miércoles, 15 de abril de 2020
DIARIO DEL CORONAVIRUS (XXV): LA PARADOJA DE LA CENSURA
Seguro que alguna vez han escuchado el chiste en el que le preguntan a un cubano (hay distintas versiones según el país) “¿qué tal se vive en Cuba?” a lo que responde “no nos podemos quejar”. El interlocutor interpreta por su parte “entonces bien, ¿no?”, “no, ¡qué no nos podemos quejar!” responde el sufrido cubano.
Todos sabemos, creo yo, lo que es la censura, y todos entendemos que uno de sus objetivos es eliminar todo atisbo de crítica hacia el poder. Por eso mismo en esta España de cuchillos y puñaladas en todas las direcciones, hablar de que se está estableciendo algún tipo de censura resulta sencillamente ridículo, infantil, vergonzoso, y por supuesto (y esto lo hace más insoportable) victimista.
Lo que debiera ser algo digno de aplauso, el rigor, el criterio, el contrastar fuentes e informaciones, inconcebiblemente se ha convertido en un ejercicio de sospecha hacia quien lo practica. Desmontar bulos ha pasado de ser un sano ejercicio de higiene mental a un acto de censura y represión. Que siga la barra libre, la calumnia y la difamación.
Es un esfuerzo baldío, inútil. Predicar en el desierto. El escenario de la posverdad es tan confortable que nadie hará un mísero esfuerzo por salir de él. Si el presidente de los Estados Unidos de América, a la sazón el país más poderoso e influyente del mundo, es capaz de disparar contra la Organización Mundial de la Salud y los medios de comunicación de su país por haber relativizado los daños del covid-19 y no valorar el peligro en su justa medida, cuando precisamente él junto a sus colegas Bolsonaro, Boris Johnson y López Obrador se ha erigido en punta de lanza del pachorrismo y el mantra de la “gripe fuerte”, si es capaz de desviar el punto de mira y eludir responsabilidades sin despeinarse uno solo de sus cobrizos cabellos, ¿cómo podemos esperar que los ciudadanos mantengan un mínimo de coherencia y exigencia en la crítica hacia las instituciones?, es una batalla perdida. Pero como aquí hemos venido a jugar, juguemos.
Le pido al amable lector que realmente viva convencido de que, como denuncian ciertas trincheras y especialmente cierto partido político español, que en nuestro país se censura la crítica al gobierno durante este crisis pandémica y que existe un control en las redes sociales, que haga este ejercicio con total sinceridad. Vaya usted a la página de Twitter. No hace falta que esté registrado ni que tenga usuario, simplemente abra Twitter, y ponga en el buscador el nombre de alguno de los principales miembros del gobierno, Pedro Sánchez, Carmen Calvo, Pablo Iglesias… el que quiera, y acompáñelo de la mayor barbaridad o insulto que se le ocurra. Encontrarán decenas de tweets de hoy calificando con ese exabrupto a esos dirigentes, cuentas abiertas y a pleno rendimiento insultando (ya no digo criticando) al gobierno. Les dejo un par de pantallazos de ahora mismo a modo de ejemplo para ilustrar este texto. Lógicamente también encontrará esos insultos si los busca dedicados a Pablo Casado, Inés Arrimadas o Santiago Abascal. Precisamente porque no existe ninguna censura, porque ni el gobierno ni lógicamente la oposición tienen manipuladas las redes sociales ni amordazados a los ciudadanos. No merece la pena perder ni un minuto recordando que nadie ha censurado al bueno de Alfonso Reyes, simplemente incumplió una norma respecto a reenvíos masivos por lo que le penalizaron con tres días sin poder reenviar, lo mismo que me pasaría a mí si difundo masivamente un vídeo de You Tube de gatitos jugando con un ovillo de lana. Simplemente hagan la prueba y busquen la cantidad de insultos que puede estar recibiendo hoy el gobierno, ¿de verdad siguen pensando que en España no nos podemos quejar? Twitter sigue siendo para una gran mayoría de tipos anónimos, grises y mezquinos, un inmenso estercolero donde depositar la basura que tienen dentro de su cabeza, tanto da que hablemos de radicalismos de izquierdas, derechas, centros, arribas o abajos.
El gobierno en esta crisis ha sido lento y torpe, las chapuzas en sus compras de material sanitario a otros países han salido a la luz y todos las hemos conocido, y su línea de diálogo y comunicación con el resto de fuerzas políticas y con la ciudadanía son a todas luces mejorables. Hay muchas cosas por las que la critica es merecida y está plenamente justificada, pero... ¿además de torpes y chapuceros, estamos en manos de dictadores represores y totalitarios?, sinceramente lo dudo. Si así fuera no veríamos este nivel de crítica que incluso está llamando la atención en el extranjero, donde el cierre de filas en torno al gobierno de turno es más claro y meridiano que en España. Resulta paradójico escuchar a quienes más ejercen la crítica (e insisto, en muchos casos justificada y en todo momento con pleno derecho a ejercerla) llorar porque no pueden ejercer dicha crítica, como si fueran los protagonistas del chiste cubano. Es el ruído del árbol que cae en el bosque sin que no haya nadie alrededor para escucharlo pero al revés, escuchamos el ruído y después nos empeñamos en negarlo. No deja de tener un aspecto tragicómico asistir al gimoteo de hombretones hechos y derechos perpetrados en un solemne aire castrense suplicando por una libertad de expresión que nadie les ha coartado como si fueran un rapero exiliado en Bélgica cualquiera.
Sinceramente viven en su mundo. Claro que a lo mejor quien está equivocado soy yo. Nací en este país en 1973 y apenas recuerdo el final del franquismo. He crecido y vivido en una maravillosa libertad bajo la cual he podido expresar libremente todas y cada una de mis opiniones, tanto yo como todos mis amigos, cada cual de su padre y de su madre, con sus fobias y filias, sus gustos y disgustos y distintas tendencias políticas. Nunca he padecido la censura más allá de haber hecho saltar al logaritmo vigilante por algún contenido subido de tono en Facebook o haber sido expulsado en los albores de internet de alguna añeja vieja lista de correo musical a petición de los usuarios a los que martirizaba con mis devaneos diversos. Ya saben, cada casa con sus reglas. No soy por tanto un especialista en censura, en dictaduras, en represiones o en lo que significa vivir bajo un régimen totalitario. En definitiva no soy el protagonista de ningún chiste sobre la dictadura comunista de Fidel Castro. Quizás entonces debería escuchar a los herederos y nostálgicos de la dictadura más longeva que ha existido en España, los hijos del nacionalcatolicismo franquista, quienes echan de menos aquellos tiempos en los que no se permitía la disidencia y, en efecto, no nos podíamos quejar. Ellos si que saben de censura.
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