“Nos educan
para ser productores y consumidores, no para pensar” (José Luis Sampedro, Junio
de 2012)
No quisiera
convertir este rincón de eyaculación verbal (lo de “literaria” queda como muy
presuntuoso) en una especie de tablón de necrológicas, pero uno de los motivos
de mantener un blog (en este caso, además de tratar de tener “ordenados” mis
distintos escritos, excepto los de baloncesto, los cuales ya disponen de hogar
propio) es también el tener presente la actualidad que nos rodea, por mucho que
en ocasiones no nos resulte especialmente propicia o agradable.
Si hace dos
días conocíamos la noticia de la desaparición de Margaret Thatcher, ayer mismo
sabíamos de la perdida de José Luis Sampedro, producida el domingo, pero
mantenida en silencio por su viuda y allegados cumpliendo las últimas
voluntades del finado de irse en la más absoluta intimidad. Un “ars moriendi”
para un hombre que nunca buscó la fama, ni la celebridad, ni su discurso
resultó atronador sino templado y moderado. Si no hay más que echar un vistazo
a Europa para darnos cuenta de que por desgracia el thatcherismo ha triunfado
imponiendo su política neoliberal en lo económico y ultraconservadora en lo
social, desafortunadamente el discurso del gigante Sampedro, no nos engañemos,
apenas interesa.
Sampedro en Olavide, eyaculando emociones. |
Es cierto que
la noticia ha ocupado páginas y minutos en los medios, es verdad que se le
llora y se recuerdan sus certeros análisis sobre la situación actual. Hablamos
de una figura gigantesca en lo intelectual, un pensador y reflexivo sobre la
condición humana continuador en cierta manera de los Baroja o Unamuno. Reconocimientos
en vida no le han faltado (miembro de nuestra Real Academia desde 1990, Orden
de las Letras y las Artes de España en 2010, o Premio Nacional de las Letras Españolas
en 2011, por citar los más relevantes), y su posicionamiento frente a la actual
e indigna crisis económica y moral que padecemos (gracias, entre otras, a
figuras como la citada Margaret Thatcher) prologando el texto de Stephane
Hessel “Indignaos” y apoyando sin ambages el movimiento del 15M le convirtieron
en referente de actualidad para los jóvenes que comenzaban a buscar respuestas (“gracias
por iluminar la vida de un viejo”, les llegó a decir en un emotivo encuentro en
la madrileña Plaza de Olavide) Podríamos convenir de todo ello que Sampedro era
por tanto un personaje mediático e influyente en esa “opinión pública” tan
maleable y sobre la que tanto se dedicó a alertar, y sin embargo creo que hay
motivos para pensar que nada más lejos de la realidad.
Por un lado
hablamos de un intelectual, un escritor, lo cual ya de por si le predispone a
ser blanco predilecto de cierto tipo de españolidad detestable de la cual ya
hablamos en nuestra entrada “La intelectualidad traicionera” recordando la vasta
carrera de desagravios que en este país ha sufrido la cultura. Lógicamente a
esos sectores ya los doy por perdidos. Bastante tienen con ser borregos detrás
de una zanahoria que no les haga utilizar su cerebro más que para escudriñar si
el salto al agua de Falete merece un 10 del jurado. Por otro su implicación con
el denostado 15M. Movimiento al que le han dado por todos los lados y desde
distintos rincones. Da igual centro que derecha que izquierda. Con el 15M vale
todo, hasta decir que es ETA. Sampedro, como uno de los grandes referentes
visibles de la escena, representaba perfectamente esa condición de “blando” de
la que tanto se acusa al movimiento que se echó a las calles hace casi dos años
cargado de propuestas y buenas intenciones ante el desconcierto de políticos y
medio de comunicación, quienes empeñados en vivir de espaldas a la realidad
fueron incapaces de comprender que era lo que empujaba al ciudadano a expresar
su descontento de manera pública y visible con su propia voz debido a que nadie
ponía altavoces a su servicio. Tanto tiempo viviendo en torres de cristal,
tantas estúpidas tertulias de traje y corbata hablando sobre Zapatero, Rajoy o
Rubalcaba, dejó al desnudo a una gran parte de la profesión periodística de
este país. Sencillamente, no sabían lo que estaba pasando. ¿Puede haber peor
escenario para un periodista que el de no conocer la realidad de sus
conciudadanos? Sampedro era un hombre de discurso apacible, sosegado, no caía
jamás en el exabrupto, cosa que hoy día tampoco reporta grandes beneficios. A
pesar de que de su boca jamás salió improperio alguno, no pudo evitar ser
víctima de uno de esos fakes tan de moda hoy día en el lodazal que es internet,
ese campo sin puertas donde los cobardes cabalgan impunes gracias al anonimato.
