En Diciembre de 2017 recibí con sumo gusto el encargo para la revista Vanity Fair de escribir un texto sobre una de esas canciones más grandes que la vida, "Fairytale of New York" de The Pogues. Como suele suceder en estos casos el artículo no se publicó integro, pero lo guardé esperando el momento de sacarlo a la luz en este rincón eyaculatorio donde trato de ordenar algunas de las cosas que pasan por mi cabeza. Este momento es tan bueno como cualquier otro, de modo que espero que lo disfruten tanto como yo lo disfruté pariéndolo y... Happy Christmas Your Arrrrrse!!!
Portada del single original. |
El pasado 23 de Noviembre se cumplieron
30 años del lanzamiento oficial de un single destinado a instalarse
para siempre en la memoria colectiva de la humanidad como ninguna
otra canción en las tres últimas décadas. Pese a lo hiperbólico
del juicio no podemos referirnos de otra manera a un tema musical
considerado una y otra vez como la canción navideña por excelencia
tal y como se demuestra en cada encuesta realizada al uso en el
mercado occidental. Desde Bing Crosby y su “White Christmas”
(radiado por vez primera el día de Navidad de 1941 y puesto a la
venta en 1942) hasta productos prefabricados del estilo de “Santa
Tell Me” de Ariana Grande, la historia de la música pop ha
asistido al alumbramiento de cientos de tonadas navideñas buscando
estremecer el corazón (pero sobre todo la billetera) del consumidor
musical. Una carrera por ganarse el fervor popular capaz de producir
tanto auténticas obras maestras (el álbum navideño de Phil Spector
de 1963) como vergonzosos, predecibles y olvidables números
destinados únicamente a inflar las cuentas corrientes de los
prebostes de la industria (el citado tema de Ariana Grande, “Happy
& Merry” de Katy Perry, y un largo etcétera de subproductos
envueltos en coloristas videoclips plagados de buenrollismo y
desfiles de sonrisas bobaliconas) Pero ninguna canción ha conseguido
el difícil y equilibrado éxito entre crítica y público de la
manera en la que la banda anglo-irlandesa The Pogues lo hiciera
cuando a finales de 1987 su cuento de hadas de Nueva York viera la
luz, convirtiendo el tema musical en un “item” navideño de
calado tan obligatorio como “¡Qué bello es vivir!” de Frank
Capra. Y al igual que una de las varias obras maestras de Frank Capra
hablamos de un producto navideño que lejos de padecer un exceso de
azúcar y almíbar, presenta en realidad una capa de amargura bajo su
superficie que ayuda en su trascendencia como instrumento de las más
profundas emociones humanas. Todo ello pese a la previsible
“explotaition” del tema en los últimos años, con distintas
voces femeninas intentando recrear la magia de la versión original y
un Shane MacGowan cada vez más deteriorado (la más reseñable, la
que cuenta con Katie Melua en Diciembre de 2015, con un resultado tan
fantástico que ha sido incluida en la reedición con motivo del 30
aniversario de la canción… la más curiosa, en la que participa
Ella Finer, hija del músico Jem Finer, uno de los protagonistas
principales de esta historia, como el lector descubrirá si decide
acompañarnos durante las próximas líneas)
The Pogues, a pesar de su corta vida
por aquel 1987, ya eran una banda extremadamente popular en el Reino
Unido, gracias en gran parte al carisma de su vocalista y uno de los
principales compositores, Shane MacGowan, un punk alcohólico nacido
en Kent precisamente un día de Navidad (el 25 de Diciembre de 1957)
de ascendencia irlandesa y quien después de haber demostrado sus
cualidades al frente de The Nipple Erectors (también conocidos
simplemente como The Nips), banda en la que coincidiría con James
Fearnley (posteriormente acordeonista en The Pogues), encontraría el
vehículo para su asalto a la posteridad cuando con otros ingleses e
irlandeses devotos del folk irlandés formase The Pogues, la banda
que supo ganarse el favor del gran público y la atención de los
medios de comunicación con sus sonidos de reminiscencias célticas
pero manteniendo su particular actitud y personalidad punk desde la
independencia de su propio sello discográfico, Pogue Mahone. Como se
ha dicho en tantas ocasiones, The Pogues se formaron buscando ser el
cruce imposible entre The Clash y The Dubliners.
