¡Por mis pistolas! |
La historia y el papel de Quentin Tarantino en
el cine contemporáneo creo que es de sobra conocido por todos. Una especie de
"enfant terrible" que antes de los 30 años deslumbraba a crítica y
público con su ópera prima "Reservoir Dogs". Un auténtico
"boom", lo cual viene a decir que se daban todos los condicionantes
para que estuviéramos ante un nuevo "bluff" o "hype" de
éxito fácil y posterior carrera mediocre. No obstante había razones para creer
en el cineasta de Tennessee. No hablamos de ningún pedante presuntuoso
convencido de ser el nuevo Godard (a pesar de que su primera productora,
"A band apart", rinde tributo con su nombre a uno de los trabajos de
la primera época del director francés), ni de ningún niño de papa al que le pagan
su capricho de estudiar en las siempre costosas escuelas de cine. Tarantino era
un estudiante de clase media aficionado al teatro cuya mejor escuela de cine
fue, como siempre ha reconocido, el video club donde trabajaba de joven. Allí
desarrolló una impresionante cinefagia compulsiva que le hizo ser capaz de
apreciar y admirar trabajos de todo tipo, presupuesto, calidad y género. Se
cuenta que "Reservoir Dogs" es un plagio absoluto de un film de bajo
presupuesto homgkonés, "City on fire", que personalmente no he visto.
Lo que si tengo claro es que el debut de Tarantino como director es magnífico. Siendo aún un adolescente aquel
trabajo me impactó desde el primer fotograma hasta la lustrosa banda sonora que
ipso facto corrí a encargar a la tienda de discos más cercana (nadie tenía ni
idea todavía de lo que estaba hablando cuando pregunté por ella al dependiente)
La película, apadrinada por una estrella como Harvey Keitel, puso a Tarantino
en la senda correcta hacia el "star system". Así no tardaron en
llegar los grandes presupuestos, y con ello, las grandes estrellas (Bruce
Willis, Uma Thurman, Robert De Niro, Kurt Russell, Brad Pitt, Leonardo Di
Caprio...), alguna de estas estrellas no cayó sólo en los brazos de los
impactantes guiones propuestos por Tarantino, si no directamente en los brazos
del director (Uma Thurman), también aprovechó su cinefilia para recuperar
actores y actrices de culto (John Travolta, Robert Foster, Pam Grier, David
Carradine, Don Johnson), y sobre todo, descubrir para el gran público a
intérpretes que de no haber pasado por las manos de este director a buen seguro
no gozarían de su estatus actual (Tim Roth, Steve Buscemi, Samuel L. Jackson,
Cristoph Waltz, Eli Roth, Daniel Bruhl)... incido tanto en el tema de los
actores porque creo que es donde radica realmente el punto fuerte de Tarantino,
por encima de sus en ocasiones repetitivos golpes de efecto o de sus diálogos a
veces brillantes pero otras forzados y falto de toda sustancia. Como director
de actores me parece no sólo el mejor hoy día si no posiblemente uno de los
mejores de la historia. Y eso no es cosa baladí, estamos hablando de sacar el
mejor rendimiento posible a la auténtica materia prima que da brillo al fulgor
de una película: las estrellas cinematográficas. Esos repartos corales plagados
de héroes, anti-héroes y heroínas (otro punto a favor, el haber sabido dar a
las intérpretes femeninas algunos de los más sustanciosos papeles de los
últimos tiempos… cosa que no sucede no obstante con su última obra, pero ya
hablaremos de ello dentro de unos párrafos), personajes que en pequeñas
apariciones de cinco minutos son capaces de dejar huella indeleble en el
espectador. No me cabe duda, Tarantino es un magnífico director de actores.
