viernes, 23 de octubre de 2020
¡CONTIGO NO, FACHA!
sábado, 19 de septiembre de 2020
EL CIELO DE LOS LEPROSOS
Recogen huesos de miseria, ojos de cadáveres, médulas de espanto.
Recogen lo que sembraron anteriores buscadores de la isla del tesoro.
Recogen ira y decepción, son los sesos calmantes de un mundo que se desmorona, nadie pensó ni acaso en un sueño loco llegar al siglo XXI. Son las cicatrices del alma purgando por nuestros pecados, Nikki y Dave, ya juntos en el cielo de los leprosos.
Nunca muertos en vida, pero vivos en muerte. Se agotaron las melancolías. Ya no quedaba un rasguño donde atizar el alma, ya todos los acordes estaban proscritos. Malditos ellos, maldita su música y el infierno al que nos arrastraron. No hubo elección, quien piense que la hubo es un traidor en estas lides del desarraigo.
Quisiera escribir un poema dedicado a ellos, malditos ellos, tan infectado y enfermo como la vida que es muerte y el dolor que es poesía. Pero no hubo elección. Quien piense que la hubo es un traidor. El dolor ya está en el alma y sólo lo pueden aliviar los panegíricos y la metanfetamina.
Me duelen los huéspedes, hay que abrir las puertas.
Hay que vaciarse de espanto y revestirse de tragedia.
viernes, 11 de septiembre de 2020
DIARIO DEL CORONAVIRUS (XLVIII): LÍDERES DE UN CALLEJÓN SIN SALIDA
Llevo un tiempo acordándome de un acertado artículo de Manuel Vicent en El País titulado “Líderes”. En pocas líneas el genial novelista venía a reconocer una verdad palmaria, que España es un país cojonudo y que menuda suerte la que tenemos quienes hemos nacido en este país en estas últimas décadas de socialdemocracia sepultada la momia fascista de la dictadura franquista cuyos estertores en un alarde generosidad no vista en ningún otro país europeo que haya vivido bajo un totalitarismo hemos dejado convivir con nosotros dando rango de normalidad a lo que es una anomalía. Supongo que es la anomalía de la democracia, la que se quieren cargar en cuanto vuelvan al poder las momias.
Observé en aquel momento que el artículo gustó y se viralizó en los círculos más presuntamente patriotas o patrioteros, de esa derecha desencantada que ha encontrado en Vox su micrófono con ese delirio nazional-católico de valores occidentales, escudo y parapeto ante ese socorrido enemigo de la dictadura “progre” (un calificativo que hace dudar sobre quien es realmente más casposo, si el “progre” en si o quien sigue llamando “progre” a quien huye del viejo y reaccionario ideario que sepultó a España durante décadas) Comprendo que gustase en el sentido de sacar pecho y airear orgullo, un laportiano “al loro que no estamos tan mal”, y precisamente me chocó que muchos defensores del “ley y orden” y volver a política draconianas aplaudiesen un artículo en el que se constataba que España era y es un país en el que la seguridad ciudadana no es un problema prioritario. Desde luego no lo es respecto al desempleo, el recorte en servicios públicos (cuya realidad palmaría la estamos viendo en una sanidad desbordada frente a la pandemia) o el acceso a la vivienda (y aquí la definitiva vuelta de tuerca de la “guerra cultural” importada de Estados Unidos por Steve Bannon... como lo que ha sido un problema evidente que hemos sufrido muchos ciudadanos, el acceso a una vivienda digna, los precios abusivos de los alquileres, la burbuja inmobiliaria, el desamparo del ciudadano ante un bien básico de consumo obligatorio incluso recogido en nuestra actual Constitución de 1978 en el artículo 47... se convierte en todo lo contrario, el problema es la ocupación ilegal, la mafia “okupa”, no el acceso a la vivienda... lo dice Ana Rosa Quintana y esa es la realidad palmaria, la de la prensa amarilla, no la de la crudeza de la calle para quien la quiera pisar y vivir)