Atendiendo a la biografía de la banda
escrita por el citado James Fearnley (“Here Comes Everybody: The
Story of The Pogues” Faber & Faber, 2012), la historia
alrededor de “Fairytale of New York” responde simplemente al
prosaico interés monetario del manager de la banda, Frank Murray,
quien inquirió a sus músicos a lanzar un tema navideño,
llegándoles a proponer incluso una versión de un tema de 1977 de
los americanos The Band, “Christmas Must be Tonight”, canción
que no hacía especial ilusión al grupo por lo que la propuesta de
acometer una lectura del tema de Robbie Robertson fue desechada y
MacGowan y compañía se lanzaron a escribir su propia canción
navideña . Esta parte de la historia la corroboraría años después
otro miembro de la banda, “Spider” Stacy, con motivo del
fallecimiento de Murray, en Diciembre de 2016 (curiosamente pocos
días antes de la Navidad), pero hay otra versión que
particularmente nos gusta más y es la que mantiene el cantante
MacGowan, puesto que nos trae a escena a uno de los mayores genios
musicales de toda la historia del pop británico: el inabarcable
Declan McManus/Elvis Costello.
El "Rey del America" y la "suntuosa". |
A mediados de los 80 la figura de
Costello ya era gigantesca. No sólo era el artista que acompañado
de The Attractions había puesto patas arriba la escena punk y
power-pop mundial. Su labor como productor y valedor de nuevos
talentos le convertía en una especie de “gurú” del pop
británico. Nombres como Squeeze, Specials, o su viejo amigo Nick
Lowe ya conocían las excelencias a los mandos de la producción por
aquel entonces del músico londinense. The Pogues serían otros de
los que pasarían por las manos de Costello. El segundo LP de la
banda, “Rum Sodomy & The Lash”, trabajo que les había puesto
en el mapa gracias a temas tan formidables como su lectura del
clásico de Ewan MacColl, “Dirty Old Town”, o ”A Pair of Brown
Eyes”, contaba entre otros aciertos con la sabia producción de
Declan McManus. Era 1985. Un año más tarde el imprescindible sello
Stiff (label que fue cuna tanto de The Pogues como del propio Elvis
Costello) editaría un 7” de cuatro temas, “Poguetry in Motion”
(fabuloso juego de palabras con el famoso tema de Johnny Tillotson,
“Poetry in Motion”) también producido por Costello. A esas
alturas de la historia, en aquel 1985 de plena relación entre Elvis
Costelllo y The Pogues, es cuando Shane McGowan afirma que, en una
especie de vuelta de tuerca a la génesis del “Frankestein” de
Mary Shelley, Costello reta a la banda alegando que no son capaces de
escribir una canción navideña. Más aún, la consigna es que sean
capaces de escribir e interpretar una canción navideña con dueto
vocal masculino-femenino, sugiriendo, para que todo quede en casa,
que la voz femenina sea la de la “suntuosa” Cait O'Riordan,
bajista de la banda y a la sazón pareja sentimental por aquel
entonces de Costello, “el rey del América” (en el famoso tema
“Fiesta” Cait O'Riordan y Elvis Costello aparecen por la canción
con estos adjetivos, en el caso de McManus aludiendo a su LP de 1986
“King of America”. Posiblemente y como suele suceder en estos
casos, y más cuando el paso de los años (y de los vasos de whiskie)
hacen tantos estragos en las memorias de los protagonistas, la verdad
de la historia esté a medio camino entre las distintas versiones.
Tan factible es entender la existencia de las presiones y sugerencias
de su manager como que la constante inquietud de Elvis Costello
intentase empujar a sus amigos a probarse en un género inédito para
ellos como el del villancico. Sea como fuere, MacGowan y su habitual
colega en la composición, el multinstrumentista Jem Finer se lanzan
a la escritura de un tema que daría tantas vueltas como para no ver
la luz hasta dos años después de dar sus primeros pasos.
Y es que el parto de “Fairytale of
New York” no fue tarea fácil. Finer, músico sobrado y solvente
perfectamente cualificado para la composición comenzó a pergeñar
una melodía que envolviera una tierna historia navideña, imaginando
la sensación de soledad de un marinero en alta mar en fechas tan
señaladas echando de menos a su esposa. Afortunadamente la propia
mujer de Finer, Marcia Farquhar, le hizo desistir de la idea
describiendo aquella primeriza historia con un adjetivo harto
clarificador: “corny” (“cursi”) Marcia sugirió a su esposo
la posibilidad, en caso de que buscase escribir una clásica canción
de amor entre una pareja heterosexual en fechas navideñas, de
introducir una voz femenina en la historia, creando un diálogo entre
ambos amantes. De modo que a ella le debemos uno de los elementos
claves en el éxito y la peculiaridad de “Fairytale of New York”.
Posteriormente entraría en escena MacGowan, imaginando algunos
versos y fantaseando con una ciudad de Nueva York que por aquel
entonces nunca había visitado. La influencia de “Érase una vez en
América”, la epopeya gansteril de Sergio Leone (de la cual McGowan
es fan declarado) que recreaba el ascenso en el crimen organizado
neoyorquino de una pandilla de inmigrantes, acabaría siendo patente
tanto en aquellos primeros y melancólicos versos con aroma de cine
negro de McGowan como en el desarrollo melódico definitivo (puede
percibirse cierta influencia del bellísimo score de los créditos
iniciales compuesto por Ennio Morricone para la película) Finalmente
aprovechando una estancia en un balneario en el retiro sueco de Malmo
debido a la necesidad de recuperarse de una neumonía, Shane McGowan
daría con el acabado lírico de la canción.
