Otro
de los mantras (ya hemos comentado en alguna ocasión que una crisis
también es estupendo caldo de cultivo para mantras inamovibles) más
utilizados en estos días de poses adustas es que no hay nada que
celebrar. Que los miles de fallecidos por el covid-19 impiden hablar
de buenas noticias, de luces al final del túnel, de pequeñas
esperanzas… se ha llegado incluso a romper uno de los pocos
símbolos de unidad que de manera espontánea había adoptado nuestro
país como es el de los aplausos a nuestros sanitarios desde las
ventanas a las ocho de la tarde, acusándonos a quienes seguimos
fieles a un rito que tiene tanto de emotivo como de anímico de vivir
anestesiados, faltos de crítica y como fuera de la realidad.
Contrasta
esa defensa a ultranza del luto y el rigor, sobre todo teniendo en
cuenta que es la derecha (PP y Vox), una vez más erigiéndose en
ejemplo de patriotismo y en lo que significa ser buen español, con
las manifestaciones de alegría ante los pequeños o grandes éxitos
que desde algunas administraciones no centrales regidas o apoyadas
por estas formaciones hemos visto estos días en los medios de
comunicación. Especialmente significativo es el caso de Isabel Díaz
Ayuso (quien con justicia podríamos decir que se ha convertido en
nuestra pequeña y local Donald Trump gracias a ocurrencias tales
como lo de “también todos los días hay atropellos”) en la
Comunidad de Madrid, a la que hemos visto ausentarse de un consejo de
gobierno para atender una entrevista de televisión, llegar dos horas
tarde a una videoconferencia de presidentes autonómicos con Pedro
Sánchez por fotografiarse sonriente delante de un avión recién
aterrizado con material sanitario (posteriormente descubrimos que
parte del mismo era defectuoso), defender la comida basura para niños
sin recursos (aprovechando para hablar de Venezuela, ¡chupito!)
frente a las recomendaciones de médicos, dietistas e incluso la
fundación de los hermanos Gasol, expresar su “jartura” por el
confinamiento, y como punto culminante, como gran climax, el cierre
del hospital de campaña del IFEMA, convertido así en hospital de
campaña… electoral. Las imágenes de autoridades y sanitarios
apiñados en festiva celebración y sin guardar la mínima distancia
de seguridad por el cierre del improvisado hospital, muestra evidente
de que la presión sanitaria se había reducido considerablemente,
provocaron tal bochorno en la sociedad que ipso facto muchos de los
protagonistas (Begoña Villacís, Ignacio Aguado, o el alcalde
Martínez Almeida) se apresuraron a pedir disculpas y reconocer el
error. No fue el caso de nuestra heroína, quien tardó varios días
en tímidamente reconocer el disparate, dejando por el camino, como
no, más muestras de su metamorfosis en la Donald Trump castiza.
Primero acusó a Podemos, ¡cómo no!, de haber convocado a dos
docenas de sanitarios al acto, una acusación tan infundada como
estrambótica (¡sanitarios en el cierre de un hospital de campaña,
a quién se le ocurre, es mucho más importante que haya centenares
de políticos!), y posteriormente dejó otra de sus perlas, de sus
highlights pandémicos cuando afirmó que al ser en un espacio
abierto no había riesgo de contagio. Amigas feminazis, ya saben,
cuando alguien les vuelva con la cantinela del 8M márquense un Ayuso
y digan que no pasa nada porque fue al aire libre.
Somos
muchos los que defendemos que por muy mal que vengan dadas tenemos
que seguir riendo, viviendo, celebrando la vida… lo hemos dicho
desde el principio y así lo seguiremos haciendo. Tenemos que llorar
a nuestros muertos pero congratularnos de nuestros recuperados. El
porcentaje de ciudadanos que ha superado la enfermedad es altísimo,
sólo Alemania nos supera en un dato positivo que sin embargo a nadie
parece interesar, nadie habla de ello. Igual que nadie reclama, entre
tanta exigencia de transparencia y verdad estadística, una rigurosa
contextualización demográfica que nos hiciera ver porque nuestro
número de fallecidos es tan alto más allá de la evidente mala
gestión del gobierno y su falta de reacción hace ya unos meses.
Por
supuesto que hay mucho que celebrar, y cada día más. Cada día hay
un nuevo motivo de esperanza. Si no fuera así, ¿para qué seguir
viviendo?, pero por favor, dejen de pensar que los buenos españoles
son sólo los que visten la corbata negra.
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