martes, 18 de marzo de 2014

LA BARRA DE PAN



Vinicius, el poder de los sábados.


Que curiosa es la vida cuando se padece de algún modo de este tipo de melancolías irreversibles. La existencia convertida en un "pathos" constante al cobijo del sol y sombra. La nostalgia suele sacudirnos para llevarnos a algún momento del pasado, la feliz infancia, la tumultuosa adolescencia, la rebelde juventud. Pero en otras ocasiones, cuando uno siente la vida tanto que le duele cada segundo que respira, es un reflejo inmediato de un pequeño y luminoso y momento que se fue para no volver pero ha quedado capturado en algún momento de tu memoria anímica para que la melancolia funcione, de nuevo, como certero transmisor de emociones que uno no puede explicar por muchas palabras que eyacule.  

Abrí la nevera y ahí estaba la barra de pan. Una barra de pan sin ninguna historia especial, pero si muy particular, la de mi propia particularidad, la de mi vida, la mi historia, la de mi sábado, la de mi cogorza, la de mi alma, la de mi amor.     

Había salido al mediodía con Ella, dimos un paseo por el parque y tomamos un vermouth que se prolongó en una sucesión de cañas, coños y coñas. Había que celebrar el final del Invierno y la amenaza certera de la Primavera abrazándonos con sus rayos de sol. Todo sábado de por sí es una filosofía de vida, pero un sábado soleado es ese lugar donde uno querría vivir por siempre con Ella. Habíamos bebido lo suficiente para que la vida en ese instante de sábado se hubiera convertido en una celebración, y paramos levemente, como libélulas que se posan en busca de un descanso, en un supermercado. Quería comprar una barra de pan.  

Cuando uno está borracho la vida funciona a otra velocidad. Te conviertes en un rey entre mendigos, un dios entre mortales. Compré una barra de pan y una botella de Aquarius para la resaca y una botella de bebida energética para recuperarme después de salir a correr. Los dos ejercicios vitales de mis 40 años, emborracharme y correr. Alcohol y sudor.  

Cuando uno está borracho el reloj corre a otra velocidad. O sea que paramos en otro bar. Coincidimos en que era un lugar horrible y que jamás volveríamos a entrar. Un local en efecto horrible y taurino coronado por dos gigantescas cabezas de miuras disecadas que nos miraban con una mezcla de tristeza y dignidad, como consecuentes con ese papel de dioses sacrificados que los humanos les han querido otorgar. Que estupidez la de los hombres que necesitan matar animales para tratar de darle alguna trascendencia a la vida. Y lo peor es que se lo creen, que esa estocada en la piel del noble bicho tiene un significado religioso y ancestral. Que esa sangre derramada dignifica ambas vidas, la de ejecutado y ejecutor. Hombres estupidos, religiosos, místicos, supersticiosos y taurinos. Hombres, posiblemente, sobrios.  

Cuando uno está borracho el sol brilla con otra intensidad. Por muy patético que resultase aquel templo de la barbarie medieval, yo era feliz. Estaba con Ella, era sábado, brillaba el sol, que entraba por la puerta abierta, y era sábado. Y que rápido pasa finalmente el sábado pero como se quedaría uno inmovil en ese instante de felicidad. Al fin y al cabo eran unas horas regaladas al margen del pánico de la vida laboral. La maravillosa rutina de los días sin rutina. La impagable sensación de perder el tiempo, de derrochar la vida.  

Y nos fuímos, volvimos a refugiarnos en El Zulo. La tarde metamorfoseaba en noche con esa impaciencia que sólo parece darse en los sábados. Ella dormió su bendita borrachera con esa beatitud de las niñas quebradizas. Yo tenía que preparar unos discos para la noche. Abrí otra cerveza, simplemente porque era sábado y había que seguir celebrando simplemente que era sábado. Vinicius de Moraes lo explicó en uno de sus poemas, "El día de la creación". Una serpiente surrealista conducida por un mantra que nos recuerda constantemente "porque hoy es sábado", confiriendo al sexto día de la semana omnipotencia nihilista. Como si el sábado tuviese la trascendencia de no tener trascendencia simplemente por ser sábado.  

Y llegó la noche, y la fiesta, y el ruído, y el rock'n'roll, y las brumas y nebulosas en nuestras mentes, pero el sábado ya había valido la pena por haber comprado la barra de pan con Ella.  

Y abrí la nevera, y ahí estaba la barra de pan. Pero ya era martes...  



PK, 18-03-2014.

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