miércoles, 27 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XLII): ELOGIO DE LA EQUIDISTANCIA






Pocos temas tan rotundos para comprender lo mal vista que está la equidistancia hoy día (pese a los peligros de abandonarla) como el de los nacionalismos español y catalán, como bien expresó El Roto en este viñeta por la que, como no, fue duramente criticado.






En España no hay nada más provocador que intentar ser conciliador”, lo escribió el vicepresidente de la Junta de Castilla y León Francisco Igea el pasado domingo con motivo de las bochornosas manifestaciones convocadas por Vox el sábado tras las cuales la formación ultra ha llegado a equiparar su patriótico desfile con nada menos que la consecución de la Copa del Mundo (de fútbol, imagino) Después de reprochar a los nacional-católicos una nueva instrumentalización de la enseña nacional y el buscar sacar rédito político de una pandemia global, el político vallisoletano (médico de profesión antes de entrar en política) acertaba de pleno con esta sencilla pero certera reflexión.


Al hilo del uso de la apropiación de la bandera por parte de la ultraderecha nacionalista me gustaría hacer una pequeña digresión. Simplemente la que recuerda que no se trata de ninguna novedad. Cualquier totalitarismo, o los herederos del mismo, buscan una excesiva apropiación y exhibición de los símbolos y enseñas nacionales. Es comprensible por tanto el recelo con el que muchos españoles siguen viendo (y temiendo) la explosión rojigualda con intereses políticos, y cuando parecía que felizmente podíamos ver generaciones de españoles libres de exhibir nuestra bandera sin intenciones fascistas, vuelven esos mismos fascistas para recordarnos que no, que la bandera sigue siendo suya. Esto no es exclusivo del fascismo. El comunismo también se ha cuidado muy bien a lo largo de la historia de politizar el uso de ciertos emblemas. La actual bandera de Cuba es muy anterior a la llegada de Fidel Castro al poder, pero si usted ve a un individuo por la calle ataviado con tal bandera es muy posible que sienta una razonable sospecha de que se trata de un simpatizante con el comunismo castrista, al igual que puede suceder con la de Venezuela y su relación con el chavismo.


Igea ha dado en el clavo con lo que supone mantener en la España actual una actitud que no viva esclavizada por las siglas políticas. Lo dice lógicamente desde su posición centrista, con la cual yo personalmente no me identifico. Yo no soy centrista, yo soy de izquierdas. Soy de izquierdas por una decisión personal ética y moral, no por ningún dogma de fe. Por eso me niego a que mi pensamiento viva constreñido a no ver más allá del viejo debate derecha-izquierda. Es algo tan sencillo como que de la misma manera que no creo que todos los inútiles de la política española se hayan instalado en el actual gobierno “social-comunista”, dudo también que lo sean todos los de la oposición. Del mismo modo que no creo que nadie sea mejor o peor persona por pertenecer o votar a un determinado partido, aunque sí creo, lógicamente, que hay ideologías perniciosas y funestas para la humanidad y merecen ser combatidas, de ahí lo equivocado de reprochar a quienes no caemos en el histrionismo ideológico. Porque yo si tengo claro de qué lado estoy. Del lado de quienes no admitimos el totalitarismo ni la intolerancia, venga del lado que venga. De quienes defendemos la democracia y que “el partido” se gana en las urnas y no con golpes de estado pistola en mano y no queremos que Europa viva ese retorno al pasado de los Franco, Hitler, Mussolini, Salazar, Stalin, Ceacescu o el coronel Papadopuolos.


Y la sombra de la amenaza de ese retorno al pasado parece más vigente que nunca. No sé puede entender si no que quienes no admitimos el dogma (“todo lo que hace el gobierno está bien", "todo lo que hace el gobierno está mal”, etc) seamos ahora mismo el sector más peligroso de España, a juzgar por como recibimos desde todas las bancadas. Traidores a cualquiera de los bandos por no querer participar en esta guerra civil ni enarbolar ninguna bandera que no sea la de nuestra propia conciencia y nuestra propia moral.


No vamos a entrar de nuevo en la reivindicación de la Grecia clásica y la virtud aristotélica del equilibrio, ni tampoco recordar la necesidad de huir de esa noche en la que todos los gatos son pardos, por parafrasear a Hegel, simplemente me pregunto en que momento hemos caído en el delirio de que quienes buscamos la vía del entendimiento y despreciamos la de la fuerza nos hemos convertido en sospechosos de Dios sabe qué. Porque donde algunos ven pusilanimidad o debilidad yo veo todo lo contrario. El pusilánime y el débil es quien no tiene otro recurso que argumentar que el de la fuerza, el insulto y la violencia. Lo que entendemos como equidistancia requiere en realidad de una fortaleza y unos principios que no son tan fáciles de aceptar cuando en ocasiones te exigirá renunciar al dogma ideológico de turno. Por una mera cuestión física y geométrica cualquiera debería entender que el punto más fuerte en cualquier edificación y que impide el derrumbamiento hacia uno u otro lado es el punto medio. Lejos de considerar por tanto como pusilánime, o peor todavía, indiferente, a quien a toda costa se empeña en mantener ecuanimidad y equilibrio, habría que verlo en realidad como al ciudadano más comprometido con la fortaleza de nuestro edificio y preocupado en que no se produzca su derribo. Ese edificio de la socialdemocracia en el que cabemos y vivimos todos y que hay que insistir ha traído a Europa la época de mayor paz y prosperidad que podamos recordar. Prefiero por tanto ser un pérfido equidistante que mantiene la fuerza, la tensión y el equilibrio para que esto no se venga abajo a contribuir a derribar nuestro edificio.



domingo, 24 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XLI): MAMÁ










Hoy es el cumpleaños de mi madre. No es un cumpleaños cualquiera. Ninguno lo es, claro, porque mi madre no es una madre cualquiera, ¡es la mía! Pero es que además cumple 80 años. Un número tan redondo que nos hacía mucha ilusión poder celebrarlo todos juntos. Ha sido imposible por ustedes ya saben que circunstancia.


Los cumpleaños son una buena medida para ponernos en la situación que nos ha tocado vivir. En un pensamiento a largo plazo, que es el que toca a poco que uno sea persona mediánamente inteligente y sepa apreciar lo que supone toda una vida propia, única y exclusiva y en relación con sus congéneres, estos meses de confinamiento pandémico serán una anécdota en nuestras existencias, una cicatriz que enseñar a nuestros nietos, esas interminables jornadas que nos tocó quedarnos en casa por culpa de un virus desconocido para el que no teníamos remedio. Ergo, por culpa de la naturaleza, la cual de vez en cuando es tan tocapelotas que nos recuerda que está por encima de nosotros los humanos.


