viernes, 23 de abril de 2021

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XLIX): CAÑAS Y TOROS

 






De lo poco que nos dejó el “no debate” de esta mañana en la SER más allá del ruido y la “guerra cultural” de Monasterio heredada de las tácticas de Steve Bannon con el trumpismo en Estados Unidos y ese populismo victimista hablando de una dictadura progre que no sólo le pone un micrófono delante para decir lo que piensa si no que incluso le permite presentarse a presidenta de la comunidad autónoma donde se aloja la capital de España (la dictadura más rara que he visto en mi vida), me quedo con el recurso pueril una vez más de cuestionar las restricciones de movilidad impuestas por la pandemia. Ese momento cuñadista de la candidata con sus modales de elefanta en cacharrería ante Mónica García: “a ver, usssted que esss la médico, dígame, presénteme una evidencia de que el virus contagia más a las once de la noche que a las diez y media”. No, el virus no contagia más a las once de la noche que a las diez, de hecho contagia menos gracias al toque de queda, y si el toque de queda fuera a las diez de la noche contagiaría menos a las diez que a las nueve, y si el toque de queda fuera a las nueve contagiaría menos a las nueve que a las ocho... porque el mayor aliado del contagio es la movilidad. La medida más segura para evitar contagios y transmisiones sería el confinamiento total, cosa que ya sufrimos el pasado año durante casi dos meses y creo que todos estamos de acuerdo en que ahora mismo no estamos dispuestos a volver a pasar por ello. Sería terrible. Sin embargo haber estado en casa estos últimos meses, la mayoría de ellos invernales, a las once de la noche, ha sido un pequeño esfuerzo que creo que todos podemos asumir si es por el bien común, a menos de que seas un malcriado y acostumbrado a hacer lo que te de la gana independientemente de lo que suceda a tu alrededor (posiblemente Monasterio de eso sepa mucho), como ese mocoso que llora si no le compran un juguete nuevo porque en su inocencia no es capaz de entender que quizás sus padres no puedan permitirse hacer el gasto. Quejarse por estar en casa a las once de la noche en un estado de pandemia global y cuando tus países vecinos (o comunidades autónomas vecinas ya que estamos hablando de un debate surgido en las elecciones a la presidencia de la comunidad de Madrid) han sufrido restricciones mucho más duras sólo tiene un calificativo: infantilismo. Y pocas cosas más infantiles hay que reivindicar una “libertad” así a pelo, sin filtro y sin consecuencias. Hay mucha más libertad para el común de la sociedad en que las parejas homosexuales puedan casarse o adoptar niños, en que un enfermo pueda solicitar poner fin a su vida o en que los profesores puedan hacer el trabajo para el que han dedicado años de su vida estudiando sin interferencias de los padres (cosas todas estas a las que se opone la señora Monasterio y el partido al que representa) que en estar por la calle de madrugada en medio de la pandemia global más grave desde hace 100 años. Infantilismo. El debate no debe estar en si el virus contagia más a las diez o a las once de la noche. Contagia lo mismo y contagia mucho. Mata en muchos casos, en otros deja secuelas graves, todavía está por ver si crónicas. No puede ser que la Francia de Macron, la Alemania de Merkel, o el Reino Unido de Johnson, corríjanme si me equivoco pero creo que de socialcomunistas tienen poco, con medidas más severas en el global de este último año que España, sean todos unos liberticidas junto a Pedro Sánchez “el sepulturero”. No puede ser que quienes quieren expulsar inmigrantes de nuestro país, ilegalizar partidos políticos, derogar derechos a los homosexuales, impedir la eutanasia o coartar la libertad de los profesores en las aulas, sean los adalides de la libertad. No se lo puede creer nadie salvo que tenga la mentalidad infantiloide de una Rocio Monasterio y esos mundos de Yupi cuando en 2021, décadas después de la caída del Muro de Berlín o la desintegración de la Unión Soviética vengan con ese rollito de “¡ey!, ¡qué me acabo de enterar que el comunismo es muy malo!, ¡notición, hay qué decirselo a la peña!”, son peores que los nuevos djs de 40 años. Una Monasterio o una Ayuso, que va de la mano en esto, claro. Es un nivel bajísimo y muy peligroso cuando la política consiste en poder tomarse una caña. Así cualquiera. ¿Qué usted no llega a fin de mes? ¿Qué no puede pagar la calefacción? ¿Qué paga un alquiler indecente por un zulo de 30 metros cuadrados? ¿Qué trabaja seis días a la semana acumulando horas extras no pagadas pasando 14 horas al día fuera de casa viajando en vagones de metro o cercanías hacinados? ¿Qué tiene que esperar meses para una cita sanitaria? ¿Qué no puede pagarse siquiera un dentista o unas gafas nuevas? No pasa nada amigo, recuerde que... USTED VIVE EN MADRID, y usted... ¡puede tomarse una caña y vivir a la madrileña! E incluso si ahorra un poquito y un mes come día sí día no (es que también lo queremos todo... comer todos los días y tal) a lo mejor hasta puede... ¡ir a los toros! Y además ya verá que tipín se le queda.














