jueves, 30 de julio de 2015

MITO, REALIDAD Y CULTURA



¡Esa cami como mola, se merece una ola!



En verano cualquier cosa puede ser noticia. Eso nos cuentan. Nuestros reblandecidos y chamuscados cerebros divagan buscando algo a lo que aferrarse… la mala educación de Mourinho, la forondosca barriga de Benitez, la web de un ayuntamiento de nuevo signo político, las zanfoñas de Ortigueira, los kafkianos del Jaján, la Liga Armada Galega y el Pazo de Meirás (de Meirás)  

Incluso la presentación del undécimo fichaje de un club modesto como el Real Jaén, encuadrado en el grupo IV de la Segunda B, uno de tantos equipos obligados a reinventarse constantemente y cambiar a media plantilla cada temporada, puede llegar a convertirse en eso que llaman “trending topic”, y poner en el centro de la atención mediática a un desconocido y humilde jugador portugués recién llegado a nuestro país. Tanto es así que supongo que todo el mundo ya habrá conocido la noticia de la comparecencia en su presentación como nuevo futbolista del cuadro jienense con una camiseta en la que aparece una representación del infame dictador Francisco Franco. 

La prenda en cuestión, evidentemente, no tiene nada en absoluto por lo que pueda ser considerada propagandística o apologeta del franquismo. Se trata de una especie de art work un tanto cutre en el que el dictador aparece haciendo el “fascio” con su boina militar y bigote legionario, a sus 40 y pico años de edad, calculo, en un montaje que le sitúa al lado de una figura femenina en biquini y con los ojos tapados por una tira negra. Una imagen que bien pudiera recordar al de algunas portadas de discos de punk combativo, o que hemos visto en tantos fanzines del underground, algo claramente alejado de cualquier apología franquista, en todo caso al contrario parece indicar cierta banalización y ridiculización de aquel personaje de corta estatura y voz aflautada, pero que desgraciadamente tanto daño causó a nuestra sociedad y nuestro pueblo, dejando heridas muchas aún no cicatrizadas.  

La noticia no deja de ser una simple anécdota, y como tal quedará en el recuerdo de nuestras memorias, pero bien sea por lo discurrido acerca del verano en mi primer párrafo, o bien por mi imperiosa necesidad de derribar tópicos, o más bien, me temo, porque me gusta mucho pensar (¡qué peligro!), y de vez en cuando transformar esos pensamientos en palabras escritas, el tema me ha servido para reflexionar sobre algunas de mis cuestiones más obsesivas: la cultura, lo que entendemos por ésta, la condición humana, nuestra psicología y, en cierta manera también, España. 

Y es que las críticas no han tardado en llegar, no tanto por una supuesta afinidad franquista del protagonista (que evidentemente nadie en su sano juicio considera), sino por al parecer la ignorancia de la que hace gala quien desde nuestro país vecino es incapaz de reconocer al personaje de la camiseta (comprada en Portugal, tal y como asegura el futbolista, sin tener ni idea de quién era el militar que aparecía en la prenda) El jugador ha pedido disculpas asegurando desconocer “el grueso de la historia de nuestro país”, lo cual ha encendido aún más a la ciberopinión pública, ya que consideran que el deber de cualquier joven portugués es conocer la historia y vicisitudes de nuestro pueblo español (y luego decimos que Estados Unidos se cree el ombligo del mundo) Leí la atinada observación de alguien que se preguntaba cuántos futbolistas españoles serían capaces de reconocer una fotografía de Salazar, el dictador portugués del siglo XX. Me di cuenta de que yo mismo era incapaz de poner cara al déspota del país vecino, ¿me convierte eso en un borrego y un ignorante? Decidí hacer un experimento, colgar una foto de Salazar en mi muro de Facebook y preguntar a mis contactos si conocían al personaje de la instantánea, confiando en la buena fe de los participantes (ya que google provee una aplicación por la cual metiendo una imagen obtienes información de la misma) y en sus respuestas sinceras. De las 31 personas que contestaron, 10 afirmaron reconocer al interfecto, mientras que 21 admitieron su desconocimiento facial sobre el personaje de la fotografía. No tengo, en absoluto y ni por lo más remoto la sensación de que los 21 (que seríamos 22 contándome a mí) sean más bobos o ignorantes que los 10 que sí reconocieron al líder del Estado Novo portugués.    

Sinceramente creo que la mayoría de la gente nos movemos en unos niveles de capacidad bastante similares (de igual manera que la gran mayoría de los seres humanos somos “mediocres” en el sentido literal y nada peyorativo de su significado semántico, el de “mediano”, el de estar en la media… curiosamente el tiempo ha dotado a ese término de un significado negativo cuando no debería ser tal, la mediocridad es simplemente la normalidad), mientras que es una minoría la que presenta “anomalías” por exceso o por defecto. Aprovechamos nuestras capacidades como buenamente podemos y querernos. Historia, geografía, literatura, matemáticas, música, física, química, cinematografía, fotografía, arquitectura, escultura, pintura… o incluso deportes. El ser humano va llenando su cerebro con aquello que más le satisface, tanto a nivel de conocimientos como de experiencias personales y profesionales. Quien sabe, es posible que el mejor cirujano cardiovascular del mundo no haya leído en su vida a Cervantes o a Goethe, o le cueste ubicar Hungría en un mapa. Lo que importa es que es el mejor cirujano cardiovascular del mundo, ¿no creen?

Siempre pongo el ejemplo de Conan Doyle con su inmortal personaje Sherlock Holmes. En la primera novela del detective, “Estudio en escarlata”, el cerebro más prodigioso de Inglaterra afirma a un perplejo Watson sin ningún tipo de complejo o pudor que desconoce las teorías heliocéntricas y por tanto la realidad (lo que ya era una realidad contrastada científicamente a finales del siglo XIX) de que la Tierra gira alrededor del Sol. La indignación y rasgada de vestiduras del incrédulo doctor asemeja a la de quienes ayer farfullaban que no debía consentirse la tamaña ignorancia mostrada por el desafortunado pelotero luso recién llegado a nuestro fútbol. Holmes se defiende con su particular teoría de que “el saber sí ocupa lugar”, y que por tanto debe dejar espacio en su cerebro para los conocimientos que realmente si son necesarios para su quehacer diario. De hecho, y con una seguridad en sus palabras que de nuevo escandaliza a Watson, Sherlock reconoce que hará todo lo posible por olvidar esa información del todo punto fútil para su trabajo criminológico. Cada nuevo estudio sobre la manera de trabajar de nuestro cerebro y el funcionamiento en concreto del hipocampo, no hace sino reforzar la validez de la teoría de Holmes/Doyle (un Doyle que, recordemos, era médico, y que precisamente se basó para la creación de su más conocido personaje literario en uno de sus profesores de la Universidad de Edimburgo)    



A mí en la cabeza me entra lo que me entra


Hace unos meses veía a muchos de mis contactos de Facebook echarse las manos a la cabeza al conocerse los resultados de una “Encuesta de Percepción Social de la Ciencia”, que arrojaba el hecho de que uno de cada cuatro españoles, al igual que Holmes, desconocía que la Tierra giraba alrededor del Sol. ¡Herejía! ¡Anatema! “¡Retirémosle el derecho a voto a estos analfabetos!”, incluso llegué a leer. A mí, sinceramente, no me pareció para tanto. De hecho es muy posible que mi padre, que en gloria esté, tampoco lo supiera. Es posible incluso que mi madre no lo sepa. No creo que eso la incapacite para ejercer su derecho al voto, ni que deba ser vilipendiada o vejada por ello. Hablamos de una persona que durante la mayor parte de su vida ha trabajado sin descanso, atendiendo un negocio familiar que abría 14 horas al día, sin días de cierre ni vacaciones (como supondrán hablo de un bar, un bar de los de antes), y que además sacaba adelante una familia, cuidaba a tres hijos, y mantenía una casa. Para mí todo eso sólo merece un calificativo: heroico. Como comprenderán, que sepa si la Tierra gira alrededor del Sol o viceversa me parece algo pueril, inane y anecdótico. Y desde luego creo que mi madre está mucho más capacitada para votar y comprender las complejidades de la vida que a quien se le calienta su boca y cae en actitudes fascistas para designar quien debe o no debe votar. Por cierto, diversas encuestas entre 1999 y 2006 demostraban que un 20% de los norteamericanos creían que el Sol gira alrededor de la Tierra, en 2011 eran un 33% de los rusos quienes estaban en tal error, y nuevamente en Estados Unidos en 2015 leemos que al igual que en España, uno de cada cuatro habitantes de ese país siguen en las mismas.

