La
ciudad en la que nací se llama Ponferrada.
Hay
quien no le da importancia a su lugar de nacimiento, pero para mí
eso sería como no importarte quienes han sido tus padres.
La
ciudad que me alumbró y me parió entre un amasijo de hierros y
brumas de niebla y carbón es Ponferrada. Nacer en Ponferrada es ser
hijo de la niebla y del carbón.
Es
Ponferrada una ciudad caótica, traqueotómica y odiseíca. Un pedazo
de calles angostas, un precipicio de barrios oscuros y una riada de
bares de luces oscuras.
Es
Ponferrada ciudad de genios de barra de bar y revolucionarios de
retrete. Un pasadizo de barbaridades. Una galería de emociones
psicalípticas. Un sinsentido erótico y sinestésico de lluvia de
algodón.
Tiene
Ponferrada aroma a nostalgia y pólvora mojada. Un lamento quebradizo
e inexplicable. Sirva de ejemplo la manzana de mi casa, que vista
desde el cielo, a vista de estornino salvaje, parece una broma
pesada. Y es que es Ponferrada ciudad donde la arquitectura se
transforma en surrealismo. Y así son mis sentimientos, un empuje de
galeras otoñales donde se transforma la poesía, el amor y el
veneno.
Ponferrada
es ciudad de constante sábado noche lluvioso y de eterna mañana de
domingo de resaca. Ponferrada es la conciencia del trapisondismo, el
teatro de las poses quiméricas, el tablero de ajedrez de un Dionisos
embrutecido.
Sólo
en Ponferrada nos emborrachamos para evitar parecer borrachos.
Ponferrada
es la arquitectura de los locos, y la geometría del alma.
Las
calles de Ponferrada son a todo punto inexplicables, retorcidas,
ilegibles, misteriosas, venenosas, ponzoñosas... decadencia
instalada hasta en las figuras de los semáforos. Dantesco folletín
que comienza cuando apenas acaba.
En
Ponferrada el tiempo se mide en vasos de vino y la vida vale la
cantidad de lágrimas de esperma que vomita tu aliento.
La
arquitectura de los locos... la geometría del alma...
La
noble niebla, el carbón cabrón. Ciudad de lobos que llevan al cine
a las ovejas. Ciudad de acoso y espanto. Ciudad de almenas templarias
y cornetas de cacahuete. Ciudad de ciudadanos que padecen en silencio
las espectrales figuras de faraones de quita y pon, las abominables
fauces de empresarios de verbo en las pistolas. La dialéctica de
Ponferrada es el orujo y el carajillo es la biblia henchida en
orgulloso alcohol.
En
Ponferrada se vive y se bebe. Todo por los locos, los arquitectos, y
los melancólicos gimnastas del alma.
Ponferrada
descoloca mi geometría emocional, es el puzzle que se rompe en mil
pedazos, el lienzo vital que se resquebraja.
En
Ponferrada se construyen gigantescas torres que quieren llegar al
cielo pero se hunden en el barro.
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