En enero de 1986 durante la grabación
del EP “Poguetry in Motion” la banda registra las primeras tomas
del tema, con Cait O’Riordan dando la réplica a McGowan en dos
demos cuya austeridad contrasta con la riqueza y ampulosidad de la
versión definitiva. La primera comienza con un piano eléctrico,
pero MacGowan enfatiza el texto y voltea la melodía de manera que la
hace casi irreconocible. Más fiel resulta la segunda toma, abierta
con el acordeón de James Fearnley, en la que MacGowan arrastra la
cadencia que posteriormente reconoceremos en la versión definitiva y
en la que Cait O’Riordan está esplendida. Quien poco después
sería esposa de Elvis Costello (el cual, recordemos, está a la
producción de estas demos) canta con la rabia que la caracterizaba
por aquel entonces, cuando lejos de ser el actual sosias de Tom Petty
en el que se ha convertido con los años, lucía un corto peinado
moreno a la última moda punk. O’Riordan escupe su furia contra
McGowan, canta, si me lo permiten, como si te estuviera mordiendo los
huevos. Pese a la insulsa obertura de acordeón lo cierto es que esta
segunda toma es magnífica, y se puede escuchar, al igual que la
primera (y una posterior ya de 1987) en el completo “box set” de
cinco compact discs que Rhino Records editó en 2008.
Aquel borrador casi definitivo de
“Fairytale of New York” no encontró sitio en el nuevo extended
play de la banda. En “Poguetry in Motion”, editado en Febrero de
1986 todavía por Stiff Records, no había lugar para la congoja
navideña. La banda, en auténtico estado de gracia por aquel
entonces, apostaba sin ambages por su mixtura entre punk y folk con
un Shane McGowan que bien hubiera podido pasar por su colega Joe
Strummer, sacudiendo con pildorazos de su puño y letra como “London
Girl”, “The Body of an American”, o la deliciosa “A Rainy
Night in Soho”, impregnada de un desgarrador lirismo melancólico
anticipando la carga emocional que el cantante sería capaz de
demostrar en la versión definitiva de “Fairytale of New York”.
Jim Fener, por su parte, se encargaba de cerrar el disco con uno de
los habituales temas instrumentales celtas bullangueros, tan propios
de la banda, en este caso “Plantxy Noel Hill”.
The Pogues tardarían en volver a
meterse en un estudio de grabación, pero no sería por falta de
actividad. Sus giras y conciertos eran frenéticos. Pocas bandas
eran capaces de ofrecer bolos tan intensos durante varias horas.
Llenaban estadios y grandes pabellones. En aquel 1986 visitan por fin
Estados Unidos, primero en primavera para dos conciertos en Boston y
Providence y posteriormente en verano para un largo tour en el
continente americano que les llevará también a Canadá. Es el mismo
año en el que pasarán unos días en Almería para el rodaje de la
película “Straight to Hell”, del cineasta Alex Cox, reconocido
amante de la cultura punk y amigo personal de gran parte del
movimiento en Estados Unidos e Inglaterra (su firma se puede
encontrar en películas de culto como “Repo Man”, “Sid y
Nancy”, o siguiendo con los Pogues, en el clip de “A Pair of
Brown Eyes”) Éste periplo español es fundamental para la banda,
ya que servirá de inspiración para otro de sus más celebres temas,
“Fiesta”, basado en una machacona sintonía que sonaba una y otra
vez desde un puesto de comida rápida en plenas fiestas almerienses.
En concreto se trataba de Hamburguesas Uranga, establecimiento que
usa la melodía de una pegadiza polka de Liechtenstein como reclamo
en sus chiringuitos en las distintas fiestas populares. La historia
no es baladí, y de hecho Philip Chevron llegó a reconocer en una
entrevista que posteriormente hubieron de pagar los derechos de la
dichosa polka de marras. 1986 supondría también el año de la
despedida de Cait O'Riordan de The Pogues, finalmente llevada al
altar por Elvis Costello. Nuestro miope favorito rompía relaciones
con la banda, se llevaba a la chica guapa, y dejaba a los muchachos
en busca de otro productor. Lo encontrarían en la figura de Steve
Lillywhite, con quien comenzarían a grabar en 1987.
