"In starlit nights I saw you, so cruelly you kissed me.
Your lips a magic world, your sky all hung with jewels.
The killing moon will come too soon"
("The Killing Moon", Echo and The Bunnymen)
Se conmemoran 50 años de la llegada
del hombre a la Luna. Hombre blanco, robusto y norteamericano para
más señas, superando en la loca carrera espacial a la Unión
Soviética de cosmonautas y perritas en sputniks. El gran paso para
la historia de la humanidad, el gran hito moderno, y a la vez el gran
sacrilegio, la mancilla en el romanticismo y la poesía. Con el pie
humano puesto sobre la luna, ¿qué lugar queda para la magia?
Se conmemoran 50 años del alucinante
alunizaje de Armstrong y Aldrin, mientras su compañero Collins
ejercía de solitario pagafantas espacial confinado al lado oscuro de
la Luna. Y precisamente ahora el Gran Mago de nuestro tiempo, Alan
Moore, anuncia definitivamente su retirada del mundo de los comics.
Una retirada que lleva cinco años cociéndose a fuego lento, desde
que en 2014, y posteriormente en 2016, ya sugiriese que no tenía
nada más que contar.
50 años de un alunizaje que no está
reñido con otra realidad alternativa, con una realidad no real, con
la apología de la más pura hiperstición. La realidad de los
farsantes, cuentistas, magos y embaucadores que han estado durante
siglos visitando la Luna. La realidad, en definitiva, en la que
preferimos vivir los poetas. Fue Luciano de Samósata el primer nauta
(o al menos así está documentado) que viajó al nocturno satélite.
El título de su aventura no puede ser más explícito: “Historia
Verdadera”, dejando clara la verdad de su mentira, o la mentira de
su verdad, tanto da. Lean lo que el propio autor decía al respecto
de su obra: “Me orienté a la ficción, pero mucho más
honradamente que mis predecesores, pues al menos diré una verdad al
confesar que miento. Y así creo librarme de la acusación del
público al reconocer yo mismo que no digo ni una verdad. Escribo,
por tanto, sobre cosas que jamás vi, traté o aprendí de otros, que
no existen en absoluto ni por principio deben existir. Por ello mis
lectores no deben prestarles fe alguna” ¡Qué maravilloso canto a
la libertad literaria!
La línea genealógica trazada desde
Luciano de Samósata, quien viviera bajo el Imperio Romano en el
segundo siglo después de Cristo, hasta el actual Alan Moore, bardo
de Northampton, ha sido el justo ejercicio de rebeldía e
inconformismo ante el mundo material y verdadero, esto es, el mundo
gris y tedioso que ha tratado de imponer, y ha impuesto, la dictadura
de la objetividad intentando desproveernos de nuestro rasgo más
humano: el de la propia experiencia, es decir, la subjetividad.
Volviendo (y siempre hay que volver) a Moore, en su posiblemente obra
maestra más rotunda (y tiene unas cuantas), la impresionante “From
Hell”, el genio inglés formula una apasionada apología sobre el
pensamiento mágico y la imaginación y las virtudes del hemisferio
derecho de nuestro cerebro. El hemisferio creativo, rebelde, y
emocional. Conecta esta reivindicación con una defensa del poder
femenino, de Diana sobre Apolo, y por supuesto de la Luna sobre y el
Sol, y con su teoría de que la humanidad en sus principios fue
principalmente matriarcal y las primeras deidades fueron féminas
hasta que una rebelión masculina decidió cambiar el orden
establecido. Teoría que según la antropología tiene todos los
visos de ser realidad, ya que se estima que al menos durante los
primeros 200000 años del hombre sobre la tierra la divinidad más
poderosa y adorada era una diosa madre y no un dios padre. Teorías
antropológicas que bien harían en repasar los modernos
reaccionarios de hoy día que bajo el dictado de nuevo de la verdad
absoluta y objetiva niegan la necesidad de la lucha feminista. No es
la única vez que Moore ha manifestado este atávico feminismo
antropológico. En el número 40 de la saga de “La Cosa del
Pantano”, con el título de “La Maldición”, nos presenta el
personaje de una mujer-lobo que bajo el influjo (una vez más) de la
Luna encierra en si misma una historia de opresión colectiva
liberada a través de la licantropía. Hermoso y salvaje, como toda
buena revolución.
Las vanguardias artísticas, y
principalmente literarias, del “fin de siecle” que sirve de
transición entre los siglos XIX y XX, siguen resultando las más
excitantes de la historia de las letras. El simbolismo y el
modernismo fueron los movimientos más rebeldes y transgresores
posibles, rebelándose contra el nuevo mundo materialista y burgués.
Curiosamente el modernismo, como movimiento artístico, fue el gran
contrapunto a la modernidad de un mundo que abrazaba la ciencia como
una nueva religión sepultando sin piedad el pensamiento mágico. La
razón despedazando a la imaginación. Posteriormente sería un
hombre de ciencia como Freud quien demostraría las conexiones entre
ambos mundos y la importancia de lo onírico, inconsciente y surreal
en nuestra manera de percibir el mundo, es decir, en lo que
entendemos como “realidad”, concepto que erróneamente nos
empeñamos en seguir revistiendo de verdad absoluta y objetiva cuando
no se trata de nada más (ni nada menos) que de una percepción
individual y subjetiva, una experiencia personal e intransferible que
en todo caso puede encontrar rasgos comunes en la colectividad, y
así, cuando un grandísimo porcentaje de la población ha percibido
un mismo color nos hemos atrevido a ponerle nombres a los colores, o
de una manera todavía más osada, cuando hemos comprobado que la
mayoría de los seres humanos padecemos ciertas cuítas emocionales
(melancolías, tristezas y todo ese etcétera de quejidos anímicos)
hemos intentado definir tales sentimientos, buscando apoyo en las
palabras que funcionan como muletas de nuestros pensamientos. Pero
aun con todo eso no somos realmente capaces de expresar lo que
sentimos, ya que alma y verbo no son lo mismo por mucho que se empeñe
la Biblia. Freud abriría el camino para posteriores psiconautas de
sobra conocidos (Hoffman, Huxley, Leary...), otros valientes
lunáticos que han buscado viajar más allá de los límites de su
mente gracias a esos regalos de los dioses que son las drogas,
llegando donde otro lunático como William Blake sólo pudo llegar
con ayuda de su cerebro, que no era poca cosa. Blake, lunático
igualmente transgresor y revolucionario y a quien los modernos
reaccionarios de hoy día despacharían de manera despectiva como
animalista y feminista sin pudor alguno. “Cada cosa existente tiene
tanto derecho a la Vida Eterna como Dios, quien es el sirviente del
hombre”.
No he venido hasta aquí para clavar
impunemente mi pluma en los costados de Armstrong y Aldrin (ni de
Collins, ¡pobre Collins y sus solitarias 24 horas en la órbita
lunar!), yo de niño, como todos los niños occidentales de finales
de los 70, quería ser astronauta y en mi colección de figuras de
acción tenía un lugar prominente el mítico madelman con traje
espacial y casco inspirado en “2001.Una odisea en el espacio”.
Pero luego quise ser mago. Y se trata de volver a esa magia. A esa
poesía. Al hemisferio derecho del cerebro. A la Luna. A Selene. A
Luciano de Samósata. A Verne. A Melies. A Moore.
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