¡Esa cami como mola, se merece una ola! |
En verano cualquier cosa puede ser noticia. Eso nos cuentan. Nuestros reblandecidos y chamuscados cerebros divagan buscando algo a lo que aferrarse… la mala educación de Mourinho, la forondosca barriga de Benitez, la web de un ayuntamiento de nuevo signo político, las zanfoñas de Ortigueira, los kafkianos del Jaján, la Liga Armada Galega y el Pazo de Meirás (de Meirás)
Incluso la presentación del undécimo fichaje de un club modesto como el Real Jaén, encuadrado en el grupo IV de la Segunda B, uno de tantos equipos obligados a reinventarse constantemente y cambiar a media plantilla cada temporada, puede llegar a convertirse en eso que llaman “trending topic”, y poner en el centro de la atención mediática a un desconocido y humilde jugador portugués recién llegado a nuestro país. Tanto es así que supongo que todo el mundo ya habrá conocido la noticia de la comparecencia en su presentación como nuevo futbolista del cuadro jienense con una camiseta en la que aparece una representación del infame dictador Francisco Franco.
La prenda en cuestión, evidentemente, no tiene nada en absoluto por lo que pueda ser considerada propagandística o apologeta del franquismo. Se trata de una especie de art work un tanto cutre en el que el dictador aparece haciendo el “fascio” con su boina militar y bigote legionario, a sus 40 y pico años de edad, calculo, en un montaje que le sitúa al lado de una figura femenina en biquini y con los ojos tapados por una tira negra. Una imagen que bien pudiera recordar al de algunas portadas de discos de punk combativo, o que hemos visto en tantos fanzines del underground, algo claramente alejado de cualquier apología franquista, en todo caso al contrario parece indicar cierta banalización y ridiculización de aquel personaje de corta estatura y voz aflautada, pero que desgraciadamente tanto daño causó a nuestra sociedad y nuestro pueblo, dejando heridas muchas aún no cicatrizadas.
La noticia no deja de ser una simple anécdota, y como tal quedará en el recuerdo de nuestras memorias, pero bien sea por lo discurrido acerca del verano en mi primer párrafo, o bien por mi imperiosa necesidad de derribar tópicos, o más bien, me temo, porque me gusta mucho pensar (¡qué peligro!), y de vez en cuando transformar esos pensamientos en palabras escritas, el tema me ha servido para reflexionar sobre algunas de mis cuestiones más obsesivas: la cultura, lo que entendemos por ésta, la condición humana, nuestra psicología y, en cierta manera también, España.
Y es que las críticas no han tardado en llegar, no tanto por una supuesta afinidad franquista del protagonista (que evidentemente nadie en su sano juicio considera), sino por al parecer la ignorancia de la que hace gala quien desde nuestro país vecino es incapaz de reconocer al personaje de la camiseta (comprada en Portugal, tal y como asegura el futbolista, sin tener ni idea de quién era el militar que aparecía en la prenda) El jugador ha pedido disculpas asegurando desconocer “el grueso de la historia de nuestro país”, lo cual ha encendido aún más a la ciberopinión pública, ya que consideran que el deber de cualquier joven portugués es conocer la historia y vicisitudes de nuestro pueblo español (y luego decimos que Estados Unidos se cree el ombligo del mundo) Leí la atinada observación de alguien que se preguntaba cuántos futbolistas españoles serían capaces de reconocer una fotografía de Salazar, el dictador portugués del siglo XX. Me di cuenta de que yo mismo era incapaz de poner cara al déspota del país vecino, ¿me convierte eso en un borrego y un ignorante? Decidí hacer un experimento, colgar una foto de Salazar en mi muro de Facebook y preguntar a mis contactos si conocían al personaje de la instantánea, confiando en la buena fe de los participantes (ya que google provee una aplicación por la cual metiendo una imagen obtienes información de la misma) y en sus respuestas sinceras. De las 31 personas que contestaron, 10 afirmaron reconocer al interfecto, mientras que 21 admitieron su desconocimiento facial sobre el personaje de la fotografía. No tengo, en absoluto y ni por lo más remoto la sensación de que los 21 (que seríamos 22 contándome a mí) sean más bobos o ignorantes que los 10 que sí reconocieron al líder del Estado Novo portugués.