Steve Lillywhite, historia viva del pop británico. |
Lillywhite es otra figura gigantesca
dentro del pop británico, aunque en este caso y a diferencia de
Costello, sólo en su labor de productor y arreglista. Cuando entra
en las vidas de The Pogues su curriculum ya comprendía nombres del
calibre de XTC, Siouxie and The Banshees, U2, The Only Ones, Lurkers,
Johnny Thunders, Peter Gabriel, The Psychedelic Furs, The Rolling
Stones o Pretenders, y todo esto con apenas 30 años de edad. No era
el único cambio que afrontaba la banda, ya que desgraciadamente la
historia de Stiff Records tocaba a su fin en 1986 después de diez
intensos años de vida que convirtieron con justicia a la escudería
de Dave Robinson y Jake Riviera en un sello musical de culto. Baste
decir que bajo su etiqueta artistas como Madness, Dave Edmunds, Dr.
Feelgood, Motorhead, Graham Parker, Elvis Costello, Nick Lowe, Ian
Dury o The Prisoners editaron algunos de sus más recordados trabajos
(y por supuesto The Pogues) Pero como suele ser habitual calidad
artística y éxito no suelen ir, cual canción de Víctor Manuel,
juntos de la mano, y acuciados por constantes problemas financieros
Robinson y Riviera hubieron de echar el cierre al sello (actualmente
la marca vive una segunda vida bajo el auspicio del grupo SPZ,
dedicándose principalmente a la reedición de los más celebrados
discos de la era original) Era el momento de que Pogue Mahone, sello
creado por la banda para tener el mayor control posible sobre sus
lanzamientos discográficos, echase a rodar.
“Fairytale of New York” había
quedado hibernando en un cajón, pero McGowan, Fener y compañía la
seguían teniendo en mente como un potencial éxito para la nueva
vida de la banda. Una vida ya sin Cait O'Riordan, sin Elvis Costello
y sin Stiff Records. La ausencia de miembro femenino en la banda (a
O'Riordan la sustituye el bajista Darryl Hunt, quien había
coincidido con la propia Cait tiempo atrás en una banda llamada
Pride of The Cross de marcado aroma jazz y lounge) plantea un nuevo
problema a la hora de afrontar una nueva lectura de la canción una
vez que la temática y letra ya habían sido consolidadas. En los
míticos estudios de Abbey Road en marzo de 1987 la banda registrará
una tercera demo del tema, ya con Steve Lillywhite a los mandos y con
Shane MacGowan llevando todo el peso vocal. Sin “partenaire”
femenina esta tercera versión es con diferencia la más deslucida de
los intentos anteriores a la toma definitiva (y al igual que las dos
anteriores también se puede escuchar en la anteriormente citada caja
de Rhino Records) No hacía falta tener el oído (y el olfato) de
Phil Spector para darse cuenta de que “Fairytale of New York”
sólo podía funcionar una vez encontrado el contrapunto femenino a
la quebrada voz de MacGowan. Las siguientes grabaciones con
Lillywhite, en verano de aquel 1987, tendrían lugar en otros mítico
estudios londinenses, los RAK (“All Mod Cons” de The Jam,
“Vienna” de Ultravox o “Pornography” de The Cure, por poner
unos ejemplos, fueron paridos entre sus paredes antes de la llegada
de The Pogues a aquel lugar) En una entrevista a The Guardian en 2012
Jem Finer afirmó que por sus cabezas pasaron nombres como los de
Chrissie Hynde (la líder de Pretenders) o Suzy Quatro, habituales en
los estudios RAK, para interpretar “Fairytale of New York”. Poco
podían imaginar que la solución la tendrían mucho más a mano, y
de hecho el propio Finer afirma que quien fuera voz definitiva en el
tema, la nunca bien ponderada Kirsty MacColl, era un nombre que jamás
se les había pasado por la cabeza, pese a ser una de las jóvenes
musas del nuevo pop británico. Y es que MacColl, en su corta
trayectoria musical a mediados de los 80, ya había dejado ingentes
muestras de su talento como compositora e interprete siendo
responsables de auténticas gemas del pop como “They Don’t Know”
(su exuberante single debut en el sello Stiff, años más tarde
popularizado por Tracey Ullman), “There’s a Guy Works Down The
Chip Swears He’s Elvis”, o su radiante lectura del clásico de
Billy Bragg “ANew England”. Kirsty MacColl fue una de las luces
más brillantes que jamás dio el pop inglés hasta su trágica
desaparición en el año 2000 arrollada por una lancha mientras
buceaba junto a sus dos hijos en la costa mejicana de Cozumel. Una
muerte absurda y maldita para una artista venerada en el Reino Unido
pero todavía muy desconocida para el gran público global. Ojala
sirvan estas humildes líneas para despertar la curiosidad en algún
lector sobre una obra musical que brilla con luz propia, y es que
aquellas añejas grabaciones de MacColl con Stiff siguen
estremeciendo como mantequilla derretida. Basta con revisitar aquel
debut titulado “They Don’t Know” para darse cuenta de la
sensibilidad de una artista que había mamado una educación y una
cultura y unos valores esenciales en lo humanístico, siendo hija
del comprometido cantautor Ewan MacColl (a quien ya hemos citado como
autor de aquel “Dirty Old Town” que precisamente tanto éxito
rentaría a The Pogues) y de la bailarina y coreógrafa Jean Newlove
(quien publicaría en 2014 un homenaje póstumo en forma de libro
sobre su hija bajo el explícito título de “My Kirsty. End of the
Fairytale”.
