“El sabio consigue más ventajas
por sus enemigos que el necio por sus amigos” (Benjamin Franklin)
Se retira Carles Puyol, icono y
capitán barcelonista y uno de los últimos héroes del fútbol español y parte
fundamental a la hora de haber llevado a nuestra selección a ser la mejor del
mundo en los años recientes. Puyol, hombre de club, sin embargo trasciende por
encima de cualquier color y camiseta para todo buen amante del fútbol que
disfruta del deporte sin calzarse una venda en los ojos según toque el fanatismo
de turno.
Parece Puyol un futbolista pretérito,
un cromo perenne trasladado a nuestro siglo. Un tipo de otra época, aquella en
la que los peloteros no eran catálogos andantes de tatuajes o ridículos modelos
de peluquería de extrarradio. De la especie de los Baresi, Maldini, Scholes, Giggs,
Raúl, Casillas, Iniesta o Xavi... es decir, la de los tipos normales. Obreros del
balón de larga carrera, amor a un escudo, y profesionalidad y entrega hacia la
camiseta que visten. No ganan el Balón de Oro, no entran en las disquisiciones
sobre “el mejor de todo los tiempos”, pero finalmente su trayectoria acaba
siendo muy superior a la de las grandes estrellas que brillan con
extraordinario fulgor durante un lustro o poco más. Lo de ellos es una carrera
de fondo.
Abríamos esta entrada con la
célebre cita de Benjamin Franklin sobre la importancia de los enemigos
poderosos, igualmente podríamos recordar aquel refrán que indica que la
grandeza de un hombre se mide por la calidad de sus enemigos (frase que a
ciencia cierta no sé a quien se atribuye) Todo esto, supongo, porque si quien
esto suscribe es madridista desde su más tierna infancia imagino que debería
ver al corajudo defensa central como un “enemigo”, pero sinceramente me cuesta.
Y es que me cuesta mucho entrar en cualquier tipo de dogmatismo férreo que
impida mi libre percepción de las cosas. Uno de esos dogmas es que se es más
madridista cuanto más anti-barcelonista, y yo, lejos de “odiar” al club
blaugrana, admiro sin tapujos algunos de los aspectos que definen su particular
idiosincrasia, como espero (quizás en vano) que otros hagan lo mismo respecto
al club de mis amores. Hace ya tiempo que decidí hacer eso que en lenguaje
llano se dice “ir a mi bola” sin preocuparme de tener que enfundarme ninguna
norma, y pago el precio en forma de desprecio y de calificativos de
“pseudomadridista”, “pipero”, “madridista disfrazado”, o demás ingeniosos adjetivos
que han calado en nuestra afición en los últimos y guerracivilistas tiempos. En
época de Franco en España se hablaba de “malos españoles”. En los años de
Mourinho el lenguaje nos llevaba hacía los “malos madridistas”.
Pero no estamos aquí para hablar
de uno mismo (el ego del Eyaculador, ya saben), si no de Carles Puyol,
simplemente se trata de constatar que un gran Barcelona siempre hará más bien
al Real Madrid que un débil antagonista. Cuanto más fuerte sea la némesis más
obligado se sentirá uno a dar lo mejor de sí. No soy especialmente nostálgico
en esto del deporte, pero si tuviera que recordar los momentos en los que la
rivalidad Madrid-Barça alcanzó sus cotas más nobles y espectaculares y
engrandecieron el deporte como nunca, me quedaría con sus secciones de
baloncesto en los años 80, cuando cada duelo era un homenaje al juego de la
canasta. Mordían en la cancha como perros rabiosos y se abrazaban al terminar
cada partido. Una de las razones por la que eran choques tan especiales está en
el hecho de que la mayoría de los jugadores llevaban años vistiendo la misma
camiseta y superaban la condición de simples mercenarios asalariados que
buscaban simplemente un poco de fortuna económica y gloria personal.
