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"The Syrian Elections" (Yasser Abu Hamed) |
La vieja expresión de “votar con la pinza en la
nariz”, referida habitualmente a ese votante que hace de tripas corazón, o mira
para otro lado, a la hora de votar a su opción política, alcanza una nueva
dimensión tras las pasadas elecciones en las que la pinza en la nariz no se la
ha puesto el habitual votante del PP (el cual, desde luego, tiene mis respetos;
es su opción, y punto), sino una nueva clase de votante que ha otorgado su voto
a los populares simplemente por miedo, odio, y asco hacia otra opción política
e ideológica, y eso es lo grave del asunto. Estos días verán ustedes por las
calles de las grandes ciudades esos carteles que anuncian las rebajas en los comercios…
yo personalmente estoy asistiendo al bochornoso espectáculo de las rebajas de
los principios.
No se trata del pataleo infantil ante los
resultados electorales. Se trata del estupor. Tampoco queremos caer en
maniqueísmos y prejuicios, ni reflexionar con el juicio nublado ni la venda en
los ojos. Se trata de hablar de lo que hemos visto (aun admitiendo que muchas
veces vemos lo que queremos y en lo que no interesa apartamos la vista, por lo
que esta reflexión, al fin y al cabo, no deja de ser un análisis absolutamente
subjetivo y personal sobre el particular estado de las cosas que nos ha tocado
vivir)
Cuando durante meses asistes al espectáculo de
presenciar en la sociedad (en los diferentes estratos que podemos considerar
ahora mismo “sociedad”, desde las barras de los bares a los muros de Facebook)
el fenómeno “hater” hacía una opción política (Podemos), al más puro estilo
futbolero (ya saben, ese madridista que lo único que le importa de verdad es
que pierda el Barcelona, para ver la carita que se le queda a Piqué, o
viceversa, para ver la carita que se le queda a Ramos), independientemente de
cual sea la propia ideología del susodicho (el “hater” de Podemos incluye tanto
partidarios de la derecha más recalcitrante como centristas convencidos aunque
no moderados, liberales de nuevo y reciente cuño, o defensores de la izquierda “verdadera”),
te das cuenta de que el viejo cainismo español está más presente que nunca en
un espectro político estrangulado por sí mismo y gracias a esta misma sociedad
que, no nos engañemos, prefiere la “comodidad” del bipartidismo. Un
bipartidismo que lo único que nos ha traído es el monólogo de la desigualdad,
la corrupción, los recortes sociales y la pérdida de derechos laborales.
Hay diversas corrientes filosóficas que mantienen
que la libertad no provoca más que infelicidad en los seres humanos. El libre
albedrío, la elección de tus propios actos, la capacidad de decidir entre
distintas opciones produce la angustiosa inquietud de hacerte preguntas. ¡Cuánto
más fácil resulta caminarse en la vida si ya te han señalado el camino por el
que has de transitar! Condicionado y determinado desde la cuna. Si ya han
decidido por ti que has de ser cristiano, heterosexual y madridista, por
ejemplo, ¿para qué plantearte cuál debería ser tu propio camino? Igualmente en
el terreno político encontrarnos de repente con distintas bifurcaciones que no
sabes a donde pueden conducir provoca ese natural miedo a lo desconocido. Ese
melón por abrir de la “nueva política” representado en su mayor medida por
Podemos y Ciudadanos seguirá siendo una incógnita. Bien por miedo o bien por
desprecio de sus propios simpatizantes (los partidarios de Ciudadanos que han
dado la espalda a ese partido para ponerse la pinza en la nariz y votar al PP)
no les vamos a dejar crecer. El bipartidismo, que no deja de ser un partido
único, sale reforzado de este ejercicio de cinismo que ha supuesto el que el
partido político que es noticia un día sí y otro también por escándalos de todo
tipo haya subido nada menos que 14 escaños respecto a Diciembre del año pasado.
Repito, esto no es pataleo, es estupor.
E insisto en que toda esta reflexión surge de la
contemplación del retazo humanístico al que he tenido acceso durante este
tiempo. El descarado sentimiento “anti” por delante de cualquier aspecto “pro”.
Destruir en vez de construir. Y es que no ha bastado con la exhibición de odio
hacia Podemos durante estos últimos tiempos, si no que la euforia de los
resultados electorales lleva este fenómeno “hater” a niveles mucho más allá.
Hablo de quienes han manifestado que han votado a un partido que desprecian (el
Partido Popular) pero que buscaban frenar a toda costa (aún a costa de sus
principios) el ascenso de Podemos. No han tenido reparos en mostrarse
exultantes al grito de “¡Podemos jódete!”, un grito pueril e infantiloide al
más puro estilo de “Puto Real Madrid” o “Puta Barça” con el que nos deleitan
los mononeuronales hooligans futbolísticos, cada vez más emparentados con el
actual “homo politicus” en la presente sociedad española.
