miércoles, 14 de enero de 2015

EL CONSUELO DEL ESPECTADOR





Sí, he llegado a casa un poco tocado, con las neuronas agitadas en el cocktail neurasténico del hombre del siglo XXI que cabalgó las olas del XX con aroma de frenillo agigantado. Prefiero reconocerlo antes de que os detengáis a navegar en mis pupilas dilatadas de óxido y ácido. Yo soy ese cartel de neón que anuncia el último desastre antes del amanecer.

He llegado a casa envuelto en efluvios y levitando gracias a los vapores etílicos, lo cual significa que la cabeza se pone a funcionar. El cerebro, ese monstruo magnífico, ese molusco de pensamientos y nervios rotos ruge con un aliento de miseria y pide alimento aún a costa de mi alma. Mi sufrimiento es su alimento. Que infernal maquinaria neuronal sujetamos sobre los hombros.

No era muy lejano, pienso, cuando cada martes bien podía ser una fiesta de Dionisos por acá y Baco por allá. No era joven ni era viejo, era simplemente ese animal de pezuñas dionisíacas que retraté una vez en mi poemario “Enfermera de noche”. ¡Qué poderosa imagen de desverguenza y nitroglicerina! Así se derrumbaron todos mis escritos, en la inopia de quien se sabe inédito. Un discurso blasfemo soterrado y enterrado que nunca verá la luz. Así, en efecto, se derrumbaron todos mis escritos.

Una noche de esas de golpearse el pecho y exclamar el mantra sagrado “MUJERES HERMOSAS Y HOMBRES FEOS”, no hay ecuación más silenciosamente conspiranoíca.

En que momento se torció mi vida y me convertí en un engranaje más de la maquinaria bastarda. En que momento los escenarios y diálogos rutilantes dejaron paso a las grises oficinas y las bases de cálculo de Bloomberg. Sólo me queda el consuelo del espectador... 

Yo no llegué a nada pero aprendí mucho, podría ser un buen resumen de mi vida hasta la fecha.

Y allí se conjugaron de nuevo todos los truenos del rock and roll. Redobles del demonio y riffs centelleantes. Melodías divinas y bajo desbocado. The Who, The Byrds, Badfinger, Raspberries, Flamin’ Groovies… catarata de sonidos de nuestros héroes totémicos más cercanos que nunca por el milagro de Peralta, el regalo de los dioses que supone esta banda. Y aquella burrada que Arthur Lee escribió para los Hijos de Adán sonando como una caja de Pandora abierta sin posibilidad de retorno. Cayeron sobre nuestras cabezas no como Hijos de Adán si no como los Hijos de Ira de Dámaso Alonso, como los Cuatro Jinetes del Apocalípisis, como emisarios eléctricos de la música y la mística y embajadores de los cielos abiertos para gozoso gozo y contemplación excelsa de nuestros sentidos. 

Terminó el viaje y me despedí con parsimonia y dedicación, bramando de felicidad por el placer derramado en unos cuantos acordes plenos de dicha. Incapaz de poder manipular el tiempo y convertir el día siguiente en sábado o domingo, días santos del solaz recreo existencial, me retiré como un cobarde de las trincheras de la noche antes de que abriesen fuego los artistas del Matu Intenso que dejé detrás de mí. Presa de la urgencia consolidada y esclavo de las manecillas del reloj,  no miré atrás.

¡Ay, aquellos martes que bien podían ser una fiesta! Menos mal que nadie me quita el consuelo del espectador…   

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