Nos pirra Pirrón |
Vuelvo a vestir
la piel del Eyaculador conduciendo mis pensamientos a través de las Palabras.
Busco mi papel en la obra, mi lugar en el mundo. Hasta ahora, durante este
viaje, he perseguido a toda costa mi
libertad individual y la independencia de mi pensamiento. Para ello el primer
requisito fue liberarme de todo aquello que pudiera lastrar mi caminar. Las
verdades absolutas, los dogmas, las banderas por las que luchar o las
religiones a las que profesar fe. Dudar de todo, suspender el juicio, reivindicar
a Pirrón de Elis.
Pero en vista de
que peor visto que tener una opinión propia está el no tener ninguna, y ante la
gravedad de los acontecimientos a los que nos han empujado a unos cuantos
españoles sin voz ni voto para decidir nada, aquí voy a plasmar una serie de
Eyaculaciones Verbales que sirvan de testimonio inequívoco para cuando vengan
las purgas, detenciones, arrestos y encarcelaciones. Para cuando finalmente
hayan triunfado los fanáticos, los de las verdades absolutas, los dogmas, las
banderas por las que luchar y las religiones a las que profesar fe. Para que
sepan entonces que hacer conmigo, que "estrella de David" colocar
sobre mi pecho.
No me gustan los
nacionalismos ni los patriotismos. Ninguno. Ni el españolismo, ni el
catalanismo, ni el galleguismo, ni el bercianismo, ni el leonesismo, etc, etc.
En mi opinión es una ideología obsoleta para un siglo XXI que debería haber
aprendido de los errores del siglo XX, errores manifestados a lo largo de toda
la centuria, desde el "Levantamiento de los boxers" en China hasta
los conflictos en la antigua Yugoslavia que finalizaron con la guerra de Kosovo
en 1999. En todos los casos el sentimiento nacionalista y el odio al vecino y
al extranjero dominaron a unos ciudadanos que se levantaron en armas para matarse
defendiendo una bandera. Y no creo que sea necesario recordar que a lo largo de
la historia el nacionalismo se ha caracterizado por una demonización al foráneo
lindando con el racismo y la xenofobia, amparándose en peligrosas alusiones a
conceptos como la “raza” y la “sangre”.
Esta es mi muy
humilde y muy modesta opinión sobre los nacionalismos. Insisto e insistiré cada
vez con mayor fuerza en la humildad de dicho planteamiento no buscando el favor
de una falsa modestia si no porque precisamente, y de eso va todo este texto,
el paso de los años me hace cada vez más conocedor de mi desconocimiento y
poseedor de mi ignorancia. Es una simple opinión, muy lejos de la verdad
absoluta y totalmente alejada de cualquier intento de posesión de eso que
llaman “tener razón”. Desearía que esta opinión no me calificase ante los ojos
de los demás como un fascista, un represor, o un totalitario, pero lógicamente
es algo que no puedo controlar.
Porque una cosa
es mi opinión sobre los nacionalismos, que he dejado clara líneas más arriba, y
otra es la necesidad de convivencia con aquellos que tienen otro punto de
vista. No es sólo necesidad de convivencia lo que me mueve a respetarlos e
incluso intentar comprenderlos, si no que más allá es una cuestión de
principios. Tendría un gravísimo problema si no fuera capaz de comprender que
existe un elevado número de vecinos, amigos, hermanos, paisanos, conocidos,
conciudadanos y demás que tienen cosido en el alma ese sentimiento patriota o
nacionalista para con sus respectivos pueblos, naciones, regiones, estados y
banderas. Y eso he de respetarlo. No es tan difícil respetar las opiniones
ajenas si uno se lo propone (pero claro, hay que proponérselo, y repito,
despojarse de cualquier verdad absoluta) No estoy en la vida para repartir
carnets de autenticidad. Lo que estamos viviendo estos días es precisamente un
problema de absolutismo y de pensamiento totalitario sin margen de autocrítica
por ninguna de las partes. De un puñado de españoles diciéndonos que sólo hay
una manera de ser españoles, y de un puñado de catalanes diciéndoles a sus
paisanos que sólo hay una manera de ser catalanes. Todo lo que se escape de
ambos bandos es mirado con recelo, o directamente catalogado como “contrario”
de uno y otro bando. Yo mismo tengo la sensación, precisamente por haber
expresado mi “neutralidad” en esta ridícula guerra de banderas, de ser visto
como un simpatizante del independentismo catalán por parte de quienes abogan
por la unidad territorial de la España que conocemos desde los Reyes Católicos
y por la infalibilidad e imbatibilidad de la Constitución como dogma de fe
inamovible, y por otro lado ser visto como un españolazo rancio por parte de
los catalanes que no desean permanecer un segundo más dentro del organigrama
político del estado español.
