Vivir bajo una pandemia es algo tan
excepcional que cada día, cada hora que pasa, hace que el momento
anterior resulte totalmente obsoleto. Eso hace que incluso las coñas
tan españolas que estamos haciendo con motivo del covid-19 parezcan
desfasadas de un día para otro.
Pero antes de que nuestro presidente
del gobierno, Pedro Sánchez, matizase que las peluquerías sólo
podrían realizar servicio a domicilio, las redes sociales y cadenas
de whatsapp se inundaron de una gracieta que venía a suponer que
vaya mierda de confinamiento este que te permite salir a comprar el
As, ir al banco y visitar la peluquería para ponerte mechas. Ya
expliqué el mismo sábado que yo mismo también recibí con
extrañeza la noticia de que los profesionales capilares pudiesen
abrir sus locales sin reparar en que ciértamente pudiera haber
vecinos con limitaciones para poder hacer algo tan natural como
simplemente lavarse la cabeza. Y entoné un “mea culpa” respecto
a la falta de empatía que habitualmente padecemos los ciudadanos
digamos sanos, incapaces de comprender otras realidades, otras
necesidades. Ni por asomo hubiera podido pensar tal cosa y caí, como
tantos, en que lo más fácil es que se tratase de otra boutade del
mandamás de la Moncloa, o que quizás su socio Pablo Iglesias
tuviese necesidad de dejar su hermosa coleta al cuidado de manos
profesionales (esa coña fue la que ideé yo, que también tengo lo
mío)
Pero coñas aparte, dentro de este
magnífico (a nuestro pesar) experimento sociológico que supone el
ser víctimas de la pandemia y el ser testigos en primera persona del
mayor acontecimiento a nivel global desde la II Guerra Mundial,
tratar con ligereza esta y cualquier medida del estado de alarma como
si se tratasen de humoradas nada meditadas y todo esto fuese un
gigantesco chiste, es un ejemplo más de que pocos refranes españoles
tienen tanto tino como el de “piensa el ladrón que todos son de su
condición”. Un pensamiento mínimamente crítico consideraría que
cualquiera de las actividades comerciales que permanecen vigentes lo
hacen para casos de auténtica necesidad, no para estúpidos
caprichos. Pero imagino que es más fácil pensar que nuestro vecino,
preferiblemente “progre” y sociata, está en la calle todo el día
pasándoselo en grande y haciéndose mechas mientras sus abnegados
compatriotas hacen un ejercicio de responsabilidad sólo propio de
los buenos españoles, los de la pureza de sangre. Y es que muy
posiblemente en realidad eso lo que estamos deseando todos, el buscar
ese subterfugio, ese agujero legal por el que saltarnos a la torera
el estado de alarma y volver a tomar las calles de nuestro país,
pero eso sí, echándole la culpa al otro.
Aunque de eso ya tendremos mucho de lo
que hablar, de como nos vemos los vecinos ahora mismo, unos a otros y
otros a unos. Porque ciértamente, creo que ni el más avezado
antropólogo o el más reputado sociólogo pudiera haber imaginado
un experimento mejor para calibrar el comportamiento humano que el
escenario que nos está brindando esta crisis del coronavirus.
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