No obstante hay una realidad incontestable. Igual que todos los días muere gente, nace gente, y se rasca el sobaco izquierdo gente, todos los días hay gente que cumple años. Esta nimiedad quiere decir que en estos ya más de dos meses de confinamiento hay mucha gente que ha celebrado su cumpleaños. Yo entre ellos. El mío fue el 28 de Abril. Largo te lo fio cuando a finales de Marzo pensaba que podría llegar a festejarlo con una buena juerga rodeado de mis amigos para oficiar que habíamos superado todo esto. A medida que pasaban las semanas mi pensamiento se encaminaba, fíjense, en que simplemente pudiera celebrarlo echarlo una carrerita o una pachanga en una cancha de baloncesto con algún colega de estos trillados que con más de cuatro décadas a la espalda nos ponemos de vez en cuando de corto para darnos de hostias en la zona y exhibir muñeca y tiro exterior en este deporte que es religión llamado baloncesto. Con eso me conformaba.


No pudo ser y la medida del tiempo en base a los cumpleaños ya se encaminó a mi madre, coñe, ¡pero es que llevábamos un año planeándolo toda la familia!, pues sí, era un acontecimiento, y dentro de ese ritual de comidas esporádicas con primos, tíos y demás familia los cuales andamos todos esparcidos por el mundo adelante este año habíamos marcado en el calendario el 80 aniversario de mi madre, la Lola, la mamma. Y no pudo ser. ¿Qué hago?, ¿ me monto en el autobús de Santi Abascal a gritar “libertad libertad sin ira libertaaaaaaad” y a pedir la dimisión del gobierno porque han creado este coronavirus en el sótano del chalet de Pablo Iglesias en Galapagar jugando con sus hijos al Quimicefa o hago lo único que sé hacer (escribir y reírme de todo)? Una vez más he optado por lo segundo. Así de irresponsable soy. Si fuera un patriota de verdad supongo que estaría haciendo la “kale borroka” con un polo de Valecuatro quemando contenedores porque este gobierno socialcomunista no me deja ver a mi madre en su 80 aniversario. Si es que soy un blando.


Mi madre, que atisbando sus 80 años entra en esa categoría que he definido de los de “para lo que me queda en el convento...”, o sea, que después de haber vivido lo que han vivido, guerra civil, posguerra, etc, no puedes encerrarlos en casa, porque quizás, y esto es es así de duro pero igual así también comprendemos porque hablamos de las cifras de las que hablamos en España (digo yo, ¿puede ser porque hablamos del país con mayor esperanza de vida del mundo?, pregunto, eh), este puede ser su último, penúltimo o antepenúltimo verano. Mi madre, como digo, ha sido la primera en comprender la situación y lanzarnos un mensaje de “quieto parao” y dejar claro que ni cumpleaños ni gaitas y que no quiere que nadie la vaya a ver ni reuniones ni más gaitas (gallegas, por supuesto), siendo ella más de derechas de Fraga me llena de cierto orgullo filial su aplomo y conducta tan responsable mientras los “chipiriflauticos” de Abascal andan haciendo el canelo enarbolando nuestra bandera porque al parecer nos ha secuestrado Pedro Sánchez, no la covid-19 (lo que hace vivir en un mundo propio e impermeable a la realidad que viven el resto de ciudadanos)


También es cierto, o creo percibir (a mi madre me remito) que ese adorable y relajante nihilismo pleno de sabiduría que alcanzan nuestros mayores somos sus allegados quienes no lo permitimos. Dicho así de claro y así de duro en román paladino: a mi madre le importa tres cojones cumplir 80 que 81 que 82 pero para mí sería un cataclismo y un terremoto emocional del que me costaría muchísimo recuperarme... porque yo sigo necesitando a mi madre (queriéndola, es obvio) pero digo bien, necesitando, sabiendo que sigue ahí, esa figura ascendente que me trajo al mundo y en que en cierta manera da sentido a mi vida, ¿si no qué sentido tiene que yo esté aquí?, y lo comprendo, e imagino que el día de mañana, ojalá sea así, yo tenga esa paz y tranquilidad y piense “me importa tres cojones lo que pase mañana, aquí os quedáis”. Al menos esto es lo que percibo yo y en realidad mi madre lleva tiempo engañándome y es como el Manuel Bueno Martir de Unamuno que no cree en nada pero ayuda a creer porque piensa que así el vecino será más feliz. No lo creo. Yo creo que mi madre tiene la grandísima suerte de tener fe cristiana (y esto lo digo sin ironia... ¡ojala la tuviera yo!)


Sea como fuere si mi madre no existiera habría que inventarla. Ya sea sólo porque su existencia y en este caso aniversario me sirve de excusa para escribir unas cuentas líneas más, oigan. Qué hablamos de una figura gigantesca mucho más allá de Winston Churchill o Sid Vicious. Ya sé que todo el mundo pensará lo mismo sobre la suya... pero... ¡es que esta es la mía!





sábado, 23 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XL): LA DERIVA IDEOLÓGICA Y EL ALCALDE











Llegado a la entrada número 40 de este particular diario de la pandemia, siendo ya un número imponente y casi definitivo porque en algún momento habrá que finalizar esto y asumir la llegada de esa “nueva normalidad” de eufemismo distópico, echo la vista atrás y recuerdo como la primera intención de este diario fue dejar por escrito las impresiones, pensamientos y reflexiones ante un acontecimiento desgraciadamente histórico y jamás conocido en la historia de mi generación y del mundo que particularmente he conocido en mis 47 años de vida. El desgraciado privilegio de vivir una bajo pandemia. En ese sentido nos encontrábamos ante un escenario de disección social y antropológica nunca antes visto en el que cabía, como así ha sido, todo lo relativo al hombre y la sociedad.


Observo como toda esta reflexión ha ido derivando cada vez más hacía el análisis y la crítica política, una materia en la que admito apenas estoy ducho. Yo, siempre lo he dicho, sé muy poco de política y de hecho me interesa muy poco. Si me interesa en todo caso y mucho todo lo que tenga que ver con la sociedad en la que vivo.


No han sido pocas las últimas entradas en las que el contenido principal ha sido político, con un evidente sesgo izquierdista del que no puedo renegar, pese a que siguiendo la habitual tradición de la desunida izquierda española la izquierda que yo llevo en mi corazón y mi conciencia (porque, una vez asumido que la izquierda en España no puede alcanzar nunca poder gubernamental por una especie de malditismo que merecería análisis aparte lo único que te queda es una cuestión de conducta personal) no es la izquierda verdadera, dogmática y de pureza de raza y sangre que pregonan los repartidores de carnets. No hay ningún drama en ello ni quiero que esto sea ningún alarde de ese victimismo del que tanto reniego. Es simplemente el precio a pagar por quienes liberamos nuestras opiniones al dominio público, que recibiremos palos por igual desde la derecha que nos ve como rojos comunistas peligrosos tanto como desde la izquierda que nos acusa de traidores por no seguir los sagrados dogmas de marxismo y comunismo. Nada nuevo.


