Gabba gabba we accept you!! |
-¡Vengo desde Bilbao en tren, me he recorrido 800
kilómetros para expresar mi indignación y mi más enérgica repulsa por este
crimen horrible, no hay derecho que tipos como éste anden libres por la calle y
puedan matar impunemente!
Así de enérgica se mostraba la anciana ante las
cámaras de Antena 3 después de haberse dejado el alma correteando y chillando
como una colegiala detrás del furgón policial que llevaba al asesino cordobés José
Bretón al juzgado. Yo asistía impávido a la escena preguntándome que es lo que
puede llevar a una respetable y jubilada señora a meterse ocho horas en un tren
para pegarle cuatro gritos a un asesino cual groupie de los Rolling Stones que
sigue la gira de sus ídolos.
El mal fascina, y los asesinos, y más aún los
asesinos en serie, se acaban convirtiendo en personajes de culto. Iconos pop. Una
fascinación que abarca desde las húmedas adolescentes que envían cartas de amor
a las celdas de los psicópatas (lo hemos visto recientemente con Miguel
Carcaño, principal acusado y encarcelado por el caso de Marta del Castillo) hasta las venerables ancianas que se hacen 800 kilómetros para increpar al objeto de
sus iras, pasando por los taxistas que arreglaban esto en dos días (al igual
que con la política, el paro, o en su momento ETA), y por supuesto los
nauseabundos espacios televisivos que sacan provecho recreándose en la
truculencia del asunto, entrevistando si es necesario a un primo segundo de un
cuñado de una vecina del monstruo en cuestión para hacer llegar a los
televidentes como era el día a día del nuevo y mediático criminal quien disfruta
de sus momentos de gloria. En el caso de este humilde eyaculador, admito que
también existe esa fascinación por los rincones más oscuros del alma, dado mi
interés por todo lo relacionado con la psique humana. Por supuesto Estados
Unidos, como la gran potencia generadora y consumidora de cultura pop que es,
ha explotado a los serial killers como es debido, con magazines, espacios
exclusivos de televisión, y hasta un juego de cartas dedicado a los asesinos en serie. Pero no está tan alejado de lo que sucedía en España en su día con una
publicación tan popular como El Caso. Quizás a nuestros asesinos les ha faltado
el glamour de un Ted Bundy, pero hemos tenido nuestras figuras cuasi
mitológicas al estilo de Jarabo. Ted Bundy, por cierto, antes de comenzar su
descontrolada carrera de asesinatos había sido condecorado por la policía de
Seattle al salvar a un niño de tres años de morir ahogado. En la impresionante
saga de ficción sobre Hannibal Lecter creada por Thomas Harris se explica la
diferencia entre ayudar a un pájaro herido encontrado en la cuneta o
aplastarlo. Ted Bundy es el hombre que en el camino de ida socorrió al animal
pero a la vuelta decidió aplastarlo.
Ted Bundy, el asesino instruido |
Utilizar la ficción para explicar la “vida real”
es algo recurrente en muchos de nosotros. La especie humana, capaz de producir
a los Hitler, Stalin, o cualquier malnacido maltratador de mujeres, nos ha
procurado también un buen número de genios que nos han servido de muletas para
ayudarnos a caminar. Luces que guiarnos entre las sombras. Fritz Lang era un
prometedor pintor que acabaría siendo uno de los mejores cineastas de todos los
tiempos. Como austríaco nacido en los albores del “fin de siecle”, conoció el
horror de los dos grandes guerras y el ascenso del nazismo. La mayor parte de
sus películas son clásicos de distintos géneros, del futurismo al cine negro,
del western al cine bélico, pero en toda su obra desliza su lúcida y reflexiva
mirada sobre la condición humana y los peligros de la misma. En 1780 el juez
Charles Lynch ordenó ahorcar en Virginia a un grupo de colonos leales a Gran
Bretaña durante la guerra de Independencia de los Estados Unidos sin mediar
juicio alguno, dando origen a la terrorífica práctica del linchamiento. En 1936
Lang dio su particular visión sobre el asunto con uno de sus relatos
cinematográficos más duros, “Furia”, donde un inmenso Spencer Tracy nos hace
sentir el horror de enfrentarse a una justicia tomada por la mano del pueblo,
tanto sufriéndola en sus propias carnes, como con la posibilidad de un
descenso a los infiernos del propio protagonista, deseoso de ejercer venganza y
un “ojo por ojo” que bien sabido es que no hace sino dejarnos a todos ciegos.
