Que canten los niños |
Hola
amigos, hoy voy a hablaros de un subgénero humano en el que sin lugar a dudas
habréis reparado en alguna ocasión, ya que sois gente viajada y culta, de la
que les quita la piel al chorizo antes de meterlo en el bocadillo. Me refiero a
un grupúsculo de seres absolutamente fantástico, a la altura de los Paquidermos
Saltimbanquis de Bormeo, los Equilibristas Cojos de Transilvania, o los Eunucos
Taladradores de Kazajistan. Hablo, amigos míos, de los fascinantes Clientes Cantores
del Tiger.
En
efecto, quien no ha reparado en ellos. Esos viejóvenes de edad indefinida entre
7 y 65 años que entran en las tiendas de la franquicia danesa destilando buen
rollo y alegría, y que en cuanto el hilo musical comienza a entrar por sus
oídos se desatan y aparcan todo tipo de pudores para obsequiarnos con sus
silbidos, canturreos, nainonas y demás elementos sonoros que nos hacen pensar
en no pocas carreras frustradas de músicos melódicos. Suelen ser del género
masculino, y por supuesto, van siempre acompañados (raro es el Cliente Cantor
del Tiger que acude a su cita en un lugar de la marcha en soledad) En ocasiones
simplemente de su pareja, pero las más de las veces, y aquí es cuando se lanzan
sin el menor decoro, de niños (hijos, sobrinos, mendigos rumanos de alquiler, vaya
usted a saber…) La presencia de los niños parece estimular sobremanera sus
cualidades cantoras, y es entonces cuando una sonrisa se dibuja en sus rostros
mientras demuestran al resto de la clientela (la silenciosa) su conocimiento
sobre melodía (y a veces incluso letra, o al menos en el estribillo) de figuras
desconocidas del underground como los Beatles o Elvis Presley. Tesoros
musicales y conocimientos ancestrales sólo al alcance de muy pocos, afortunados
ellos, que cantan y cantan y vuelven a cantar delante de sus niños para
demostrarles lo guay que es la música que ellos escuchaban y que son unos
carrozas con mucha marcha. Se ha dado incluso el caso de Clientes Cantores con
un conocimiento musical tan vasto y enciclopédico que hasta han reconocido canciones
de oscuras bandas como la Creedence Clearwater Revival o los Rolling Stones. Es
entonces cuando les hemos oído exclamar “¡HOSTIA LA CREEDENCE!” u “¡HOSTIA LOS
ROLLING! ¡SUS SATÁNICAS MAJESTADES, TÚ!”, mientras le dan un cariñoso codazo de
complicidad a sus sufridos sobrinos ante la mirada de la clientela silenciosa e
ignorante.
Yo
he llegado hasta a ver a alguno de estos Clientes Cantores bailando por los
pasillos de estas tiendas. Así es, bailando. ¿Qué les parece? Sin ir más lejos
en la Calle Carretas asistí hace unos días al bochornoso espectáculo que me
retrajo a los tiempos gloriosos del ballet de Giorgio Aresu en su época dorada
de “Aplauso” de un calvo bailando, zigzagueando por el medio de un pasillo al
lado de su compañera sin el menor reparo ni luces de emergencia. Aquel derviche
pelado del consumismo navideño pareciera que tuviera detrás suyo un cartel
imaginario con la leyenda: “VAYA MARCHA QUE TIENE EL CALVITO”. Gente sin
complejos, amigos míos, gente sin complejos.
Como
escribió en una ocasión el Profesor Van Fofito, “el ser humano del siglo XXI no
sólo tiene la imperiosa necesidad de ser feliz, si no de demostrarlo”, esto
explicaría el porque de esas exultantes muestras de optimismo, de estas
radiantes demostraciones de alegría, de esta vitalidad descontrolada dentro de
estas “stores” que ya de por si ejemplifican el mundo moderno de sacacorchos de
diseño y zapatillas con orejeras. Y así, mientras escuchamos a George Harrison
decir que “ahí viene el sol” (transformado en algo así como “Jijandesan,
nananana”, por obra y gracia de alguno de estos infatigables Cantores), nos
preguntamos si hay alguien en estos momentos en el mundo blandiendo en su casa
uno de esos gigantescos lapiceros que se nos ofertan (quizás algún lector de El
País Semanal), o tratamos de recordar si alguna vez hemos visto en el metro a
alguien con el famoso “paraguas-espada”.
Y
es que el mundo moderno, tal y como escribió en su célebre artículo
“Prosopopeya de la manzana reineta en Las Vascongadas en el siglo XVIII” el no
menos célebre filósofo Cartílago de Piedrahita, no cesa en dejarnos constancia
de múltiples maravillas, siendo la de los Clientes Cantores del Tiger una más,
si acaso la más entrañable y canora.
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