miércoles, 27 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XLII): ELOGIO DE LA EQUIDISTANCIA






Pocos temas tan rotundos para comprender lo mal vista que está la equidistancia hoy día (pese a los peligros de abandonarla) como el de los nacionalismos español y catalán, como bien expresó El Roto en este viñeta por la que, como no, fue duramente criticado.






En España no hay nada más provocador que intentar ser conciliador”, lo escribió el vicepresidente de la Junta de Castilla y León Francisco Igea el pasado domingo con motivo de las bochornosas manifestaciones convocadas por Vox el sábado tras las cuales la formación ultra ha llegado a equiparar su patriótico desfile con nada menos que la consecución de la Copa del Mundo (de fútbol, imagino) Después de reprochar a los nacional-católicos una nueva instrumentalización de la enseña nacional y el buscar sacar rédito político de una pandemia global, el político vallisoletano (médico de profesión antes de entrar en política) acertaba de pleno con esta sencilla pero certera reflexión.


Al hilo del uso de la apropiación de la bandera por parte de la ultraderecha nacionalista me gustaría hacer una pequeña digresión. Simplemente la que recuerda que no se trata de ninguna novedad. Cualquier totalitarismo, o los herederos del mismo, buscan una excesiva apropiación y exhibición de los símbolos y enseñas nacionales. Es comprensible por tanto el recelo con el que muchos españoles siguen viendo (y temiendo) la explosión rojigualda con intereses políticos, y cuando parecía que felizmente podíamos ver generaciones de españoles libres de exhibir nuestra bandera sin intenciones fascistas, vuelven esos mismos fascistas para recordarnos que no, que la bandera sigue siendo suya. Esto no es exclusivo del fascismo. El comunismo también se ha cuidado muy bien a lo largo de la historia de politizar el uso de ciertos emblemas. La actual bandera de Cuba es muy anterior a la llegada de Fidel Castro al poder, pero si usted ve a un individuo por la calle ataviado con tal bandera es muy posible que sienta una razonable sospecha de que se trata de un simpatizante con el comunismo castrista, al igual que puede suceder con la de Venezuela y su relación con el chavismo.


Igea ha dado en el clavo con lo que supone mantener en la España actual una actitud que no viva esclavizada por las siglas políticas. Lo dice lógicamente desde su posición centrista, con la cual yo personalmente no me identifico. Yo no soy centrista, yo soy de izquierdas. Soy de izquierdas por una decisión personal ética y moral, no por ningún dogma de fe. Por eso me niego a que mi pensamiento viva constreñido a no ver más allá del viejo debate derecha-izquierda. Es algo tan sencillo como que de la misma manera que no creo que todos los inútiles de la política española se hayan instalado en el actual gobierno “social-comunista”, dudo también que lo sean todos los de la oposición. Del mismo modo que no creo que nadie sea mejor o peor persona por pertenecer o votar a un determinado partido, aunque sí creo, lógicamente, que hay ideologías perniciosas y funestas para la humanidad y merecen ser combatidas, de ahí lo equivocado de reprochar a quienes no caemos en el histrionismo ideológico. Porque yo si tengo claro de qué lado estoy. Del lado de quienes no admitimos el totalitarismo ni la intolerancia, venga del lado que venga. De quienes defendemos la democracia y que “el partido” se gana en las urnas y no con golpes de estado pistola en mano y no queremos que Europa viva ese retorno al pasado de los Franco, Hitler, Mussolini, Salazar, Stalin, Ceacescu o el coronel Papadopuolos.


Y la sombra de la amenaza de ese retorno al pasado parece más vigente que nunca. No sé puede entender si no que quienes no admitimos el dogma (“todo lo que hace el gobierno está bien", "todo lo que hace el gobierno está mal”, etc) seamos ahora mismo el sector más peligroso de España, a juzgar por como recibimos desde todas las bancadas. Traidores a cualquiera de los bandos por no querer participar en esta guerra civil ni enarbolar ninguna bandera que no sea la de nuestra propia conciencia y nuestra propia moral.


No vamos a entrar de nuevo en la reivindicación de la Grecia clásica y la virtud aristotélica del equilibrio, ni tampoco recordar la necesidad de huir de esa noche en la que todos los gatos son pardos, por parafrasear a Hegel, simplemente me pregunto en que momento hemos caído en el delirio de que quienes buscamos la vía del entendimiento y despreciamos la de la fuerza nos hemos convertido en sospechosos de Dios sabe qué. Porque donde algunos ven pusilanimidad o debilidad yo veo todo lo contrario. El pusilánime y el débil es quien no tiene otro recurso que argumentar que el de la fuerza, el insulto y la violencia. Lo que entendemos como equidistancia requiere en realidad de una fortaleza y unos principios que no son tan fáciles de aceptar cuando en ocasiones te exigirá renunciar al dogma ideológico de turno. Por una mera cuestión física y geométrica cualquiera debería entender que el punto más fuerte en cualquier edificación y que impide el derrumbamiento hacia uno u otro lado es el punto medio. Lejos de considerar por tanto como pusilánime, o peor todavía, indiferente, a quien a toda costa se empeña en mantener ecuanimidad y equilibrio, habría que verlo en realidad como al ciudadano más comprometido con la fortaleza de nuestro edificio y preocupado en que no se produzca su derribo. Ese edificio de la socialdemocracia en el que cabemos y vivimos todos y que hay que insistir ha traído a Europa la época de mayor paz y prosperidad que podamos recordar. Prefiero por tanto ser un pérfido equidistante que mantiene la fuerza, la tensión y el equilibrio para que esto no se venga abajo a contribuir a derribar nuestro edificio.



No hay comentarios:

Publicar un comentario