En estos meses de coronavirus y malditismo, de empaparnos en nuestra nueva propia leyenda negra, la del peor país en la gestión de la pandemia, me he acordado mucho del artículo de Vicent tan celebrado en su momento. Porque creo que el brillante novelista de ojos claros tenía tanta razón como que es evidente que siendo el nuestro un país tan cojonudo es a la vez un país tan débil. Y esto es lo que deberíamos aprender de esta crisis. De la debilidad de nuestros recursos. Por mucho que tengamos una sanidad estupenda, con una cobertura envidiable y unos profesionales ante los que no cabe si no quitarse el sombrero y reconocer un esfuerzo sobrehumano en todos los meses... por mucho que tengamos una fuerzas de seguridad garantes de que se cumplan las obligatorias leyes que permiten dentro de esa obligatoriedad que podamos vivir en libertad sin pisarnos los unos a los otros... por mucho que tengamos un ejército profesional siempre dispuesto a arrimar el hombro sea para ayudar a apagar un incendio forestal o para ejercer de rastreadores sanitarios ante la covid-19... por mucho que nos sintamos orgullosos de todo ello finalmente nos enfrentamos a la realidad del límite de los recursos. Tanto humanos como materiales. Y ante ello sólo cabe una solución, un camino. Expandir esos límites. Más dinero público, más recursos, más estado.
La pandemia nos debería enseñar que no basta con ser un país seguro, amable, feliz, tranquilo sonriente y soleado. Necesitamos ser un país fuerte. Un país en el que a los sanitarios, médicos o científicos se les valore como es debido para que no tengan que emigrar a otros países donde su sueldo será superior. Un país con un tejido industrial en sectores fundamentales a la hora de afrontar una crisis como esta como son la ciencia y la tecnología. Un país que no dependa del sol, el turismo y la hostelería para mantener su PIB. Un país, en definitiva, con menos patrioterismo sentimental pero con más cerebro y frialdad.
Porque si es cierto que somos el país con peor gestión ante la pandemia no creo que sea por inutilidad del actual gobierno, del mismo modo que tampoco le reconozco ningún acierto. Creo que con cualesquiares otras siglas en Moncloa estaríamos en las mismas, sencillamente porque los recursos son los mismos. Y eso es lo que nos debería preocupar, ¿cómo permitimos tener un estado tan débil?, ¿de verdad alguien piensa que el futuro está en el individualista “sálvese quien pueda” en vez en de la fuerza de la colectividad?, ¿vamos a seguir pensando que es mejor bajar impuestos o ver con buenos ojos ya no digo el fraude fiscal que es delito si no incluso la evasión de impuestos?, ¿qué tipo de España es la que queremos si no somos capaces de darnos cuenta de que lo que necesitamos son precisamente más servicios públicos?
Creo que deberíamos, y en buena medida creceríamos de ser así, obtener buenas lecciones de esta crisis en esta extraña España del 2020. Una España en la que desde la transición del franquismo a la democracia tenemos por primera vez un gobierno al menos en forma realmente de izquierdas, al cual seguimos esperando los que si creemos en un socialismo de estado. Seguimos esperando porque la realidad es que los presupuestos generales del estado siguen siendo los de Rajoy y Montoro de 2018 y la renovación del Consejo General del Poder Judicial está bloqueada por el PP, pese a que nuestra constitución recoge que su mandato es por cinco años y ya vamos por el séptimo con el actual organigrama. La triste realidad es que este gobierno apenas tiene ningún poder ejecutivo y la presencia de Podemos en Moncloa no es más que un moño que de cuando en vez aparece en televisión. Nos aferramos a pequeños avances como el Ingreso Mínimo Vital o derogaciones de las dos perversas reformas laborales de Zapatero y Rajoy como el despido por baja médica, pero todavía estamos muy lejos de donde estábamos antes de la crisis de 2008, una crisis que una vez más tuvimos que pagar los mismos.