Kirsty, la musa. |
La manera en la que Kirsty MacColl
llegó a la grabación definitiva, en verano de 1987, de “Fairytale
of New York” no puede ser más sencilla, y es que la cantante y el
productor Steve Lillywhite estaban felizmente casados (y lo
estuvieron hasta el trágico fallecimiento de Kirsty, en unas
vacaciones a las que el productor y padre de los dos hijos del
matrimonio tenía previsto incorporarse más tarde) Kirsty ensayó y
grabó el tema en casa antes de ir al estudio, y pese a las
reticencias iniciales de la banda dieron su brazo a torcer en cuanto
escucharon los resultados, por lo que Lillywhite se salió con la
suya logrando que su esposa diese la réplica a Shane MacGowan.
Treinta años después sólo podemos dar las gracias al cielo por tan
feliz encuentro, y es que la química resultante entre MacGowan y
MacColl no puede ser más espectacular. Shane McGowan es un punk
anglo-irlandés alcohólico, grotesco y desdentado en la mejor
tradición shakespeariana de Ricardo III, cuya encarnación absoluta
llegaría en Londres con Johnny Rotten al frente de los Sex Pistols
(de profesión Anticristo y el mayor grano en el culo que ha conocido
el negocio discográfico) Un bala perdida expulsado del colegio y
detenido en su adolescencia por posesión de drogas. MacColl, ya lo
hemos dicho, era producto de una educación exquisita y una cultura
humanista. Una buena chica a todas luces. Musicalmente el contraste
es igualmente rico y notable. La voz rota de McGowan, deudora de
tantas noches de nicotina y whiskie escocés, se ve de repente
acariciada por el terciopelo vocal de una dulce Kirsty MacColl nacida
para cantar un tema cuyo título finalmente es elegido gracias a la
lectura que por aquel entonces tenía absorto a Jem Finer, la novela
“ A Fairy Tale of New York”, de J.P. Donleavy.
James Patrick Donleavy, fallecido el
pasado 11 de Septiembre de este 2017, fue un dramaturgo y novelista
nacido en Estados Unidos y posteriormente nacionalizado irlandés (la
tierra de sus padres, unos de tantos inmigrantes llegados a
Norteamerica entre finales del siglo XIX y comienzos del XX) cuya
temática principal fue habitualmente el folklore y las costumbres
irlandesas y su adaptación en la cultura estadounidense. En 1955
alcanzó gran notoriedad con ·The Ginger Man”, novela que llegó a
ser prohibida tanto en Irlanda como en Estados Unidos debido a su
contenido explícitamente sexual. Años después ,en 1961, escribiría
una obra de teatro titulada “Fairy Tales of New York”, que
finalmente acabaría siendo novela en 1973, narrando las peripecias
del joven Cornelius Christian en su regreso a Nueva York tras
realizar sus estudios en Irlanda. No es exactamente la historia de
amor de la pareja de borrachines que narra la canción de The
Pogues, pero después de un tiempo huérfana de título pese a contar
con la letra definitiva, el nombre de la novela de Donleavy se
presentaba como una opción francamente acertada. De modo que
finalmente durante el caluroso mes de agosto de 1987,(paradojas de la
vida ) en los estudios RAK de Londres y bajo la producción de Steve
Lillywhite se grabaría la canción navideña más grande de todos
los tiempos, posteriormente arreglada por James Fearnley con la
colaboración del pianista, arreglista y compositor Fiachra Trench y
con Chris Dickie como ingeniero de sonido. El tema vería la luz el
23 de Noviembre de aquel mismo año editado por Pogue Mahone Records
pero con copyright de Stiff, qué aún mantenía derechos sobre la
banda. A partir de ahí y como se suele decir el resto es historia.
