Un monarca muy franco. |
Y
se marchó… pero a su barco no le llamó Libertad, si no Bribón. “Bribón,
bribonassso, que te pego leche”, si es que siempre fue muy campechano. ¡Qué
sentido del humor tan borbónico y sofisticado!
La
noticia corrió como un reguero de pólvora, y es que mira que le gusta la
pólvora a este hombre, con todos los disgustos que le ha dado a su familia, con
esa sombra negra de Estoril planeando sobre su regia y augusta cabeza.
Formidable cabezón y busto pétreo que nos saludaba desde aquellas pesetas de
nuestras entretelas. ¡Salud y pesetas!, brindaban los republicanos de antaño, los
de los pantalones raídos e intelecto desbocado.
Se
hace un mutis por el foro, o mejor, por el forro, por el forro monárquico al
que se le permite pasárselo todo al primero de los españoles, lo cual es decir
el primero de los pichabravas.
Escopeta
nacional y matarife hispánico que te vas, nos dejas y nos abandonas. Tiñes de
melancolía las nochebuenas familiares, esas en las que la abuela tenía su
momento cuando soltaba “¡qué majo es el Rey!”, discurso para el que llevaba
meses ensayando la buena señora. Monarca elefántico de nuestros desvelos,
pituitaria salvaje, velero de las españas. Vigía de nuestros valores, del
puterío embravecido, de la furia y la entrepierna.
Y
ya sale la turba a la calle a pedir más libertad, y democracia, y referendums,
y cosas modernas, sin entender que la modernidad reside en la tradición de tu
nepotista corona, en la caspa monárquica en blanco y negro que alumbra el
camino de nuestro pueblo descarriado. Malditos republicanos, malditos rojos,
malditas coletas. Pero hombre, ¡con el lustre que nos da tener un rey! Y es que
sólo tú eres capaz de traernos la paz, elefante blanco, parapeto y parapente de
tejeros y millanes que camparían a sus anchas si no fuera por lo imponente de
tu figura, garante de las libertades del palo y la zanahoria. Demócrata
convencido que abrazabas por igual a dictadores sanguinarios que lo mismo
mandabas callar a los pérfidos bolivarianos. Espada de Damocles, Salomón de los
juicios ibéricos. Rey olímpico de pelotas claveteadas en una pista de
balonmano. Refugio inspirador para humoristas mediocres.
De
tan campechano que ni elegiste nombre real. Nada de godofredos, sanchos o
guillermos, ni siquiera los tan nuestros felipes, fernandos o alfonsos. No, un
Juan Carlos que recuerda al taller de la esquina, para que nunca olvidemos que
caminas entre nosotros como uno más. Más guapo, más alto, más fuerte, más
Borbón, pero uno más al fin y al cabo de tu regio rabo. ¡Y qué satélites de honradez
ejemplar que se mueven alrededor de ti, astro de la piel de toro!
Que
huérfanos nos dejas de hombría y españolidad, trabuco dionisiaco que dispara
real esperma por los campos de Castilla. Y que faltos de campechanía integradora,
de talante bonachón, de bonhomía proletaria. Tú que siempre has estado al lado
de los débiles y necesitados. Ejemplo de austeridad en tiempos de crisis.
Que
te sean leves los lunes al sol, ante el espectáculo de las obras públicas junto
a tus jubilados compatriotas, comiendo un bocadillo de sardinas envuelto en
papel Albal y leyendo algún periódico compartido entre varios.
Bribón,
¡que navegue libre ese Bribón!, que surque los mares bajo el viento llevado por
ti, pirata bronceado de Hollywood que robaste nuestros corazones. Velero que es
metáfora de la España de las coletas que se nos va a pique.
¡Qué
figura perdemos, háganse cargo, qué figura perdemos! ¡Qué papelón ante el
mundo!
Y
aún querrán un referéndum, espantados de la Monarquía, estos son capaces de
cargarse hasta a King Africa.
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