El caso no es ser listo, el caso es creerse listo, y eso, a los humanos, nos encanta. Sea cual sea el campo, hay algo natural e innato en nosotros que nos lleva a creer que somos poseedores de la verdad y que el resto de la humanidad viven aborregados. Los simpatizantes de ciertas ideas políticas tienen claro que la suya es la única respetable y la que ofrece las soluciones para un mundo mejor y más justo; los fieles de las distintas religiones creen que su dios (o dioses, en el caso de los politeístas, si es que queda alguno) es el único verdadero; y ya no hablemos de deporte, donde por alguna extraña razón desde el momento de nuestro nacimiento somos unas auténticas autoridades en fútbol, baloncesto, o sea cual sea el deporte a tratar. Una cosa es el mito, y otra la realidad. Uno de mis cuentos favoritos de todos los tiempos es “El traje nuevo del emperador”, de Hans Christian Andersen, vuelta de tuerca de uno de los relatos que engloban esa obra inmortal que supone “El Conde Lucanor” de Don Juan Manuel (muy famoso no sería cuando no se conocen los apellidos, que dirían Faemino y Cansado) Tanto en la obra medieval castellana como en el apólogo del narrador danés se refleja de una manera devastadora como el convencimiento y la ceguera mental es capaz de hacernos vivir en una realidad absolutamente diferente. Todo esto sin entrar en disquisiciones metafísicas sobre cuál es la auténtica realidad del ser humano desde su percepción subjetiva, y si las cosas en realidad “son” algo o simplemente “nos parecen”, lo cual nos llevaría incluso a la paranoia de pensar que quizás ni siquiera exista nada y todo sea producto de la imaginación… pero dejemos estas divagaciones para otra tarde de verano. 

He comentado que mis padres tenían un bar. Un bar de los de antes, de viejo, de partida. Un auténtico y particular ecosistema en el que al estilo del café de Doña Rosa de “La Colmena” de Cela, uno podía asistir a un curso intensivo de sociología viendo el paisanaje allí reunido. Voy a contarles una de mis anécdotas favoritas, de las muchas sucedidas en aquel local. 

Era la hora del telediario, la más bulliciosa dentro del bar, aquella en la que aquellos machotes huían raudos de sus casas y sus mujeres para encerrarse en el bar a fumar, beber y blasfemar. En la televisión Luciano Pavarotti cantaba. Uno de los clientes habituales, un potentado empresario del transporte, miraba la pantalla con falso embelesamiento al tiempo que masticaba el culo de la faria que bailaba en su boca. Mientras daba chupadas al puro y lo atizaba encendiendo una cerilla hacía gestos ostentosos frente a la pantalla, hasta que por fin se atrevió a pronunciar: “¡pero qué bien canta este Pavoretti!” Mi hermana y yo, al escuchar aquello, nos lanzamos una mirada de complicidad, que mudó a nada disimulada sonrisa y finalmente inevitable risa. El hombre se dio cuenta de nuestra reacción y envalentonado comenzó a carcajearse mientras miraba a sus compinches diciendo: “¡jajajajajaja, no saben quién es Pavoretti, jajajajajaja, no saben quién es Pavoretti!”  

La anécdota, real y vivida por mí, me encanta, por lo que tiene de clarificadora sobre la condición humana. Un hombre crecido y encorajinado por su propio error del que no es consciente. Un emperador capaz de atravesar el pueblo desnudo ante la incrédula mirada de sus súbditos. Porque lo importante de verdad es que independientemente de que aquel caballero no tuviera ni idea del nombre del tenor y estaba viviendo una pose de admirador de la ópera, él estaba convencido de nuestra inferioridad, del mismo modo que quien ayer lee un titular del estilo “Jugador del Real Jaén acude a su presentación con una camiseta de Franco” y obsequia en los comentarios a la noticia con un “burro”, está plenamente convencido de que vive rodeado de ignorancia (máxime tratándose de un futbolista, ahí viene el topicazo), por mucho que al indignado espectador le costaría reconocer el rostro del citado anteriormente dictador portugués Salazar. Conocido es el capítulo en la vida de Unamuno (al final en estos temas siempre acabamos volviendo a Unamuno) en el que el docto intelectual daba una conferencia sobre William Shakespeare en la que pronunciaba sin ningún complejo el apellido del dramaturgo inglés bajo la fonética española (“shakespeare”), hasta que cansado de los murmullos, inquisiciones,  y risas contenidas de los asistentes convencidos de la torpeza e ignorancia de aquel conferenciante, pronunció un imponente “shekspir” para continuar su discurso en un perfecto inglés que hizo abandonar el recinto a buena parte del público que, sencillamente, no era capaz de seguir el contenido de la charla en lengua inglesa, pese a que unos minutos antes eran capaces de escandalizarse ante el hecho de escuchar el apellido de Shakespeare pronunciado en castellano.  

Los tópicos, en efecto, no tardaron en llegar. Siendo futbolista se le presupone ignorancia. Otro tópico infalible es el del dinero. El futbolista además de tonto es millonario, aunque sea un mileurista jugador de Segunda B. Desconozco cuál va a ser el sueldo de Nuno Silva en el Jaén, pero apostaría a que no pasará de los 3000 euros mensuales (si alguien tiene el dato y es tan amable de dármelo, le estaré muy agradecido, he intentado buscarlo en internet pero lo único que uno puede encontrar sobre Nuno Silva es… ya lo saben)  Es posible que el común de los jugadores de fútbol no tengan especialmente inquietudes culturales, pero es necesario huir del tópico y del estereotipo cuando uno se encuentra con profesores de instituto que no han leído un libro en los últimos tres años y con futbolistas que devoran literatura en los ratos libres de sus concentraciones en cantidades desorbitadas. Y no me invento nada.  

Ciertamente nos costaría encontrar un futbolista aficionado a, por poner un ejemplo, la música de Nick Drake. Pero créanme que no sería más difícil que encontrarlo en la oficina donde trabajo, donde atónito y perplejo he comprobado que nombres como Robert Mitchun suenan totalmente a chino cuando ha salido algún tema de conversación cinematográfico. Inolvidable la vez en la que una compañera me dijo “tú ves películas raras, como mi novio, que le gusta “El Padrino” “  Una película que arrasó en las taquillas y los oscars era para esta muchacha cine “del raro”. Esto no convierte a estas personas en ignorantes, ni borregos, ni nada de ese estilo. De hecho la mayoría cobran más que yo y viven mucho mejor que yo, he aquí en todo caso el auténtico borrego. Mientras se dedicaban duramente a sus estudios yo posiblemente “desperdiciara” mi tiempo escuchando discos, leyendo libros o viendo películas. Cada uno ha llenado su cabeza con lo que le convenía. Así de simple. Que sea incapaz de ordenar cronológicamente a los reyes de la historia de nuestro país no me preocupa ni hace sentirme ningún ignorante desgraciado, de igual manera que no pienso que lo sea quien no sabe ordenar cronológicamente la discografía de Bob Dylan.