Nos referimos a aquello de “querido señor presidente, es usted un hijo de
puta”. Cualquiera que fuese mínimamente conocedor de la figura de Sampedro sabría
de inmediato que ni por lo más remoto el escritor barcelonés sería capaz de
caer tan bajo. Poco importó. El reunir términos como “presidente” e “hijo de
puta” y ponerle debajo la falsa firma de un personaje relevante de nuestra
cultura era algo demasiado goloso. Aquello corrió como la pólvora al igual que
tantos otros textos similares vacíos de propuestas y cargados de ira. No era el
caso de Sampedro, quien si algo ofrecía era propuestas, alternativas,
soluciones, o al menos el deseo vital de intentarlo. Y por supuesto, todo ello
dentro de un llamamiento a la siempre incómoda revolución interior, al combate
personal por desarrollarse como mejor ser humano.
Decía otro
pensador colosal como Ernesto Sábato (doctor en física) que en las matemáticas,
en los números, era capaz de encontrar el orden apolíneo y el cosmos que la
dionisiaca literatura le negaba. Se diría que Sampedro hizo el camino a la
inversa. Brillante economista en la primavera de sus días, su carrera literaria
se hizo más poderosa con el paso de los años, a la par que su desencanto con
las ciencias económicas descaradamente puestas al servicio de los poderosos. La
definición más común para la figura del desaparecido literato es una palabra
muy querida para mí: “humanista”. Y en efecto, nada más enriquecedor puede
haber que el humanismo. El situar al ser humano como centro de todas las cosas
y luchar por dignificarlo y respetarlo en su relación con el entorno que le
rodea. El humanista, al contrario que el individualista, parte de la exaltación
y vivencia de su propio e intransferible yo para enriquecerse con la
convivencia de los demás. El humanista, por tanto, como el existencialista, es
un ser condenado al sufrimiento en cuanto se ve conocedor de todos los males
que le rodean. El poeta metafísico John Donne escribió en el siglo XVII (y
posteriormente lo recuperó “Papá” Hemingway a mediados del XX) aquello de que
la muerte de cualquier hombre le disminuía, porque estaba ligado a la
humanidad. El ser humano no puede concebirse indiferente a la humanidad en la
que se engloba como miembro de la única especie conocida dotada de raciocinio.
Por eso el humanista sabe que mientras haya hambre y pobreza en el mundo, por
muy bien que le vayan las cosas como individuo, será parte de una humanidad
enferma, es decir, él mismo será un ser humano enfermo, al ser incapaz de
resolver algo tan básico como la carestía alimenticia en un mundo en el que se
arrojan a diario toneladas de comida a la basura. El individualista, por su
lado, vive feliz y convencido de que la única humanidad que importa es la que
empieza y termina en si mismo. No hay afección ni empatía por el entorno, al
contrario, el entorno ha de estar a su servicio y provecho.
En definitiva
la enseñanza que nos deja Sampedro es la del existencialismo más elemental. Esa
que se basa en la pregunta “¿quién soy?” y no en la cuestión “¿cuánto poseo?”
(o “¿cuánto soy”), mal endémico en nuestra sociedad y sobre el cual se hartó de
advertirnos. Esperemos que su lucha memorable por desarrollarse, primero como
propio ser humano, y después como integrante de un colectivo, no haya caído en
saco roto. Descanse en paz, maestro.
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