La izquierda en España es experta en desilusionar, lo cual en parte demuestra la buena salud crítica del votante no conformista. Aquel 15-M de 2011 que pedía a gritos una regeneración de la clase política nos trajo al Pablo Iglesias de Galapagar, que, al margen de esa presunta indecencia de nuevo millonario, es poco menos que un florero en la Moncloa.
El panorama resulta todavía más desalentador cuando avanzan imparables e implacables las investigaciones sobre la trama Gurtel, ahora en suculento spin-off de la “Operación Kitchen”. El levantamiento del sumario pone el foco sobre todo un ex-presidente del gobierno como el añorado y entrañable Mariano Rajoy. Como si aquel “M.Rajoy” aparecido tiempo ha en los papeles de Barcenas ofreciera alguna duda. En ese disparate propio de los tres monos japoneses, representados tapándose boca, ojos y oídos hemos vivido. Oír, ver y callar. Es una escena tan tragicómica y obscena que uno no puede evitar recordar al gran Claude Rains en la piel del Capitán Renault en “Casablanca” cuando después de años llevándose mordidas bajo cuerda irrumpe en el bar de Rick silbato en boca para gritar: “¡Qué vergüenza!, ¡en este local se juega!”
Manuel Vicent, como en casi todo, sigue teniendo razón. Somos líderes en muchas cosas. El problema es que nos hemos especializado en ser líderes estampados contra la misma pared, la del callejón sin salida que no nos permite avanzar.
DIARIO DEL CORONAVIRUS (XLVII): 11S
Otro 11 de Septiembre. 19 años después de aquel 2001 parecía que no íbamos a vivir o ver nada más gordo hasta que llegó la pandemia. Sigo pensando que la actual crisis del coronavirus no encuentra parangón hasta remontarse hasta la II Guerra Mundial en cuanto a crisis global capaz de afectar a todo el globo terráqueo y sentar las bases de un antes y después en la historia de la humanidad, pero la actual histeria con ciertas dosis de, si me permiten decirlo, cuñadismo, sobre el padecimiento actual y recorte de libertades (para que expertos pescadores en ríos revueltos alimenten un escenario dictatorial servido por los gobiernos socialdemocratas de los que nos librarán ellos, los patriotas que pedían prórrogas para librarse de la mili y demonizan a un africano muriéndose de hambre sobre una patera) hace que lleve ya meses recordando como cambió el mundo después del atentado del 11 de Septiembre de 2011 en Nueva York. El altavoz de las redes sociales no estaba tan en boga, pero aún así el debate se puso encima de la mesa. Seguridad o libertad. La casa de las ideas de Marvel después de varios números en los que abordaban el asunto (dejando un histórico Amazing Spiderman #36 con nuestro trepamuros favorito visitando la zona cero del World Trade Center) en 2006 publicó la acertada saga de Civil War en la que ponía encima de la mesa el debate después de que el mundo tuviera que rendirse al Patriot Act de George Bush. No voy a entrar en el análisis de una de las mejores sagas de Marvel (que ya es decir), quien quiera desenroscarse la boina que lea, aunque sea comics de superhéroes porque se puede aprender mucho. Lo que venía a resumir aquella serie era un enfrentamiento entre la postura patriota, republicana liberal del Capitán América frente al estatismo demócrata de Tony Stark, todos estos parámetros dentro de la cultura estadounidense donde evidentemente adjetivos como republicano, liberal, estatista o demócrata no tienen nada que ver con lo que representan en Europa. Lo curioso es que el presunto patriotismo después del 11S de 2001 de George Bush era realmente anti-patriota, anti-americano y anti-constitucionalista.
Porque el mundo cambió mucho desde aquel 11S. Hubo un antes y un después. No tanto como en este pandémico 2020, pero sobre todo, repito, el altavoz de las redes sociales no tenía tanta fuerza. Pero las voces alarmistas también se alzaron, nos recortaban las libertades y se imponía un Nuevo Orden Mundial, sólo que como los tarados que viven empeñados en que hay manos oscuras manejando nuestros designios en la sombra (como si lo que sucede a la luz y taquígrafos no fuera ya suficiéntemente aberrante) están envenenados de odio pues mira, oye, que si ese Nuevo Orden Mundial viene desde la “alt right” de la Casa Blanca bienvenido sea porque lo peor que nos puede pasar es que nos gobiernen los rojos jipiosos buenrollistas que no nos dejan ya ni matar negros o pegar a nuestras mujeres.
