miércoles, 11 de marzo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (I): DESGRACIADO PRIVILEGIO











Consciente de que estoy viviendo un momento histórico me veo obligado a dejarlo escrito comenzando esta especie de diario sobre estos días que se suponen serán semanas y posiblemente meses. Veremos hasta donde me llevan estas líneas que aquí comienzan, quizás incluso y de hecho sería lo más posible yo mismo acabe siendo uno de los millones de infectados repartidos a lo largo de todo el globo terráqueo.


Admito mi falta de reflejos en apreciar la magnitud de la catástrofe. Quizás contagiado de la misma falta de reflejos de nuestros gobiernos, principalmente italiano y español, no he sido realmente consciente hasta ayer, 10 de Marzo de 2020, que asisto a un momento nunca visto antes en la historia de la humanidad, o al menos en la historia de mi generación. Siempre he pensado que los humanos que asistiesen al apocalipsis, al tan manido “fin del mundo”, serían unos privilegiados, ya que después de miles de millones de años ser protagonistas de la desaparición de un planeta, o incluso de la extinción de una especie, pues oigan, ya es casualidad, ¿no? Lo cual no quiere decir que yo desease ser uno de esos protagonistas, líbreme Dios. Simplemente se trata de verlo por el lado... ¿positivo?


Tampoco quiero decir que piense que esto signifique el “fin del mundo” y que ya escucho a lo lejos las trompetas del Apocalipsis (aunque soy de los que prefiere ponerse en lo peor, y a partir de ahí, pues oye, todo lo que venga bienvenido sea), pero si tengo claro que jamás he vivido un momento tan crucial que posiblemente marque el rumbo de todo nuestro planeta durante varios años posteriores, quizás décadas. Posiblemente sólo las dos grandes guerras mundiales han sido capaces de condicionar toda la agenda global de la manera en la que lo está haciendo ese ya maldito y odioso virus. Al fin y al cabo lo que estamos viviendo ahora mismo es otra guerra, en este caso de toda la humanidad frente a dicho virus. Quiero pensar que no vamos a ser tan ineptos como para no ser capaces de ganar esta guerra cuando cualquiera de nosotros simplemente con unas básicas medidas de higiene y precaución puede retrasar muchísimo el avance de este particular enemigo. En ese sentido estamos ante una magnífica ocasión de demostrar que los ciudadanos libres, los que llevamos años disfrutando de las bondades de la socialdemocracia, somos capaces de ejercer nuestra responsabilidad con nosotros mismos y nuestros vecinos sin necesidad de que se alce ninguna tiránica mano dictando nuestros gestos y conductas durante una auténtica emergencia mundial.


Precisamente hoy 11 de Marzo se cumplen 16 años del mayor atentado terrorista sufrido en este Madrid que ya es mi ciudad adoptiva. En aquellos momentos la ciudadanía dio una lección de solidaridad y entereza demostrando la valía del ser humano. Poca duda tengo a ese respecto en que de esta crisis saldremos más fortalecidos y que mostrará lo mejor de nosotros mismos, pese a que acentuará también la villanía de quizás las mentes más frágiles y mezquinas, pero demostraremos que las nuevas generaciones, esas a las que las antiguas acusan en eterno tópico de haber perdido el rumbo (usted se dará cuenta de que se ha hecho mayor cuando comience a hablar de “los jóvenes de ahora” al igual que los viejos de antes hablaban de usted) llegan cargadas de robustos valores humanistas.


Admito mi torpeza y mi lentitud de reflejos. Vivía el día a día de manera despreocupada bajo la coraza de mi propio mundo, pero ayer todo cambió al confirmarse un positivo en mi puesto de trabajo. A partir de ahí todo ha sido improvisación y rápida adaptación a un nuevo escenario. Esta mañana preparando mi bolsa del trabajo sentía una agitación que no experimentaba desde la muerte de la abuela de Isa, cuando tuvimos que viajar a su pueblo de repente y con lo puesto. Esa sensación de estoica angustia mientras guardaba un cepillo de dientes o algo de lectura. Viajar por este Madrid que comienza a adquirir tono fantasmagórico hacia salas de contingencia catalogado como “personal crítico”, el que no puede faltar bajo ninguna circunstancia porque el capitalismo no puede parar. Y así debe ser. O debiera. Al fin y al cabo siempre estamos obligados a replanteárnoslo todo. Pero nos hemos acostumbrado a un sistema que, admitámoslo, funciona. Al confort de una deliciosa rutina de partidos de fútbol o estrenos cinematográficos. Todo eso de repente vuela por los aires. Momento por tanto de adaptarse al nuevo medio, al que nos empuja esta extraña situación de desgraciados “privilegiados”. Ojala no fuera así. Ojala siquiera este diario no hubiérase comenzado nunca.






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