Confieso que no me he sentido a gusto escribiendo sobre los disparates de Vox (estos al completo, no se salva nadie) o de Díaz Ayuso (dentro de un PP en el que por igual han ido conviviendo incendiarios y pacificadores... como suele suceder los primeros han recibido mayor foco), y sólo se me ocurre pensar que en plena crisis sanitaria, pisando sobre el delicado terreno al que nos ha llevado una infección hasta la fecha desconocida y al igual que mi organismo reacciona cada vez que un nuevo virus o bacteria amenaza mi salud física y mi naturaleza orgánica defendiéndose y atacando dicha amenaza (produciendo y liberando linfocitos o anticuerpos, por ejemplo), mi intelecto y raciocinio reaccionan de similar manera rebelándose contra los pirómanos quienes en un momento de responsabilidad y unidad lo único que pueden ofrecer a la sociedad es ruido, trueno y exabrupto. Y ver a parte de esa sociedad hacer seguidismo como en una nueva versión del cuento del flautista de Hamelin con la bandera (secuestrada una vez más por la ideología ultra) como único argumento me aterra y me indigna. Me queda, como digo, la defensa del consuelo del intelecto que viene al rescate.


En este escenario apocalíptico en el que lo de menos ya es vivir bajo una pandemia si no el derrocar una socialdemocracia que, salvo que algún historiador me lo rebata, ha sido el sistema que ha provocado el mayor periodo de paz y prosperidad en toda la historia de Europa, Pablo Casado y Santiago Abascal se abrazan en su fatuo baile de destrucción masiva exhibiendo la delirante carrera por ver quien revienta el barómetro de la ultraderecha. Apenas hemos reparado en su inquietante recurso de “dictadura constitucional”, amparado por algunos periodistas de “raza” (nunca mejor dicho) para seguir en su política de acoso y derribo al gobierno (porque la crisis sanitaria, créanme, es lo de menos ahora mismo desde esa bancada) ...hemos conocido a lo largo de la historia muchos tipos de dictaduras, monárquicas, militares, presidencialistas, caudillistas, y por supuesto fascistas y comunistas. Instalar en el debate político de la España de 2020 el término “dictadura constitucional”, poniendo en duda que precisamente el instrumento que marcaba un antes y después respecto a la única dictadura que han conocido varias generaciones de españoles (la nacional-católica del caudillo Francisco Franco), esto es la Constitución Española de 1978 deja claro el “delenda est” sobre la socialdemocracia que persigue Vox, clara y diáfanamente el partido más anticonstitucional del espectro político español. Sus intenciones muchos se las vimos a leguas desde el principio, más peligroso en todo caso es que el actual presidente del principal partido de la oposición, Pablo Casado, caiga en esas arenas movedizas que añoran la Europa anterior a la socialdemocracia, la de los totalitarismos y las dictaduras (fascistas o comunistas tanto da, lo dejo al gusto de cada radical)


En este incendio contrasta la figura de Martínez Almeida al frente de la alcaldía de Madrid, tanto que cuesta pensar que vive bajo las mismas siglas políticas que la presidenta de la comunidad Díaz Ayuso. Cierto es que no hay nada extraordinario en la gestión del alcalde de la capital de España, posiblemente porque al fin y al cabo un político no es un ser extraordinario ni tiene superpoderes ni una varita mágica con la que poder solucionar los problemas del mundo. Lamento desilusionar a quienes creen ciégamente que hay una verdad absoluta sobre sistemas políticos o económicos al margen de contextos, sólo tenemos los hechos (y la interpretación de los mismos que, lamento desilusionar de nuevo a quienes creen en verdades absolutas, tales interpretaciones son siempre subjetivas) y en ese sentido tengo claro que entre la Europa de esta socialdemocracia tan vapuleada y la Europa de Hitler y Stalin, me quedo con la primera. Ya digo, interpretación subjetiva (o dos dedos de frente)


Martínez Almeida ha visto crecer su perfil desde su posición de “underdog”, de no ser reconocido siquiera su nombre por un buen número de madrileños a ser uno de los políticos más valorados del momento. De ser más famoso por sus parecidos con Rick Moranis o Emilio Aragón y el desafortunado apelativo de “carapolla” a ganarse el respeto de incluso sus adversarios políticos (ejemplar Rita Maestre al frente de la oposición del consistorio madrileño) Su receta ha sido algo tan sencillo pero necesario como la sensatez y la responsabilidad. No es tan difícil. Hay quien se empeña en presentar al alcalde de Madrid como un verso suelto dentro del actual Partido Popular. Yo prefiero pensar que es al contrario, que los auténticos versos sueltos, que quienes no pintan nada en nuestra democracia y acabarán en el mayor de los olvidos y ostracismos por parte de los ciudadanos son incendiarios del calibre de Pablo Casado, Cayetana Álvarez de Toledo o la émulo de Donald Trump que preside la Comunidad de Madrid bajo el nombre de Isabel Díaz Ayuso.


Justifico la deriva ideológica de este diario pensando en esa suerte de autodefensa y de higiene mental que supone plantar cara a quienes su único ideario en esta crisis es cargarse al gobierno “socialcomunista” legítimamente constituído gracias a los votos de los ciudadanos españoles. A quienes aprovechan su posición en el Congreso para erigirse en nuevos inquisidores de una única verdad absoluta, patriótica y nacionalista. Como Zola, “j'accuse” a estos parásitos para quienes la pandemia no es una sino un “macguffin” hitchockiano con el que seguir cabalgando hacia la destrucción de nuestra socialdemocracia, sencillamente porque nunca han creído en ella. No se puede creer en la democracia cuando eres heredero de esa tradición del nacional-catolicismo cuya existencia se empeñan en seguir negando pese a tratarse de un movimiento sobradamente conocido y estudiado en este país nuestro tan reticente a barrer de una vez sus miserias. Es duro decirlo pero de mis dedos no salen si no el pensamiento de que los auténticos enemigos de España son estos quienes me la han secuestrado y constreñido y para quienes sólo existe una única manera de país en el que, lógicamente, no podemos caber ni por accidente cualquiera con una mínima veleidad izquierdista.


Esta es mi deriva ideológica y a la par que la defiendo me congratulo de encontrar en el alcalde de la ciudad en la que vivo y en la que estoy empadronado, por ende de la que soy actual ciudadano, a un político que ha sabido aparcar sus siglas políticas y no caer en la tentación de activar el rodillo destructor, actitud que nunca ha sido servida de manera tan fácil como en este momento.


En definitiva apelo a esa interpretación subjetiva de la que he hablado líneas arriba, sí, tan subjetiva como para considerar, no es tan complicado, que entre la Europa de Hitler y Stalin y la de la socialdemocracia me quedo con la segunda. Destruir siempre será más fácil que crear, criticar lo será más que aportar, echar por tierra el trabajo ajeno mucho más sencillo que arrimar el hombro para ayudar al vecino... sólo me queda rebelarme ante ello.



martes, 19 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XXXIX): LA CACEROLA NACIONAL










Uno de los peligros evidentes del confinamiento era la posibilidad de la rebelión ciudadana, la insurrección ante el poder y la ley que dejase al descubierto la dificultad de gestionar una crisis de este tipo. Es evidente que salir a incendiar las calles en un momento como este es de una irresponsabilidad supina, pero que tal insurrección nazca del madrileño Barrio de Salamanca, una de las zonas más ricas (esto no es prejuicio, es realidad) de toda España, provoca un efecto tragicómico muy propio de la mejor tradición nacional.