Sinceramente creo que la mayoría de la gente nos movemos en unos niveles de capacidad bastante similares (de igual manera que la gran mayoría de los seres humanos somos “mediocres” en el sentido literal y nada peyorativo de su significado semántico, el de “mediano”, el de estar en la media… curiosamente el tiempo ha dotado a ese término de un significado negativo cuando no debería ser tal, la mediocridad es simplemente la normalidad), mientras que es una minoría la que presenta “anomalías” por exceso o por defecto. Aprovechamos nuestras capacidades como buenamente podemos y querernos. Historia, geografía, literatura, matemáticas, música, física, química, cinematografía, fotografía, arquitectura, escultura, pintura… o incluso deportes. El ser humano va llenando su cerebro con aquello que más le satisface, tanto a nivel de conocimientos como de experiencias personales y profesionales. Quien sabe, es posible que el mejor cirujano cardiovascular del mundo no haya leído en su vida a Cervantes o a Goethe, o le cueste ubicar Hungría en un mapa. Lo que importa es que es el mejor cirujano cardiovascular del mundo, ¿no creen?
Siempre pongo el ejemplo de Conan Doyle con su inmortal personaje Sherlock Holmes. En la primera novela del detective, “Estudio en escarlata”, el cerebro más prodigioso de Inglaterra afirma a un perplejo Watson sin ningún tipo de complejo o pudor que desconoce las teorías heliocéntricas y por tanto la realidad (lo que ya era una realidad contrastada científicamente a finales del siglo XIX) de que la Tierra gira alrededor del Sol. La indignación y rasgada de vestiduras del incrédulo doctor asemeja a la de quienes ayer farfullaban que no debía consentirse la tamaña ignorancia mostrada por el desafortunado pelotero luso recién llegado a nuestro fútbol. Holmes se defiende con su particular teoría de que “el saber sí ocupa lugar”, y que por tanto debe dejar espacio en su cerebro para los conocimientos que realmente si son necesarios para su quehacer diario. De hecho, y con una seguridad en sus palabras que de nuevo escandaliza a Watson, Sherlock reconoce que hará todo lo posible por olvidar esa información del todo punto fútil para su trabajo criminológico. Cada nuevo estudio sobre la manera de trabajar de nuestro cerebro y el funcionamiento en concreto del hipocampo, no hace sino reforzar la validez de la teoría de Holmes/Doyle (un Doyle que, recordemos, era médico, y que precisamente se basó para la creación de su más conocido personaje literario en uno de sus profesores de la Universidad de Edimburgo)
A mí en la cabeza me entra lo que me entra |
Hace unos meses veía a muchos de mis contactos de Facebook echarse las manos a la cabeza al conocerse los resultados de una “Encuesta de Percepción Social de la Ciencia”, que arrojaba el hecho de que uno de cada cuatro españoles, al igual que Holmes, desconocía que la Tierra giraba alrededor del Sol. ¡Herejía! ¡Anatema! “¡Retirémosle el derecho a voto a estos analfabetos!”, incluso llegué a leer. A mí, sinceramente, no me pareció para tanto. De hecho es muy posible que mi padre, que en gloria esté, tampoco lo supiera. Es posible incluso que mi madre no lo sepa. No creo que eso la incapacite para ejercer su derecho al voto, ni que deba ser vilipendiada o vejada por ello. Hablamos de una persona que durante la mayor parte de su vida ha trabajado sin descanso, atendiendo un negocio familiar que abría 14 horas al día, sin días de cierre ni vacaciones (como supondrán hablo de un bar, un bar de los de antes), y que además sacaba adelante una familia, cuidaba a tres hijos, y mantenía una casa. Para mí todo eso sólo merece un calificativo: heroico. Como comprenderán, que sepa si la Tierra gira alrededor del Sol o viceversa me parece algo pueril, inane y anecdótico. Y desde luego creo que mi madre está mucho más capacitada para votar y comprender las complejidades de la vida que a quien se le calienta su boca y cae en actitudes fascistas para designar quien debe o no debe votar. Por cierto, diversas encuestas entre 1999 y 2006 demostraban que un 20% de los norteamericanos creían que el Sol gira alrededor de la Tierra, en 2011 eran un 33% de los rusos quienes estaban en tal error, y nuevamente en Estados Unidos en 2015 leemos que al igual que en España, uno de cada cuatro habitantes de ese país siguen en las mismas.