Porque el mundo cambió mucho después de aquel 11 de Septiembre. Se cambiaron los protocolos de seguridad, especialmente en los aeropuertos, pero en todo tipo de viajes y en todo tipo de medios de transporte. Aceptamos a partir de entonces que los controles fueran más exhaustivos y que tuviéramos que justificar el simple hecho de subirnos a un avión con un bote de desodorante.
Pero esto acaba resultando anecdótico en comparación a lo que supuso la entrada en vigor del Patriot Act que cambió para siempre cualquier tipo de relación o comercio internacional. La nueva ley promulgada por Bush junior obligaba a cualquier empresa a una justificación de actividad que ríase usted de cualquier estado totalitario o dictadura que se pueda imaginar. La NSA (Agencia de Seguridad Nacional) recibió carta blanca para poder acceder a cualquier tipo de información de cualquier empresa, esto quiere decir carta blanca para escuchas telefónicas, intervenir correos electrónicos, etc... como no podía ser de otro modo, los principales países europeos a rebufo de Estados Unidos también crearon nuevas leyes de seguridad que torpedeaban la privacidad de los ciudadanos y de cualquier persona física o jurídica. A mayor seguridad, menor libertad. Todos pasamos por el aro. Todos los bancos europeos firmaron el FATCA estadounidense que aseguraba que las grandes empresas no hiciesen negocios con estados que apoyaban el terrorismo (a buenas horas... después de haber financiado y entrenado a los muyahidines en Afganistán en los 80 en su guerra contra la Unión Soviética, entre ellos a un tal... Osama Bin Laden), mientras veíamos como con luz y taquígrafos gestoras de San Francisco registraban fondos en Luxemburgo o las Islas Cayman.
Todo cambió después de aquel 11 de Septiembre. Se pescó en río revuelto. Que el altavoz de las redes sociales (donde el panadero de la esquina, que seguro que hace un pan de puta madre pero de ciencia sabe lo justito, afirma que no existe el cambio climático o que la tierra es plana porque lo ha leído en un blog de un charcutero de Filipinas que le resulta mucho más fiable que los informes de la NASA) no tuviera tanto alcance como en 2020 nos dejó vivir en una normalidad que años después resulta del todo lógica. No fue para tanto. Hemos seguido viviendo 19 años más y bien felices.
Es inevitable recordar todo esto el 11 de Septiembre de 2020 cuando vuelven a hablarnos de recortes de libertades y de un Nuevo Orden Mundial. Los mismos que siguen haciendo la vista gorda ante las atrocidades de la luz y taquígrafos y aplauden a Donald Trump como un presunto héroe liberal. En el fondo tienen razón porque se trata de avenir un Nuevo Orden Mundial en el que la ciencia, la razón o el intelecto sean sepultados por la superstición, el sentimiento o la bandera.
viernes, 28 de agosto de 2020
ESTERCOLEROS
“Estercoleros multiculturales”. La conjunción de ambos elementos establecida por la ultraderechista congresista de Vox Rocío De Meer no deja lugar a la duda sobre sus intenciones. La multiculturalidad, la interracialidad, en definitiva la mezcla, es mala y pervierte la pureza de espíritu y raza que debe caracterizar a un buen europeo occidental católico blanco y heterosexual. La batalla cultural caracterizada en una sola expresión. La vuelta al discurso del odio, del racismo, de la xenofobia.