La revuelta de los “cayetanos” (haciendo un guiño a Carolina Durante, la banda que décadas después de los éxitos de Los Nikis mejor han sabido representar al “pijofacha” español en sus canciones) ha provocado el habitual revuelo mediático en esta sociedad hiperactiva en redes sociales. Como creo que estos personajes y sus actos se definen solos, vamos a centrarnos de nuevo en la disección antropológica y social que nos muestra este disparate.


En efecto hay mucho más que denunciar una evidente irresponsabilidad en todo este circo. Es de nuevo la constatación de que la parodia y la caricatura de la España de la caspa es real y está más viva que nunca después de haber encontrado potencia electoral en Vox (el matrimonio Espinosa de Los Monteros-Monasterio ya se ha dejado ver en las manifestaciones) La España tardofranquista que trataba de insuflar modernidad a su nacionacatolicismo colgándole la bandera española a Snoopy y atándose su jersey al cuello. No se trata de que sean ricos o de cuantos números luzcan en su cuenta corriente. Mejor para ellos en todo caso. Se trata de la ostentación de un estilo, de casi una tribu urbana realmente aberrante para cualquiera que tenga un mínimo de buen gusto. No estamos hablando de Steve McQueen en la piel de Thomas Crown ni de Cary Grant en el papel de… bueno, en cualquiera de los papeles interpretados por Cary Grant a lo largo de su carrera. No se trata por tanto de dinero o posición social .Se trata del reflejo de una España momificada y carpetovetónica, de mesa camilla y crucifijos en los salones.


Luis García Berlanga, quien posiblemente con sus películas hiciese más dinero que la mayoría de los “cayetanos” arrojados a hacer la “kale borroca” con polos Valecuatro de estos días, retrató de manera magistral esta España en su trilogía de “La escopeta nacional”, comenzando con la película que le da título en 1978. En ella el gran José Sazatornil, interpretando a un empresario catalán, se introduce en un escenario de cacerías, aristócratas, ministros franquistas y curas del Opus Dei en busca de poder colocar su negocio de porteros automáticos a escala nacional. Con los dos trabajos posteriores, “Patrimonio nacional” (1981) y “Nacional III” (1982), Berlanga traza un relato entre 1972 y 1981 con estos personajes que lejos de admitir su anacronismo se rebelan ante la incipiente democracia y mantienen sus parcelas de poder a toda costa. Es la España que seguirá esgrimiendo “usted no sabe con quién está hablando” cada vez que un agente de tráfico le coloca una multa, o la que tira de apellido como mejor dato en su “curriculum vitae”. En aquella España de la transición y los abrazos, los maestros Berlanga y su inseparable guionista Azcona pusieron su granito de arena haciendo lo que mejor sabían: hacernos reír retratando nuestra sociedad.


El pasado domingo por la noche en la emisora COPE se tronchaban a mandíbula batiente de la portada ficticia de magazine ficticio que reproduzco a continuación. De la parodia y la caricatura, de esta España capaz de reírse de sí misma en estos momentos. Contrasta con la seriedad con la que un viejo buen amigo de correrías de antaño se ha tomado esta y otras tantas burlas del momento, acusándonos a quienes las reímos de caer en la cosa esa tan comunista del “odio al rico”. Me pregunto en que momento cambiamos el gesto para hacerlo adusto y si los límites del humor, que imagino que existirán, merecen ponerse en cosa tan absurda y banal como esta. En que momento, me pregunto, nos hemos vuelto todavía más serios y estirados que la mismísima emisora de la Conferencia Episcopal. Hay una canción del último disco de mi banda favorita, Airbag, titulada “El centro del mundo” cuyo mensaje estos días resuena en mi cabeza con más vigencia que nunca. La sensibilidad de las redes sociales con sus particulares microcosmos, cada uno con su única, imperturbable e inmutable razón.








Supongo que como en todos los órdenes de la vida los límites, o en todo caso la gracia (nunca mejor dicho en este caso), validez, éxito, o como lo quieran llamar (siempre desde un punto de vista subjetivo, claro, lo que para mí es válido y exitoso posiblemente sea una bazofia para una gran mayoría de mis congéneres) está en la calidad del humor. Comparto totalmente aquello que defendió Oscar Wilde en su tristemente juicio contra el Marqués de Queensberry (trístemente para él y su inmediato futuro, para la humanidad nos dejó algunos de los mayores ejemplos de ingenio y brillantez en una vida prolija en tales asuntos) sobre la moralidad o inmoralidad en la literatura, punto de visto que ya había dejado claro en el prefacio de “El retrato de Dorian Gray”. Tampoco debiera estar el humor sujeto a tal moralidad, si no únicamente expuesto a la calidad del mismo. En ese sentido creo que las obras de Berlanga y Azcona poco reproche pueden recibir.


Jaume Canivell, (“¿catalán?, separatista, ¿eh?” le espeta el cura interpretado por Agustín González al escuchar su nombre) el personaje interpretado por “Saza” en la saga “nacional”, busca medrar su empresa haciéndose “amigo” de los círculos de poder que se mueven alrededor de las cacerías de la finca del Marqués de Leguineche aún a coste de su bolsillo y de humillaciones varias (la cacería acaba siendo pagada de su bolsillo pero tiene que reconocer en público que ha sido el marqués el “paganini”) No sería extraño encontrarse varios “canivelles” estos días por las calles del Barrio de Salamanca exclamando “¿qué hay de lo mío?” al calor de los apellidos más ilustres de la ciudad, pero en vez de blandir una escopeta los verán (afortunadamente para todos) ataviados con una cacerola.



sábado, 16 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XXXVIII): EL EJEMPLO ALEMÁN










Decía Lineker aquello de que el fútbol era un deporte que inventaron los ingleses, jugaban once contra once... y siempre ganaba Alemania. En la lucha contra el coronavirus parece que los germanos también llevan la delantera al menos en Europa. Sus cifras son asombrósamente bajas y no tienen parangón con el resto de países de su entorno. Alemania ha vuelto a dar un ejemplo de eficiencia y disciplina. Y si es cierto que el fútbol es un reflejo de la sociedad, la Bundesliga no podía ser ajena al desafío que supone seguir adelante en plena pandemia pese a los mensajes apocalípticos que proponen prácticamente una eutanasia social en la que toda actividad humana quede paralizada durante los meses, posiblemente años, que tardemos en encontrar la vacuna contra esto.


Lo dijo ayer Toni Kroos, quizás con cierto tono “chauvinista”. Si Alemania no es capaz de reanudar el fútbol nadie lo conseguirá. Y hoy toda Europa ha mirado al país germano con la esperanza de que marcasen un nuevo camino como el que encontró Erling Haaland en su avance hacia la portería del Schalke 04 para abrir el marcador del nuevo fútbol con su gol en el minuto 28. No podía ser otro que quien sin duda es uno de los delanteros de moda del fútbol continental con la camiseta del Borusia Dortmund.


