Los
Imposibles cumplen 25 años. Un cuarto de siglo bañando el mundo de luminosos
rayos de sol y melodías. Una carrera de fondo que les confirma ya como la más
grande banda de ínfulas sixties que ha dado jamás este país (comenzando la cuenta a partir, claro
esta, de esos propios años 60 de la “explosión”), una maratón de gigantes
comandada por Paco Poza, francotirador pop de raza y talento que como un
auténtico “outsider” sigue escribiendo canciones desde su trinchera sin mirar
el calendario. Que menos que dedicar unas líneas a estos herederos de la mejor
tradición del pop psicodélico, donde el simbolismo y el beat se funden en una
música que va más allá para convertirse en un estado mental.
Líneas
escritas desde la ignominia de mi no comparecencia este sábado en la sala Sol
en su concierto y fiesta de aniversario. Auténtica afrenta a mi condición de
fan irredento de la banda, estigma convertido en compañero de viaje a partir de
este momento y hasta el fin de mis días (que espero lejano), una lluvia de
piedras sobre mi propio tejado que se ve así ultrajado por ninguna otra persona
que este humilde eyaculador literario que os habla en negro sobre blanco. La
decisión está tomada y es firme e irrevocable. Y por supuesto, tiene una
explicación, la cual me veo en la obligación de exponer, aunque no era el tema
hablar de mí mismo (ah, el ego del Eyaculador, más grande que todos los
putanescos palacios de Silvio Berlusconi juntos)
El
disparate en que consiste mi vida siempre ha estado regido bajo los designios
del caos, y no del cosmos. Una naturalaza enrevesadamente entrópica en la que
eso que llaman “hiperactividad” tiene su cuota de culpa. El querer estar en
todas partes, revestirte del poder de la ubicuidad y abarcarlo todo, noches sin
fin, fiestas interminables, y eso que llaman la “vida total”. Desde hace un tiempo
por tanto procuro luchar por mantener sano y saludable mi equilibrio mental, lo cual no
es fácil. Uno de mis principios actuales es improvisar lo menos posible y
cumplir los planes en el orden premeditado, tirar de rigurosa agenda, por mucho
que sugestivas y tentadoras ideas sucesivas pudieran alumbrar mi camino. Es decir, si quedo para cenar
con Soraya Saenz de Santamaría, aunque para esa misma noche me citase
posteriormente Scarlett Johansson no cambiaría la cita inicial.
Y
alguien de una belleza, sapiencia, y calado intelectual a la altura de la
citada Soraya es mi amigo Arcadio, quien cumple y celebra sus cuatro décadas de
vida la misma noche de Los Idus de Marzo del 15 del presente mes. Arcadio es un
personaje masculino singular y gran amigo, con quien me comprometí para acudir
a su celebración hace ya meses, y además en la calidad de pinchadiscos, cosa
que ya el sujeto intentó el pasado año pero no se llevó a cabo no recuerdo, la
verdad, por cual razón. El caso es que habiendo dado mi palabra a mi buen y
viejo amigo, al enterarme posteriormente de la fecha de la fiesta de una de mis
bandas favoritas, lo único que pude hacer fue proteger mi rostro entre las
piernas y llorar desconsoladamente. Pero no fallaré a mi decisión inicial ya
que Arcadio bien lo merece (fíjense que es el único seguidor que tiene este
blog. Sí, ese que se ha puesto como foto de perfil la jeta, ¡y qué jeta!, de un
apuesto y varonil político de centroderechademocratacristianoliberal)
Pero
esa es desde luego otra historia. Estamos aquí para glosar los 25 años de
carrera solipsista, enajenada, alocada y alumbrada por la estética de la banda
de Paco Poza y compañía. Una hazaña inusual en la música nacional, máxime
teniendo en cuenta que a pesar de que hablamos de instrumentistas y
compositores magníficamente dotados (que cada cual lo interprete como quiera)
no han podido dedicarse profesionalmente a ello. O quizás sea gracias a esa
circunstancia, a la de poder dedicarse al pop como un hobby evasivo y evasor
entre amigos que se reúnen al calor de unos amplis de válvulas en algún local
de ensayo madrileño, y no como un oficio procurador de manutención, lo que ha provocado una larga y saludable vida como banda de rock'n'roll. El caso es que con un buen número de trabajos
discográficos a sus espaldas, una colección de canciones mayestática, unos
directos de quitar el hipo y una frenética actividad colaborando en múltiples grupos y proyectos paralelos, Los Imposibles nunca han gozado del favor de los
medios, vergonzosamente sordos ante la propuesta de la banda y babeantes con la
primera idiotez inflada e hinchada que llegaba a sus oídos. Y ya no hablo del
“mainstream”, donde evidentemente serían tachados de personajes de otro mundo,
hablo de las presuntas publicaciones “underground” patrias. Han pagado el
precio de la fidelidad a una idea, de la rectitud de unos principios estéticos.