Hace poco finalicé el visionado de la magnífica ficción televisiva “The Deuce”, y al hilo de David Simon y sus ataques sin ambages al nuevo fascismo un amigo de una red social me respondía con razón que no se puede llamar fascismo a esta nueva ultraderecha liberal alt-right porque carece del componente social (componente social nacional, nunca internacional, a diferencia del comunismo) que era una de las características del movimiento totalitario que imperó en gran parte de Europa a mediados del siglo XX. Pero no es menos cierto que siendo los dignos (o mejor dicho indignos, nunca el fascismo puede ser digno) sucesores y herederos del fascismo (y franquismo y nazional-catolicismo en el caso de Vox) si buscan vergonzosamente ese voto presuntamente social, obrero, proletario… apelando a las tripas y los sentimientos en base a simples mantras capaces de calar en la sociedad a golpe de vídeo de Tik Tok o fake new redifundida en WhatsApp. La inmigración nos quita el trabajo (y en plena pandemia además supone un peligro de salud pública), las minorías tienen más derechos que las mayorías, existe una dictadura “progre”, la izquierda hipócrita roba, los sindicalistas traicionan a los trabajadores, etc
La congresista De Meer se ha significado como una de las grandes especialistas en buscar electorado revolviendo tripas a base de construir problemas de donde no los había. Uno de los mejores ejemplos es el fenómeno de la ocupación ilegal de viviendas, cuyo problema ha advertido que lo solucionarán, literalmente, "empujando a patadas a los okupas a las cárceles" en cuanto lleguen al poder. A falta de conocer los datos de 2020, 2019 fue el cuarto año consecutivo en el que el número de ocupaciones descendió. De 2015 a 2019 el descenso en delitos de ocupación fue del 64%. No se trata de entrar en el debate sobre el fenómeno de la ocupación (u “okupación”, con ese componente cultural que nada tiene que ver con las mafias que ocupan viviendas para alquilar y cuyos nuevos inquilinos son los primeros damnificados por esta práctica, obligados a pagar cuantiosas sumas a los nuevos “propietarios” so pena de sufrir todo tipo de abusos y castigos físicos), ya que tengo tan claro que se trata de un delito como que de moralmente nadie debería vivir en la calle mientras haya viviendas deshabitadas, se trata de comprobar como Vox busca un problema donde no lo hay siguiendo la mejor tradición de la batalla cultural, nunca nos cansamos de recordarlo, iniciada por Steve Bannon en Estados Unidos llevando al poder a Trump y posteriormente trasladando su nacional-populismo (el propio Bannon así lo define) a Europa. En un reciente debate en la cadena SER el escritor Daniel Bernabé hacía ver la cuestión de este inflado del problema de la ocupación en la opinión pública recordando unos datos leídos en El Mundo que dejaban claro en números cual era el verdadero impacto del fenómeno. Una contertulia enojada le reprobaba que se apoyase en números que no tenía delante y que no podía confirmar, mientras recordaba la gravedad de la ocupación porque ella “conocía casos”. No se puede hablar de números y estadísticas si no estamos 100% seguros, pero si podemos apoyarnos en el tópico de “conozco a alguien que le ha pasado tal cosa…” para demostrar que en efecto estamos ante un problema acuciante. La nueva opinión pública, la del “conozco un caso…”, la de tomar el todo por la parte, la de colgar en internet una foto de una manifestante con una pancarta con el lema “todos los hombres son unos violadores” para asegurar que el movimiento feminista es el nuevo nacismo. La batalla cultural. Reivindicaciones tan justas y humanas como el feminismo, los derechos LGTBI o la lucha contra el racismo convertidas de repente en aparatos de represión de una peligrosa dictadura “progre” que reprime al hombre blanco católico heterosexual que no debería mezclarse con otras razas, credos religiosos o tendencias sexuales porque eso nos lleva irremediablemente a los “estercoleros multiculturales”.