El delirio del
momento actual es tal que abogar por el diálogo (es decir, lo que siempre
parece el camino más sensato) te convierte en cómplice de “golpistas”, si nos
atenemos a las barbaridades escuchadas y leídas estos días, entre ellas las de
quien fuera vicepresidente de un gobierno bajo cuyo manto se amparó y financió
a un grupo antiterrorista que directamente no fue otra cosa que otro grupo
terrorista más, sólo que éste pagado con el dinero de todos los españoles, y
que llevó a prisión entre otros altos cargos a un ministro del interior, a un
secretario general del partido de aquel gobierno, o a un general de la Guardia
Civil.
Las cloacas del estado. |
Yo no me
considero ningún antisistema. Me interesan las utopías anarquistas, pero en la
práctica no las veo viables. Me gusta el “sistema”, o al menos creo en él. Creo
en el socialismo, en el “estado de bienestar”, y en que todos contribuyamos en
la medida de lo posible al beneficio de todos. Creo, en general, en el estado,
y creo en sus fuerzas de seguridad y en sus garantes, pero por eso mismo debo
ser crítico con sus cloacas (y ahí arriba acabamos de hablar de una) Criticar
la violencia policial o el uso desproporcionado de la fuerza no me convierte en
ningún “progre podemita bolivariano”, quiero pensar en todo caso que me
convierte en un ciudadano crítico y responsable con el país en el que vivo. Ver
conciudadanos jalear la contundencia policial (y digo bien, jalear, como si en
un partido de fútbol estuvieran) empleada sobre algunos de los votantes al
referéndum convocado por la Generalitat el pasado 1 de Octubre remueve las
entrañas. Si esos conciudadanos son felices con esas imágenes, las cuales han
dado la vuelta al mundo, quizás yo debiera plantearme también si merece la pena
vivir en el mismo país que ellos.
¿Es mucho pedir
que quienes gobiernan nuestros designios, quienes se han ofrecido al servicio
público (y qué obtienen pingues beneficios por ello, tanto en su activa vida
política como en sus posteriores actividades privadas viendo devueltos los
favores prestados anteriormente), tengan el cuajo suficiente para sentarse en
una misma mesa y poner solución a este disparate dantesco? Parece que sí, que
es mucho pedir. Y lo es porque cuando nadie duda no hay porque dar un paso
atrás. Negociar, o dialogar, significar que todas las partes cedan en algo para
que haya un todo que salga beneficiado. Pero es difícil llegar a plantearse eso
cuando sabes que tienes detrás tuyo una legión de fanáticos enarbolando la
bandera y amparando tu razón, tu verdad absoluta. Si realmente creemos en la
política dejemos a los políticos hacer su trabajo, pero no alimentemos su
sordera y su incapacidad para acercarse a otros planteamientos distintos a los
de sus siglas, porque con ello lo único que hacemos es crear dirigentes tan
ineptos y cerriles como Rajoy y Puigdemont, investidos ambos de un aura de
santidad insoportable e instalados en una percepción paralela de la realidad. La
psiquiatría lleva años abordando este problema. El trastorno mesiánico que
envuelve a los líderes políticos, a los que la sombra de la duda ni les asoma. Los
griegos lo llamaban Hibris, un castigo divino (“Aquel a quien los dioses quieren
destruir primero lo vuelven loco” dice el proverbio) sobre quien se establece
por encima de la ética y la moral. Rajoy y Puigdemont parecen modernos
protagonistas de una tragedia griega, cegados por la vanidad de sus
convicciones. El ser humano tiende a buscar la opinión acomodaticia. Escogemos
nuestras fuentes de comunicación en base a nuestros prejuicios. Dicho de otro
modo: escuchamos lo que queremos escuchar. Si esto sucede en cualquier hombre
corriente, de la calle, ¿cuánto más no sucederá en quien se siente respaldado
por millones de votos? Rajoy o Puigdemont escuchan complacientes a los millones
de ciudadanos que les dan la razón… el problema es que no quieren escuchar a
los millones que opinan lo contrario. El líder político actual ha perdido la
capacidad de diálogo. No la necesita, es más, le estorba, le confiere debilidad
ante los ojos de sus votantes y seguidores.
A mi edad he
visto y vivido toda clase de barbaridades y confrontaciones en este país. Nací
durante los últimos años de un franquismo impuesto a sangre y fuego tras una
guerra civil que nos marcó para siempre, una maldición, castigo divino sufrido
precisamente por ese pensamiento totalitario de aquellos que elevan la bandera
y se ofrecen, sin que nadie se lo haya pedido, para “salvar” a la patria. Crecí
durante una transición que lejos de ser modélica nos mostraba las calles llenas
de violencia y terrorismo. Un terrorismo de muchas caras, pero ninguna tan
cruenta como la de ETA, la banda armada que destrozó centenares de familias,
nos ilustró lo absurdo de los nacionalismos y nos hizo plantearnos tantas cosas
(al igual que deberíamos plantearnos, hoy día, porque Euskadi vive un imparable
descenso de sentimiento nacionalista, si nos atenemos a las últimas encuestas)
He visto como el terrorismo yihadista, todavía más atroz por imposible que
pareciera, nos ha golpeado con todo su odio en nombre de un dios que en caso de
existir dudo mucho que exigiera tales sacrificios y baños de sangre para
sentirse honrado. Y sin embargo no recuerdo una época de tanta crispación como
la de estos días, y esto sólo puede ser explicado por el crecimiento de las
redes sociales y una presunta “democratización” del pensamiento que hace que
todo el mundo tenga su altavoz, tanto el hombre moderado que huye de
radicalismos y no eleva la voz ante su vecino, como el furioso “hooligan” cuyo
discurso se basa en el odio a quien no piensa como él… el problema, claro, es
que siempre hace más ruido (y por tanto más daño) el “hooligan” vociferante que
el ciudadano moderado.