Fútbol es fútbol”, decía Vujadin Boskov. Y lo que hemos visto esta tarde en los campos alemanes ha sido fútbol, pese a, una vez más, los aguafiestas y apocalípticos (urge una revisión del “Integrados y apocalípticos” de Umberto Eco versión pandemia, confrontando a los inmovilistas incapaces de avanzar hacia una nueva cultura frente a quienes asumimos que merece la pena afrontar el cambio, porque en el fondo la vida no es si no una constante adaptación al medio) que hablan de la tristeza de las gradas vacías y la falta de calor en los campos. Pero es fútbol. Un nuevo fútbol, con celebraciones más contenidas y contactos menos explícitos. Pero fútbol con sus quiebros, regates, gambetas, pases, remates y goles.


Definitivamente, hoy es un gran día. Gracias Alemania.





miércoles, 13 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XXXVII): LEYENDA NEGRA










Una de las características principales del nacionalismo, y hay que recordar siempre por detrás del victimismo, según el cual el infierno siempre son los otros y la nación en cuestión vive oprimida por diversos enemigos tanto exteriores (otras naciones o potencias que pueden suponer tanto un peligro bélico o de invasión física de territorio como de competencia económica o cultural) como interiores (los habituales traidores a la patria, peligrosos elementos ideológicos que atentan contra la pureza y esencia del pensamiento nacionalista), sería otra de las características como digo la reivindicación del pasado glorioso en el que sol no se ponía en el imperio en cuestión por contra un presente gris en el que la patria o país ha perdido el fulgor de antaño debido a la culpa de los desnortados dirigentes actuales que han traicionado el auténtico espíritu nacional (entroncando por tanto con el victimismo que busca enemigos en este caso interiores) tendiendo puentes y abriendo fronteras al exterior en demasía (en nuestro continente no hay más que observar la “eurofobia” de cualquier nacionalismo y el empeño en cargarse la Unión Europea)


Así en España el nacionalismo actual, cuya punta de lanza proviene de la fundación DENAES (Defensa de la Nación Española), revestida de una pátina intelectual gracias principalmente al calor de una figura tan potente como el filósofo Gustavo Bueno, padre espiritual del movimiento quien en 2001 publicó junto a Santiago Abascal la obra “En defensa de España. Razones para el patriotismo español”, y sacudiéndose así la caspa del nacional-catolicismo del cual también beben igual que el nazional-bolchevismo de Limonov y el llamado “rojipardismo” se inspira por igual en comunismos y fascismos entroncando en el espíritu nacionalista y patriota, el nacionalismo español actual como decía mira a ese pasado glorioso imperial e imperialista, potencia “generadora” (siempre citando a Bueno) mientras reniega del presente papel de España en el mundo, errado y equivocado y preso de las garras de ciertos movimientos sociales ligados a la izquierda actual, la cual, como no podía ser de otro modo, no es que sólo sea también traidora a la patria, es que la principal traidora, el enemigo de España por antonomasia. Se presenta así a la socialdemocracia moderna como un sistema débil incapaz de defender la nación, con lo cual es inevitable el retorno a los totalitarismos que siempre han caminado parejos a los nacionalismos.


Mirar al pasado para desmontar mitos y derribar leyendas negras en base al rigor histórico es algo totalmente reivindicable. Contextualizar situaciones, diseccionar y comprender cada escenario es necesario. Incluso denunciar discursos repletos de maldad y odio hacia nuestra historia tejidos desde otras latitudes. Hacerlo envuelto en la bandera rojigualda apelando al patriotismo y buscando con ello el camino al poder político ya es otro tema y algo que hay que dejar a auténticos “profesionales” del vivir del cuento.


Lo que no puedo evitar es preguntarme es si dentro de varias generaciones, nuestros compatriotas españoles del futuro, mirarán atrás, a este 2020, y serán capaces de contextualizar y diseccionar nuestro presente como nosotros no estamos sabiendo hacer. Si se rebelarán contra campañas y bulos propios y extranjeros, contra periodistas de otros países que aluden a la inteligencia de nuestros ciudadanos o contra tertulianos patrios que hablan de un estado que torpedea la libertad del español de principios del siglo XX. Si se preguntarán cómo es posible que se diera pábulo a tanta información tan poco rigurosa como algoritmos australianos que nos sitúan como el país con peor gestión ante la crisis a la par que desde dentro nos empeñábamos en seguir clamando sobre una presunta censura en redes sociales (a lo mejor hasta se acuerdan de la Ley Mordaza) Si se fijarán en que a día 13 de Mayo de 200, cuando escribo esto, España arrojaba un porcentaje del 66,95% de recuperados (180470 de 269520, cifras extraídas de la web estadounidense Worldometer, una de las más completas en ofrecer estadísticas sobre la pandemia y con actualización a tiempo real), un 23,05% de casos activos, y un doloroso 9,98% de fallecimientos. Sólo Alemania presenta cifras más alentadoras (85,81% de recuperados, 9,7% casos activos, 4,47% fallecidos) Pero si nos comparamos con el resto de grandes países de nuestro entorno afectados por la pandemia parece que nuestra eficiencia sanitaria no sale tan mal parada. En Italia sólo se han recuperado el 49,29% de los infectados, mantiene un 36,73% de casos y los fallecidos ascienden al 13,97%. Francia ha recuperado al 32,42% de los pacientes, mantiene un 52,43% de casos activos y la tasa de mortalidad es del 15,14%. Nuestro vecino Portugal sólo ha recuperado a un 10,79%, pero sus casos activos son el 85,03%, por contra presenta un 4,16% de fallecidos. Reino Unido no presenta número de recuperados, sólo podemos observar su 14,43% de fallecidos y por tanto un 85,41% de casos activos ya que como decimos no informa recuperados (por si no se habían dado cuenta, aquí cada país hace las cosas a su manera) Fuera de Europa, en Estados Unidos se han recuperado un 21,06% de los infectados, mantiene un 73,01% de casos activos y han fallecido un 5,92% de los enfermos. Brasil recupera a un 40,73%, mantiene un 52,27% de enfermos y ha perdido un 6,99% de vidas del total de contagiados por covid-19.


Se preguntarán en definitiva los futuros españoles si realmente se hicieron tan mal las cosas en un país que afrontaba recientes recortes sanitarios y aun así mantenía una esperanza de vida muy alta (la más alta del mundo junto a Suiza y Japón), cuestionarán el patriotismo de quienes piden salir a la calle a manifestarse en plena pandemia y reprocharán su irresponsabilidad y falta de amor al país en unos momentos tan duros que exigían otra mentalidad que no fuera la pirotécnica e incendiaria. Derribarán en definitiva la leyenda negra de la España 2020 y la covid-19.