Y Travolta volvió a bailar. |
La cinefilia de Tarantino es sana, inocente,
de puro amor y de amor puro por el cine y por el siempre denostado cine de
género. Tiroteos, persecuciones, peleas, puñetazos, explosiones, mutilaciones,
violaciones, saqueos, guerras, batallas, sangre… y todo tipo de aberraciones
que en la vida real uno prefiere no tener que enfrentarse a ellas, pero que en
una pantalla de cine te pueden hacer pasar un rato de auténtico cachondeo. Hablamos
de un auténtico expoliador (o mejor dicho, “explotador”, por acercarnos al
término cinematográfico “exploitation” tan afín al director) con talento (no
olvidemos que hablamos de un tipo cuyo cociente intelectual supera nada menos
que el 160 y que pertenece a la exclusiva sociedad MENSA) Un hombre sin
estudios superiores, sin estudios cinematográficos, pero que ha mamado puro
cine. Tarantino se aleja así de los directores academicistas, técnicamente muy
dotados para rodar anuncios de desodorantes o video-clips, pero con poca raza
de cineastas. Recordemos que antes del auge de las escuelas de cine los grandes
directores de la historia fueron unos auténticos autodidactas que aprendieron
el oficio desde dentro, como esas historias que contaban nuestros mayores en
los que un chaval entraba de botones en un banco y a base de trabajo podía
acabar siendo director de una sucursal. Kubrick era un brillante fotógrafo,
Fritz Lang pintaba cuadros… o más curioso aún es el caso de Hitchcock, cuya
entrada en el cine fue haciendo rótulos para películas de cine mudo. El propio
Kubrick llegó a vanagloriarse de no haber ido nunca a la universidad mientras
trataba de vender sus fotografías, asegurando que de haberlo hecho posiblemente
hubiera acabado en cualquier oficio aburrido y no dedicado a la aventura
cinematográfica. De todos modos ocurre con Tarantino, como en tantas ocasiones
en el mundo del arte y la cultura (o si prefieren, simplemente, el ocio) que
uno puede disfrutar de su trabajo, pero le cuesta tragar con legiones de fans
tan dispares y tan dadas al retorcimiento argumental a la hora de hablar de un
tipo de cine al fin y al cabo tan sencillo como el del cineasta que estamos
tratando. Ese cinéfilo caído para siempre en las garras del esnobismo que
disfruta con producciones pakistaníes sobre el crecimiento de los girasoles,
pero para no perder cierta condición “cool” afirma pasárselo pipa con películas
de kung-fu, con cintas de terror de bajo presupuesto, o la más inmunda serie Z
(aunque ni vea una película de ese tipo, ni tenga pajolera ideal del asunto) Y
luego está el cinéfilo que intenta ver hasta guiños a Tarkovsky en las
películas de Tarantino, como si todo fuera un gigantesco collage
cinematográfico hecho a base de retales (un 20% de Godard, otro 20 de
Peckinpah, un 15 de Kurosawa, misma proporción para Monte Hellman, unas gotitas
de Eric Rohmer dando un 10%, y el 20 restante a partes iguales entre por
ejemplo Bergman y mismamente John Woo)
Kubrick, fotógrafo del pánico. |
Digresiones aparte, vayamos al meollo del
asunto. Tarantino ha estrenado nueva película. Y tengo que volver sobre mis
pasos, en este caso sobre mis líneas, y recordar a ese director que me atrapó
en el asiento con esa violenta historia sobre un atraco frustrado por una serie
de perdedores de gatillo fácil llamada “Reservoir Dogs”. La grandeza de aquella
cinta residía en su crudeza y su simpleza, no había fuegos de artificio ni
pajas mentales ni onanismo camarográfico, simplemente un tipo contando una
sangrienta historia sobre un atraco y sus catastróficas consecuencias. “Pulp
Fiction”, como continuación de la obra de este nuevo apóstol de la violencia en
el celuloide (y por supuesto muy por encima del infame y mediocre Oliver
Stone), nacía ya como obra de culto antes incluso de su estreno. No recuerdo
cuantas veces seguidas pude llegar a verla en el cine. Y por si fuera poco, el
surf instrumental comenzó a sonar con fuerza en todo el globo terráqueo como
nunca antes. Llegó “Jackie Brown” y comenzó el hastío. Un correcto trhiller con
buen pulso, magnífica banda sonora, y poco más. El efecto Tarantino me empezaba
a exasperar. Simplezas del tamaño de partir la pantalla para mostrar varias
secuencias a la vez se hacían pasar por genialidades, o lo que es peor,
innovaciones del “maestro”. Es posible que yo no tenga ni idea de cine, pero
les aseguro que he visto muchísimas películas. El pobre recurso de mostrar
varias secuencias partiendo la pantalla había sido usado en numerosas ocasiones
durante las décadas de los 60 y 70 siendo un “modismo” recurrente en aquella
época (“El estrangulador de Boston”, 1968, de Richard Fleischer, quizás sea uno
de los trabajos más conocidos), aunque en realidad su uso se remonta hasta
prácticamente el nacimiento del cine (el monumental “Napoleón” de Abel Gance de
1927 ya usaba esta técnica) Si me refiero a este efecto como “pobre” es porque,
salvo en contadas ocasiones (por ejemplo he de reconocer que en “Carrie”, 1976,
Brian de Palma, si funciona en la hemoglobínica secuencia en la que la
protagonista desata toda su vengativa furia), no muestra si no una incapacidad
por parte del cineasta para la narración de la trama ciñéndose a los cánones
clásicos de la cinematografía. Dicho de otro modo, “contar” visualmente un
atraco por medio de una pantalla partida en cuatro no sugiere ningún mérito
como narrador al director de la cinta. Ni John Huston en “La jungla del
asfalto” ni Stanley Kubrick en “Atraco perfecto” (dos películas de las que es
deudora “Reservoir Dogs”) necesitan ni por asomo una argucia de ese tipo, y
consiguen plasmar las posiblemente dos mejores obras sobre atracos frustrados
jamás rodadas, sin abandonar en ningún momento un único plano, un único ojo, un
único punto de vista, cambiante, pero siempre un único punto de vista.
