El
pasado sábado por fin pude tener contacto real, sin tecnología de
por medio, con otras personas que no fueran mi santa señora con
quien he pasado este confinamiento día a día, hora a hora y minuto
y minuto. Evidentemente fue todo un acontecimiento, poder tomar unos vinos y unas cervezas y escuchar nuevos discos con tres amigos fuera de mi casa. Volver a coger el metro y
pasear por Malasaña después de tres meses. En esta desescalada que
no es si no aprender a andar de nuevo fueron como los primeros
pasitos de un niño. Tan excepcional ha sido el suceso que por fin en
este diario abandonamos eso que llamé hace unas entradas la “deriva
ideológica” y volvemos al objetivo inicial. Dejar por escrito mis
sensaciones en medio del mayor y más negativo acontecimiento
histórico que mi memoria pueda recordar.
Parece
que el camino hacia esa “nueva normalidad” es una realidad y por
mucho que nuestros hígados ya no sean lo que eran sigue sin haber
nada más gratificante que pasar un buen rato con los colegas. Acabar
la jornada esbozando una sonrisa y pensando a lo Laporta “¡al loro
qué no estamos tan mal!”. Habrá quien piense que nos conformamos
con poco... como si la amistad fuese poca cosa.
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