Llegado
a la entrada número 40 de este particular diario de la pandemia,
siendo ya un número imponente y casi definitivo porque en algún
momento habrá que finalizar esto y asumir la llegada de esa “nueva
normalidad” de eufemismo distópico, echo la vista atrás y
recuerdo como la primera intención de este diario fue dejar por
escrito las impresiones, pensamientos y reflexiones ante un
acontecimiento desgraciadamente histórico y jamás conocido en la
historia de mi generación y del mundo que particularmente he
conocido en mis 47 años de vida. El desgraciado privilegio de vivir
una bajo pandemia. En ese sentido nos encontrábamos ante un
escenario de disección social y antropológica nunca antes visto en
el que cabía, como así ha sido, todo lo relativo al hombre y la
sociedad.
Observo
como toda esta reflexión ha ido derivando cada vez más hacía el
análisis y la crítica política, una materia en la que admito
apenas estoy ducho. Yo, siempre lo he dicho, sé muy poco de política
y de hecho me interesa muy poco. Si me interesa en todo caso y mucho
todo lo que tenga que ver con la sociedad en la que vivo.
No
han sido pocas las últimas entradas en las que el contenido
principal ha sido político, con un evidente sesgo izquierdista del
que no puedo renegar, pese a que siguiendo la habitual tradición de
la desunida izquierda española la izquierda que yo llevo en mi
corazón y mi conciencia (porque, una vez asumido que la izquierda en
España no puede alcanzar nunca poder gubernamental por una especie
de malditismo que merecería análisis aparte lo único que te queda
es una cuestión de conducta personal) no es la izquierda verdadera,
dogmática y de pureza de raza y sangre que pregonan los repartidores
de carnets. No hay ningún drama en ello ni quiero que esto sea
ningún alarde de ese victimismo del que tanto reniego. Es
simplemente el precio a pagar por quienes liberamos nuestras
opiniones al dominio público, que recibiremos palos por igual desde
la derecha que nos ve como rojos comunistas peligrosos tanto como
desde la izquierda que nos acusa de traidores por no seguir los
sagrados dogmas de marxismo y comunismo. Nada nuevo.
Confieso
que no me he sentido a gusto escribiendo sobre los disparates de Vox
(estos al completo, no se salva nadie) o de Díaz Ayuso (dentro de un
PP en el que por igual han ido conviviendo incendiarios y
pacificadores... como suele suceder los primeros han recibido mayor
foco), y sólo se me ocurre pensar que en plena crisis sanitaria,
pisando sobre el delicado terreno al que nos ha llevado una infección
hasta la fecha desconocida y al igual que mi organismo reacciona cada
vez que un nuevo virus o bacteria amenaza mi salud física y mi
naturaleza orgánica defendiéndose y atacando dicha amenaza
(produciendo y liberando linfocitos o anticuerpos, por ejemplo), mi
intelecto y raciocinio reaccionan de similar manera rebelándose
contra los pirómanos quienes en un momento de responsabilidad y
unidad lo único que pueden ofrecer a la sociedad es ruido, trueno y
exabrupto. Y ver a parte de esa sociedad hacer seguidismo como en una
nueva versión del cuento del flautista de Hamelin con la bandera
(secuestrada una vez más por la ideología ultra) como único
argumento me aterra y me indigna. Me queda, como digo, la defensa del
consuelo del intelecto que viene al rescate.