Es una película que debería mostrarse en todas las escuelas del mundo.
Advertía Nietzche de los peligros de mirar al
abismo y de luchar contra monstruos, ante la posibilidad de acabar convertido
uno mismo en monstruo. No hay más que observar al individuo que solicita un
asesinato para un asesino para darse cuenta de que la premonición del filósofo
alemán era cierta. Afirmamos distinguirnos de los malvados, pero nuestra única
reacción ante ellos es actuar igualmente con bellaquería. ¿Recuerdan el caso de
la muchacha que denunció una violación en Málaga por un grupo de jóvenes? Las
redes sociales se llenaron de ciberjusticieros con sed de venganza
desarrollando mil y una maneras de hacerles pagar por el daño a aquellos
cretinos. Los chicos recibieron amenazas de todo tipo y apenas podían pisar un
pie en la calle sin que la turba se les abalanzase. Al poco tiempo la joven
confesó que la denuncia había sido falsa. Esa misma turba tardó apenas nada en
cambiar el objetivo del linchamiento. Ya no eran los chicos, ahora había que
lincharla a ella por mala puta y mentirosa. Como ven, de lo que se trata es de
linchar.
Pensamiento humanista del día: prefiero que haya
mil culpables en la calle a que haya un solo inocente encarcelado.
La furia |
La especie humana, en efecto, es capaz de producir
tanto un Hitler como un Gandhi, un Al Capone como un Mozart, o incluso un Ted
Bundy que en un momento dado salva a un niño de morir ahogado para
posteriormente asesinar a decenas de mujeres. El famoso “libre albedrio” debe
ser quien nos rija para elegir el camino más recto, o más “bueno”, en términos
de bondad y maldad, y no convertirnos en la naranja mecánica de la que hablaba
Anthony Burgess. Frente a quienes (y siempre en momentos en los que los medios
echan humo sobre estos temas) piden más mano dura; más garrote; más porrazos;
más policía; más cárceles; más dureza; más represión, otros preferimos pedir
más educación; más escuelas; más lecturas; más películas; más música; más cultura. No quiere decir esto que no
compartamos la indignación popular cada vez que hay un asesinato mediático. Al
contrario, la indignación es buena y nos hace humanos. No se trata tampoco de
la recurrente etiqueta del “buenrollismo”. Créanme que yo disfruto horrores con
algunos de los personajes filofascistas encarnados por Charles Bronson o Clint
Eastwood, quienes ejercen de catárquicos liberadores en la ficción. Aplaudimos
a esos… ¿héroes? a los que vemos atravesar una línea que nosotros no nos
atreveríamos a cruzar. Por no hablar de uno de los personajes más interesantes
que ha dado la literatura en los últimos tiempos, el peculiar psicópata Dexter Morgan,
quien después de ver morir asesinada a su madre siendo niño y pasar cuatro días
escondido en un contenedor empapado en sangre, es incapaz de empatizar con el
dolor ni sentir ningún remordimiento por daño alguno, por lo que, y tras ser
educado por un padre que le enseña a discernir entre “malos” y “buenos”, se convierte
en el instrumento ejecutor de aquellos que hacen daño a la sociedad (asesinos
en serie, pedófilos, violadores, traficantes de drogas, etc) ¡Voila, el
justiciero perfecto! Si no fuera por un pequeño detalle… y es que no dejamos de
hablar de un psicópata. Volviendo a la imprescindible saga de Hannibal, nunca
se ha trazado de manera más difusa la línea que separa el “bien” del “mal”, los
