El autor, junto a la aberrante criatura parida de su mente. |
Hoy
toca hablar otra vez del libro de un amigo, lo cual siempre es un placer. Algún
día me gustaría decir eso de “yo he venido aquí a hablar de mi libro”, con voz
tenebrosa y gutural y mirando al mundo desde mis gafas de culo de botella (así
somos los miopes, siempre con la botella), pero ya tengo asumido que al mundo
no le interesa mi talento, mi literatura en la que la excelencia y el
excremento bailan al mismo son. Algún día, algún día, ah, perro mundo, tú y yo ajustaremos cuentas.
Mientras
tanto seguimos disfrutando de los buenos ratos que nos hacen pasar tipos como
el inefable Antonio Tejerina, Toño, Toñín, El Diablo Sobre Ruedas. Licenciado
en filosofía, humorista, monologuista, guionista, y sobre todo, activista del
rock&roll y gamberro impenitente que ha plasmado en un puñado de páginas
toda su sana mala leche y su espíritu más crítico, irreverente e iconoclasta. “Melodías
para matar o morir” es una novela de tintes negros y macabros (ese tipo de
lectura que, no sé muy bien el motivo, siempre dicen que es muy recomendable
para el verano, como si el recibir abundante sol en nuestras cabezas despertase
nuestros instintos más tanáticos), pero cargada de abundante humor, paladas de
humor negro, berciano, castizo y malasañero. Y es que Toño establece como base
de operaciones de las chaladuras de su protagonista el barrio madrileño donde
lleva años viviendo y bebiendo, tanto es así que incluso cualquier habitual de
la noche malasañera (de los de los bares del rock, no de los
pijos-modernos-hipsters-queahoravandegarageros) reconocerá algunos de los
lugares y personajes identificados en esta despiporrante novela, así como el
espíritu del llorado Pele, el sheriff de Malasaña e icono inconfundible del
barrio sobre todo a la altura de la calle Velarde, sobrevolando por las 200 y
pico páginas que se leen y devoran de un tirón de bolso de yonqui.
Toño
Tejerina, consumidor obsesivo de todo tipo de cultura, pero sobre todo de
cultura basura y rock&roll, dispara un texto rabioso y adictivo, ágil,
fresco, natural y de “serie B”. Como una deliciosa película psicotrónica en la
que al monstruo se le ve la cremallera del disfraz. No hay trucos, ni
artificiosidad, ni orfebrería lingüística. No es una novela con la que al autor
ingresará en la RAE, pero si en la memoria popular y en la historia de Malasaña
(previo paso por algún cotolengo al uso) Un libro necesario si crees en aquello
que cantaba Tom Waits de “I don’t wanna grow up”. Una novela en la que se
ejecutan a banqueros o se secuestran a hijas de “celebrities” analfabetas. La
obra que Alex de La Iglesia hubiera escrito si en vez de una cámara de cine su
arma escogida hubiera sido la pluma. Malasaña caníbal, fai un sol de carallo. Y
es que este Diablo venido del Bierzo establece en el libro una conexión
Madrid-Vigo con la que es fácil empatizar para cualquiera llegado del Noroeste,
y le da a la obra un aire gallego de rayas y centollos que la hace todavía más
disfrutable, como un disco de Siniestro Total.
Pero
no se equivoquen, éste no es sólo un libro gamberro y cargado de mala baba. En
las “Melodías…” de Toño encontramos una novela en la que se percibe la ternura,
más cercana a (sí, una vez más) la entrañable “Los millones” de Santiago
Lorenzo que a un manual de terrorismo. En realidad un tratado romántico sobre
los perdedores y para los perdedores. Los que poseen esa visión del mundo
cultivada a base de palos sin perder el humor y las ganas de pelear. Esa visión
que te hace estar en contra de lo establecido. Siempre del lado del proscrito, del
rebelde, del paria del apátrida, del marginal, del marginado y del apestado.
Siempre con los proscritos, que por eso nos traían regalos y pastelitos. Un
libro que encajaría dentro de cualquier viejo eslogan punk, tan vueltos de moda
de nuevo gracias a, ya saben, “la que está cayendo”. Pónganse un imperdible
para leerlo.
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