Consciente de que estoy viviendo un
momento histórico me veo obligado a dejarlo escrito comenzando esta
especie de diario sobre estos días que se suponen serán semanas y
posiblemente meses. Veremos hasta donde me llevan estas líneas que
aquí comienzan, quizás incluso y de hecho sería lo más posible yo mismo acabe siendo uno de los millones de infectados repartidos a
lo largo de todo el globo terráqueo.
Admito mi falta de reflejos en apreciar
la magnitud de la catástrofe. Quizás contagiado de la misma falta
de reflejos de nuestros gobiernos, principalmente italiano y español,
no he sido realmente consciente hasta ayer, 10 de Marzo de 2020, que
asisto a un momento nunca visto antes en la historia de la humanidad,
o al menos en la historia de mi generación. Siempre he pensado que
los humanos que asistiesen al apocalipsis, al tan manido “fin del
mundo”, serían unos privilegiados, ya que después de miles de
millones de años ser protagonistas de la desaparición de un
planeta, o incluso de la extinción de una especie, pues oigan, ya es
casualidad, ¿no? Lo cual no quiere decir que yo desease ser uno de
esos protagonistas, líbreme Dios. Simplemente se trata de verlo por
el lado... ¿positivo?
Tampoco quiero decir que piense que
esto signifique el “fin del mundo” y que ya escucho a lo lejos
las trompetas del Apocalipsis (aunque soy de los que prefiere ponerse
en lo peor, y a partir de ahí, pues oye, todo lo que venga
bienvenido sea), pero si tengo claro que jamás he vivido un momento
tan crucial que posiblemente marque el rumbo de todo nuestro planeta
durante varios años posteriores, quizás décadas. Posiblemente sólo
las dos grandes guerras mundiales han sido capaces de condicionar
toda la agenda global de la manera en la que lo está haciendo ese ya
maldito y odioso virus. Al fin y al cabo lo que estamos viviendo
ahora mismo es otra guerra, en este caso de toda la humanidad frente
a dicho virus. Quiero pensar que no vamos a ser tan ineptos como para
no ser capaces de ganar esta guerra cuando cualquiera de nosotros
simplemente con unas básicas medidas de higiene y precaución puede
retrasar muchísimo el avance de este particular enemigo. En ese
sentido estamos ante una magnífica ocasión de demostrar que los
ciudadanos libres, los que llevamos años disfrutando de las bondades
de la socialdemocracia, somos capaces de ejercer nuestra
responsabilidad con nosotros mismos y nuestros vecinos sin necesidad
de que se alce ninguna tiránica mano dictando nuestros gestos y
conductas durante una auténtica emergencia mundial.
Precisamente hoy 11 de Marzo se cumplen
16 años del mayor atentado terrorista sufrido en este Madrid que ya
es mi ciudad adoptiva. En aquellos momentos la ciudadanía dio una
lección de solidaridad y entereza demostrando la valía del ser
humano. Poca duda tengo a ese respecto en que de esta crisis
saldremos más fortalecidos y que mostrará lo mejor de nosotros
mismos, pese a que acentuará también la villanía de quizás las
mentes más frágiles y mezquinas, pero demostraremos que las nuevas
generaciones, esas a las que las antiguas acusan en eterno tópico de
haber perdido el rumbo (usted se dará cuenta de que se ha hecho
mayor cuando comience a hablar de “los jóvenes de ahora” al
igual que los viejos de antes hablaban de usted) llegan cargadas de
robustos valores humanistas.
Admito mi torpeza y mi lentitud de
reflejos. Vivía el día a día de manera despreocupada bajo la
coraza de mi propio mundo, pero ayer todo cambió al confirmarse un
positivo en mi puesto de trabajo. A partir de ahí todo ha sido
improvisación y rápida adaptación a un nuevo escenario. Esta
mañana preparando mi bolsa del trabajo sentía una agitación que no
experimentaba desde la muerte de la abuela de Isa, cuando tuvimos que
viajar a su pueblo de repente y con lo puesto. Esa sensación de
estoica angustia mientras guardaba un cepillo de dientes o algo de
lectura. Viajar por este Madrid que comienza a adquirir tono
fantasmagórico hacia salas de contingencia catalogado como “personal
crítico”, el que no puede faltar bajo ninguna circunstancia porque
el capitalismo no puede parar. Y así debe ser. O debiera. Al fin y
al cabo siempre estamos obligados a replanteárnoslo todo. Pero nos
hemos acostumbrado a un sistema que, admitámoslo, funciona. Al
confort de una deliciosa rutina de partidos de fútbol o estrenos
cinematográficos. Todo eso de repente vuela por los aires. Momento
por tanto de adaptarse al nuevo medio, al que nos empuja esta extraña
situación de desgraciados “privilegiados”. Ojala no fuera así.
Ojala siquiera este diario no hubiérase comenzado nunca.
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