"Grace" (Christopher Ulrich) |
A
menudo solía sentarme a reflexionar en el único banco de mi barrio en el que me
encontraba a gusto. Era un banco de esperma. Mi esperma es tan abundante que yo
lo llamo “espermaza”. De ahí que la espermarza es lo último que se vierte. Eran
esos momentos en los que repasaba la prensa hidráulica para enterarme de lo que
sucedía en el mundo más allá de las fronteras de mi cerebro. Esos lugares
poblados de políticos, agentes de bolsa, deportistas balompédicos con
espinilleras doradas y mujeres con tanta colonia encima que uno no se atreve a
darles fuego por miedo a que salgamos volando por los aires.
Eran
instantes en los que consideraba seriamente la posibilidad de que el mundo vive
bajo una terrible conspiración reflejada en el verbo. Pero somos ajenos a todo
ello y seguimos pensando que nuestros hijos nacerán con un flan debajo del
cazo. Entonces me daba cuenta de las similitudes entre palabras como
“matrimonio” y “manicomio”, o más inquietante todavía, “sotanas” y “Satanás”.
Nadie parece haber reparado nunca en todo ello, pero dado que Satán, Belcebú,
Lucifer, el Demonio, la Bestia, o Don Diablo, son consumados maestros del
engaño y del disfraz (lo cual utilizan sin el menor pudor para conseguir accesos
VIP a cualquier evento alrededor del mundo, bien haciéndose pasar por George
Clooney, bien por Juan Imedio), parece lógico asumir que su definitivo plan
maestro para hacerse con las riendas de la humanidad sea hacerse pasar por Dios,
Yahvé, Jesucristo, el Mesías, el Salvador, etc… mientras tanto, el auténtico
buen Dios posiblemente encarnado en Cristo, pasa la eternidad congelado en
animación suspendida en un bloque de carbonita en el planeta Tatooine.
Por
lo tanto, y con estas premisas, creo que he dado con la clave de su plan
principal:
-Poner
un cazo o sartén al fuego, añadir 5 cucharadas de azúcar granulado y 3
cucharadas de agua. Ponerlo a fuego medio. Remover. Cuando el caramelo alcance
color miel tostado añadimos unas gotas de zumo de limón. Posteriormente echamos
el caramelo en una flanera.
-Separamos
la yema de la clara de los huevos, añadimos aparte tres huevos enteros grandes,
echamos azúcar y leche. Batimos. Cubrimos la flanera con papel de aluminio,
echamos el batido anterior, lo metemos todo al horno. 200 grados. 50
minutos.
Listo.
Ya tenemos el plan de huevo.
Tan
convencido estaba de que había logrado desenmascarar el malvado y diabólico
plan para conquistar la humanidad por parte de las fuerzas del mal, que un día
de aquellos me dirigí hacia la iglesia más cercana. Dentro el belicoso panorama
mostraba a una serie de gremlins disfrazados de monaguillos, algunos jugaban a
“churro va”, otros mojaban porras en los cálices del vino, mientras que otros
se tiraban en paracaídas desde el pulpito (a feira) de las lecturas. Una
locura. Una visión estremecedora que hubiera echado atrás a cualquiera de los
humanos, pero no al poseedor de la mayor “espermaza” entre sus congéneres. De
modo que una vez allí me postré ante la santísima imagen de Cristo crucificado
y en mi más perfecto mandarín exclamé:
-¡Quién
sos vos! ¡Quien sos vos, decidme! ¡Quien sos vos!
Obtuve
la callada por respuesta. En realidad no la callada si no su pareja, el cayado.
De modo que el bastón del Padre Sarasa golpeó sobre mí con tal fuerza furibunda
que sólo pude huir corriendo de aquel templo mientras gritaba: “¡FIN DE LA
CITA! ¡FIN DE LA CITA! ¡PENITENCIAGITE! ¡SALVATORE!” y escuchaba al Padre
Sarasa detrás mío exclamando: “¡pendenciero! ¡camándula! ¡ye-ye!, esto te
quitará las ganas de pensar cosas raras, ¡Visça el Barça!”
Tras
aquella amarga experiencia, decidí no volver a sentarme sobre aquel banco de
esperma. A partir de entonces lo hago sobre el gigantesco caparazón de una
tortuga adolescente de 527 años llamada Romualda Solapada (yo la llamo Romu,
porque hay confianza, mientras le meto boñigas de pingüino en la boca a modo de
alimento)
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