Por eso son tan necesarios los
jugadores “de club”, los que crecen dentro de la misma entidad y finalmente se
convierten en emblemas y en portadores de esa cosa tan abstracta llamada
“valores”. En el caso de Puyol saltan a la vista. Recordarán como le vimos
abroncar a algunos de sus propios compañeros tras la celebración de un gol a un
Rayo Vallecano al que estaban pasando por encima. A Carles, futbolista de vieja
escuela, le chirrían los bailecitos y las tonterías, el “ay si eu te pego” y
demás morralla de vergüenza ajena. Puyol sería el viejo heavy metal trasladado
al fútbol, la nobleza cazurra, la brutalidad honorable. Pero no fue esta la
primera vez que le vimos discrepar públicamente ante las actitudes de algunas
de las estrellas con las que comparte vestuario. Uno de los gestos que el
capitán blaugana deja para el recuerdo es su malestar con Gerard Piqué tras el
5-0 de su equipo a todo un Real Madrid cuando el compañero sentimental de
Shakira se burlaba haciendo la “manita” para regocijo del fanático. Si es que
no lo había hecho ya, comprendan que con eso el bueno de Carles me ganó para
siempre, y demostró ser otro tipo integro que no se casa con nadie y que dice y
hace lo que piensa aunque le cueste no ser el tipo más popular de la bancada
alegre barcelonista. Y algunos todavía se andan preguntando que rayos significa
eso de los “valores” en el deporte…
En lo estrictamente futbolístico
deja también varias imágenes para el recuerdo y las videotecas. Por encima de
todas, su excelso cabezazo emergiendo entre la defensa alemana en semifinales
del inolvidable Mundial de Sudáfrica en 2010. Toda España remató con él en
aquel corner y se aseguró para siempre un lugar en la historia llevándonos a
nuestra primera final de la máxima competición futbolística. Para completar el
anecdotario de un día inolvidable, más tarde le vimos recibir a la Reina Sofía
envuelta su cintura en una toalla y mostrando su tarzanesco torso ante las
cámaras de televisión. La desnudez de Puyol no era más que un reflejo de su
carácter, de su espíritu noble y sincero por encima de convenciones y
protocolos. Otra escena que me viene a la memoria es con su club, y en Liga de
Campeones, frente al Lokomotiv de Moscu y con 1-0 en el marcador para su
equipo, el jugador rival Obiorah se encuentra con una autopista hacía el gol
sin portero en la meta azulgrana, cuando de repente aparece nuestro
protagonista para parar su disparo… ¡con el escudo de la camiseta!, la imagen metaforizó
de manera fehaciente el simbolismo de Puyol con su club. Puyol, el alma. Puyol,
el corazón. Puyol, el símbolo. Puyol, en definitiva, el escudo.
Y las piernas le han dicho basta,
camino de los 36 años, 19 en el club de su vida, 14 de ellos en el primer
equipo, con 36 lesiones a cuestas y 2 operaciones. Futbolista de barrio, de
raza, de vida, ahora se sabe que mientras estaba en La Masía el club sopesó
seriamente la posibilidad de descartarlo en base a los informes negativos de
Koeman, Serra Ferrer y Oriol Tort, y estuvo a punto de acabar en el Málaga. Cómo
hubiera sido la historia posterior del fútbol español de haber sucedido este
movimiento es algo que ya nunca sabremos, pero sirva la anécdota para
considerar la dificultad de los jóvenes canteranos de equipos grandes para
hacerse un hueco en las primeras plantillas de sus clubes, y de la importancia
de entrenadores valientes que se decidan a apostar por este tipo de jugadores
que finalmente son los más rentables para cualquier entidad.
En definitiva nuestro fútbol
pierde a uno de sus elementos más valiosos en cuanto a calidad, carácter y
personalidad. Un deportista hermético y celoso en lo referente a su vida
privada, pero auténtico referente para compañeros y rivales. Es el primero de
una generación de jugadores irrepetibles a los que nos va a tocar ir
despidiendo poco a poco, pero en el caso de Puyol, dada su aureola de
futbolista anacrónico con el mercadeo del mediático, ruidoso y farragoso fútbol
moderno, da la sensación de que se va un hombre de otro tiempo y cuyo reino
quizás no fuera de este mundo, pero nos ayudó a ser los actuales reyes del
balón.
totalmente de acuerdo. Yo llevo ya tres añitos desconectado de lo que llaman "fútbol", entre otras cosas porque cada vez quedan menos futbolistas de esa otra época a la que te refieres, "en la que los peloteros no eran catálogos andantes de tatuajes o ridículos modelos de peluquería de extrarradio", ahora, como lo cortés no quita lo valiente, un buen corte de pelo le vendría muy bien. :-DD
ResponderEliminarBueno, hay teorías de que un defensa central cuanto más pinta de macarra tenga mejor, para acojonar, :-)
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