Fleischer, partiendo la pana y la pantalla |
De modo que a partir de “Jackie Brown” mi
interés en Tarantino decayó considerablemente, como un producto de
entretenimiento más al que poca mayor chicha de la ofrecida en sus dos primeras
obras se le podría sacar. Por si fuera poco sus colaboraciones,
apadrinamientos, y participaciones en bodrios de diversa índole (“Asesinos
natos” por encima de todo… o chorradas del calibre de “Four rooms”) no ayudaban
en nada a recuperar la confianza en un globo que tan pronto se hinchó parecía
desinflarse. “Kill Bill”, con esa Uma Thurman lanzando un guiño al eterno Bruce
Lee de “Juego con la muerte” confirmaba la condición de “corta y pega” del
director americano. “Death Proof” no pasaba de ser una simpática y cachonda
puesta al día del clásico de Russ Meyer “Faster, Pussycat! Kill! Kill!” (1965)
De modo que para mí el amigo Quentin estaba prácticamente sentenciado.
Y en estas llegó “Malditos bastardos”, y me
tragué todas mis palabras. Volvió el hechizo. El engancharse a la butaca del
cine. El quedarse boquiabierto durante dos horas y media de gozoso espectáculo
con actores sembrados, brillantes, relucientes. Un excepcional manejo de la
ucronía que lleva a cargarse a Hitler en medio de un cine envuelto en llamas,
un Brad Pitt genial como orgulloso héroe yanqui dispuesto a romper el orto a
cuanto nazi se ponga en su camino (sí, amigos, me encanta ver como joden a los
nazis), el inolvidable Oso Judío y su afición por el baseball… ¡qué gozada! Después de haber crecido viendo
este tipo de sucias películas sobre la segunda gran guerra, tipo “Doce del
patíbulo” o “Los violentos de Kelly”, con personajes capaces de cagar granadas
de mano mientras leían el “Playboy”, tenía muchas ganas de enfrentarme a estos
bastardos cuyo concepto del honor militar se basaba en dar por culo a los nazis
cuanto más mejor, pero he de decir que la película mejoró tanto mis
expectativas que recuperé la fe perdida en el viejo zorro Quentin. Había vuelto
a prender la chispa.
Beat on the brat |
No me extenderé más sobre “Malditos bastardos”
(para mí, la mejor obra de Tarantino), ya que en su día escribí un explícito
texto (totalmente colocado, borracho y de doblete) que cualquier día subiré a
este blog. Si el paciente lector ha sido capaz de llegar hasta aquí, he de
decir que es en este punto donde arranca la idea que tenía para este artículo
(pero las digresiones, ya saben, que al final acaban ocupando líneas y pidiendo
sitio): la última y esperada película de Quentin Tarantino, “Django
desencadenado”. De entrada, y como suele
ser habitual en el de Knoxville, las cartas parecen estar encima de la mesa y
uno ya sabe por donde van a ir los tiros, nunca mejor dicho. El director
recupera un personaje clásico del spaghetti western, cuyo título más célebre es
la cinta homónima de Sergio Corbucci estrenada en 1966 protagonizada por Franco
Nero. Hay decenas de películas que retoman el personaje de Django. Una de las
últimas y de las más curiosas precisamente cuenta con el propio Tarantino entre
sus protagonistas, se trata de la producción japonesa “Sukiyaki Western Django”
(Takashi Miike, 2007), en realidad un remake del film de Corbucci, con la misma
trama de los dos bandos enfrentados y en medio un Django que va por libre y trata
de aprovecharse de todos. Argumento que remite al célebre “Yojimbo” de Akira
Kurosawa, que a su vez inspiró la película que sirvió de punta de lanza al
género del “spaghetti western”, “Por un puñado de dolares” (Sergio Leone,
1964), y que conoció un convincente remake no hace muchos años de la mano de
otro especialista en acción de alto octanaje como Walter Hill (“Last man
standing”, 1996), con Bruce Willis a tiro limpio. De modo que en cierta manera
podemos decir que en realidad el “spaghetti western” no nace si no en la tierra
del sol naciente.