Por supuesto, también se ha buscado sacar rédito político a la noticia, desde las comparaciones de los catalanistas con las multas a la exhibición de banderas esteladas, hasta la exaltación pura y dura del franquismo,  pasando por la denuncia de que esto es lo que pasa cuando vienen jóvenes ignorantes a quitar trabajo a españoles mientras los nuestros se van, o el argumento de que si hubiera llevado la foto de un dictador “de izquierdas” no se habría armado este revuelo. Evidentemente todo el mundo tiene razón. De eso se trata. Para comerse la sardina primeramente hay que arrimarle el ascua. Caso aparte el de ese individuo llamado Salvador Sostres, cuya presencia mediática admito que me sigue resultando un enigma. En otro de sus habituales vómitos verbales ha aprovechado la ocasión para recordarnos que el franquismo no estaba tan mal, que al dictador le debemos la democracia (sigh), y que la izquierda es muy mala, pero muy muy mala, con cuernos, rabo y olor a azufre, vaya. Lo que me sigue fascinando es que alguien se pueda ganar la vida dedicándose a escribir paladas de mierda. En El Mundo se dieron cuenta, tarde, pero se dieron cuenta. Lástima que siempre aparezca quien está dispuesto a llenar de estiercol las páginas de su periódico con tal de darles unos cuantos rejonazos al "enémigo".  

Cosas de España, el calor, y el verano.    


El enigma Sostres, cobrar por defecar.


jueves, 23 de julio de 2015

SAZA DE MIS ENTRETELAS





Qué nube negra se cierne hoy sobre España, querido Saza, cuando nos dejas huérfanos de humor e histrionismo. Sana carcajada hecha huesos y calavera, mandíbula batiente de dictaduras, transiciones y democracia. 

Tú que cargaste la escopeta nacional como nadie, dime, desde allende la otra vida, en que situación nos dejas. Dime que hacemos ahora los que preferimos las risas a las pistolas, las carcajadas a los cañonazos… dime cómo sobreviviremos en este país de odios empeñado y emperrado en odiarse a sí mismo como nadie nunca se ha odiado. Dime que haremos los que no somos de la España de Blas ni de Cataplás, si no de la España de Tip y Coll y Gila, de la España de Berlanga y Azcona, de la España de Landa y López Vázquez… la España que siempre supo dar un paso adelante y ser vanguardia de sí misma. La España que encontró en el surrealismo religión y poema. La España de la mandíbula Sazatornil. 

Esperpento y vida, champán de las comedias, tu sola presencia llenaba la pantalla de un volcán de humorismo. Dicen que te lleva el alzheimer maldito, demonio del olvido que despoja una vida y la reduce a vacía carcasa. Tú que tanto reconocías la dificultad con la que te aprendías los textos, duele imaginarte despojado de tus recuerdos. Que jugarreta del destino, arrojarte a los últimos años de tu vida, al final de tu tiempo corpóreo en La Tierra sin recordar apenas las cuatro letras inmortales con las que siempre serás recordado, Saza, sin saber lo que hiciste reír a todo un país al que le gusta tanto enfadarse. Y es que tú no necesitabas aprenderte las frases, Saza, porque tú has sido un actor de instinto y de mandíbula, un actor de puro rostro, un rostro de puro actor, actor de raza, Saza. 

Hay quien dice que un buen actor es el camaleónico y versátil, el que logra hacer desaparecer a su persona en la pantalla y aparecer el personaje. No negaré tal, pero hay que reivindicarte, Saza, como ejemplo de actor que está por encima de sus papeles. En tus películas siempre te veía a ti, Saza, y no a cualquiera de los más de cien personajes que se vistieron de tu enjuta y huesuda figura, como siempre he visto a John Wayne, o a Totó, mira que absurdas y extremas comparaciones te hago, porque en este mundo de los sueños y las ficciones a Dios gracias todo se nos permite, y que se confundan los censores y se queden atrapados a poder ser en los ascensores.   

Calavera risueña, esqueleto bailarín, mandíbula batiente, loca entrepierna, pelvis salvaje, pichina irredento, canalla blasfemo… que solos nos dejas aquí plagados de libre albedrio y de incipientes alborotos por doquier.

Te recordaremos siempre así, con la instantánea que congela el hedonismo de “Verano 70” en la que desde el coche con la ventanilla bajada nos invitas a sumergirnos en un océano de biquinis en las playas de Benidorm.

Y es que no hay mayor labor humanitaria que haber hecho reír al prójimo, aunque tú no te acuerdes, Saza de mis entretelas.

martes, 14 de julio de 2015

NEVERCLOSIN' BAR







Too much ain’t never enough
Just turn out the lights
Let this song catch you
Let the red wine run wild


Hace ya unas semanas que nos sorprendió la noticia del cierre del Groovie, uno de los bares más emblemáticos del último Malasaña, uno de los últimos resistentes, un “High Sierra” atrincherado en esa plaza dedicada al aún demasiado desconocido héroe español Juan Pujol (espía durante la II Guerra Mundial y que como doble agente engañó a Hitler para que el Desembarco de Normandía fuese un éxito, y con ello comenzar la caída del nazismo en Europa) Su lema “rock and roll resistance” representaba la obstinación y la cabezonería que aún le queda, cada vez menos, a un barrio que fue santo y seña de toda Europa, y prácticamente todo el globo, en esta música del demonio que una vez te atrapa lo hace para siempre.  

Hace ya unos días también de la última noche, el último vals, plagado de alcoholes y melodías, en una fiesta de bullicio melancólico en la que vimos bajar a Germán por última vez la verja metálica cuya apertura y cierre representó el ciclo vital de muchos de nosotros. Días buscando un hueco imposible para poder trasladar al papel mis pensamientos y hacer una vez más lo único que mínimamente sé hacer: pensar escribiendo, o escribir pensando, tanto da. 

La Malasaña que yo viví, y la viví muy a fondo, ya estaba lejos de la de su mejor época, la de las dos últimas décadas del siglo XX. Había realizado incursiones de vez en cuando durante los 90, a visitar amigos, alguna amante ocasional, llevar vino berciano a Kike Turmix, y sobre todo disfrutar de la noche y del rock and roll en esos apenas 200 metros cuadrados a la redonda donde se concentraba lo que era el concepto de diversión para un veinteñaro deslumbrado por la mitología rockandrollera, desde Buddy Holly a Stiv Bators y mucho más allá. No fue hasta entrado el 2004, cuando decidí trasladarme a vivir a Madrid, en que me convertí en un habitual de la zona, en un parroquiano más, en uno de esos rostros frecuentes y desencajados que de jueves a domingo y de manera insaciable practicábamos un hedonismo salvaje siempre en busca de una copa más, de una última canción que retardase el momento de volver a casa, donde la vida apenas existía. Y ahí he de decir que el Groovie fue parte fundamental de mi existencia durante aquellos años. 