Historia a la que ayudó sobremanera la
irrupción en las pequeñas pantallas de nuestros hogares del tantas
veces visionado vídeo-clip dirigido por el neoyorquino Peter
Daughtery, uno de los grandes nombres de los primeros años de la
MTV, cadena fundamental a la hora de entender el éxito de “Fairytale
of New York”, ya que nunca como durante aquellos años 80 se
cumplió la profecía anunciada por los Buggles de que el vídeo
mataría a la estrella de la radio. Y es que tan importante o más
que el lanzamiento discográfico de un single lo era también la
presentación de su formato audiovisual, de modo que apenas unos tres
días después de la publicación del sencillo, en concreto el Día
de Acción de Gracias de 1987, The Pogues grabarían el
acompañamiento en imágenes para la canción escrita por Fener y
McGowan. Rodado en un ensoñador blanco y negro y con una nieve más
falsa que la del inicio de “Ciudadano Kane”, el vídeo es el
elemento definitivo para el cuento de hadas navideño de la banda
británica. La película se abre con un plano corto del piano sobre
el que presuntamente revolotean las manos de Shane MacGowan (en
realidad son las de James Fearnley, quien toca ese instrumento en la
grabación), imagen que se funde con la de una comisaría de policía
en la que vemos a nada menos que al actor Matt Dillon arrastrando a
MacGowan hacia una celda. Dillon era por aquel entonces una joven
estrella de Hollywood gracias principalmente a sus dos trabajos con
Francis Ford Coppola, “Rebeldes” (“The Outsiders”) y “La
ley de la calle” (“Rumble Fish”), ambos de 1983, y como todo
joven neoyorquino que se precie entre sus múltiples aficiones se
encontraban el rock and roll y la música pop. En 1986, junto a su
amigo Peter Daugherty, disfrutó de la primera visita de The Pogues a
su ciudad. A partir de entonces labró amistad con MacGowan y la
banda por lo que no dudo un instante en participar en la grabación
del vídeo-clip de sus amigos, máxime siendo otro colega, Peter
Daugherty, el responsable en la dirección de aquel trabajo. La
estación de policía en la que se rodaron algunas de las secuencias
(el citado arresto de MacGowan y la posterior escena en el calabozo
en la que Jem Finer, borracho, da la tabarra a su compañero de
celda) era una localización real que de hecho todavía existe y
puede ser visitada en la ciudad de New York, como comisaría de
tráfico, en el sur de Times Square, concretamente en el 134-138 West
30th Street, entre la sexta y la séptima avenida. Otros
escenarios reconocibles en los que se suceden las imágenes son la
33rd Street que sirve de cruce entre Broadway y la sexta
avenida, por donde vemos desfilar a unos sonrientes y se supone
recién llegados a New York Shane MacGowan y Kirsty MacColl, o el
Washington Square Park del Greenwich Village, escenario en el que
aparece la City of New York Police Pipe Band tocando sus
instrumentos.
El vídeo-clip, qué duda cabe, es
magnífico. El blanco y negro acentúa el tono melancólico de la
historia. Daugherty envuelve todo de una neblina alcohólica y de un
humo de tabaco que se convierte en un protagonista más del cuento.
El aroma disoluto que se percibe en las imágenes no era ficticio. La
leyenda alcohólica que perseguía a Shane MacGowan se hizo presente
durante el rodaje del vídeo. En Diciembre de 2012 Matt Dillon
reconocía que la borrachera que acompañaba al vocalista de The
Pogues le hacía insoportable. Puro método Stanislavski. El vídeo
ayudo a forjar como icónica la imagen de MacGowan al piano y MacColl
apoyada sobre él mirando a su partenaire. Kirsty MacColl, tampoco
cabe duda a este respecto, vio despuntar su carrera de forma
meteórica y las perfomances en directo con The Pogues durante 1988
(la banda sabía que no podía llevar al escenario aquella canción
sin MacColl) ayudaron a superar el miedo escénico de la interprete,
como se afirma en el libro de pequeñas biografías musicales “The
Rough Ride to Rock”, editado por Peter Buckley. A MacGowan la
colaboración con la hija de su ídolo Ewan MacCall le valió para
confirmarle como acompañante ideal para voces femeninas, repitiendo
la jugada en 1996 con Sinead O'Connor en el tema titulado “Haunted”
(en cuyo vídeo-clip también le vemos sentado ante un piano mientras
O'Connor le observa apoyada sobre el instrumento, evocando
irremediablemente las imágenes de “Fairytale of New York”) y un
año antes con Maire Brennan en “You're The One”, dentro de la
banda sonora del drama romántico irlandés “Círculo de amigos”
(“Circle of Friends”, Pat O'Connor)
Dillon y MacGowan, thick as thieves. |
Pero más allá de la fama mediática
acaecida sobre MacGowan y MacCall gracias al arrollador éxito de
“Fairytale of New York”, canción cuyo triunfo fue patente desde
su edición como single y cuya inclusión en el posterior LP de la
banda, “If I Should Fall from Grace with God”, editado en Enero
de 1988 lo convirtió en el disco más vendido y aclamado por la
crítica en la historia de la banda, ¿qué es lo que sigue haciendo
que 30 años después “Fairytale of New York” sea la canción pop
navideña por excelencia? Sinceramente creo que su rotundo éxito se
basa en una combinación de factores que ningún otro tema de similar
temática posee, muchos de ellos puramente emocionales y humanos,
convirtiendo la canción en una poderosa fuente de empatía, pero
también gracias a unos evidentes factores socio-culturales que
dieron plenamente en la diana.