Mientras tanto seguiremos viendo como lo más “patriota” ahora mismo es salir a las calles sin respetar las medidas de seguridad a pedir la dimisión del gobierno insultando y agrediendo a las fuerzas de orden público.



viernes, 8 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XXXVI): NADA QUE CELEBRAR









Otro de los mantras (ya hemos comentado en alguna ocasión que una crisis también es estupendo caldo de cultivo para mantras inamovibles) más utilizados en estos días de poses adustas es que no hay nada que celebrar. Que los miles de fallecidos por el covid-19 impiden hablar de buenas noticias, de luces al final del túnel, de pequeñas esperanzas… se ha llegado incluso a romper uno de los pocos símbolos de unidad que de manera espontánea había adoptado nuestro país como es el de los aplausos a nuestros sanitarios desde las ventanas a las ocho de la tarde, acusándonos a quienes seguimos fieles a un rito que tiene tanto de emotivo como de anímico de vivir anestesiados, faltos de crítica y como fuera de la realidad.


Contrasta esa defensa a ultranza del luto y el rigor, sobre todo teniendo en cuenta que es la derecha (PP y Vox), una vez más erigiéndose en ejemplo de patriotismo y en lo que significa ser buen español, con las manifestaciones de alegría ante los pequeños o grandes éxitos que desde algunas administraciones no centrales regidas o apoyadas por estas formaciones hemos visto estos días en los medios de comunicación. Especialmente significativo es el caso de Isabel Díaz Ayuso (quien con justicia podríamos decir que se ha convertido en nuestra pequeña y local Donald Trump gracias a ocurrencias tales como lo de “también todos los días hay atropellos”) en la Comunidad de Madrid, a la que hemos visto ausentarse de un consejo de gobierno para atender una entrevista de televisión, llegar dos horas tarde a una videoconferencia de presidentes autonómicos con Pedro Sánchez por fotografiarse sonriente delante de un avión recién aterrizado con material sanitario (posteriormente descubrimos que parte del mismo era defectuoso), defender la comida basura para niños sin recursos (aprovechando para hablar de Venezuela, ¡chupito!) frente a las recomendaciones de médicos, dietistas e incluso la fundación de los hermanos Gasol, expresar su “jartura” por el confinamiento, y como punto culminante, como gran climax, el cierre del hospital de campaña del IFEMA, convertido así en hospital de campaña… electoral. Las imágenes de autoridades y sanitarios apiñados en festiva celebración y sin guardar la mínima distancia de seguridad por el cierre del improvisado hospital, muestra evidente de que la presión sanitaria se había reducido considerablemente, provocaron tal bochorno en la sociedad que ipso facto muchos de los protagonistas (Begoña Villacís, Ignacio Aguado, o el alcalde Martínez Almeida) se apresuraron a pedir disculpas y reconocer el error. No fue el caso de nuestra heroína, quien tardó varios días en tímidamente reconocer el disparate, dejando por el camino, como no, más muestras de su metamorfosis en la Donald Trump castiza. Primero acusó a Podemos, ¡cómo no!, de haber convocado a dos docenas de sanitarios al acto, una acusación tan infundada como estrambótica (¡sanitarios en el cierre de un hospital de campaña, a quién se le ocurre, es mucho más importante que haya centenares de políticos!), y posteriormente dejó otra de sus perlas, de sus highlights pandémicos cuando afirmó que al ser en un espacio abierto no había riesgo de contagio. Amigas feminazis, ya saben, cuando alguien les vuelva con la cantinela del 8M márquense un Ayuso y digan que no pasa nada porque fue al aire libre.


Somos muchos los que defendemos que por muy mal que vengan dadas tenemos que seguir riendo, viviendo, celebrando la vida… lo hemos dicho desde el principio y así lo seguiremos haciendo. Tenemos que llorar a nuestros muertos pero congratularnos de nuestros recuperados. El porcentaje de ciudadanos que ha superado la enfermedad es altísimo, sólo Alemania nos supera en un dato positivo que sin embargo a nadie parece interesar, nadie habla de ello. Igual que nadie reclama, entre tanta exigencia de transparencia y verdad estadística, una rigurosa contextualización demográfica que nos hiciera ver porque nuestro número de fallecidos es tan alto más allá de la evidente mala gestión del gobierno y su falta de reacción hace ya unos meses.


Por supuesto que hay mucho que celebrar, y cada día más. Cada día hay un nuevo motivo de esperanza. Si no fuera así, ¿para qué seguir viviendo?, pero por favor, dejen de pensar que los buenos españoles son sólo los que visten la corbata negra.


martes, 5 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XXXV):LA COLERA DEL ESPAÑOL SENTADO











Yo siempre me acuerdo mucho de mi padre, que en paz descanse, pero especialmente el recuerdo se intensifica estos días. Recuerdo aquella época en el Bar Liceo y no puedo evitar pensar como hubiera cambiado nuestra vida, como hubiéramos tenido que afrontar el cierre del local durante unas semanas y si hubiésemos sido capaces de encontrar la reinvención necesaria en la que andan inmersos la mayoría de los pequeños hosteleros de nuestro país.



Pero también me pregunto cuál sería su opinión sobre todo lo que está sucediendo. Si se hubiera ciscado en el gobierno o en la oposición o en todos o en ninguno, si se hubiera atrevido a decir que esto le parecía mal y esto bien o viceversa, o como buen gallego nadie hubiera sabido si subía o bajaba por la escalera y hubiera preferido rumiar para sus adentros y pasar de milongas y discusiones que total no le iban a llevar a sitio ninguno.


La barra del bar ha sido tradicionalmente en nuestro país escenario de encendidos debates de diversos campos, desde el fútbol a la política. Muchos años antes de la aparición de redes sociales donde poden depositar nuestras miserias, el español medio se desahogaba yendo al bar, donde con suerte algún otro parroquiano aceptaba el envite del parloteo a ser posible manteniendo posturas opuestas, ya que ahí residía la gracia. Manolo, culé furibundo, entraba relamiéndose al bar buscando a Pepe el madridista para pasarle por la cara el 5-0 de la noche anterior en el Nou Camp mientras que Felipe, el “progre”, se ponía como un miura cuando Mariano el “facha” hablaba del Caso Filesa. Así funcionaba España que mantenía su particular ecosistema guerracivilista en los pocos metros cuadrados de un bar sin el rotundo altavoz de Twitter o Facebook. No se crean por ello que ahora nuestra sociedad está más polarizada, si no que antes las boutades y salvajadas se quedaban en la barra del bar y la barbaridad que soltaba el panadero de Cacabelos no llegaba a oídos del tapicero de Vilanova i La Geltru que hace una captura de twitter al grito de “¡vean ustedes como son esta gente!”


Pero había días que Manolo y Mariano no encontraban a sus némesis, y claro, el desahogo caía en el paciente hostelero, o sea, en este caso mi padre, quien con su habitual e impertérrito gesto (de vez en cuando se le escapaba un bostezo) asentía con un diplomático “ya home, ya” para una vez finalizado el soliloquio de su a la fuerza interlocutor espetar una de sus mejores sentencias: “al español todo le molesta”. Aquello, claro, dejaba al cliente entre decepcionado y descolocado. ¿A qué español se refería mi padre?, ¿al qué pensaba como el cliente que le había dado la chapa o a los otros?, ¿al qué se quejaba del gobierno o de la oposición?, ¿al barcelonista que reclamaba fuera de juego o al madridista que pedía penalti?, y como es sabido que “Vox no discuten si uno no quiere” al parroquiano no le quedaba otra que agachar la cabeza y dejar de dar el coñazo al no identificar si hablaba con enemigo o aliado de cuales fueran sus postulados.