May you stay young
Dead or alive
Keep that smile on your mouth
That’s all we got
Regrets are for fools…

Había conocido brevemente a Germán y Mica de su visita a Ponferrada a un Freakland, festival que durante varios años animó la Semana Santa berciana y del que esperamos con fervor religioso su regreso. Tenía también una buena relación cibernética con nuestro barbudo amigo gracias al foro de Ipunkrock, en unos años en los que la camaradería imperaba y no habían hecho aún ruido ni acto de presencia algunos personajes que amparándose en la impunidad que procura escribir desde el teclado de un ordenador convirtieron aquello en su cortijo de barbaridades y odios para dar desahogo a sus múltiples complejos. Ipunkforos funcionaba a nivel nacional, pero era Madrid donde se concentraba, digamos, el núcleo duro de la actividad. De modo que cuando llegué a la capital el Groovie fue de los primeros sitios (el otro fue el Freaks, que cerraría meses después de mi traslado) que me ofreció su cabina y sus platos para pinchar mis discos, y lógicamente con ello sacarme unos cuartos que me venían muy bien, ya que había llegado a Madrid, como se suele decir, con una mano delante y otra detrás (en eso apenas ha cambiado la cosa, la verdad sea dicha) Al poco tiempo la cosa fue más allá, y Germán me ofreció convertirme en el nuevo encargado del local, con la difícil tarea de suplir al mítico Tony Pick, quien comenzaba una nueva etapa en el Garaje Sónico. De modo que dejé mi trabajo de comercial de una empresa de telecomunicaciones, con el que me estaba levantando un buen dinero a base de estafar y mentir como un bellaco, con todas las erosiones en el alma que aquello conllevaba, y me puse detrás de aquella barra.    

Too much ain’t never enough
Just turn out the lights
Keep that smile on your mouth
Let the red wine run wild
Regrets are for fools…

No recuerdo cuando tiempo estuve trabajando en el Groovie, como todos los ciclos tuvo su comienzo y su final. De manera amistosa Germán y yo llegamos a la conclusión de que el bar necesitaba un nuevo brío y un cambio en la plantilla, de modo que volví al otro lado de la barra, donde más a gusto me he encontrado siempre. El mejor recuerdo que me llevé del Groovie fue el imponente paisanaje humano que allí se reunía. Supongo que será injusto citar algunos nombres, porque irremediablemente alguno me olvidaré, pero igual de injusto sería en un texto de despedida y gratitud por tantos buenos momentos no dejar plasmados nombres que en mayor o menor medida comenzaron a ser habituales para mí. Imposible no acordarme de Manolo Calderón, con sus fenomenales pinchadas de los viernes y las enormes conversaciones que manteníamos a puerta cerrada, con la intimidad del tequila como único testigo. Mujeres, sexo, rock and roll, política, fútbol, NBA o Fórmula 1 podían ser los temas habituales que abordábamos cuando nos enfrascábamos mano a mano en aquellos debates en los que las palabras cabalgaban sobre la cogorza. También en el Groovie conocí a mi gran amigo Nacho Glofo, quien durante un tiempo también trabajó con nosotros. También se dejaba ver Nacho Ñeta, cuando las obligaciones en el Louie Louie se lo permitían. Clientes habituales eran Santi Garage y Jun el Chino (ocupando la entrada de la barra, un espacio que luego “heredaría” otro clásico como Pedro), Lolo, David el Gafotas, Manolo Válvulas, siempre acompañado de su inseparable Carlangas, Mauro Entrialgo, Toño Tejerina “El Diablo Sobre Ruedas”, Toni Face, Juanlu y Susana, Miguel Ygarza y su “Mod Generation Club”,  y por supuesto, Kike Turmix. El cantante de los Pleasure Fuckers era un auténtico mito en Malasaña, pero creo que en ningún sitio fue tratado como en el Groovie, donde siempre tuvo barra libre y Germán le daba pinchadas para que pudiera sobrellevar sus constantes problemas económicos.

Heavies and rockers,
Punks, go-fasters,
Let’s go get drunk
Fathers and critics
We are warnin’ you singing
We are never closin’ this bar

En resumidas cuentas, mods, rockers, moteros, punks, skins, hardcoretas, heavies reciclados, y hasta algún skater eterno (el inigualable Strangler) Toda una galería de personajes variopintos con un denominador común: amor por el rock and roll y por la fiesta. Un local que se convirtió en mi segunda casa, lo cual no es en sentido figurado. Recuerdo un domingo en el que mi novia por aquel entonces me tuvo que llevar ropa al Groovie ya que llevaba todo el fin de semana sin pasar por casa. Años de locura y de constante picor de niki, mereció la pena vivirlos, y no podría entenderlos sin haber existido el Groovie.   

Too much ain’t never enough
Let the red wine run wild…

La cantidad de anécdotas y recuerdos que me llevo darían para unos cuantos libros, pero, en base a mantener el pudor y la poca decencia que aún nos queda, vamos a decir eso de “lo que pasó en el Groovie se queda en el Groovie”, aunque algún episodio ya ha acabado siendo público, como aquella vez en la que entraron los antidisturbios, orcos uniformados de mandíbula desencajada en aquellas revueltas fiestas del 2 de Mayo de 2007 (68 heridos y 15 detenidos por gentileza de las fuerzas de seguridad del Estado y su curiosa manera de celebrar el levantamiento contra los franceses), y a golpe de porrazo desalojaron el bar sacando de allí a todos los presentes… excepto a Santi Garage, que haciendo honor a su apodo de “Chiquitín” se había escondido entre las cajas del almacén sin que esos mamporreros que pagamos con nuestros impuestos le localizasen. Todo lo demás que pueda contar sobre lo ocurrido entre las paredes del Groovie sólo lo diré delante de mi abogado y de una botella de Johhnie Walker.    

Heavies and rockers,
Punks, go-fasters,
Let’s go get drunk
Dealers and cheaters,
Cheerleaders,
Let’s go get drunk
We are warnin’ you singing
We are never closin’ this bar

Gracias por todo Groovie Bar, si realmente la auténtica vida y la única realidad es la que existe en nuestros corazones, cerebros y almas, donde somos dueños de todo lo que sucede, siempre habrá un rincón en el que esté sonando “Don’t wanna know if you are lonely” de Husker Du, mientras observo por la amplia ventana del Groovie hacia la plaza de Juan Puyol la posible llegada de algún ilustre gambitero pensando, una vez más, en esas fiestas que nunca terminan, en esos bares que nunca cierran. 

Fathers and critics
We are warnin’ you singing
We are never closin’ this bar
Rock and roll sinners,
Painkillers,
Let’s go get drunk…* 

*Letra de “The Neverclosin’ Bar”, Jon Iturbe and The Radio Gansters, 2003 


lunes, 13 de julio de 2015

IKER









Iker, cuatro letras, como Raúl, sólo cuatro letras que alumbrarán para siempre el recuerdo de los madridistas más sensatos a la par que sensibles. Resumir lo que ha significado Casillas para el Real Madrid y el fútbol español no es tarea fácil, pero nadie debería dudar, con un mínimo de perspectiva histórica de que estamos hablando del mejor portero de la historia de este club, del mejor guardameta del fútbol español en todos los tiempos, y que inevitablemente entrará en todos los debates posibles sobre el mejor en su puesto en la historia del fútbol mundial. Lo descomunal de tales afirmaciones bastaría para comprender el vacío que deja Iker, pero además hay que sumarle un compromiso y un madridismo fuera de toda duda desde los 9 años en los que ingresa en el club. En total 25 años, un cuarto de siglo, representando desde la más profunda convicción madridista el escudo del club más laureado del mundo.   

Adiós al mayor mito de la portería blanca, cuya trascendencia como leyenda madridista sólo aguantaría comparaciones con Di Stefano, Paco Gento, y por supuesto, Raúl, quien sigue superando en 16 partidos a Iker como el jugador que más veces ha vestido la camiseta blanca en partidos oficiales (741 del delantero por 725 del guardameta) Se va Iker y no sabemos si lo hace por la puerta pequeña, la de atrás, o por la grande, ya que sencillamente no existe puerta del tamaño adecuado para despedir a una figura tan superlativa dentro de la historia del Real Madrid, que es lo mismo que decir de la historia del fútbol. 