Lo que estaba en juego para estos individuos no
era el futuro del país. Era ver la carita que se les iba a quedar a Iglesias y
Errejón. Y ya que la mezquindad encuentra recursos para justificarse a sí misma
y el hombre es un trapecista que sortea el vértigo de sus propias incoherencias
aún tendremos que asumir que gracias a su actitud, a su encomiable sacrificio,
a su inmolación democrática y a su puñetera pinza en la nariz nos han salvado
de un devastador totalitarismo comunista propio de la Unión Soviética de la
primera mitad del siglo XX. Sí, amigos, en la España de 2016, ese es uno de los
grandes argumentos que se ha vendido en esta espectacular campaña del miedo. La
llegada de Podemos al poder sería capaz de transformar nuestro país en apenas
unos meses en un país del Este de Europa de hace cien años. Apabullante argumento.
Demuestran de este modo los de la pinza en la nariz no sólo una desconfianza
total hacia sus conciudadanos, a los que ven como ignorantes borregos dispuestos
a caer en las garras de ese sucesor de Hitler y Stalin llamado Pablo Iglesias,
sino incluso un desmesurado recelo hacia nuestras instituciones y nuestra
democracia. Un error, pues si de algo podemos presumir es precisamente de una
democracia consolidada con los suficientes mecanismos de autodefensa para quien
quiera echarla abajo. Este país sufrió una dictadura de varias décadas después
de una ignominiosa guerra civil en la que muchos españoles que juraron la
bandera roja, gualda y morada de la República Española fueron obligados a
cambiarla por otra y defenderla con su vida si fuera preciso. Este país asumió
una transición (nada modélica, por otro lado, pese a la propaganda existente al
respecto, ya que hablamos de casi seis centenares de muertos entre 1971 y 1983
por violencia policial o por atentados y acciones de grupos tanto de extrema
derecha como de extrema izquierda) en la que a la fuerza hubo que perdonar todo
el daño causado por el franquismo y forzar las heridas a cicatrizarse. Y este
país incluso sobrevivió al intento de golpe de estado de otro salvapatrias
iluminado. ¿Se cree alguien que un joven profesor universitario iba a ser capaz
de acabar con nuestra democracia, en el improbable caso de que ese fuera su
deseo? Es tener muy poca fe en nuestro país, pero, sinceramente, no me extraña,
cuando se vive poseído por un dogma y una verdad absoluta que afirma que todo
lo que tenga que ver mínimamente con la izquierda conduce al totalitarismo y la
pobreza.
El voto anti-Podemos de estas elecciones
constituye un asombroso episodio jamás visto en la democracia española, ya que
ha sido habitual ver en nuestras elecciones el llamado “voto de castigo” con el
que muchos ciudadanos se ponían la pinza en la nariz para votar a otro partido
corrupto y con siniestros episodios a lo largo de su historia, caso del PSOE,
para echar de la Moncloa al gobierno popular del momento. Y de igual manera
pero en sentido contrario, muchos electores desencantados con el Partido
Popular, les daban su voto para que el PSOE finalizase su ciclo legislador.
Pero por primera vez en la historia de nuestra democracia muchos españoles
admiten haber votado no para castigar al gobierno vigente, ni siquiera para
frenar el posible ascenso de la oposición que corresponda. Por primera vez se
vota para atacar a un partido con apenas dos años de existencia y que no ha
tenido tiempo aún de demostrar nada ni para lo bueno ni para lo malo. Un
demencial voto “preventivo” basado en que Podemos es lo mismo que el
estalinismo de la URSS, la Camboya de Pol Pot, el régimen talibán de
Afganistán, el estado nuclear de Corea del Norte, y por supuesto y por encima
de todo la Venezuela de Chavez y Maduro. Una cacería ideológica sin precedentes
fomentada desde medios de comunicación con titulares lo más tendenciosos
posibles (uno de los ejemplos más kafkianos, acusar al ayuntamiento de Ada
Colau de organizar eventos infantiles en los que se enaltece el terrorismo…
porque una banda musical en el tenderete de una plaza se puso a tocar el
conocido “Sarri Sarri” de Kortatu), una persecución implacable a todo lo que
tenga que ver con Podemos en un impúdico ejercicio de persecución durante las
24 horas del día para que el ciudadano se escandalice porque comen gambas o
tienen un Iphone. No exageramos, periódicos como La Razón o el digital OK
Diario se han convertido en el particular “timeline” de políticos como Manuela
Carmena. Una vergonzosa agenda consistente en seguir a la alcaldesa de la
capital de España a todas partes y a todas horas para pillarla en algún desliz.
Una especia de Stasi periodística que aun así palidece ante nuestro actual
Ministerio del Interior y su persecución ideológica ante todo lo que tenga que
ver con el independentismo catalán, como han desvelado las gravísimas
grabaciones que han salido a la luz estos días revelando las conversaciones
entre el ministro Fernández Díaz y el máximo responsable de la Oficina
Antifraude catalana. Y es que aquí no estamos para construir nada por el bien
de España, aquí estamos para despellejar al “rival” hasta dejarlo en carne viva
y reírnos, una vez más, con la carita que se les ha quedado a Iglesias y a
Errejón.