¿Y a dónde nos lleva el imparable ascenso de este blanqueado nuevo fascismo?, ¿cuántas décadas estamos dispuestos a retroceder por culpa de este estercolero ideológico?
jueves, 13 de agosto de 2020
DIARIO DEL CORONAVIRUS (XLVI): QUÉ CORRA LA NICOTINA
Imagino que si esta nueva normativa de prohibir fumar en las terrazas en caso de no cumplir la denominada “distancia de seguridad” partiese de un gobierno socialista en vez del del popular Núñez Feijóo estaríamos otra vez con el cliché de la dictadura progre y desde alguna bancada política convocando manifestaciones en el madrileño Barrio de Salamanca, en esa deriva conspiranoica de recorte de libertades según la cual cada vez disfrutamos de menos de las citadas libertadas, tirando de la madeja del tiempo hacía atrás y añorando incluso el medievo y las épocas feudales en las que al parecer había más libertad que en el siglo XXI.
Prohibir nunca resulta edificante, además de la siempre peligrosa posibilidad del efecto contrario. Será parte de ese “infantilismo de la sociedad” del que hablan algunos, pero lo cierto es que precisamente el tratamiento habitual que se le ha dado al tabaquismo y a la figura del fumador ha sido de una condescendencia absurda que en cuanto se ha tratado de atajar por el bien de todos ha encendido esos debates delirantes sobre una sociedad menos libre por el simple hecho de no querer inhalar nubes de humo ajenas.
Yo que ya tengo una edad recuerdo perfectamente cuando se permitía fumar en los colegios, incluso en primaria. Mi profesor de 3º de EGB fumaba mientras nos daba su clase en San Ignacio, un colegio privado, de curas. No se lo reprocho. Tengo un buen recuerdo de aquel tipo. Simplemente se dejaba llevar por la corriente de una sociedad permisiva hasta el absurdo con la adicción a la nicotina. Por supuesto en el instituto la figura del profesor fumador se hizo mucho más habitual, dándole un toque de intelectualidad progre reforzada incluso con la complicidad del alumno que en ocasiones también se echaba un cigarrito con el profe.
Yo recuerdo cuando se fumaba en los trenes, autobuses o aviones. Recuerdo cuando se fumaba en los cines. Recuerdo incluso cuando se fumaba en los hospitales, no puede haber mayor contrasentido. Recuerdo cuando se fumaba de tal manera en los recintos deportivos que podías oler perfectamente la faria del espectador de la cuarta fila mientras corrías un contrataque en el pabellón de La Borreca de Ponferrada en un partido de baloncesto. Y recuerdo, claro, cuando se permitía fumar en el interior de los bares. Aquello fue motivo de encendidos debates ya olvidados, porque el paso del tiempo ha demostrado que podemos seguir viviendo sin fumar dentro de los bares, que no fue el fin del mundo, y que incluso la mayoría de los más pertinaces fumadores han acabado agradeciendo la medida.
No fumar en una terraza si no hay una determinada distancia que impida que un niño o un anciano en una mesa adyacente respire el humo del tabaco no debería ser una medida impuesta por la crisis del coronavirus, debería ser una simple norma de educación y de respeto a los demás. Precisamente ahí está el problema de la prohibición, una vez más el debate sobre el libre albedrio, el cual en ocasiones nos lleva al desastre. Prohibir, en efecto, no es edificante. Se trata de convencer al conductor empeñado en circular en el sentido contrario de la autopista que por mucho que la mayoría lo haga en la dirección correcta su sola conducta puede llevar al desastre a los demás y llevarse por delante vidas ajenas. ¿Dónde queda entonces la libertad? Aquella somera estupidez del ex –presidente de gobierno y compañero de partido de Núñez Feijóo pidiendo libertad para beberse los vinos que le dieran la gana antes de coger el coche refleja la realidad de un pensamiento por desgracia muy habitual en nuestra infantilizada sociedad. El de pensar que no son necesarias reglas ningunas y que somos lo suficiente responsables para vivir en armonía y sociedad sin hacer daño a nadie aunque sea de manera totalmente involuntaria. Como si las noticias no se hartasen de arrojarnos datos sobre accidentes de tráfico ocasionados por el alcohol.