Su despedida vuelve a poner encima de la mesa el debate sobre el fútbol actual y el modelo presidencialista de Florentino Pérez, experto en conformar plantillas estratosféricas a golpe de talonario, pero que rara vez acaban siendo los equipos dominadores que las expectativas generaban. Sólo Del Bosque y Ancelotti, entrenadores ambos vilipendiados por Pérez, fueron capaces de dar con la tecla que procura éxitos, buen fútbol, y la tranquilidad en el ambiente que se le supone a un club que debiera vivir instalado en la felicidad y no en la crispación. Del Bosque, Hierro o Raúl, son nombres que salen a la palestra en estos días para acompañar a Casillas en la realidad incontestable de que el Real Madrid no sabe honrar a sus héroes, a aquellos que más éxitos han dado al club y más abrazos han recibido por parte de un presidente eufórico por sacarse la foto con sus capitanes cuando llegaban los éxitos, pero inflexible en sus decisiones de destrozar proyectos ganadores a los que nunca deja madurar. Es cierto que en un club como el Real Madrid la exigencia es máxima e impera la obligación de ganar, pero precisamente por eso chirría el maltrato que reciben quienes han tenido más condición de ganadores en este equipo. Y aunque también es cierto que el actual Iker Casillas no es la mejor versión de sí mismo, el club debería encontrar la manera de equilibrar un presente ganador y competitivo con el respeto a sus más valiosos estandartes. Porque ganar no lo es todo en la vida, y pese a que algunos se empeñan en decir eso de que “en el fútbol no caben sentimentalismos”, la realidad es que si el fútbol ha llegado a ser el deporte más popular del mundo, con una trascendencia social que supera ampliamente el estricto terreno deportivo, es precisamente por su capacidad para acomodarse de manera natural en el campo de las emociones y los sentimientos. Por eso nunca será lo mismo un Iker Casillas que un chaval fichado de la Premier, igual que no es lo mismo un Koke Resurrección que un Arda Turan, por poner un ejemplo válido para estos días y que todos podrán comprender.

Florentino Pérez, uno de esos personajes que parece tener el dinero por castigo, ha convertido lo económico en el principal valor del Madrid de hoy día. Exhibe sus fichajes orgulloso del coste, independientemente de las virtudes futbolísticas de los protagonistas. Recuerda a esos caricaturescos millonarios excéntricos, que tienen una colección de 60 relojes pero sin ningún pudor aparecen en la última fiesta con uno nuevo, mientras engoladamente refieren a sus amistades: “la verdad es que no lo necesitaba para nada, pero es tan mooooooono que no me pude resistir”. Valorar a los jugadores por su estatus económico incendia vestuarios (y no cenar con periodistas), vestuarios que, hay que repetir, sólo entrenadores como Del Bosque o Ancelotti han sabido llevar, alejados de la ideología marcial de técnicos dictatoriales y egocéntricos que suelen fracasar en este tipos de clubes en los que hay que saber manejarse con psicología un tanto libertaria y no constreñir el talento de los jugadores, que al fin y al cabo son los auténticos protagonistas. Vestuarios que viven casos como el actual de Sergio Ramos, capitán y hombre clave en los últimos éxitos de su equipo y que reclama ahora el mismo estatus económico que el de otros jugadores apenas recién llegados y que aún poco han demostrado.       






Pero seamos justos, siendo Florentino un presidente con más sombras que luces, que manejando los presupuestos más altos de Europa no ha obtenido una relación inversión/títulos acorde con esa exigencia que tanto pide para los demás, que ha cercenado proyectos ganadores, y que ha despreciado a la cantera madridista (que sigue nutriendo a clubes de primera y segunda división de nuestro fútbol), no ha sido el creador del “madridismo cainita”, tampoco lo fue Mourinho, personaje con una capacidad de empozoñamiento como jamás se ha visto en nuestro fútbol. Por mucho que le pese a los talibanes del entrenador portugués, convencidos de que su amado líder ha inventado el fútbol y descubierto el madridismo “verdadero”, lo cierto es que el desagradable y extradeportivo ataque que ha tenido que sufrir el ya ex –capitán madridista por parte de algunos de sus propios aficionados no es la primera vez que lo vemos en la entidad blanca, más bien al contrario y por desgracia, parece que es ley no escrita que todo personaje cuya vinculación a este club adquiera auténtica trascendencia (cosa que se consigue, lógicamente, con los años) deba acabar sus días como madridista siendo vilipendiado, insultado y ultrajado por ese madridismo que se erige en auténtico simplemente por su actitud beligerante. Yo, que llevo décadas de madridismo a mis espaldas, esto ya lo he visto con Del Bosque, Raúl, Hierro, Sanchis, Michel o Butragueño, por citar unos cuantos nombres ilustres. Lo estamos viendo con Sergio Ramos, estamos a punto de verlo con Cristiano Ronaldo,  Marcelo o Pepe, y en unos pocos años, si tenemos la suerte de que sigan en este club, lo veremos también con jugadores como Carvajal o Isco. En definitiva, y por sistema, todo jugador que consigue hacer una carrera más o menos larga en el Real Madrid, llega un día en el que es definido como “cáncer” del Real Madrid. 

En todos los casos la argumentación, simplona a más no poder, es siempre la misma, con alguna pequeña variante: se les acusa de acomodados, de amiguismo con la prensa, la cual les protege, se inquiere que juegan por decreto, y no por su calidad como deportistas, y de que mandan más que entrenadores y directivos.  Pueden ustedes tirar de hemeroteca y ver como esto que digo es cierto respecto a los más grandes personajes del Madrid en los últimos 40 años. En ese sentido los ataques a Iker forman parte de la tradición del madridismo cainita, ese, que para más saña, se autodefine a sí mismo como el único y verdadero. Incluso pueden encontrar un paralelismo con lo sucedido con Felipe Reyes durante la ignominiosa era Messina en el baloncesto madridista. Messina, como Mourinho en el fútbol, llegaba al club blanco con un palmarés incontestable, deslumbrando a un presidente convencido de que el nombre, y no el hombre, sería suficiente para devolver al baloncesto madridista aquellos años dorados de Pedro Ferrándiz y Lolo Sainz y que los títulos caerían como llovidos del cielo. A Messina se le dio libertad absoluta para contratar y despedir jugadores, tanto que recordar todos los fichajes realizados por el italiano resulta imposible si no se hace con la ayuda de Google. Inversiones millonarias, un juego aburrido, una afición descontenta y los títulos… ni se olieron. En medio de todo aquello el madridismo cainita encontraba un culpable de la situación: Felipe Reyes. El capitán, un cáncer enquistado, un jugador viejo que no aceptaba el paso del tiempo y buscaba refugio y protección en la prensa. Una sincera entrevista a Marca, en la que de una manera totalmente respetuosa y autocrítica Felipe analizaba su mal momento en el club blanco les dio la razón a los cainitas. Había que cargárselo a toda costa. Afortunadamente quien se marchó fue Messina. Se acabó aquella temporada como se pudo, vapuleados en una Final Four que se llevaba sin pisar 15 años por el Maccabi Tel Aviv y eliminados en semifinales ligueras por el Bilbao. El verano nos trajo a Pablo Laso, entrenador en quien nunca ha confiado Pérez, y que tras todas las zancadillas posibles y de estar más fuera que dentro el pasado año mientras Florentino elucubraba con Fotsis Katsikaris como técnico, ha dado a la entidad madridista el año más glorioso en la historia de su sección de baloncesto. Pérez, que es un madridista con muy pocas nociones de historia, no debía recordar que Ferrándiz y Sainz también perdían finales, incluso Ferrándiz, al igual que Laso, perdió sus dos primeras finales europeas y hoy en día es un miembro del Hall of Fame del deporte del baloncesto. A todo esto Felipe sigue levantando trofeos con el club blanco y obteniendo reconocimientos como su MVP de la temporada regular.    

