Observo como una parte de la población masculina
de este país se sigue sintiendo intimidada ante el feminismo radical de la
exposición de los pechos al aire. La revolución pectoral. La revolución no será
televisada, pero será amamantada.
No es la vulva lo que impone, por mi vulva, por mi
vulva, por mi grandísima vulva. Se tolera el sexo vaginal, geometría púbica y
poética. La dialéctica del coño, columpio literario rotundo y español, muy
español, ¡coño! Mi querido y admirado cosmonauta de las letras, Juan Manuel de
Prada, les dedicó todo un libro a los coños en aquellos tiempos juveniles que
le saludaban como un nuevo Umbral traspasando un nuevo umbral. Como buen cristiano
bendice el coño, flor de vida, luz vaginal, pero los pechos, ¡ay los pechos!,
los pechos son otra cosa. Se nos va de los senos.
Pechos pochos pinchados a pachas. Pinchos de
pechos. Pechos panchos. Panchos pechos. Pechos somnolientos entre discos de Los
Panchos y Los Pecos.
El pecho asusta al hombre, con su rotundidad
anárquica y voluptuosa. No es la florecilla delicada de la matriz entrepernil. Ese
triángulo atrapado entre muslos que no ofrece resistencia. El coño no
amenaza.
Pero el pecho dispara rabia y fuego. Es el pecho
la raza, en todos sus colores, tamaños, extensiones y olores. El pecho leve o
el pecho fuerte. El pecho plano o el pecho turgente. El pecho afortunado o el
pecho sin suerte.
El pecho asfixia, cual estanquera de Fellini,
estrangula los miedos del hombre, le recuerda su pequeñez ante la mujer y la
naturaleza. Le retrotrae al nacimiento, al suyo propio y al de la humanidad
entera. La venus paleolítica. La Venus de Willendorf, que es todo pechos.
Pechos ancestrales. Pechos que se pierden en la noche de los tiempos. Pechos
que son la espuma de los días. Pechos que son labios de amanecer.
Pechoglicerina y tetalogía de las cosas.
El pecho es libertad, anarquía, blasfemia y
transgresión. El pecho es el tobogán por el que se deslizan los ideales. El
pecho es metralleta y martillo. El pecho es la escoba que barre la caspa
casposa de la España más rancia, la que se quedó en el coño y se asusta ante el
pecho. La que sigue sin ir al cine por miedo a ver una película basada en
pechos reales. Si la Armada Invencible
se hubiese formado de pechos, y no de barcos, el sol seguiría sin ponerse en
nuestro imperio.
Nuestro imperio, claro está, de pechos.
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