Como siempre hay anécdotas, sobre todo cuando se tiene cierta edad, voy a contarles una. Con la tierna edad de 12 años después de un reconocimiento médico con el equipo de atletismo el galeno encargado del informe requirió asustado la presencia de mis padres. Fue mi madre la que acudió a reunirse con él para ser inquirida por los hábitos de aquel inocente niño. Directamente y después de observar unas radiografías de mis pulmones le preguntó si sabía cuántos cigarros fumaba al día su hijo. La respuesta era cero. Discurrimos por tanto que la única explicación lógica a la nicotina encontrada en mi cuerpo se debía al bar de mis padres, tugurio donde se fumaba de una manera considerable mientras se jugaba la habitual partida de cartas. Pese a que no eran demasiadas las horas que pasaba allí (no tantas como mis progenitores, claro está), si fueron suficientes como para castigar mi pequeño cuerpo y dejarlo al nivel de un pandillero de La Puebla. Finalmente hubo que gastarse una pasta y poner un extractor de humos, sobre todo después de que mi padre, no fumador, sufriera un infarto tras tantas horas detrás de la barra. Ahora parece lo más lógico, pero créanme que a principios de los 80 los extractores de humos no eran tan habituales de ver en locales de este tipo.
Se me podrá reprochar que hablo desde la terrible y censora posición del converso (yo he sido fumador, no excesivamente compulsivo, pero si fumador diario, durante unos 20 años de mi vida) pero sigo pensando que la cultura de la nicotina acabará desapareciendo por generación espontánea (claro que lo mismo pienso de las corridas taurinas y el reggaetón y ahí siguen) No digo que desaparecerá el acto de fumar. Fumar es tan viejo como el hombre. Se fumará menos pero se fumará mejor en todo caso. Pero desaparecerá, espero, esta cultura del fumador compulsivo tan ridícula que gracias a la permisividad de la sociedad se llega a convencer a si mismo de que tiene que fumar un cigarro cada hora, cada dos, o según donde estime cada uno la dosis. Esos compañeros de trabajo que cada 45 minutos bajan otros 15 a la calle porque claro, tienen que fumar los pobrecillos (no reprocho que se tomen un descanso… otros lo harán yendo al baño a hacer de vientre leyendo a Agatha Christie o simplemente dando un paseo para estirar las piernas y descansar la vista, pero las pausas laborales son muy necesarias), ese simpático viajero del ALSA que pregunta cada 20 kilómetros al conductor si va a parar porque necesita echarse un cigarro… figuras que ahora mismo ya se me antojan casi anacrónicas. Creo que en el futuro se fumará menos y se fumará mejor porque nos daremos cuenta de que no tiene ningún sentido mantener la industria de una droga adulterada en la que la mayoría de los fumadores no conoce ni los componentes que lleva el cigarro que se están metiendo en la boca, y porque además la nicotina es la única droga lúdica con la que no obtienes (más allá de una presunta relajación) ningún cambio en tu estado mental o anímico, no te abre ninguna puerta de la percepción ni te lleva a explorar otros caminos, ni tampoco te produce ninguna excitación o euforia, ¿para qué rayos se quiere consumir una droga de ese tipo?