Lo que ha hecho especialmente doloroso el asunto Iker, por encima del despelleje que han sufrido el resto de capitanes madridistas, es que ha sido objeto de unos ataques mucho más duros que sus antecesores, en los que el juicio deportivo era lo de menos y el agraviado era la persona, no el deportista. Por un lado el haberse convertido en el principal objetivo de Mourinho, entrenador que más que seguidores tiene una auténtica legión de fanáticos detrás suyo, y que siempre ha buscado un elemento externo al que echar la culpa de sus fracasos. Ese enemigo era Guardiola. Una vez ausente el actual entrenador del Bayern Munich, el portugués necesitaba otro chivo expiatorio con el que vender su discurso victimista, y en esta ocasión decidió no irse más lejos y buscarlo en su propio vestuario. La primera temporada de Guardiola fuera del Barcelona, fue, casualmente, el año en el que comienza la cacería mourinhista al capitán madridista, quien había sido titular absolutamente imprescindible para el portugués, pero se convirtió de la noche a la mañana en el recipiente donde desahogar todas sus frustraciones, llevando al madridismo a la guerra civil y tirando en Diciembre una liga de la que éramos vigentes campeones (con Casillas, como no, en la portería) 

A este respecto creo que es justo hacer memoria para comprender realmente la historia de lo sucedido con Casillas y Mourinho. A su llegada al club blanco el portugués no tiene ninguna duda sobre la calidad de Iker y se convierte en un jugador prácticamente intocable para el de Setubal. De hecho es la temporada en la que más partidos juega en su historia en el club blanco, ya que es titular en todas las competiciones (en las temporadas anteriores César, quien llega a dos finales, y posteriormente Diego López y Dudek jugaban la Copa, con sonoros tropiezos a las primeras de cambio contra equipos de divisiones inferiores en el caso de estos dos últimos arqueros) Mourinho decide dar la Copa a Iker, cuya participación resulta decisiva en la final de Valencia contra el Barcelona, sobre todo durante una segunda parte de intenso dominio barcelonista y en la que las intervenciones de Casillas permiten a los blancos llegar a una prórroga sentenciada por el certero cabezazo de Cristiano Ronaldo. El Real Madrid ganaba un título que se le escapaba desde 1993, y se constataba una vez más que Iker Casillas es el único portero con el que el Real Madrid ha sido capaz  de ganar títulos, ya que posteriormente ni Diego López (ligas 2012-13 y 2013-14, champions 2012-13 y copa 2012-13) ni Keylor Navas (copa 2013-14) han sido capaces de ganar títulos defendiendo la puerta madridista. Está claro que la suplencia de Casillas con Mourinho obedece a cuestiones extradeportivas, y aquí es donde el relato alcanza sus tintes más agrios. Se sigue aludiendo a la tristemente famosa semifinal de Champions League de la temporada 2010-11 como el nacimiento del “topo”, indigna etiqueta con la que muchos, sin prueba alguna, siguen intentando manchar la imagen de Iker. A Mourinho le molestó que horas antes del encuentro ante el Barcelona la prensa descubriera que Pepe iba a jugar en el centro del campo, pero lo cierto es que ya había empezado a ensayar aquella posibilidad semanas antes en partido de liga contra el Athletic de Bilbao, e incluso en también partido liguero, diez días antes del de Champions, y precisamente ante el Barcelona, veíamos a Pepe ocupar el centro del campo. Que el defensa portugués iba a salir en esa posición con la misión de neutralizar a Messi en el partido de ida de las semifinales de Champions era algo que se daba por seguro en el 99% de los analistas deportivos (y quien lo dude no tiene más que tirar dehemeroteca) El Real Madrid pagó su racanería táctica quedando eliminado de Europa, pero una vez más el victimismo de Mourinho, aplaudido por sus acólitos, buscaba culpables externos. Por un lado el Barcelona de Unicef, en una rueda deprensa que figurara por siempre como uno de los momentos más negros de la reciente historia madridista, por otro, en la figura de un presunto “topo” que nunca nadie ha podido descubrir. Con el tiempo quizás sepamos toda la verdad, como ahora sabemos, gracias a las revelaciones de Dudek, que Mourinho entró en el vestuario señalando a Granero, posiblemente para intentar desenmascarar o poner nervioso a tal “topo”, en otra estrategia de chirigota a la que nos tiene acostumbrados el de Setubal. Algo me dice que en caso de que sepamos algún día quien ha sido el mayor filtrador del vestuario madridista en la época de Mourinho, no va a ser Casillas el nombre que salga a la luz. Por cierto, no está de más recordar como Ancelotti utilizó a Sergio Ramos en el centro del campo en su eliminatoria ante el Atlético de Madrid, desvelado por la prensa horas antes del encuentro. Creo que el italiano no montó ningún incendio por ello.  Lo cierto es que no sólo no se probó la existencia del famoso “topo”, si no que Casillas siguió gozando de la total confianza de Mourinho para la temporada siguiente, 2011-12, siendo titular nuevamente en las tres competiciones, ganando la liga de una manera imponente, y con un buen rendimiento en la Champions League, donde en un fenomenal duelo con Neuer en la tanda de penalties en semifinales ante el Bayern Munich llega a atajar dos lanzamientos, de Kross y de Lahm, antes del fallo de Sergio Ramos que propicia el pase del Bayern de Heynckes a la final.

Con el asunto del “topo” sin poder demostrar (quizás porque no exista tal “topo” salvo en los sueños húmedos de los mourinhistas y en su realidad alternativa de madridismo victimista), otro episodio clave para entender el odio visceral del mourinhismo a Casillas viene de la llamada a su amigo Xavi Hernández en los momentos de mayor tensión de la guerra Barcelona-Real Madrid, una guerra que nunca debería pasar de una rivalidad deportiva, pero que el mourinhismo convertía de manera ciega en una auténtica batalla que debía durar las 24 horas del día. Un disparate.  

Lo cierto es que no se puede entender el éxito histórico del fútbol español, ganador de dos eurocopas y un mundial de manera consecutiva, sin comprender la relación entre Iker y Xavi, que se remonta a su adolescencia cuando son abanderados de unas selecciones de formación que culminan con el título del Mundial sub20 de 1999 en Nigeria. En un país en el que históricamente la selección no ha logrado conseguir ser “el equipo de todos”, debido al fanatismo ciego de quienes enarbolan más la bandera del “anti” que la del “pro”, el tener dos figuras tan integradoras como líderes de los dos grandes equipos de nuestro fútbol ha sido la clave que ha llevado a nuestro fútbol a lo más alto. Y es que la sincera amistad entre Iker y Xavi nos hace recordar a las tan exitosas selecciones de baloncesto, ya no actuales, si no la de aquella inolvidable plata de Los Angeles de 1984. Baste recordar sin ir más lejos la inquebrantable y duradera amistad que han mantenido entre sí jugadores como Corbalán, Iturriaga y Romay  por un lado, y Solozabal, Epi o Jiménez por otro. Duros antagonistas capaces incluso de llegar a las manos en la pista, para a la media hora de finalizado el partido tomarse una caña juntos. No queremos caer en el excesivo ensalzamiento del baloncesto, que es nuestro deporte favorito, pero es una pena que el fútbol no sea capaz de saber crear un ambiente tan sano. Sea como fuere lo cierto es que esta generación de deportistas nacidos en los años 80, y que nos han dado la época de mayor gloria deportiva a este país (los Gasol, Navarro, Reyes, Iker Casillas, Xavi, Iniesta, Fernando Alonso, Rafa Nadal…) no puede entenderse sin ese respeto y cordialidad que se procesan. Deportistas en el concepto más amplio de la palabra, mucho más que simples practicantes de un deporte.   

