (más del 70% de los casos) La fascinación que
producen estos personajes es notoria. Charles Manson (quien recordemos, no
llegó a asesinar a nadie con sus propias manos pero ejerció de instigador de
los crímenes de Cielo Drive) cuenta con numerosos clubes de fans alrededor de
todo el globo. El satánico hippie es posiblemente el caso más reconocido de
atracción por la figura maligna dentro de la cultura occidental. Pero en la
culta y educada Europa tampoco nos quedamos atrás. Ahí está el caso del noruego
Anders Breivik, el psicópata xenófobo de extrema derecha autor del asesinato de
77 personas en 2011, quien mantiene un activo contacto epistolar con su legión
de fans, o nuestro sangrante caso de Miguel Carcaño, asesino confeso de la
joven Marta del Castillo, quien también tiene su club de admiradores, en
especial admiradoras, jovencitas increíblemente atraídas por la fascinación malvada
que despierta en ellas el precoz criminal. Y es que la realidad siempre supera
a la ficción. De Quincey hubiera necesitado toneladas de opio para haberlo
podido asimilar.
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