"People try to put us down,
just because we get around,
things they do look awful cold,
hope I die before get old"
("My Generation" The Who, 1965)
Gigantes de una generación airada. |
Una
de las cosas que más hacen hervir la sangre de éste vuestro humilde escribano
el Eyaculador de Palabras es todo aquello que tenga que ver con la pertenencia
generacional en un mismo contexto espacio-temporal. Unas invisibles cadenas por
las que se supone he de estar sujeto irremediablemente a toda una caterva de
individuos con los que no tengo absolutamente nada que ver, más aún, en muchos
casos me dan auténtico asco.
Por
ello yo, nacido en 1973, se supone que he de esbozar una sonrisa y sentirme
estúpidamente feliz evocando recuerdos de toda una generación a la que
presuntamente pertenezco, cuando en realidad puedo sentirme más afín a
cualquier poeta fracasado francés de finales del siglo XIX sifilítico y borracho
de absenta que a un gordo calvo con traje y corbata que haya nacido en “mi
época”.
Nunca
he entendido muy bien que quiere decir eso de “mi época”, “mi tiempo”… y por
supuesto desprecio esos lazos generacionales que no son más que otro
instrumento de incultura y embrutecimiento para contribuir a nuestro
analfabetismo generalizado. Una manera de ponernos límites. Un caso evidente y
llamativo es el de la música pop. Desde bien joven sentí el gusanillo de lo que
yo llamo “sesentofilia”, una malsana obsesión por el beat, el garage, el
rythm&blus, soul, etc… increíblemente en España no era fácil encontrar
personas mayores que hubieran podido conocer y disfrutar de titanes como los
Kinks, Yardbirds, Zombies o Small Faces, por citar algunos ejemplos de grupos sumamente
famosos y con un buen número de éxitos en la cultura anglosajona. La cosa, en
todo caso, no pasaba de Beatles y Rolling Stones. Si hablamos de lo que se
hacía en nuestro país, la cosa ya cambiaba un poco, pero no demasiado. No hablo
ya de encontrar fans de Los Cheyenes o Los Íberos, es que incluso era difícil
poder mantener una conversación sobre Los Salvajes con alguien que me sacase un
par de décadas. Sin embargo si les asombraba mi devoción por las bandas más
exitosas de la España 60’s, que fueron principalmente Los Brincos y Los Bravos.
El comentario habitual solía ser algo así como: “¿Te gustan Los Brincos?, ¡pero
si son de mi época!”, lo cual me producía auténticos retortijones y tenía que
contraatacar con mi clásico “¡la música no es de ninguna época!”, en efecto, la
buena música no conoce de épocas, ¿por qué maldita estupidez tengo que estar
sujeto a escuchar un determinado tipo de música sólo por mi año de nacimiento?,
siendo del 73, ¿debería sentir más “mía” a la patética Madonna que a un titán
como Ray Davies?, ¿de verdad alguien puede verle algún sentido a eso?... y sin
embargo nos seguimos empañando en “atarnos” y limitarnos
generacionalmente.
Los Brincos, modernos pero españoles. |
Nunca
he sentido esa complicidad. No he sentido destinado a mí el guiño cuando alguno
de esos pésimos monologuistas de Paramount de mi quinta sacan temas como
Naranjito, Espinete, la nocilla, o bobadas similares que demuestran su escasez
de ideas y como han de recurrir a un imaginario común basado en nuestra fecha
de nacimiento. Me produce vergüenza ajena y me retuerzo ostensiblemente en el
sofá cuando contemplo ese tipo de humor blando y blanco, baboso, buenrollista,
insípido, incoloro, inodoro, leve e inofensivo carente de toda intensidad
emocional y que pareciera recién salido del peor episodio de “Friends”. Canciones, películas, libros… tratando de
evocar algo a lo que no pertenezco. Lo conozco, sí, lo he vivido. Pero no lo
siento mío en el sentido en el que si sucede con mis auténticas pasiones
marcadas a fuego en mi alma a través de mis 40 años de vida.
El
último monumento a esta estulticia es una colección de páginas vacías recopiladas
bajo el título de “Yo también fui a EGB” con las que pretenden bombardearnos
publicitáriamente en estas fiestas como el regalo ideal y original para los de
(sigh) “nuestra generación”. Y se venderá, claro, porque estas cosas funcionan
y se venden como rosquillas (o mejor, como donuts, que para eso estamos
hablando de “nuestra generación”), y todo ello cuando aún nos estamos
reponiendo de la estupidez perpetrada por el sosainas de Javi Nieves y su
“Generación EGB”. Y como somos así de estúpidos, se vende, esto se vende. La
poesía de Juan Carlos Mestre no se venderá, pero oigan, esto sí, como churros.
Pues
sí, yo también fui a EGB, pero mis recuerdos no tienen nada que ver con
Naranjito, Espinete, o la nocilla… eso, como he dicho, lo he conozco y lo he
vivido, pero es todo tangencial. Un simple acompañamiento, un paisaje de fondo.
La fachada superficial de un edificio donde la vida de verdad hay que buscarla dentro.