"No tiene dobleces. Es sincero, va de cara y eso nos gusta a los entrenadores", lo dijo sobre Iker Casillas un hombre de fútbol que si por algo se caracterizaba era por su independencia y no casarse con nadie: Luis Aragonés. 

Iker, víctima por un lado de un mourinhismo que definitivamente se ha quitado la careta para dejar a las claras su condición de secta, de religión, de dogma de fe. No es el madridismo lo que importa, hay algo que va más allá y en el que el madridismo cainita ha encontrado su razón de ser. Y esto sí que tiene difícil solución, cura, o extirpación. Por otro, la propia situación de la información, o desinformación, u opinión deportiva actual, con un arma de desestabilización realmente poderosa: las redes sociales. Y ahí es donde el odio a Iker ha encontrado un caldo de cultivo para extenderse con toda su mezquindad. Amenazas y mensajes contra la persona, su familia, e incluso contra un hijo de poco más de un año de vida. Tweets, páginas de Facebook, o foros de internet en los que el madridismo cainita y fagocitador, ese Saturno que devora a su hijo, campa a sus anchas instalado en una apología del disparate que les hace abrazar ese insolente dogma de fe basado en que más madridista eres cuanto más odies al capitán. Un disparate de muy mal gusto y del que es muy difícil abstraerse. Esperemos que a Oporto no lleguen esos cañonazos de mala baba.


La despedida de Iker nos deja huérfanos del madridismo más sentimental. Y es que como ya hemos dicho ganar no lo es todo. La identificación con el equipo es fundamental, y va a ser difícil encontrar un sustituto ya no sólo en la portería blanca, si no en la sensibilidad del madridismo que no vive con el cuchillo entre los dientes. Seguiremos viendo con envidia como se ha reconocido a Gerrard o Xavi en sus despedidas, por no hablar del estremecimiento de recordar a los Baresi, Maldini, Puyol o Giggs, jugadores de club por encima de todas las cosas. Eso es lo que diferencia a los buenos jugadores de los absolutamente grandes, los que a sus hazañas deportivas complementan la conquista del corazón de los aficionados. 


Y es que desde ayer, seguro que el Oporto tiene muchos más seguidores.  

viernes, 3 de julio de 2015

LA AMARGURA


Normalmente me levanto los viernes henchido de un brío descomunal. No puede ser de otra manera cuando se acercan dos días en los que la palabra libertad cobra significado, sin horarios ni obligaciones, 48 horas para disponerlas uno en los propios asuntos que tenga a bien. 

En efecto, estamos tan domesticados y hechos a la vida que nos han obligado a vivir que irremediablemente la llegada del fin de semana nos proporciona una estimulante y necesaria felicidad con la que afrontar la llegada de un nuevo lunes. Funcionamos, en ese sentido, como animales que responden a estímulos condicionados. No somos más que perros de Pavlov con maletines de ejecutivo y corbata.

Celebraba pues, la llegada de un nuevo viernes, antesala de descanso laboral y de tiempo de asueto y ocio, con el optimismo que merece tan sugerente día de la semana, cuando no llevaba una hora de estar puesto en pie vino a importunarme sin pedir siquiera permiso una vieja conocida: la amargura.  

Verán, de un tiempo a esta parte, en concreto desde mi última mudanza, vengo llegando al trabajo prácticamente una media hora antes de lo que indica mi contrato. No se trata de ser el empleado ejemplar, ni de buscar con ello medranza en la empresa, Dios me libre, ya que creo esto no es tomado en cuenta, ni desde luego tan tomado en cuenta como el día que saliera cinco minutos antes, ya que tengo la sensación de que nuestros semejantes son capaces de percibir a la perfección cualquiera de nuestros defectos o errores pero pasan por alto sin embargo las virtudes o aciertos del vecino. La explicación a mi premura en dejarme abducir por la oficina donde las horas de mi vida se consumen a fuego lento se encuentra en la búsqueda de una mejor condición anímica con la que afrontar mis días. Por un lado el llevar años lidiando con problemas de ansiedad hace que haya aceptado un consejo que, valga la redundancia, es muy aconsejable. Y es el de saber manejarse con margen de tiempo y no vivir agobiado por las manecillas del reloj. Resumiendo, el salir de casa con el “me sobra tiempo” y no con el “voy justo”. Por tanto suelo abandonar el domicilio a una hora bastante más temprana que lo que debería si calculase exactamente el tiempo que me lleva en llegar al trabajo. Esa media hora sobrante podría gastarla en ir al parque a dar de comer a las palomas (las madrugadoras, claro), pero una vez llegado al barrio donde trabajo acabo, cual metal atraído por imán, entrando en el edificio laboral de mis cuitas e instalándome en mi puesto, por si podemos ir adelantando algo, y para poner en funcionamiento el equipo y las decenas de aplicaciones a utilizar durante la jornada con saludable tranquilidad. 

Pero hay otra cuestión por la que salgo temprano de casa, y es que tengo que coger el metro. Y he llegado a la conclusión de que cuanto antes coja el metro con menos usuarios voy a compartirlo, y, dentro del agobio habitual, la situación no será tan insostenible como si me subo (me bajo más bien) media hora más tarde.

Qué cierto es que no se valoran las cosas hasta que uno las pierde. Durante años he tenido la suerte de poder ir a trabajar andando. Cuanta salud, cuanta felicidad y cuanta tranquilidad me procuraba aquello. El ánimo con el que afrontaba la jornada era distinto después de un buen paseo (una media hora me llevaba) al de padecer, y digo bien padecer, el infierno del transporte subterráneo. No sé si ustedes conocen la actividad en días laborables de la línea 6 del metro de Madrid en la dirección de Méndez Álvaro, Pacífico, Sainz de Baranda, etc… si la conocen saben bien de lo que hablo. Al suplicio de la condensación humana y la saturación física, la incomodidad del asunto, se suma la desorbitada cantidad de incidencias y averías que los usuarios debemos padecer. Yo hoy he sufrido la segunda de esta semana. No hay semana que no tenga que verme en una, y en ocasiones, como ven, más de una.

Creo firmemente en que somos dueños de nuestro estado de ánimo, y que para un espíritu positivo y optimista todo son ventajas. Verse atrapado en una avería de metro puede tener su lado bueno (avanzar en la lectura del libro que lleves entre manos, pese a lo dificultoso de poder leer en tales condiciones, aplastado por una soliviantada y enfurecida marea humana), además siendo previsor con el tiempo tal y como he relatado tales vicisitudes gran parte de las veces no me impiden llegar a mi hora (en otras ocasiones si lo hacen, porque ya digo que lo de la línea 6 y sus averías es cosa digna de estudio), y sobre todo tengo claro que las desgracias de la vida son otras, no las de las zancadillas de la cotidianeidad.  Pero también creo que la queja y la protesta son armas que el ciudadano de a pie debe usar para luchar por una mejor calidad de vida y no pasar por el aro. Que no nos domestiquen más de lo necesario. Procurar un estado de ánimo plácido, sosegado y estoico, a la vez que no se abandona la conciencia de luchar por lo que se cree justo, es otro de esos equilibrios a los que aspiro en mi aristotélica filosofía de vida.   