Django en Japón, dispuesto a cargarse a los guionistas de "Humor amarillo". |
El Django de Tarantino es un esclavo negro
interpretado por un limitado Jamie Foxx (aún así al lado de The RZA, al que
maldito el día en que se le ocurrió que podría dedicarse al cine, parece Sir
Laurence Olivier) liberado por un cazarrecompensas interpretado por Cristoph
Waltz y al que propone hacer su socio. A partir de ahí casi tres horas de una
trama demasiado alargada y tediosa. Si se pretendía rendir homenaje al
“spaghetti” se consigue, volviendo a ese tipo de cine lento y plomizo que tanto
gustaba a Leone, pero a mí personalmente se me hizo soporífero. Finalmente
cuando uno espera ese auténtico momento Tarantino, donde se respira la tensión
más que el olor a alcohol en el metro la madrugada de un sábado, y a pesar de
que el duelo Di Caprio-Waltz es el momento de mayor calidad del largometraje,
acaba siendo de las situaciones de “callejón sin salida” peor resueltas por
Tarantino. Después de más de dos horas que uno no sabe bien a donde le están
llevando, los últimos 30 minutos son un atropello por intentar buscar un final
más o menos feliz, o al menos un final donde los héroes triunfen y salgan
airosos. Por si fuera poco hay que aguantar a uno de los fetiches de Tarantino,
Samuel L. Jackson, en una interpretación patética, cargante y revulsiva por
parte de un actor tremendamente sobrevalorado. La incontinencia fílmica del
director en este caso le juega una mala pasada, siendo incapaz de meter tijera
a un metraje con muchísimo relleno (la aparición de Franco Nero como guiño al
Django original sin ir más lejos… minutos de película absolutamente inútiles)
Sabemos que a Tarantino le gusta tirarse años hasta realizar un nuevo trabajo,
pero eso no significa que tenga que fabricar un ladrillo de casi tres horas
cada vez que vuelve a ponerse tras las cámaras. En definitiva el resultado,
viniendo de una maravilla como fue “Malditos bastardos”, resulta un tanto
decepcionante. Cuando parecía que el director alcanzaba su madurez como cineasta
con aquella deslumbrante cinta del 2009 cargada de un cine vigoroso y
palpitante, en esta ocasión nos enseña su peor cara de nuevo, la de un director
autocomplaciente que recurre a viejos clichés, propios y prestados, y al
compadreo con su cuadrilla. No quiero parecer demasiado crítico, ya que eso
sería ser demasiado injusto con una película cuyos momentos buenos relucen con
luz propia mostrando el talentoso director que hay detrás, pero hay que
insistir en que este Tarantino desencadenado que no ha sabido condensar la
historia y simplificar la trama acaba siendo un director encadenado a sus
propios errores. No obstante sigue siendo quien mejor sabe filmar la épica de
la venganza, y si en “Malditos bastardos” ajustaba la historia a su gusto para
darle una generosa patada en el trasero al oprobio nazi, en esta ocasión no
puedo por menos que aplaudir su desprecio hacia la esclavitud y las costumbres
de los pomposos y estúpidos “caballeros” del Sur de los Estados Unidos a
mediados del siglo XIX. El problema, insistamos en ello, es que debido al exorbitante
metraje al final uno no sabe si está viendo un sucio y desaliñado “spaghetti
western”, una película de época, o un docudrama sobre la esclavitud.
El látigo de la venganza |
sin animo de ofender , no tienes ni puta idea de cine ,pones por las nubes Malditos Bastardos , una pelicula con una idea principal estupida pero que debido a sus dialogos y sus actuaciones se convierte en una pelicula aceptable , y en cambio criticas Django , un guion por el que gano el Oscar ,¿ y encima tienes lo huevos de criticar a Samuel L. Jackson diciendo que es un actor sobrevalorado y que hace mal su papel en esta pelicula? no tienes ni puta idea, encima diras que actua mal cuando veras sus peliculas dobladas al español sin esuchar su voz real , Samuel L Jackson lo borda a cada toma en Django , si no puedes percatarte de eso deja de dar tu opinion porque se nota que no tienes ni puta idea de cine amigo, encima pareces el tipico pedante que le gusta escuchar su voz
ResponderEliminarEs una opinión, amigo "unknown", gracias por tu comentario y por la lectura de la entrada (la vi en VOS, por cierto)
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