El caso no es ser listo, el caso es creerse listo, y eso, a los humanos, nos encanta. Sea cual sea el campo, hay algo natural e innato en nosotros que nos lleva a creer que somos poseedores de la verdad y que el resto de la humanidad viven aborregados. Los simpatizantes de ciertas ideas políticas tienen claro que la suya es la única respetable y la que ofrece las soluciones para un mundo mejor y más justo; los fieles de las distintas religiones creen que su dios (o dioses, en el caso de los politeístas, si es que queda alguno) es el único verdadero; y ya no hablemos de deporte, donde por alguna extraña razón desde el momento de nuestro nacimiento somos unas auténticas autoridades en fútbol, baloncesto, o sea cual sea el deporte a tratar. Una cosa es el mito, y otra la realidad. Uno de mis cuentos favoritos de todos los tiempos es “El traje nuevo del emperador”, de Hans Christian Andersen, vuelta de tuerca de uno de los relatos que engloban esa obra inmortal que supone “El Conde Lucanor” de Don Juan Manuel (muy famoso no sería cuando no se conocen los apellidos, que dirían Faemino y Cansado) Tanto en la obra medieval castellana como en el apólogo del narrador danés se refleja de una manera devastadora como el convencimiento y la ceguera mental es capaz de hacernos vivir en una realidad absolutamente diferente. Todo esto sin entrar en disquisiciones metafísicas sobre cuál es la auténtica realidad del ser humano desde su percepción subjetiva, y si las cosas en realidad “son” algo o simplemente “nos parecen”, lo cual nos llevaría incluso a la paranoia de pensar que quizás ni siquiera exista nada y todo sea producto de la imaginación… pero dejemos estas divagaciones para otra tarde de verano.
He comentado que mis padres tenían un bar. Un bar de los de antes, de viejo, de partida. Un auténtico y particular ecosistema en el que al estilo del café de Doña Rosa de “La Colmena” de Cela, uno podía asistir a un curso intensivo de sociología viendo el paisanaje allí reunido. Voy a contarles una de mis anécdotas favoritas, de las muchas sucedidas en aquel local.
Era la hora del telediario, la más bulliciosa dentro del bar, aquella en la que aquellos machotes huían raudos de sus casas y sus mujeres para encerrarse en el bar a fumar, beber y blasfemar. En la televisión Luciano Pavarotti cantaba. Uno de los clientes habituales, un potentado empresario del transporte, miraba la pantalla con falso embelesamiento al tiempo que masticaba el culo de la faria que bailaba en su boca. Mientras daba chupadas al puro y lo atizaba encendiendo una cerilla hacía gestos ostentosos frente a la pantalla, hasta que por fin se atrevió a pronunciar: “¡pero qué bien canta este Pavoretti!” Mi hermana y yo, al escuchar aquello, nos lanzamos una mirada de complicidad, que mudó a nada disimulada sonrisa y finalmente inevitable risa. El hombre se dio cuenta de nuestra reacción y envalentonado comenzó a carcajearse mientras miraba a sus compinches diciendo: “¡jajajajajaja, no saben quién es Pavoretti, jajajajajaja, no saben quién es Pavoretti!”
La anécdota, real y vivida por mí, me encanta, por lo que tiene de clarificadora sobre la condición humana. Un hombre crecido y encorajinado por su propio error del que no es consciente. Un emperador capaz de atravesar el pueblo desnudo ante la incrédula mirada de sus súbditos. Porque lo importante de verdad es que independientemente de que aquel caballero no tuviera ni idea del nombre del tenor y estaba viviendo una pose de admirador de la ópera, él estaba convencido de nuestra inferioridad, del mismo modo que quien ayer lee un titular del estilo “Jugador del Real Jaén acude a su presentación con una camiseta de Franco” y obsequia en los comentarios a la noticia con un “burro”, está plenamente convencido de que vive rodeado de ignorancia (máxime tratándose de un futbolista, ahí viene el topicazo), por mucho que al indignado espectador le costaría reconocer el rostro del citado anteriormente dictador portugués Salazar. Conocido es el capítulo en la vida de Unamuno (al final en estos temas siempre acabamos volviendo a Unamuno) en el que el docto intelectual daba una conferencia sobre William Shakespeare en la que pronunciaba sin ningún complejo el apellido del dramaturgo inglés bajo la fonética española (“shakespeare”), hasta que cansado de los murmullos, inquisiciones, y risas contenidas de los asistentes convencidos de la torpeza e ignorancia de aquel conferenciante, pronunció un imponente “shekspir” para continuar su discurso en un perfecto inglés que hizo abandonar el recinto a buena parte del público que, sencillamente, no era capaz de seguir el contenido de la charla en lengua inglesa, pese a que unos minutos antes eran capaces de escandalizarse ante el hecho de escuchar el apellido de Shakespeare pronunciado en castellano.