lunes, 6 de julio de 2020
DIARIO DEL CORONAVIRUS (XLV): EL USO DE LAS MASCARILLAS
martes, 23 de junio de 2020
DIARIO DEL CORONAVIRUS (XLIV): I HAD A DREAM
Buenas tardes. ¡Qué pesadilla amigos! Soñé que se declaraba una pandemia a nivel global. Comenzaba en invierno en una ciudad china, atribuido a uno de los muchos mercados de animales cuya regulación ni se conoce. Donald Trump decía que lo habían fabricado los comunistas chinos en un laboratorio. Los comunistas europeos decían que lo había fabricado Donald Trump en un laboratorio. Donald Trump bebía lejía para olvidar. Pero era China y lo veíamos muy lejos. Luego llegó a Italia y ya dijimos ojo, ¡qué viene qué viene!, pero no quisimos ponernos en lo peor, y a los pocos días estábamos como Italia, y así poco a poco el resto de Europa, y el mundo. España declaraba el estado de alarma, nos encerrábamos en nuestras casas, se cerraba todo, se paraba hasta el fútbol y la culpa era del 8M. Nos reíamos de la gente que se ponía a comprar papel para limpiarse el culo como locos, pero luego nos cagábamos en ellos porque no quedaba papel para limpiarse el culo… pero luego nos dábamos cuenta de que no podíamos cagarnos en ellos porque no teníamos papel para limpiarnos el culo después de cagarnos en ellos. Nos emborrachábamos haciendo videollamadas con los colegas, nos grabábamos pinchando en gayumbos, Miguel Bosé chiflaba, Don Diablo se escapaba, Bunbury se convertía en icono punk aunque todo el mundo seguía escribiendo mal su apellido. Un doctor con voz de Llongueras salía todas las tardes en la tele a explicarnos como iba la pandemia con cara de estar deseando estar en una cárcel turca antes que comiéndose ese marrón. La culpa seguía siendo del 8M. Se componían 17578 versiones del "Resistiré" del Dúo Dinámico. Las calles quedaban desiertas. Los animalicos y bestias nobles se hacían los dueños de las ciudades. Hacían botellón mientras cantaban “¿Dónde están los humanoooooos, los humanoooooos donde estaaaaaaaaan” o “¡Humanos fuera!, ¡humanos a tercera!”. Otros animalicos de dos patas pedían la dimisión del gobierno cacerola en mano. El Barrio de Salamanca hacía la kale borroca, ¡"esto nos pasa, por un gobierno facha!" Espinosa de Los Bomberos creía que habíamos ganado el mundial. Y la culpa seguía siendo del 8M. La sanidad colapsaba y salíamos a aplaudirles a las ocho de la tarde, pero luego nos decían “¡pero qué haces aplaudiendo, pringao, que eres un pringao!, ¡qué vives engañado!, ¡qué la tierra es plana!”, y la culpa seguía siendo del 8M. Marlaska se separaba de los Pegamoides y ponía la Guardía Civil patas arriba. Nos convertíamos todos en expertos en epidemiología y hablábamos de curvas como no se hacía desde los tiempos de Claudia Cardinale. Martínez Almeida dejaba de ser “carapolla” y era un tío cojonudo. Ortega Smith hacía karate contra el virus. De repente nos acordábamos de que existen unas residencias donde dejamos a nuestros mayores cuando ya no los queremos cuidar y empezaban a caer como moscas. Miguel Bosé seguía chiflando y nos daba bambú y un besito chiquitín con un swing. Comprábamos mascarillas pero los chinos nos engañaban como a chinos. Ciudadanos volvía al centro político y les llamaban comunistas Pablo Iglesias y Cayetana Álvarez de Toledo discutían en el congreso sobre estilismo capilar, "tu papá era terrorista", "vale, pero... ¿has visto la magia de mi melena"? Pablo Echenique se hacía runner. La culpa seguía siendo del 8M. Algunos decían que saldríamos de esta más fuertes y otros respondían “¿más fuertes?, ¡los cojones 33 más fuertes!, más gordos, calvos y gilipollas, que sois gilipollas todos”. España se convertía en una dictadura que dejaba libremente decir que se había convertido en una dictadura. La gente lloraba porque no les dejaban decir que Pedro Sánchez era un asesino sepulturero terrorista comunista, pero sabíamos que querían decir que Pedro Sánchez era un asesino sepulturero terrorista comunista porque decían que Pedro Sánchez era un asesino sepulturero terrorista comunista. Y la culpa era del 8M. Díaz Ayuso repartía pizzas a los niños desfavorecidos y los Gasol la criticaban. Marc Gasol adelgazaba 15 kilos y se ponía hecho una sílfide. Morían mil personas al día. Luego una. Luego mil otra vez. Luego ninguna. Morían 20000 personas en España. Morían 40000 personas en España. Morían 4000000000000 millones de personas en España. España era el mundo. España era la pandemia. La culpa era del 8M. Se levantaba el estado de alarma y vivíamos en una cosa que se llamaba “nueva normalidad”… luego desperté entre sudores fríos y me fui a la playa hecho un amante bandido.