El caso es que la simple avería del metro de esta mañana ha ido facilitando un devastador efecto dominó en mi cerebro. Primero escuchando a un cabreado usuario que voz en grito recurría a los tópicos “¡no hay derecho!”, ¡siempre igual!” y “¡ya está bien!” Lo cierto es que aquel buen hombre tenía toda la razón, pero además lo acompañaba de ciertas reflexiones que entran directamente en el terreno de la amargura: “ya no sé cuantas veces he llegado tarde a este trabajo, menos mal que es un contrato basura y me da igual lo que me pase, si llega a ser un trabajo en buenas condiciones ya me habían echado”, esto, escuchado por un caballero que rondaba los 60 años resultaba totalmente desazonador. No pude evitar sentir un escalofrío al pensar que aquel buen señor podría ser yo perfectamente dentro de un par de décadas, si sigo vivo, desesperanzado, mendigando por trabajos que no me gustan con contratos de mierda y sin más ilusión que el partido del miércoles de la Champions League.

Seguí observando la humanidad airada que se congregaba en el vagón. Pobres víctimas de un sistema de vida que nos ha deshumanizado en todo punto. La crispación de padecer constantes averías en un medio de transporte que obligatoriamente has de coger cuando vives a varios kilómetros de tu puesto de trabajo. Una crispación, una ira contenida (tan bien reflejada, esa contención y posterior liberación, por Joel Schumacher en 1993 con su “Un día de furia”) que hace que la simple caricia involuntaria del viajero que tienes a tu lado te provoquen ganas de estamparle un puñetazo, cuando el pobre no tiene la culpa de nada y es otra víctima más.  

Para mí infortunio seguí pensando. Esto no puede seguir así. La única manera de que la comunidad de Madrid se diese cuenta del daño que hace a la ciudadanía sería que toda la población, aunque fuese un solo día, no cogiese el metro. Un día en el que no se viese un solo viajero en el suburbano. Sería la mejor llamada de atención. Pero hay que desengañarse, es imposible. Y así de atados de pies y manos estamos. Otra posibilidad sería una huelga radical de los trabajadores, que también padecen la mala calidad del servicio, de todos ellos, sin excepciones. Pero esto crearía aún mayor crispación, con una parte de la población sólo preocupada de su propio trabajo incapaz de ver que este tipo de luchas nos favorecen, en realidad, a todos.

Y empecé a pensar en el dinero, el maldito parné, ¿merece la pena pagar 54,60 euros cada 30 días por un servicio así? Ciertamente no sé medir si tal cantidad de dinero es mucha o poca. El dinero me parece el peor invento de la humanidad junto a las armas y las religiones. Pedazos de papel, cachos de metal y tarjetas de plástico. Y sin embargo todo está ahí, excepto el aire que respiramos y el sol que nos alumbra (y démosle tiempo al tiempo), todo tiene un precio. Es decir, esos 54,60 euros pueden significar mucho para mí. Y ya lo creo que sí. Cuando tienes un sueldo de mil euros (y parece ser que “y gracias”), tienes que pagar un alquiler por vivir bajo techo, y todas esas cosas sin las que el hombre, esclavo tecnológico del siglo XXI, no puede vivir (electricidad, luz, teléfono, internet, y claro, agua), te conviertes, a tu pesar, en un funambulista de los números, y es que tienen que verme a mí a mediados de mes bolígrafo en ristre cartografiando sobre el papel mi desgracia en cifras, calculando que si me quito cinco céntimos del papel higiénico extrasuave y me limpio el culo con papel de lija, igual los puedo aprovechar en un paquete de tallarines.   

Todos estos pensamientos me fueron llevando a otros, las fichas de dominó cayendo ya sin remedio y de manera desbocada. Un trabajo que no me gusta, un sueldo que apenas me da margen a ninguna alegría y me obliga a vivir al día, una edad ya respetable. Por si fuera poco la imposibilidad momentánea de vivir con mi pareja, a la que echo de menos cada instante, unido a la lejanía de la familia y de los amigos más antiguos. He sido un desastre y he hecho muchas cosas mal en mi vida, lo admito, pero, ¿tan malas han sido mis elecciones para este doloroso penar que me aflige? ¿Hasta cuándo tengo que pagar por todos mis errores?, ¿cuánta sangre todavía debe exprimirme esta vida?, ¿cuánto sudor debe brotar aún de mi frente?, ¿llegará un día en que esa “mano invisible” de la que hablaba Adam Smith sienta saciada su hambre, y pueda yo, y tantos como yo, vivir, simplemente vivir y ver pasar mis horas sin la obligación de mantener Dios sabe qué extraña cadena indestructible?, ¿para qué demonios hemos sido creados? 

Todas estas congojas acompañaban mi presto caminar una vez salido del diabólico subterráneo que tanto horada mi placidez mental. Elucubraba entonces sobre si debiera plasmar estas inquietudes en negro sobre blanco, consciente de que este lacrimoso exhibicionismo de penas y pesares no me deja en buen lugar, ya que, no nos engañemos, todo el mundo gusta de proyectar una imagen triunfal de fuerza y aparecer a los ojos de nuestros coetáneos (hoy más que nunca que nuestras vidas son un constante show retransmitido las 24 horas del día gracias a las redes sociales) como felices “bon vivants”. Pero precisamente por eso me asaltó el deseo, aún más vivamente, de rebelarme contra esas imposturas que de alguna manera nos siguen cegando frente a la situación en la que vivimos. Facebook, Instagram, etc, se han convertido en escaparates donde mostrar nuestros éxitos en la vida, nuestras mejores vacaciones, cenas, compras, etc, pero apenas nadie se atreve a mostrar la otra cara, nadie se atreve a decir “a mí, sinceramente, en la vida me va mal” Porque una cosa es el romanticismo del perdedor, que no deja de ser una pose estética y desgarradora que muchos hemos practicado como dandis malditos que somos, y otra cosa admitir la condición de fracasado en una vida que sólo se vive una vez. Y ese miedo a exponer algo tan humano como es simplemente la precariedad económica o la escasez de recursos esconde la realidad de una sociedad descompuesta y una clase media extinguida. No comparto tal temor, ya que tengo la absoluta certeza que esto que estoy escribiendo no es más que un retrato cotidiano que podrían firmas millones de ciudadanos en toda Europa hoy día. Con una manifiesta incapacidad para enfrentarnos y derrotar al poder establecido, tanto de estado como de mercado (en definitiva, “a los que nos gobiernan”, como escribía Tolstoi en su lúcido ensayo de vejez), sí en cambio es fácil percibir la susceptibilidad con la que nos enfrentamos los unos a los otros embaucados en nuestros dogmas de fe (y como buen dogma de fe, superior al dogma de fe del vecino), una vez abandonada la perspectiva de luchar por lo que debiera ser justo y conformistas con las migajas que suponen nuestras escasas horas libres al día mientras que entregamos la mayor parte de nuestro tiempo a vivir esclavizados, porque infeliz quien piense, infeliz que se haga preguntas, infeliz quien se rebele, infeliz quien proteste e infeliz quien se queje. Infeliz, y amargado, claro. 

Y así, envuelto en esta amargura con aroma a café negro sin azúcar, sumido en el pozo abisal de mis pensamientos, comienzo otro fin de semana apoyado, finalmente, en el desahogo de escribir.   


Y cuando más tarde vea saltar hacia los aires el tapón de la primera cerveza, pensaré, qué duda cabe, que tampoco estoy tan mal…   



"Gracias a la almorta" (Francisco de Goya)