¿La policía nunca se equivoca? |
Recuerdo, en los
momentos más tensos del conflicto con ETA y el nacionalismo vasco, a
totalitaristas españoles pidiendo la expulsión de la selección española de
fútbol (el equipo de “todos”) a los jugadores nacidos en Euskadi. Nada
comparable a lo que sucede hoy día con Gerard Piqué. El caso de Piqué es
paradigmático sobre como las redes sociales han condicionado el pensamiento a
día de hoy y han amplificado el prejuicio [todo ello alimentado por el propio
futbolista, instalado él mismo en otro tipo de pensamiento simplón de “buenos”
(los patriotas catalanes culés) y “malos” (los patriotas españoles
madridistas)] Piqué tiene nada menos que 16.400.000 seguidores en Twitter ¿Creen
ustedes que todos ellos son realmente “seguidores” del jugador, en el sentido
de “fans”, de aficionados a los que Piqué les entusiasma con su juego,
personalidad y manera de ser? No, un altísimo número de sus seguidores son “patriotas
españoles madridistas” que viven actualizando el Twitter del barcelonista a la
espera de una nueva bajada al fango del jugador para retwitearlo con el
consiguiente exabrupto. Tan estúpidos e intransigentes y poseedores de la “verdad
absoluta” como el propio Gerard Piqué. ¿Qué diferencia hay entre un “ultra sur”
y un “boixo noi”?, el radical que trata de imponer su bandera siempre es un
radical, olvídense del color de la bandera… fíjense en el radical. Ese es el
peligro.
La “ciberopinión”
elevada a dogma de fe. Una de las características que más me fascina de este
fenómeno es el uso de la imagen para dar peso a tal “ciberopinión” que en
realidad no es más que un prejuicio elevado a la máxima potencia. De ese modo pueden ustedes buscar fotografías
o vídeos (y vamos a dejar el tema de la manipulación, el cual daría para otra
Eyaculación aparte) de nuestras fuerzas de seguridad del estado excediéndose en
sus funciones o haciendo un uso desproporcionado de la fuerza frente a
ciudadanos en muchos casos indefensos, de igual modo que pueden encontrar
imágenes de miembros de tales cuerpos teniendo que sufrir vejaciones, insultos
y agresiones por parte de ciudadanos radicales; igualmente pueden encontrar sin
dificultad como en las manifestaciones por la unidad de España de estos días la
extrema derecha ha campado a sus anchas y ver sus agresiones a independentistas
o a partidarios al menos de referéndums, derechos a decidir, y reformas de la
Constitución, de la misma manera que encontrarán documentos que ilustran la
violencia del independentismo más radical sobre aquellos ciudadanos pacíficos
cuyo único pecado puede haber sido portar una bandera de España. Lo que si es
cierto es que en la mayoría de los casos, quienes busquen y cuelguen en las
redes documentos de un “bando”, muy difícilmente lo harán con los del otro. Y
digo en la mayoría porque también es cierto que afortunadamente existe una
clase de ciudadanos analíticos quienes desprovistos de ciega pasión si están siendo
capaces de ver los excesos (y recuerden lo que decían los griegos de los
excesos) de un lado y del otro. Ciudadanos en este caso que cómo ya he
explicado serán vistos como “contrarios” por un sector y otro, de igual modo
que estoy convencido de que una gran parte de quienes lean este texto sólo se
quedarán con una parte y tildarán sin ninguna vacilación este escrito de libelo
simpatizante con el independentismo o por el contrario de panfleto españolista
a favor de la unidad territorial de nuestro bendito país, en vez de ver lo que
pretende ser: un ejercicio de duda frente a la verdad absoluta. Y
paradójicamente (no se puede concebir el ser humano sin la paradoja), siendo un
texto que reivindica la duda, esto que acabo de explicar es algo de lo que si
estoy totalmente convencido.
Permítanme que
vuelva a la Hibris griega y al “pecado” (en una civilización para la cual el
término todavía no existía) de la vanidad. Si la Grecia clásica fue la cuna del
humanismo y todo el pensamiento occidental, por muchos siglos transcurridos,
sigue anclado a aquella primigenia raíz que elevó al hombre a mucho más allá
que un homínido erecto y cazador, es desolador observar como la enseñanza más
sencilla, la que refiere a la mesura y al equilibrio en emoción y pensamiento,
es absolutamente despreciada en pleno siglo XXI. Rajoy y Puigdemont son Edipo
haciéndonos pagar el asesinato de Layo.
"¡Sonríe, la Historia nos contempla!" |
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