En
este escenario apocalíptico en el que lo de menos ya es vivir bajo
una pandemia si no el derrocar una socialdemocracia que, salvo que
algún historiador me lo rebata, ha sido el sistema que ha provocado
el mayor periodo de paz y prosperidad en toda la historia de Europa,
Pablo Casado y Santiago Abascal se abrazan en su fatuo baile de
destrucción masiva exhibiendo la delirante carrera por ver quien
revienta el barómetro de la ultraderecha. Apenas hemos reparado en
su inquietante recurso de “dictadura constitucional”, amparado
por algunos periodistas de “raza” (nunca mejor dicho) para seguir
en su política de acoso y derribo al gobierno (porque la crisis
sanitaria, créanme, es lo de menos ahora mismo desde esa bancada)
...hemos conocido a lo largo de la historia muchos tipos de
dictaduras, monárquicas, militares, presidencialistas, caudillistas,
y por supuesto fascistas y comunistas. Instalar en el debate político
de la España de 2020 el término “dictadura constitucional”,
poniendo en duda que precisamente el instrumento que marcaba un antes
y después respecto a la única dictadura que han conocido varias
generaciones de españoles (la nacional-católica del caudillo
Francisco Franco), esto es la Constitución Española de 1978 deja
claro el “delenda est” sobre la socialdemocracia que persigue
Vox, clara y diáfanamente el partido más anticonstitucional del
espectro político español. Sus intenciones muchos se las vimos a
leguas desde el principio, más peligroso en todo caso es que el
actual presidente del principal partido de la oposición, Pablo
Casado, caiga en esas arenas movedizas que añoran la Europa anterior
a la socialdemocracia, la de los totalitarismos y las dictaduras
(fascistas o comunistas tanto da, lo dejo al gusto de cada radical)
En
este incendio contrasta la figura de Martínez Almeida al frente de
la alcaldía de Madrid, tanto que cuesta pensar que vive bajo las
mismas siglas políticas que la presidenta de la comunidad Díaz
Ayuso. Cierto es que no hay nada extraordinario en la gestión del
alcalde de la capital de España, posiblemente porque al fin y al
cabo un político no es un ser extraordinario ni tiene superpoderes
ni una varita mágica con la que poder solucionar los problemas del
mundo. Lamento desilusionar a quienes creen ciégamente que hay una
verdad absoluta sobre sistemas políticos o económicos al margen de
contextos, sólo tenemos los hechos (y la interpretación de los
mismos que, lamento desilusionar de nuevo a quienes creen en verdades
absolutas, tales interpretaciones son siempre subjetivas) y en ese
sentido tengo claro que entre la Europa de esta socialdemocracia tan
vapuleada y la Europa de Hitler y Stalin, me quedo con la primera. Ya
digo, interpretación subjetiva (o dos dedos de frente)
Martínez
Almeida ha visto crecer su perfil desde su posición de “underdog”,
de no ser reconocido siquiera su nombre por un buen número de
madrileños a ser uno de los políticos más valorados del momento.
De ser más famoso por sus parecidos con Rick Moranis o Emilio Aragón
y el desafortunado apelativo de “carapolla” a ganarse el respeto
de incluso sus adversarios políticos (ejemplar Rita Maestre al
frente de la oposición del consistorio madrileño) Su receta ha sido
algo tan sencillo pero necesario como la sensatez y la
responsabilidad. No es tan difícil. Hay quien se empeña en
presentar al alcalde de Madrid como un verso suelto dentro del actual
Partido Popular. Yo prefiero pensar que es al contrario, que los
auténticos versos sueltos, que quienes no pintan nada en nuestra
democracia y acabarán en el mayor de los olvidos y ostracismos por
parte de los ciudadanos son incendiarios del calibre de Pablo
Casado, Cayetana Álvarez de Toledo o la émulo de Donald Trump que
preside la Comunidad de Madrid bajo el nombre de Isabel Díaz Ayuso.
Justifico
la deriva ideológica de este diario pensando en esa suerte de
autodefensa y de higiene mental que supone plantar cara a quienes su
único ideario en esta crisis es cargarse al gobierno
“socialcomunista” legítimamente constituído gracias a los votos
de los ciudadanos españoles. A quienes aprovechan su posición en el
Congreso para erigirse en nuevos inquisidores de una única verdad
absoluta, patriótica y nacionalista. Como Zola, “j'accuse” a
estos parásitos para quienes la pandemia no es una sino un
“macguffin” hitchockiano con el que seguir cabalgando hacia la
destrucción de nuestra socialdemocracia, sencillamente porque nunca
han creído en ella. No se puede creer en la democracia cuando eres
heredero de esa tradición del nacional-catolicismo cuya existencia
se empeñan en seguir negando pese a tratarse de un movimiento
sobradamente conocido y estudiado en este país nuestro tan reticente
a barrer de una vez sus miserias. Es duro decirlo pero de mis dedos
no salen si no el pensamiento de que los auténticos enemigos de
España son estos quienes me la han secuestrado y constreñido y para
quienes sólo existe una única manera de país en el que,
lógicamente, no podemos caber ni por accidente cualquiera con una
mínima veleidad izquierdista.
Esta
es mi deriva ideológica y a la par que la defiendo me congratulo de
encontrar en el alcalde de la ciudad en la que vivo y en la que estoy
empadronado, por ende de la que soy actual ciudadano, a un político
que ha sabido aparcar sus siglas políticas y no caer en la tentación
de activar el rodillo destructor, actitud que nunca ha sido servida
de manera tan fácil como en este momento.
En
definitiva apelo a esa interpretación subjetiva de la que he hablado
líneas arriba, sí, tan subjetiva como para considerar, no es tan
complicado, que entre la Europa de Hitler y Stalin y la de la
socialdemocracia me quedo con la segunda. Destruir siempre será más
fácil que crear, criticar lo será más que aportar, echar por
tierra el trabajo ajeno mucho más sencillo que arrimar el hombro
para ayudar al vecino... sólo me queda rebelarme ante ello.
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