“buenos” de los “malos”, los policías de los asesinos, que en esta célebre
saga. Sobre todo en la extraordinaria adaptación televisiva de la cadena AXN,
donde el agente del FBI Will Graham llega a prácticamente fundirse en un mismo
ser con el caníbal protagonista. El universo de los superhéroes tampoco ha sido
ajeno a estos conflictos y disyuntivas, caso del Punisher, el célebre y
vengativo justiciero de Marvel cuya ética dudosa nos hacía plantearnos a los
niños si era de los “buenos” o más bien de los “malos”. Más expeditivo si cabe resulta
el Rorscharch de los Watchmen creado por el moderno bardo Alan Moore, al que
Wikipedia define literalmente como “un ser que cree fuertemente en el
absolutismo y la moral objetiva, donde el blanco y el negro están claramente
definidos y no existe el gris, donde el bien y el mal se diferencian con
claridad y el mal debe ser castigado violentamente”.
Hannibal Lecter y Will Graham, ¿cuál es la diferencia? |
Por tanto, ¿quién es el monstruo?, ¿dónde está el
abismo?, ¿hay justificación en matar a quién previamente ha matado?, por otro
lado, ¿no hay pecado en los ojos que miran y se recrean con el horror? ¿Es el
fenómeno exhibido en las barracas de feria el único ser deforme y repugnante?,
¿qué hay de quién lo exhibe?, ¿y de quién paga la entrada?, ¿quiénes son los “freaks”,
como se preguntaba Tod Browning en su inmortal película?
¿No hay monstruosidad en el hecho de que una
anciana reúna sus maltrechas fuerzas para meterse un viaje de ocho horas en
tren únicamente para pegar cuatro voces delante de un furgón policial? ¿No hay
truculencia en hacer negocio y espectáculo catódico de un asesinato? ¿No hay
perversión en la mente de quienes rastrean la vida del asesino buscando su
morbosa posible última actualización de Facebook? ¿No hay indecencia en quién
buscar sacar rédito político reclamando reformas en caliente?
Vivimos en un mundo aterrador, violento. “Descendemos
de monos erectos, no de ángeles caídos”, declaró Stanley Kubrick cuando le
acusaron de apologeta de la violencia con su contundente adaptación
cinematográfica de La Naranja Mecánica de Burgess. Encender la pantalla del
televisor y contemplar las noticias es asomarse al abismo del que nos advertía
Nietzche. Si aterrador es asistir al espectáculo de hemoglobina que nos brindan
los telediarios, igualmente aterrador es ver a nuestros vecinos erigirse en
nuevos jueces Lynch. Líbreme Dios que para distinguirme de un asesino tenga que
rebajarme yo a la misma condición de asesino, ejecutor o cómplice, o
simplemente jalear cualquier tortura o atentado a los Derechos Humanos, ya que
entonces no habrá distinción ninguna y el abismo definitivamente me habrá
devuelto la mirada. Y sí en efecto la educación es la base para el desarrollo
de una sociedad, líbreme Dios de que nunca un hijo mío me vea así convertido en
el monstruo contra el que afirmo luchar. Aterrador es, en definitiva, que en la
vida real alguien quiera proclamar aquello de Charles Bronson: “yo soy la
justicia”.
Escuchamos a menudo eso de que el mundo necesita héroes.
Cada día que pasa estoy más convencido de que también necesita monstruos que
sirvan de motor para exaltar nuestras más bajas pasiones, para exhibir en la
barraca de feria televisiva, y para justificar que, nosotros sí, porque somos
los “buenos”, podemos y debemos usar la violencia.
Dexter, el buen psicópata |
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