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"La muerte de Chatterton" (Henry Wallis, 1856) |
Heme aquí, hijo de todas las hienas
que reinaron este mundo, catarata de disparates y diálisis de
retoños sanguinolientos. Me prometí a mi mismo, pero seamos claros,
prometerse a uno mismo es como despellejar la piel de un recién
nacido a media noche, o sea, un acto de subversión absurda, un
disparate cósmico, una tragedia de andar por casa de esas que tanto
me gustan... sigo coleccionando fuegos de artificio para camuflar mi
desnudez de primate horrible, de bestia de encías roídas y moral
disipada... finalmente lo soluciono todo con unos puntos suspensivos
anticipando la tragedia...
...me prometí a mi mismo separar la
sangre del alma porque cada vez que entono un “yo” lejos de ser
el canto a mí mismo que nos enseñó Walt Whitman es cada vez
encerrarse más y más en una burbuja insoportable donde no cabe
nadie más, donde sólo entra el odio y demás compañeros de viaje
infames...
...heme aquí el hijo de todas las
hienas que reinaron este mundo de nuevo en esta sensación
apocalíptica de deseo traidor, subido a un tren a punto de
descarrilar sin que nadie sea capaz de accionar una misera palanca de
freno.
Esa es mi metáfora del Purple Weekend
30 años después (o más bien 29 en honor a la verdad del comienzo
de mi relación con este extraño fin de semana que sigue manteniendo
un espíritu de militancia que alcanza un nivel más de estado mental
que de pertenencia a una tribu o vulgar arribismo), ese vértigo
angustioso que no conoce tiempo ni edad ni limitaciones físicas.
Había prometido a mi mismo, había
jugado al engaño, hice por levantar una barrera donde no entrara de
nuevo el “yo” pese a que ser mod precisamente signifique la
reivindicación del individualismo, jugosa paradoja y bendita
contradicción para poder amoldarse a gusto sin dejar de quererse a
uno mismo... distinto dentro del rebaño... la autoestima del
mendigo... mi reino no es de este mundo, etc, y Diógenes en el siglo
XXI siendo feliz viviendo en un tonel simplemente con el baño de los
rayos de sol.
Pero al final yo soy yo y yo y yo y más
yo en ese tren a punto de descarrilar, y soy yo y mis discos de
punk-rock (Queens, 1974) y yo y mis partidas de ajedrez y yo y mis estadísticas de
baloncesto y yo y mis alucinaciones y sinestesias y jugar a los
paraísos perdidos mutilando partes del alma...
Si al fin y al cabo, y créanme que en
efecto todo es una cuestión de al fin y al cabo, que viene a ser lo
mismo que ponerse una soga al cuello, avejentarse, comer churros
envueltos en papel grasiento y leer el periódico con mis gafas de
culo de botella... convertirme en ese trasunto de Paco Umbral que
siempre soñé/temí/idolatré... ser el señor que desperdicia su
vida porque es lo único que puede permitirse desperdiciar... a mí
no me hizo falta perder a ningún hijo para entregarme al sonrojo del
cataclismo, yo directamente lo maté antes de que naciera, o peor
todavía, yo soy ese hijo muerto de fango mortal y rosa...
Hemos tirado la vida tantas veces por
la borda, y lo hemos hecho de una manera tan hermosa, que aquel
apocalípsis temido, el de hacernos viejos, se ha hecho realidad en
forma de parkas y carnets de identidad señalando edades indecentes
con sus bordes carcomidos y podridos de farlopa. El chiste. Si el
relevo es Alfredo Duro, por Dios, quiero que esa soga que tengo ahora
puesta al cuello la aprieten con el mismo deseo que se lo harían a
la mezcla perfecta entre Hitler, Stalin, Pol Pot y Ed Gein (o sea, lo
que soy)
Estaba pensando (y otra vez mi
archienemigo el cerebro de yo mismo, embaucador tramposo que sólo me
deja ver la vida con dos ojos, miopes, cansados, gastados y roídos)
en ese columpio que ha sido mi vida... esos otoños amarillos de
melancolía insoportable y psicodelia en ruínas... abrazos de
simbolismo, rumbas de surrealismo, festines acrobáticos con mi
corazón en llamas (otro amigo traicionero)... y esos inviernos
salvajes (como ven primavera y verano ya en mi vida no existen,
dilapidados en el primer piso del centro comercial que es mi vida
vendida al diablo) de urgencia, angustia y crudeza. Por utilizar un
lenguaje más explicito y dejarme de estos soliloquios de monja
atormentada, los aguijones de Baudelaire y los puñetazos de Bret
Easton Allis. Todo es lo mismo y conduce al mismo sumidero.
Todo es angustia, urgencia y velocidad.
Ray Davies y Pete Shelley. La Mode o La Plata, ¿qué más da el
nombre, cuándo de lo que se trata es de morir de las mil mejores
maneras posibles de placer y dolor? Todo este buceo del inconsciente
al que me entrego se ha basado en esos banquetes de sexo, sudor,
muerte, erotismo y poesía. Eros y Thanatos. El psicoánalisis no lo
inventó Freud, si no el Marques de Sade. Buscad en los asesinos a
los únicos filósofos posibles, amén de los más grandes poetas.
El tren a punto de descarrilar, una
tormenta de azotes de semen y sangre y tortura y dolor y nausea y
vómito y rebeldía inconsciente y veneno y espanto y delirio y
fiebre y felonía.
Porque lo único que importa es lo
urgente... oxímoron de juzgado de guardia.
Posdata de colegial enamorado:
I. se queja de que en mis escritos
compulsivos, en mis eyaculaciones de palabras, apenas figura. Se
equivoca. Comete el error de tener la mirada explícita sobre la
poesía, que es lo mismo que tenerlo sobre la vida. Los versos que
le dedico a I. no son palabras, son mi aliento y mi pulso vital que
me diferencian del exquisito cadáver que algún día llegaré a
ser, esa obra maestra de la muerte y el suicidio a la que aspiro en
convertirme alguna luna de estas. La única ventaja que tengo
respecto al dolor es que yo ya estuve allí. Mi entrenamiento es
doctrina, disciplina, y el único dogma que puedo contemplar desde
mi joroba henchida de espantos, esa que me lleva acompañando tantos
años como purples weekends...
JRJ y Zenobia en el espejo... el sueño
pausado de I.
Nunca pude terminar un texto que no
tuviera puntos suspensivos, hoy, día de todos los asesinos
melancólicos violadores de ancianas y disecadores de gatos y demás
animales domésticos, evidentemente, no iba a ser una excepción...