Hace tiempo
que tengo en mente hablarles acerca de una reciente teleserie de la productora
Cinemax (filial de la todopoderosa HBO) que supuso para mí todo un
descubrimiento y como no podía ser de otra manera me devoré su primera
temporada (diez episodios) en menos que Mourinho monta un incendio en el
vestuario del Real Madrid. Vaya por delante que hablamos de un programa
enteramente integrado en los parámetros de la acción policíaca y el género
detectivesco y criminal, con lo cual si no es usted aficionado a estas temáticas dudo mucho que el producto capte mínimamente su atención. Hablo de la excesiva,
salvaje y violenta “Banshee”, estrenada en Enero de 2013 en Estados Unidos y
que de momento no conoce proyección en nuestro país. Se trata de una serie
explícita en violencia y sexo, y sucia, muy sucia, una suciedad, podredumbre y
corrupción que se respira en cada momento de todos y cada uno de los capítulos.
Ahí es donde radica la auténtica violencia de “Banshee”, más allá de la
continua exhibición de peleas, tiroteos, persecuciones y auténticos baños de
sangre. La violencia y suciedad de unos personajes moralmente corrompidos y
cuyo hedor a mezquindad es capaz de traspasar las fronteras catódicas y llegar
hasta las mismas narices del espectador.
En "Banshee" nada es lo que parece. |
La acción se
desarrolla en una pequeña y en principio apacible población de carácter rural del
noreste estadounidense, concrétamente en el estado de Pensilvania. Una pequeña
villa con un importante predominio de población amish que convive (o malvive)
junto a toda clase de “white trash”, “rednecks”, borrachos y demás gentes poco
recomendables cuya subsistencia se basa trabajando en la industria cárnica para
un amish renegado y expulsado de los suyos, descendiente de inmigrantes holandeses,
y que responde al impactante nombre de Kai Proctor. En realidad se trata de un
cacique criminal quien con puño de hierro y gracias al lenguaje del miedo
maneja a su antojo todo lo que sucede en el pueblo pese a los intentos del
joven e idealista alcalde y del fiscal del condado (los dos únicos personajes
con cierto sentido ético en toda la trama) de acabar con su dictadura de sangre
y terror. Bajo la pacífica y luminosa apariencia de una idílica aldea en la que
todo el mundo se conoce y podrías dejar abierta la puerta de tu casa por las
noches subyace todo un mundo de miseria moral, depravación y delincuencia. Un
sheriff que en realidad es un ex –presidiario; la ejemplar ama de casa, madre
de familia y esposa del fiscal, quien no es otra cosa que la ex –novia del
citado sheriff, además de una hábil ladrona y experta en artes marciales, hija
a su vez de un peligroso ganster ucraniano (acertada recuperación del célebre
actor británico Ben Cross) al que ambos han tenido la desafortunada idea de
estafar. ¿Les parece poco? Pues tenemos también a una jovencita amish (sobrina
de Proctor) que por las noches se quita su recatado vestido para ceñirse
minifaldas y buscar la cama de nuestro amigo el falso sheriff; un ex –campeón
de los pesos welter que regenta un bar salpicado de whisky y sangre; un jefe
indio y su hijo dispuestos a meterse en el mundo de los negocios a través de la
construcción de un casino; la rebelde hija de dicho jefe que vuelve al redil
con su padre moribundo; un hacker travestido; el inquietante subordinado de Kai
Proctor, una especie de Waylon Smithers que no duda hasta en asesinar por su
amo, e incluso una viuda capaz de acostarse con el asesino de su marido en el
calentón de una noche. Tampoco faltan, como no, los menores problemáticos, en este
caso gentileza de la pareja formada por el fiscal y la ladrona regenerada. Una
adolescente en plena edad del pavo con ganas de rebelarse y flirtear con la
mala vida y un chaval en pubertad aquejado de una enfermedad pulmonar y
respiratoria que parece ser una fibrosis quística (muy de moda en las
teleseries, vean si no “Bates Motel”)
Las chicas amish también saben divertirse |
Este viene a
ser el paisanaje humano que deambula por “Banshee”, todo ello envuelto en una
atmósfera negra negrísima no tanto en las formas (absolutamente explicitas y excesivas)
si no en un fondo en el que apenas se distinguen líneas de separación entre
villanía y heroicidad y en la que todos los personajes adquieren en algún
momento un semblante ciertamente tenebroso. La serie gustará a los amantes de
los excesos, que disfrutarán de los tics tarantinianos y peckimpahianos que
ofrece el espacio. El sexo palpita de modo salvaje a cada fotograma, impelido
por la fuerza de la protagonista Ivana Milicevic, cuya sola presencia en
pantalla enerva cualquier pulsión sexual. A su lado una diosa carnal como la
joven Lili Simmons asegura la excitación catódica, y el neocelandés Antony
Starr cumple como atormentado antihéroe de mirada quebradiza pero férreos músculos
erectos. A través de los diez episodios de esta primera temporada lógicamente
se suceden los altibajos, decepcionando terriblemente el final, que prometía
una especie de revisión de “Grupo Salvaje” y acaba tornándose en un remedo de
“El Equipo A” con una fiesta de balas y metralla en la que milagrosamente
apenas hay heridos. Una pena. Aún así no ha logrado quitarme el magnífico sabor
de boca general que permanece en mí después de haber disfrutado de este
pantagruélico banquete de sexo y violencia, con imágenes que perduran todavía
en mi retina pese a hacer ya varias semanas que finalicé el visionado de la
temporada. Una de las más poderosas es aquella en la que después de una
impresionante pelea entre Kai Proctor y el falso sheriff Lucas Hood (el
personaje principal, interpretado por Antony Starr, y de quien en realidad no
sabemos su auténtico nombre en ningún momento), ambos contendientes exhaustos y
desangrados cesan su combate para hablar de negocios y ayudarse mutuamente en
ciertos asuntos. El acuerdo es sellado a través de una botella de Chivas Regal que
Proctor cede a Hood para que eche un trago tras el monumental reparto de
puñetazos. Entonces vemos al jadeante protagonista beber de la botella en cuyo
interior la sangre que mana la boca de Hood se mezcla con el alcohol encerrado
en el cristal. Puro asco, pura fealdad, pura suciedad, pura vida. Esa sangre
que se abraza religiosamente al whisky metaforiza la calaña a la que pertenecen
los protagonistas de “Banshee”, tanto el héroe como el villano. Y es que parafraseando
al soldado Marcelo de “Hamlet”, una vez conocidos los entresijos del pequeño
pueblo amish de Banshee, no cabe duda de que algo huele a podrido en
Pensilvania.
Si no te chivas te paso el Chivas. |
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