No es que fuera precisamente mi padre muy aficionado a la literatura (aunque se devoraba todos los años la entrañable publicación norteamericana conocida como “Almanaque mundial” en su edición traducida al castellano, lo cual le nutría de unos conocimientos sobre geopolítica mundial que ya quisiera cualquier tertuliano de medio pelo), pero sin saberlo ni pretenderlo seguía los pasos, siglos después, de Lope de Vega, quien en su ensayo de 1609 “Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo” hablaba de la “cólera del español sentado”, ese espectador de juicio implacable dispuesto a destrozar sin piedad la obra escenificada la cual nunca estaría representada a su gusto. No cuesta reconocer a ese español colérico a día de hoy, quien en un radical giro dramático y a falta de encontrar barra de bar en la que desahogarse es capaz hasta de contradecirse a sí mismo cada cinco minutos con tal de mantener el grueso tono de enojo que pide el papel.


Si seguimos confinados, malo… si comenzamos la desescalada, peor. Si mantenemos un mando único, horrible, y si delegamos en las comunidades autónomas terrible. Otra prórroga del estado de alarma sería una insensatez, pero finalizar tal excepcional estado un paso al abismo. Las pagas a los ciudadanos sin recurso, una estupidez caritativa, pero dejarles al desamparo una muestra de egoísmo inaceptable. Mantener los negocios cerrados es condenarlos a la quiebra, permitir abrirlos es no pensar en la salud de los ciudadanos.


No es el viejo refrán de que nunca llueve a gusto de todos, si no que no llueve demasiado. El español sentado confortado en la seguridad y certeza de su cólera sólo espera la tormenta para, entonces sí, levantarse y aplaudir mientras los truenos iluminen el cielo.






sábado, 2 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XXXIV): CIUDADANO ABASCAL









Si el caos pandémico ha servido para que, como se suele decir, se les vean las costuras a personajes que más que política representan extravagancia, como son Trump, Bolsonaro o Boris Johnson (¿de verdad hay alguien en este país que les defienda y que siga diciendo que si se presentasen en nuestro país les votarían?), en España tenemos esa parcela bien cubierta con los alegres fachillas de Vox (con lo cual me respondo a mí mismo, sí, Trump, Bolsonaro y Johnson sacarían votos en España, muchos votos de hecho)



La bancada nazional-católica está aprovechando la menor oportunidad que les brinda el foco mediático de la pandemia en clave política para dar el cante como si siguieran por la pradera de San Isidro dedicando coplillas a la bruja mala y rojísima de Carmena. Claro que parece que hay una asignatura del nazional-catolicismo (del catolicismo en general) que se han saltado o han olvidado: el dogma de la infabilidad del Papa.



Si, la Iglesia Católica tiene sus dogmas. Suerte que tenemos los ateos, oigan, que no seguimos dogmas. Pero el señor que libremente escoge unirse a una institución como la Iglesia Católica ha de saber que eso supone aceptar los dogmas que dicha institución impone. Lo contrario “no se vale”, es hacer trampas, y peor todavía, es atentar contra esa propia institución a la que se dice defender (y de hecho se defiende ante los pérfidos rojos comunistas y ateos)



La infalibilidad del Papa está recogida desde el Concilio Vaticano I, en 1870, otorgando a cualquier declaración del Sumo Pontífice rango de verdad y dogma no rebatible por sus fieles. Cuando el Papa habla no da una opinión personal, expresa un dogma para quienes han escogido la religión católica, ya sea que hablemos del alma de los animales o de una renta mínima para los ciudadanos del mundo. ¿Qué es una putada?, pues es fácil. No se hagan católicos.



Las declaraciones de Santiago Abascal reprobando las palabras del Papa Francisco sobre una posible renta mínima vital y refiriéndose a él como “ciudadano Bergoglio” son una ridícula trampa en el solitario por parte del líder de una formación cuya carencia de precisamente sentido del ridículo parece de sobra demostrada. Quiere Abascal hacernos creer que el Papa sólo es Papa cuando a él le interesa, y que cuando su discurso (discurso que no deja de ser en esencia cristiano) entronca con su ideario neoliberal ya no habla en nombre de la Iglesia Católica, si no como un ciudadano cualquiera. Todo ello mientras agita toda su vehemencia en el congreso pidiendo defensa a ultranza de la monarquía borbónica por mucho que la manta de nuestro anterior Jefe de Estado cada vez va dejando al descubierto mayor miseria y corrupción.



No es el ciudadano Bergoglio quien ha reconocido la necesidad de una renta básica mínima vital y universal para cualquier ciudadano del mundo, si no el líder de la Iglesia Católica a la que el señor Abascal dice pertenecer, pero cuyos postulados no defiende ni practica.



Pese a que al actual pontífice se le haya atizado desde el comienzo de su mandato, acusándole de “Papa rojillo”, poco menos que un Satán con sotana (como todo lo que tiene que ver con la izquierda), lo cierto es que su discurso no difiere mucho del tan añorado Juan Pablo II, quien en sus encíclicas dejó claras sus preocupaciones por los abusos del capitalismo y defendió la necesidad del socialismo de estado. En 1981 en su encíclica “Laborem exercens”, Karol Wojtyla escribe literalmente en sus referencias al “empresario indirecto” (en primer lugar, el estado) que está en “la obligación de prestar subsidio a favor de los desocupados, es decir, el deber de otorgar las convenientes subvenciones indispensables para la subsistencia de los trabajadores desocupados y de sus familias es una obligación que brota del principio fundamental del orden moral en este campo, esto es, del principio del uso común de los bienes o, para hablar de manera aún más sencilla, del derecho a la vida y a la subsistencia”.



Desconozo cual era la opinión del ciudadano Abascal sobre las reivindicaciones socialistas de Juan Pablo II, la gigantesca figura bajo la que caminó la Iglesia Católica hace unas décadas. Posiblemente estaría demasiado ocupado pensando como vivir del estado español de las autonomías que tanto interés tiene en demoler y soñando con el día en que llegaría a ingresar sus 80000 euros anuales más dietas que llegó a cobrar por no dar un palo al agua como director general de la Fundación para el Mecenazgo y el Patrimonio Social de la Comunidad de Madrid gracias a otra gran católica como Esperanza Aguirre.










viernes, 1 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XXXIII): 1 DE MAYO












1 de Mayo. Día de reivindicaciones laborales. Es decir, vitales, ya que desde que fuímos expulsados del Paraíso estamos obligados a ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Así se cuenta en el Génesis, en el relato de la creación del hombre, sin embargo no es hasta finales del siglo XIX (recordemos que se conmemora la huelga general estadounidense del 1 de Mayo de 1886) que comenzamos a hablar de “derechos de los trabajadores”, en realidad llevamos poco más de un siglo de avances en ese sentido con pasos adelante y algunos atrás (en España todavía duelen las dos reformas laborales de 2010 y 2012), avances que nunca olvidemos en cualquier momento pueden venirse abajo como un castillo de naipes. La reivindicación laboral por un trabajo digno y una relación justa entre los distintos protagonistas del sistema capitalista y productivo en el que vivimos sigue teniendo validez. Por supuesto.