Si Nueva York es “la ciudad” por
antonomasia, el excelso epítome de urbanidad cosmopolita, tanto más
esa excelencia aumenta de manera exponencial en la época más
importante del año para la sociedad occidental independientemente de
las creencias espirituales o religiosas de cada sujeto. La estampa
navideña que supone New York en el frio invierno ha sido utilizada
en la ficción en numerosas ocasiones, desde “El Apartamento”, la
deliciosa oda a los corazones solitarios de Billy Wilder hasta la
estomagante “Sólo en casa” de Chris Columbus, pasando por
comedias románticas del estilo de “Tú y yo” de Leo McCarey o el
posterior remake de Nora Ephron “Algo para recordar”.
Curiosamente el clásico cinematográfico navideño por excelencia,
“¡Qué bello es vivir!”, escapa del tópico y pese a situar su
historia en un pueblo ficticio llamado Bedford Falls, en realidad se
rodó en la soleada California y para más inri entre primavera y
verano de 1946 en plena ola de calor, llegando hasta suspenderse el
rodaje algún día por causa de dicha ola (otra curiosidad que
comparte con “Fairytale on New York”, grabada como ya hemos
explicado en un mes de Agosto) Sea como fuere, New York se erige como
monumental punta de lanza de una cultura anglosajona que lleva
dominando el globo terráqueo durante décadas. Una dictadura
cultural de barras y estrellas y botellas de Coca-Cola pero parida,
inventada, fabulada y pergeñada por Europa. Y es que la joven
historia de Estados Unidos jamás ha sido mejor narrada que por sus
padres europeos. Pensemos en los westerns de John Ford, hijo de
emigrantes irlandeses, o en el cine negro americano del austríaco
exiliado Fritz Lang, o en las comedias de otro exiliado, el “gallego
de los Cárpatos” (nació en la zona conocida como Galiztia, o
“Galicia de los Cárpatos”, entre Polonia y la actual Ucrania)
Billy Wilder, los relatos de Scott Fitzgerald, de ascendencia
irlandesa e inglesa, o la sangre galesa que corría por las venas de
un gigante de la narración como Jack London. “Fairytale of New
York” encaja perfectamente en esa tradición costumbrista de
Estados Unidos visto por ojos europeos que tan buenos resultados ha
dado en el arte (especialmente cine y literatura), desde el propio
título evocador de una novela escrita por un americano-irlandés
hasta una letra y vídeo-clip con un marcado enfoque en la
inmigración y la perenne capacidad de Estados Unidos para seguir
generando sueños como “tierra de las oportunidades”. El “sueño
americano” en su máxima expresión. Referencias a Frank Sinatra,
prototipo de dicho sueño como flacucho italo-americano quien desde
un barrio de clase media de New Jersey fue capaz de llegar a la cima
más absoluta. La búsqueda del sueño americano que en este caso
finaliza en promesas rotas, porque irremediablemente nos sentimos más
identificados con los perdedores. “You promised Broadway was
waiting for me” (“prometiste que Broadway me estaría
esperando”), reprocha MacCall a MacGowan.
Pero realmente la temática de
“Fairytale of New York”, admitiendo la fuerza socio-cultural que
obtiene con la historia de emigrantes en Estados Unidos, es
absolutamente universal. Es pura Navidad. Buenos sentimientos y el
renovado optimismo al que nos obligamos cuando traspasamos el umbral
de un nuevo año. “I’ve got a feeling, this year’s for me and
you” (“tengo el presentimiento de que éste va a ser nuestro
año”) canta MacGowan con su voz rasgada en los primeros versos de
la canción. “I can see a better time, when all our dreams come
true” (“puedo ver un futuro mejor en el que nuestros sueños se
harán realidad”) Navidad con los habituales contrastes
dickensianos, contrastes que vemos en nuestra sociedad durante los
365 días del año, pero que parecen doler especialmente en estas
fechas, “they’ve got cars big as bars, they’ve got rivers of
gold, but the wind goes right through you, it’s no place for the
old” (“tienen coches grandes como barras, tienen ríos de oro,
pero el viento te atraviesa, no es lugar para viejos”) Referencias
a un pasado hermoso y radiante, al esplendor juvenil, “you were
handsome, you were pretty, queen of New York City” (“eras
apuesto”, dice MacColl a su compañero, “tú eras hermosa, la
reína de Nueva York”, le responde MacGowan), esplendor que
desemboca en la amargura del presente, en los sueños rotos. Y así
llegamos a esos versos finales que son puro precipicio, cuando
asistimos a la exhibición final de la frustración de una pareja
protagonista que puede ser cualquiera de nosotros. “Pude haber sido
alguien” (“I could have been someone”), se queja MacGowan, pero
es que en realidad todo el mundo pudo haber sido alguien, tal y como