Y dentro no están Naranjito, Espinete, o la nocilla… dentro están las boleras,
las salas de juego, con la música atronando (sobre todo heavy castizo,
Siniestro Total, y bastante rockabilly revival, eso era lo que más sonaba)…
están las peleas, los gitanos, los quinquis, los yonkis, las navajas, el
esconder las monedas en los calcetines… …las ostias y las hostias producidas
las peleas, los gitanos, los quinquis, los yonkis, las navajas y el esconder
las monedas en los calcetines… y las ostias y las hostias por los padres,
profesores y curas (sin olvidarnos de los graciosos alumnos de cursos
superiores, que simplemente por ser mayores iban por el colegio jodiéndote la
vida) Pero sobre todo los curas, que eran los auténticos campeones a la hora de
repartir. Había profesores que podían pasar por Van Damme o Steven Seagal, pero
los que además eran curas, esos directamente eran Bruce Lee y Chuck
Norris.
Y
ya aprendíamos a desperdiciar la vida, a tirar por la cloaca nuestros minutos
con el hedonismo de los videojuegos, los comics, el deporte callejero, las
primeras litronas, y la pornografía a hurtadillas, para escuchar a mi santa
madre decir día sí y día también “deberías aprender del hijo de fulanita, ha
sacado un 10 en matemáticas”, o “el hijo de marujita, míralo, que bien vestido
va siempre, y que casero es, no como tú”, y llegar a los 40 años y ver que en
realidad las cosas no han cambiado: “pues el hijo de fulanita ahora es
corresponsal de RTVE, acaba de venir de Rusia” o “el hijo de marujita, míralo, que
pedazo coche tiene”. Y encima quieren que me sienta afín a toda esa pandilla de
desgraciados triunfadores que hacen que me sienta culpable por haber dedicado
mis días a los nobles artes de rascarme los cojones y los sobacos (no
necesariamente por ese orden) Lo que me faltaba.
Por
supuesto que aquellos años de infancia, pubertad y pre-adolescencia sirvieron
para forjar algunas amistades incorruptibles a pesar del paso del tiempo o las
diferencias de todo tipo, pero evidentemente son los menos casos. ¿Cuál puede
ser el porcentaje?, ni siquiera llegaría al 1% quienes si son parte de mi vida
y parte de “mi generación” respecto a los centenares de cuerpos extraños con
los que estuve compartiendo pupitres, catequesis y fiebres infantiles.
Si
tengo que hablar de algo llamado “mi generación”, no se define a base de
muñecos televisivos de peluche ni de partidos de fútbol jugados por mostrencos
con bigote. Si tengo en cambio la imagen de una España asfixiante, industrial,
feísima, con ciudades de color gris envueltas en el humo de las fábricas y de
las centrales nucleares, en las que abundaban los “perros callejeros”, yonkis
echados a perder dispuestos a tirar de navaja (o algo peor) frente a quien
fuera para conseguir algo con lo que pagarse un chute. En Ponferrada teníamos
al Nini, trasunto local del mediático Santiago Corella “El Nani”, de quien la
rumorología apuntaba a que había acabado ahogado en el pantano de Barcena por
obra de la Guardia Civil. Sólo tuve un encontronazo con él, en la desaparecida
sala de juegos Adriano. La cosa apenas quedó en un par de hostias, nada serio,
pero aún recuerdo el escalofrío que me produjo su encuentro como epítome del
Mal. Yo tenía regularmente, prácticamente a diario, encontronazos con quinquis
de una escala menos alta (Toñín, el Fule, o el Murphy, son quizás los nombres
más recordados), que siempre acababan con mis bolsillos vacíos y alguna hostia
en el cuerpo y el honor. Luego había alguno de escala media, peligroso, pero al
que podías torear y salir victorioso del envite (el mítico Fofito), y por
último quien directamente daba risa y era incapaz ni de sisarte un paquete de
pipas (el entrañable Algarrobo) Pero el Nini era lo más alto del escalafón, el
Darth Vader de los quinquis ponferradinos, el chungo de verdad. El que no
sacaba la navaja para acojonar, si no para clavar.
"El Nani", la Champions League de los chungos. |
Y
todos estos recuerdos no se pueden encontrar en ningún estúpido libro destinado
al consumo masivo. Una de las características del ser humano ha de ser su
individualidad, su experiencia puramente libre y subjetiva. Cuanto más libre y
virgen y no condicionada por artificiales lazos generacionales, mejor. Huyan de
la manada (excepto cuando sea necesaria la lucha del colectivo para el
bienestar del individuo, como sin duda sucede hoy día) y del rebaño. No sean
gregarios, corran a su libre albedrío. Que nadie les imponga ni un Naranjito,
ni un Espinete, ni una nocilla en sus vidas. Su propio yo no está en las
páginas de un libro de recuerdos de corta y pega.
Yo
también fui a EGB, pero vista la estupidez general que me rodea, creo que por
desgracia.
Me ha gustado; me ha recordado uno tema del que escribí hace tiempo.
ResponderEliminarhttp://elvalordelnecio.blogspot.com.es/2013/06/la-exposicion.html
¿qué tiene tu contra los calvos gordos con traje y corbata? ;-)
ResponderEliminarEs un arquetipo muy socorrido, :-)
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