A fuer de ser sincero nunca he sido yo
muy fan de eso del teletrabajo. En primer lugar porque dudo de mi
propia autodisciplina y capacidad para organizarme. Entregarme a esa
desidia similar a la de ver una película en casa a través de alguna
de esas plataformas de moda que te permite pararla, volver atrás,
adelantar... para que al final te hayas tirado toda la tarde mirando
el móvil o visitando el baño y apenas hayas visto 15 minutos del
citado largometraje. Realmente para ver una película en condiciones
necesito ir a una sala de cine donde me sienta obligado a permanecer
sentado todo el minutaje que dure la obra, del mismo modo que para
trabajar de manera eficiente necesito un puesto físico destinado
única y exclusivamente a ello, sin otras distracciones alrededor.
No veo ninguna ventaja en no sentirme
obligado a afeitarme, en no tener que vestirme y estar frente al
ordenador en pijama o (peor todavía) en chándal.
Una de mis rutinas cada noche es mirar
la web de Aemet para en base al tiempo pronosticado para la mañana
siguiente dejar preparada la ropa con la que salir de casa.
Me gusta madrugar, pasear temprano, ver
amanecer en la calle.
Pero bajo ningún concepto podía
imaginar que mi primer día de teletrabajo fuera la pesadilla
asfixiante de hoy. Espero ir encontrando en próximas jornadas el
apoyo de los compañeros a los que todavía no se les ha dado acceso
a esta modalidad a la que recurrimos ahora obligados por las
circunstancias. No obstante dudo que pueda eliminar esa sensación
opresiva de sentir la pared del salón de mi casa detrás mía
durante tantas e interminables horas.
Necesito huir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario