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La épica del western trasladada al universo zombi. |
Que el
fenómeno “zombi” está de moda es algo constatable con sólo echar un vistazo a
las carteleras cinematográficas o a las parrillas de la programación televisiva. Uno
de los grandes responsables de este “boom” es sin duda el espacio “Walking
Dead”, que recientemente ha terminado su tercera temporada manteniendo (y
subiendo) unos muy considerables índices de audiencia. Son ya casi tres años
los que llevamos los telespectadores de todo el globo acompañando las
desventuras de la familia (o lo que va quedando de ella) Grimes en medio de una
marabunta de muertos vivientes con mucha hambre, y sobre todo de unos vivos
capaces de hacer lo que sea con tal de sobrevivir.
La teleserie de
AMC como todo el mundo sabrá está basada en un comic homónimo de la muy
recomendable editorial Image Comics que comenzó a publicarse allá por octubre
de 2003. Hablamos de una colección de más de cien números y casi diez años en
el mercado. Toda una saga. Una impresionante saga sobre la supervivencia y la
condición humana cuando todas sus convenciones se vienen abajo y la sociedad
como tal, sencillamente no existe. Los muertos vivientes son un pretexto para
mostrarnos unos vivos en cierta manera también muertos. La única consigna es
sobrevivir, por ello aspectos como la moral o la ética se ven de repente
retorcidos en base a la necesidad de los protagonistas. Aparte de los viejos
dilemas morales de todo drama épico (dejar a un compañero moribundo en la
estacada, “sacrificar” a un ser querido para que no sufra, etc), los personajes
de “Walking Dead” se enfrentan a cuestiones que jamás se hubieran podido
imaginar que llegarían a plantearse antes de que, como cantaba Brenda Lee,
“their whole world is falling down”, tales como improvisar repentinos “consejos
de guerra” donde debatir nada menos que si asesinar a sangre fría a un
prisionero, llenar de plomo a un viejo amigo que tuvo la feliz ocurrencia de
tirarse a tu señora pensando que eras fiambre, o dejar a un redneck con malas
pulgas encadenado en una terraza a pesar de que los zombis acechan el edificio.
Creo que
precisamente ahí reside la peculiar grandeza de la epopeya ideada por un Robert
Kirkman quien ya se ha asegurado un lugar en el panteón de los grandes
creadores del comic. Los lectores o telespectadores de “Walking Dead” no tardan
en darse cuenta de que el auténtico terror de la obra no reside en vivir
rodeados de zombies caminantes y mordedores, si no en haber dejado atrás todo
rasgo de civilización y de humanidad para sobrevivir. Dicho de otro modo, en
“Walking Dead” el miedo no lo producen los zombis… si no los vivos.
Todo esto (y
sobre todo, no nos engañemos, que es difícil seguir manteniendo la tensión y el
mejor nivel tras tres temporadas y 35 episodios… no les digo nada sobre los que
seguimos el comic, que nos hemos despachado algún número con menos sustancia
que una charla con Mario Vaquerizo) ha llevado a un actual desencanto sobre la
saga que desde luego no comparto. Parece que hay cierta moda en criticar las
andanzas de Rick Grimes, a las que se acusa de asemejar una especie de “La casa
de la pradera” en la que ocasionalmente aparece algún zombie con la mandíbula
más desencajada que un bacaladero de doblete para meter un pequeño susto. Creo
que no es justo e insisto en que no hay que juzgar la creación de Kirkman
dentro de los parámetros en los que se instala la imaginería clásica del zombi
a la manera desarrollada por el maestro George A. Romero hace ya nada menos que
45 años (hay que ver como pasa el tiempo, caramba) La plaga zombi de “Walking
Dead” es un pretexto, una especie de pútrido “McGuffin” para enfrentar a un
puñado de seres humanos frente a un futuro (o presente en este caso) distópico
en el que las más elementales reglas de convivencia y las más sencillas normas
sociales ya no tienen ningún sentido y el hombre, más que nunca, es ese temible
lobo para sí mismo que anunciaba Thomas Hobbes allá por el siglo XVII. Los
zombis son una excusa como podrían serlo la escasez de agua, de alimentos, o de
recursos naturales (cosas estas nada descartables de cara al futuro global de
la humanidad)
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Una saga que parece no tener fin. |
De ahí que
sintonicé mis antenas una vez que escuché hablar de otra producción, en este
caso británica, inspirada en el fenómeno zombi llamada “In the flesh”,
anunciada por muchos de fans del terror como una serie que era capaz de
reconciliarles con el sub-genero de los muertos vivientes. Había que verla. La
cosa podía prometer, teniendo en cuenta el buen momento de la ficción inglesa,
y que incluso cuando ha tocado el tema zombi nos ha dejado alguna joya como la
memorable comedia de terror como la memorable “Shaun of the dead” (Edgar
Wright, 2004) Además los productores tenían la feliz idea de considerarla como una
miniserie de tan sólo tres episodios. Todo un acierto en vista de cómo algunos
trabajos televisivos se alargaban de manera innecesaria simplemente por
exprimir algunas gallinas catódicas de huevos de oro. De modo que me dispuse a
ver “In the flesh” expectante por lo que para algunos era “the next big thing”
de la parafernalia zombi… y cual fue mi sorpresa cuando me encuentro con una
especie de drama con aires casi “kenloachianos” envuelto en un costumbrismo
rural inglés donde los zombis, al igual que en “Walking Dead”, vuelven a ser un
pretexto para desarrollar una historia sobre la integración, la amistad, la
homosexualidad y una complicada relación paterno-filial.
De modo que
tanto “Walking Dead” como “In the flesh” se apartan totalmente de las
coordenadas clásicas del zombie cinematográfico de las pasadas cuatro décadas
(antes de Romero hay que recordar que el muerto viviente apenas había sido
tratado en el cine, y las pocas excepciones incidían en el mito del vudú caribeño,
como en el caso de la obra maestra “I walked with a zombie” (Jacques Tourneur,
1943) y utilizan esta figura como simples pretextos para acometer temas tan
universales como la supervivencia en el caso de las desventuras de Rick Grimes,
o el crecer y desarrollarse como individuo en un ambiente hostil en el caso de
la producción británica. En ambos casos hablamos por tanto de unos zombis muy
tramposos, por mucho que sólo sea “Walking Dead” la serie maltratada por parte
de la afición.
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"In the flesh". ¿Buscando el "Brokeback mountain" zombi? |
Y no cesa el
nuevo “boom” del universo zombi, con la francesa “Les Revenants”, que parece
ser otra vuelta de tuerca tan alejada al menos como las dos propuestas aquí
tratadas. Aún no la he catado, pero dada mi adicción no tardará demasiado en
ser engullida por este eyaculador de palabras y consumidor de imágenes. Y
mientras esperamos a ver si en España alguien se anima a intentar su propia aproximación
actual al tema, siempre podemos disfrutar de los zombis templarios de nuestra
más famosa tetralogía del cine de terror patrio parida por el gallego Amando de
Ossorio (“La noche del terror ciego”, “El ataque de los muertos sin ojos”, “El
buque maldito” y “La noche de las gaviotas”), y si quieren darse un gusto
bizarro de verdad, pónganse con la co-producción hispano-italiana “La invasión
de los zombis atómicos” (Umberto Lenzi, 1980), con impagables secuencias
rodadas en el parque de atracciones de Madrid entre otros escenarios. Cuenta la
leyenda que en España se estrenó el 23F en pleno golpe de estado de Tejero, y
que al cine sólo acudieron el productor y su esposa. Curioso. Aquel día en
España unos personajes mucho más terroríficos que cualquier criatura
cinematográfica también parecían empeñados en resucitar algunos muertos de
nuestro más reciente y negro pasado.