Pero este 1 de Mayo del confinamiento y la pandemia nos sirve también para reflexionar, que al fin y al cabo es lo que más hacemos estos días intentando que nos lleven tales reflexiones a algún buen puerto (y desde luego un puerto común, o así debería ser por mucho que algunos sigan con el “¿qué hay de lo mío?” a lo Saza en “La escopeta nacional”) y darnos cuenta de las distintas realidades de nuestra sociedad, porque sí, queda muy bien decir eso de que el virus no conoce fronteras ni ideologías ni clases sociales, pero no, no es lo mismo como está afectando esto a un gran directivo de una empresa del IBEX 35 con un chalet en la sierra que al autónomo padre de familia de Usera que haya tenido que cerrar su pequeño bar con el que alimentaba y pagaba los estudios de sus hijos.


Hoy casi diríamos que podemos celebrar el Día Internacional del Teletrabajo, en vista de como muchos puestos de trabajo se han adaptado felizmente a ese nuevo escenario. Es una gran noticia como tantas empresas en un tiempo record (todavía recuerdo la infatigable jornada del 13 de Marzo en mi oficina hasta que pudimos irnos a casa, ya bien entrada la noche, con la certeza de que el lunes podríamos trabajar desde casa con las menores incidencias posibles), pero a la vez derrumba esa infame teoría de crear grandes ciudades empresariales obligando a los trabajadores a vivir en una endogamia propia de “Melrose Place”, donde llegas joven a tu nuevo puesto de trabajo en el que vas a hacer vida durante decenas y decenas de horas todas las semanas, donde tus tiempos de descanso serán consumidos en ese mismo lugar, donde trabajarás, comerás, descansarás y harás tus horas de ejercicio físico. Posiblemente te enamorarás porque eres joven y la única relación que tienes con el resto de seres humanos es en el trabajo. Quizás te cases e incluso si tienes hijos no hay problema porque tu empresa dispone de una magnífica guardería en tu mismo puesto de trabajo. Hemos asistido a esta locura en los últimos tiempos, a esta especie de “apartheid” laboral que no conduce si no a elevar todavía más las diferencias sociales. Con los sectores laborales tan estrechamente encerrados en si mismos se perpetúan todavía más las alternativas únicas que parecen ir asociadas a un determinado estrato social con cierto tipo de trabajo, y se pierde algo tan maravilloso como que un ingeniero con carrera se ponga a discutir de fútbol o política con el electricista del barrio tomando un carajillo en el bar de la esquina. Claro que el problema ahora es que no podemos tomarnos un carajillo en local alguno, pero al menos el teletrabajo viene a desmontar la idea de que ingresar en una determinada empresa se convierta en poco menos que unirte al Opus Dei.


Otra reflexión común estos días es la de los “puestos de trabajo esenciales”, con cierta demagogia y que puede ofrecer distintas lecturas según cual sea la bancada en la que uno está enrolado. Porque si bien es cierto que la crisis pandémica nos ha demostrado que un cajero de supermercado puede ser más importante ahora mismo que el dueño de una cadena hotelera, también hemos visto a los de la trinchera nazional-católica (cuyo comportamiento durante toda esta crisis en general está siendo el de un cante inmenso) celebrar que nuestros actores y actrices y otros personajes de la cultura hayan tenido que parar su actividad (volviendo al casposo calificativo propio de esa época franquista que tanto añoran de “titiriteros”) mientras que en la huerta se siguen plantando lechugas. Eso sí, sigue el “Sálvame” en la parrilla televisiva y además los “periodistas” de cabecera del nazional-catolicismo casposo están más “on fire” que nunca sacudiendo las redes con sus sesudos análisis políticos mientras señoritas en paños menores aparecen a lo lejos del plano, en la mejor tradición de las películas de Pajares y Esteso. Pero como digo lo de estos señores es dar el cante constantemente a ver si cae la breva y llegan hasta donde otros ilustres botarates del estilo de Trump y Bolsonaro lo han hecho.


No obstante es innegable, como bien afirma Héctor G. Bárnes en su blog“Mitologías”, reivindicar el “sentido social” de nuestros trabajos. Ahí es donde nos damos cuenta de que muchas de las cosas que hacemos para ganarnos el pan son simplemente para eso, para ganarnos el pan y no para el bien de la sociedad. Buscar ese sentido social en lo que hacemos debería ser algo reivindicable pero no sólo ahora, inmersos en una crisis que exige esa solidaridad y sentido social. Debería serlo siempre. Claro que yo no soy tan catastrofista, dado que considero que vivo dentro de un engranaje que funciona con cada uno de nuestros actos y si mi trabajo (y pienso en el mío en concreto ahora mismo) sirve para que a diario se muevan una cantidad de operaciones financieras creo que bien enfocado puede hacer que tengamos más recursos, mejor sanidad, y mejor sociedad. Personalmente creo que capitalismo y socialismo pueden convivir y que una sociedad de consumo no tiene porque ser en esencia “mala” si sabemos orientar y ver los beneficios de dicho consumo. Por eso yo lejos de alegrarme el hecho de que haya parado la industria del cine, o al menos del cine convencional, lo lamento. Al igual que pienso por ejemplo del deporte o tantas cosas que nos permitían vivir en un confortable estado evasivo que no tiene porque significar anestesia (ni mucho menos anestesia social) si no más bien al contrario rebelión. Recuerden que los antiburgueses más furibundos no escribían sobre política, si no que enorbolando la bandera del simbolismo reivindicaban la mitología, el paganismo o el satanismo, por ejemplo (hablo evidentemente de los rebeldes simbolistas franceses del “fin de siecle”) Precisamente una de los tópicos que hemos padecido quienes hemos intentado crecer con una cierta educación y sensibilidad cultural era escuchar eso de que la poesía o la música no valían para nada, ni siquiera incluso la filosofía. Ese cruento “para nada” buscando darle únicamente un valor material a nuestra educación, a nuestros actos, o nuestra vida siempre me pareció un argumento a derribar. Necesitamos una buena película o un buen partido de fútbol tanto como que haya un técnico de lavadoras en el barrio.


Feliz 1 de Mayo a todos los trabajadores y trabajadoras del mundo y hoy más que nunca desear (y alertar sobre ello) que esa tan cacareada “nueva normalidad” no signifique que en este transitar de avances de derechos laborales retrocedamos varios pasos. O dicho en castizo, que no lo paguemos los de siempre.