le recuerda ella (“Well, so could anyone”) para volver al ataque
:“you took my dreams from when I first found you” (“me robaste
mis sueños cuando te encontré”), pero es que en realidad él los
había guardado junto a los suyos, construídos alrededor de ella (“I
kept them with me, babe, I put them with my own, can’t make it out
alone, I’ve built my dreams around you”) Desgarrador. Una
historia de perdedores y de frustraciones. De sueños rotos y
promesas incumplidas. Podría ser la historia de nuestros padres, o
de nuestros abuelos, o directamente nuestra propia historia, porque
todos en algún momento de nuestras vidas creímos que podríamos ser
alguien y que habría un Broadway esperando por nosotros. Todo ello
después de haber escuchado a la pareja lanzarse auténtico fuego de
artillería pesada. Kirsty llama a Shane punk y vago (“You’re a
bum, you’re a punk”), él califica a ella de puta vieja basura,
tirada todo el día en cama (“you’re an old slut on junk lying
there almost dead on a drip in that bed”), mientras que MacCall se
defiende y acusa a su pareja de ser un cabrón, un gusano, un marica
barato y desea que sea su última Navidad juntos (“You scumbag, you
maggot, you cheap lousy fagot, Happy Christmas your arse I pray God
it’s our last”) Demolición verbal que no pasó desapercibida
para la censura. Cuando la banda fue invitada al célebre Top of The
Pops para presentar el tema la BBC prohibió que utilizaran la
palabra “arse”, dentro del verso “Happy Christmas your arse”,
y sugirió que la cambiasen por “ass”, que viene a decir lo mismo
(“culo”) pero en un lenguaje menos barriobajero. Kirsy MacCall,
encargada de esa estrofa, finalmente pronunció claramente “arse”,
demostrando que había adquirido definitivamente las maneras rebeldes
de su compañero vocal. Más sonado fue el caso de 2007, 20 años
después de editada la canción, cuando la BBC’s Radio One censuró
las palabras “faggot” (marica) y “slut” (puta), haciendo
intervenir hasta a la madre de la difunta MacCall para hacer presión
y conseguir que la canción fuese radiada en Reino Unido con su rica
jerga original.
Cuando “The Simpsons” comenzó a
adquirir justa notoriedad como corrosiva y gamberra “sitcom”
animada, no fueron pocas las voces que se elevaron advirtiendo de la
peligrosidad de un espacio que presentaba a la familia convencional
poco menos que como una jungla vietnamita en plena guerra contra
Estados Unidos. Hace ya 30 años de ello, como “Fairytale of New
York” (y curiosamente su primera emisión fue dentro del show de
Tracy Ullman, quien ya ha aparecido por este relato como interprete,
versionando el magnífico “They Don’t Know” de Kirsty MacColl)
Los miembros de la familia Simpson se insultan, se pelean, se
maltratan, se humillan y se despellejan entre ellos. El creador Matt
Groening se defendió hábilmente alegando que si sus personajes se
insultaban, peleaban, maltrataban, humillaban y despellejaban pero se
mantenían unidos, su serie realmente daba testimonio de la fuerza de
una familia nuclear. Cada episodio de “The Simpsons” es una
infernal sucesión de golpes, peleas, trompadas y trompazos, de malas
artes y zancadillas, que finalmente capitula de la misma manera: con
los miembros de la familia juntos frente al televisor, o sentados
alrededor de la cena en la misma mesa, o con Homer Simpson abrazado a
su sufrida esposa Marge a la que cubre de arrumacos y mimos buscando
paz y consuelo en los brazos matrimoniales. La familia lo supera
todo, devora cualquier caos o entropía, absorbe cualquier bombardeo
emocional y establece su propio orden constituyéndose como el último
refugio donde todo tiene sentido. La familia, en definitiva, es lo
único inquebrantable. Lo único que permanece en pie.
Y lo único que permanece en pie
después de haber asistido a la impúdica exhibición de reproches
entre MacGowan y MacCall es su icónica imagen de pareja
zarrapastrosa, de desastres humanos convergentes y necesarios para
entender su propia existencia y la existencia del otro. Esa es la
historia universal de “Fairytale of New York”, porque al final,
por muchos golpes que nos de la vida, lo cierto es que cuando caen
las hojas del calendario y Diciembre hace asomar una nueva Navidad,
es absolutamente inevitable que volvamos a pensar que sí, que vamos
a tener suerte de una vez, que al fin vamos a ganar, que esta vez
saldrá nuestro número, que, por fin, el presentimiento se hará
realidad y que “this year’s for me and you”. O sea que
volveremos a levantar nuestras copas un año más junto al coro del
NTPD cantando “Galway Bay”. Qué así sea por muchos años.
Eterno y nostálgico "toma y daca". |
No hay comentarios:
Publicar un comentario