Nunca han sido indies, ni grunges, ni shoegazers, ni le han dado a eso de la
“americana”. En respuesta a esta actitud, la ignorancia más absoluta. Sólo ahora que el
paso de los años les convierte en clásicos intentan algunos, a toda prisa,
enmendar errores pasados y rendirles el culto que merecían desde aquella joya
llamada “Hoo-ha!” que nos hacía tener que retrotraernos al “Contrabando” de Los
Brincos para encontrar un catálogo de canciones donde el pop, el soul, el
rythm&blues y el beat se manejasen con tanto descaro e ingenuidad sin
complejo alguno en nuestra piel de toro. La conexión con la banda de Fernando Arbex siempre ha sido
evidente y no demasiado bien vista en los, como dirían Burning, “recuerdos del
pelo largo”. Cuando “Hoo-ha!” vio la luz se convirtió de inmediato en una de
las piezas favoritas de mi adolescencia. Una explosión de inmediatez capaz de
cautivarte como si las enseñanzas de Buddy Holly, Del Shannon o Los Brincos no
hubiesen caído en saco roto. Pero curiosamente recuerdo la comparación con el
grupo del que surgieron Juan y Junior como paradigmática de cómo tratamos a
veces nuestra mejor música pop. Las conversaciones sobre la nueva banda
madrileña en ocasiones se dirimían con un “sí, están bien, pero recuerdan
demasiado a Los Brincos”, a lo cual yo, encolerizado, respondía: “¡Por supuesto
que recuerdan a Los Brincos, por eso mismo son tan grandes!” Y es que sigue
siendo asignatura pendiente para el rockerio estatal reconocer a nuestros
pioneros, aunque es de admitir que con el tiempo hemos mejorado en ese
capítulo.
Let's go to marigold, the garden of your mind... |
Los
Imposibles se convirtieron en unos favoritos a la altura de Sex Museum y Doctor
Explosión, bandas que cambiaron para siempre mi concepto de la música española.
Cañonazos irreductibles que no entendían de modas ni tendencias. Acogidos en el
caso de los autores del “Hoo-ha!” además en el seno de la familia Animal
Records, sello indispensable para comprender la sesentofilia en nuestro país.
Vinieron más aventuras, más discos, y muchos directos. Y el imborrable recuerdo
de la primera vez que los pude ver en directo, ¡qué jornada!, en la fría pero
siempre caliente noche leonesa. 1994, cuando uno se comía la vida a mordiscos,
y allí aparecieron nuestros héroes. Todavía con Palomo al bajo, y Lagarto
aporreando la batería. Aquello era flamígero, incendiario, colosal… al teclado
un chalado llamado Gonzalo del Valle-Inclan (a la sazón bisnieto del genial
escritor gallego) acababa sangrando sobre las teclas de su instrumento forrado
en leopardo mientras atacaban el “One good reason” del segundo LP de los
suecos garageros The Creeps. Era la época del jardín de la caléndula, y la
inocencia beat casi afín al espíritu de un “American Graffiti” de “Hoo-ha!” había dado paso a una
banda poderosa que reivindicaba como nadie el legado de los Who o los Small
Faces. Se convirtieron en gigantes y hubiera sido difícil comprender la
irrupción de Elephant Band, Magic Bus, o tantos otros, sin la demostración de
fuerza de Los Imposibles. Ignorados por los medios, pero creando una legión de
fans irreductibles.