La demonización hacia Podemos no conoce parangón
en la historia de nuestro estado español. No ha habido, ni por lo más remoto,
este discurso del miedo ni esta alerta para nuestra democracia siquiera con los
distintos partidos extremistas que ha conocido nuestro país , desde Fuerza Nueva
hasta Democracia Nacional, y no lo hubo desde luego en su momento cuando la
democracia comenzaba a andar tras la dictadura franquista con partidos como la
Alianza Popular de Manuel Fraga, cuya herencia con el franquismo estaba fuera
de toda duda, comenzando por la figura de su presidente y fundador, el citado
Manuel Fraga, quien ocupase distintos cargos durante el franquismo, siendo el
más relevante el de Ministro de Información y Turismo, en una época en la que
en España se fusilaba en cuanto a las creencias políticas con casos tan sonados
como el de Julián Grimau del que Fraga fue parte activa. Tampoco lo hubo con el
Partido Comunista de Santiago Carrillo, joven secretario general de las
Juventudes Socialistas Unificadas en 1936 y uno de los responsables del
traslado de dos mil prisioneros contrarios a la República que acabarían siendo
asesinados vilmente en las matanzas de Paracuellos del Jarama. Fraga y
Carrillo, máximos exponentes de la fractura de las “dos Españas”, y ambos con
las manos manchadas de sangre, no conocieron ni de lejos la demonización actual
que sufre un joven profesor universitario sin ningún tipo de bagaje político
hasta la fecha y al que lo único de lo que se le puede acusar es de lo que haya
dicho en alguna tertulia televisiva. Es decir, la demonización del
pensamiento. Con Fraga y Carrillo se
aludió a la madurez del pueblo español, capaz de saber distinguir el contexto
que se abría ante España en aquel momento del de la España de la guerra civil.
Una madurez que ahora no se nos reconoce. El voto a Podemos llevaba
inevitablemente al país al desastre, sin posibilidad de retorno, sin
posibilidad de que nuestros mecanismos encontrasen la solución si realmente
hubiera llegado el caso de que Pablo Iglesias, una vez instalado en la Moncloa,
se hubiera erigido en dictador y expropiase a los españoles, tanto de
naturaleza física como jurídica, de todas sus (escasas a día de hoy)
posesiones. La no asunción de esa madurez si reconocida en los tiempos en los
que políticos totalitarios como Fraga o Iribarne comenzaban a manejarse con sus
nuevas carreras dentro de la democracia parece llevar implícito el pensamiento
de que los españoles, 30 o 40 años después, nos hemos vuelto tontos. Y en
efecto, a tenor de los últimos resultados parece que nos hemos vuelto tontos.
La recompensa que obtenemos gracias a los
salvaguardas ideológicos tan atentos a la biografía intelectual de los
podemitas es la más que posible nueva
legislatura del gobierno más salpicado por escándalos de corrupción que ha
conocido nuestra historia. Insisto en que (no me queda más remedio) he de
respetar al votante popular convencido de que el gobierno de Rajoy es lo mejor
que le puede pasar a este país, pero mucho más difícil de respetar me resulta
quien con la pinza en la nariz ha dado
poder e insuflado vida a un partido corrupto sólo por miedo a la ola que venía
detrás. A ese ciudadano me veré obligado a recordarle, cada vez que haya un
nuevo desahucio, un nuevo despido sin indemnización, cada vez que se firme un
nuevo contrato basura, cada vez que se encarcele a alguien por sacar una
pancarta en público, cada vez que estalle un nuevo caso de corrupción en el
partido del gobierno, cada vez que Hacienda nos recuerde las decenas de miles
de millones de euros que este país pierde en fraude fiscal, cada vez que haya
un nuevo desfalco, cada vez que haya un nuevo recorte en nuestra sanidad o
educación, cada vez que un joven con un inmaculado expediente académico haga
las maletas para buscar un trabajo que no encuentra en casa fuera de nuestras
fronteras, o cada vez que nuestro país haga tratos y negocios con estados que
no respetan los derechos humanos, me veré a obligarle como digo su esperpéntico
número de la pinza en la nariz y la irresponsabilidad en un acto tan
trascendente para nuestro futuro como es el de votar en unas elecciones
generales.
Se ha hablado mucho, y con razón, de la falta de
autocrítica de la izquierda tras estos resultados electorales. Cabe preguntarse
una vez arrojada esa reflexión la autocrítica que pueda hacer un gobierno que
se ve respaldado por un número mayor de ciudadanos que hace seis meses, muchos
de los cuales no creen en ellos. ¿Qué autocrítica, que capacidad de mejoría
podemos esperar de un gobierno avalado por un pueblo que antes que preferir
apoyarle, se mueve por el impulso de odiar al conciudadano?
Se ha hablado mucho, y también con razón, del
populismo de la “nueva política” y del populismo de Podemos. Créanme si les
digo que en todos los años de mi vida no he visto un mayor caso de populismo
político que este infantiloide y trasnochado “¡qué vienen los rojos!” con el
que muchos de nuestros ciudadanos se han arrojado a las urnas conscientes de que
el hedor de su voto les obligaba a ponerse una pinza en la nariz…
…pero todo por ver la carita que se les ha quedado
a Iglesias y Errejón y echarnos unas risas…