Los tópicos, en efecto, no tardaron en llegar. Siendo futbolista se le presupone ignorancia. Otro tópico infalible es el del dinero. El futbolista además de tonto es millonario, aunque sea un mileurista jugador de Segunda B. Desconozco cuál va a ser el sueldo de Nuno Silva en el Jaén, pero apostaría a que no pasará de los 3000 euros mensuales (si alguien tiene el dato y es tan amable de dármelo, le estaré muy agradecido, he intentado buscarlo en internet pero lo único que uno puede encontrar sobre Nuno Silva es… ya lo saben) Es posible que el común de los jugadores de fútbol no tengan especialmente inquietudes culturales, pero es necesario huir del tópico y del estereotipo cuando uno se encuentra con profesores de instituto que no han leído un libro en los últimos tres años y con futbolistas que devoran literatura en los ratos libres de sus concentraciones en cantidades desorbitadas. Y no me invento nada.
Ciertamente nos costaría encontrar un futbolista aficionado a, por poner un ejemplo, la música de Nick Drake. Pero créanme que no sería más difícil que encontrarlo en la oficina donde trabajo, donde atónito y perplejo he comprobado que nombres como Robert Mitchun suenan totalmente a chino cuando ha salido algún tema de conversación cinematográfico. Inolvidable la vez en la que una compañera me dijo “tú ves películas raras, como mi novio, que le gusta “El Padrino” “ Una película que arrasó en las taquillas y los oscars era para esta muchacha cine “del raro”. Esto no convierte a estas personas en ignorantes, ni borregos, ni nada de ese estilo. De hecho la mayoría cobran más que yo y viven mucho mejor que yo, he aquí en todo caso el auténtico borrego. Mientras se dedicaban duramente a sus estudios yo posiblemente “desperdiciara” mi tiempo escuchando discos, leyendo libros o viendo películas. Cada uno ha llenado su cabeza con lo que le convenía. Así de simple. Que sea incapaz de ordenar cronológicamente a los reyes de la historia de nuestro país no me preocupa ni hace sentirme ningún ignorante desgraciado, de igual manera que no pienso que lo sea quien no sabe ordenar cronológicamente la discografía de Bob Dylan.
Por supuesto, también se ha buscado sacar rédito político a la noticia, desde las comparaciones de los catalanistas con las multas a la exhibición de banderas esteladas, hasta la exaltación pura y dura del franquismo, pasando por la denuncia de que esto es lo que pasa cuando vienen jóvenes ignorantes a quitar trabajo a españoles mientras los nuestros se van, o el argumento de que si hubiera llevado la foto de un dictador “de izquierdas” no se habría armado este revuelo. Evidentemente todo el mundo tiene razón. De eso se trata. Para comerse la sardina primeramente hay que arrimarle el ascua. Caso aparte el de ese individuo llamado Salvador Sostres, cuya presencia mediática admito que me sigue resultando un enigma. En otro de sus habituales vómitos verbales ha aprovechado la ocasión para recordarnos que el franquismo no estaba tan mal, que al dictador le debemos la democracia (sigh), y que la izquierda es muy mala, pero muy muy mala, con cuernos, rabo y olor a azufre, vaya. Lo que me sigue fascinando es que alguien se pueda ganar la vida dedicándose a escribir paladas de mierda. En El Mundo se dieron cuenta, tarde, pero se dieron cuenta. Lástima que siempre aparezca quien está dispuesto a llenar de estiercol las páginas de su periódico con tal de darles unos cuantos rejonazos al "enémigo".
Cosas de España, el calor, y el verano.
El enigma Sostres, cobrar por defecar. |