Eran
hermosos y radiantes guerreros de la estética, paladines de la psicodelia, embajadores
de la melodía. Buenos hijos de la noche y figuras del paisaje melenudo y
colorista del mejor Malasaña. Hippies-mods-punks, o algo tan inclasificable
como eso, y revestidos de la autoridad de sumos sacerdotes de la lisergia heredando las enseñanzas del viaje rápido y picnic genial al que nos habían llevado Los Negativos muchos años atrás.
Se
fueron sucediendo los cambios en la formación y llegando personajes igual de
emblemáticos y dueños de universos tan particulares como los de a quienes reemplazaban.
Los Imposibles se convertían en un estilo de vida. A
way of life, a state of mind. Y siempre Paco Poza luchando contra todo, a base de
pericia instrumental y una erudición musical que ya quisieran la mayoría de los
plumillas de este país. Y así veíamos a la banda facturar power-pop de primerísima división o evocar a los mismísimos Prisoners, y todo esto sin salirnos de su época actual, segunda juventud, o como la quieran llamar, esa que les llevó a perderse y encontrarse y a seguir caminando en espiral, ahora de la mano de Sunny Day Records, uno de esos sellos de fans y para fans.
Y entono el "mea culpa" por faltar a la cita pero brindaré por ellos igualmente. Amenazan con una noche tan embriagadora que parece imposible pensar en acudir a comer tan sólo un trocito de la tarta, ya que una vez probada no podrías dejar de engullir, sabiendo además que tras la ceremonia del escenario en la cabina de la sala se oficiará una misa por parte de dos personajes sobre los que el tópico "más grandes que la vida" se queda corto (y cualquiera que les conozca sin duda me dará la razón), como son Lagarto, a la sazón baterista original de la banda, y Manolo Calderón, reverendo de las ondas herzianas y maestro de intelectualidad vital y barra de bar. Ambos tipos de los de verdad, de los de honestidad brutal. Levantaré mi copa desde la distancia, envuelto en el Carcosa de hardcore y punk al que he sido invitado, abrazado (con todas las distancias heterosexuales posibles) a mi amigo Arcadio porque sus 40 años sean el principio de su vida... pero sabiendo que dentro de otros 25, Los Imposibles lo volverán a hacer.
Los Idus de Marzo no nos pueden fallar.
Y entono el "mea culpa" por faltar a la cita pero brindaré por ellos igualmente. Amenazan con una noche tan embriagadora que parece imposible pensar en acudir a comer tan sólo un trocito de la tarta, ya que una vez probada no podrías dejar de engullir, sabiendo además que tras la ceremonia del escenario en la cabina de la sala se oficiará una misa por parte de dos personajes sobre los que el tópico "más grandes que la vida" se queda corto (y cualquiera que les conozca sin duda me dará la razón), como son Lagarto, a la sazón baterista original de la banda, y Manolo Calderón, reverendo de las ondas herzianas y maestro de intelectualidad vital y barra de bar. Ambos tipos de los de verdad, de los de honestidad brutal. Levantaré mi copa desde la distancia, envuelto en el Carcosa de hardcore y punk al que he sido invitado, abrazado (con todas las distancias heterosexuales posibles) a mi amigo Arcadio porque sus 40 años sean el principio de su vida... pero sabiendo que dentro de otros 25, Los Imposibles lo volverán a hacer.
Los Idus de Marzo no nos pueden fallar.
Los Imposibles en la actualidad, la orquesta que viaja al fondo de tu mente. |
Vaya, te me has adelantado. Iba a escribir algo sobre la efemérides en mi blog. Me gusta mucho tu entrada, digna de una revista musical si hubiese alguna decente. No obstante, algo escribiremos, desde un punto de vista más subjetivo, de alguien que vivió de primera mano su primera década, compartiendo local, risas y cervezas.
ResponderEliminar¡Gracias por acercarte por aquí, Vicente!
ResponderEliminarGrande
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