viernes, 16 de abril de 2021

JAZZ DE MADRUGADA








 Por alguna razón que no alcanzo a entender y pese a que me congratulo de no padecer habitualmente problemas de insomnio esta semana me ha costado conciliar el sueño más de lo habitual y conseguir hilar seguidas las necesarias horas de reposo. Esta última madrugada, una vez acabada la programación deportiva nocturna de las principales emisoras de radio nacionales, hice un poco de zapping a través de las ondas consiguiendo un dulce estado de duermevela, lo que estaba buscando, mecerme en el sueño con la voz de un locutor dedicado a algún tema que oscilase en un equilibrio entre resultar instructivo y apasionante como para sacarle algún provecho pero sin demasiado apasionamiento que no haría sino dificultarme todavía más el sueño.

 

Ya sumergido como digo en ese estado de duermevela una melodía de jazz fue introduciéndose cada vez más en mi cerebro hasta el punto de hacerla reconocible y despertarme por completo. Era el “Theme for Kareem” que publicara el trompetista Freddie Hubbard en su álbum “Super Blue” de 1978. El motivo de pinchar aquella canción no era otro que el de celebrar el 74 cumpleaños de una de las mayores leyendas del deporte de todos los tiempos, Kareem Abdul-Jabbar. Reconocido amante del jazz por otro lado (conocida es la historia sobre su colección de discos arrasada en el incendio de su casa de Bel Air), Kareem llegó a definir la trompeta en una de las piezas de Hubbard, “Suite Sioux”, como el equivalente musical a uno de aquellos contrataques con los que sus Lakers honraban el “show time”. 

 

La discusión sobre el mejor jugador de la historia, complementada en los últimos tiempos con la etiqueta del “GOAT” (greatest of all time) me resulta del todo punto absurda y cansina, además de sepultada por una dictadura de pensamiento único que impone a Michael Jordan como el mejor que ha existido nunca y que existiría jamás,  hasta el punto de que todo el baloncesto posterior a MJ es otro deporte para quien practica ese integrismo. En todo caso, y por darle un poco de espacio a las nuevas generaciones, se deja asomar al debate a Kobe Bryant o LeBron James (nunca Tim Duncan con sus cinco anillos y 3 MVP de las finales), y los más nostálgicos se atreven con “Magic” Johnson o Larry Bird. Más atrás de eso no existe nada, como si la NBA comenzase exclusivamente en aquel verano de 1979 en el que los prodigios de Michigan e Indiana oficializasen su desembarco en la mejor liga de baloncesto del mundo (la cual es justo reconocer que ambos astros, “Magic” y Bird, cambiaron para siempre) Pero antes hubo otros jugadores que, parafraseando la autobiografía del propio Kareem, dieron “pasos de gigante” (“Giant Steps”, otro guiño al jazz y a un célebre tema de John Coltrane) para que el baloncesto evolucionase hasta convertirse en ese deporte que muchos tomamos como religión. Gigantes como Chamberlain, Russell o Kareem, que nunca entrarán en el fastidioso debate del “GOAT”, pero sin cuya influencia no podría entenderse la NBA actual.  

 

El palmarés de Kareem en su intergeneracional carrera (llegó a jugar en tres décadas diferentes, algo inaudito en su momento y que con el tiempo igualaría Tim Duncan… o incluso superaría Vince Carter cuyo nombre figura en partidos NBA de cuatro décadas nada menos) habla por si solo. La carta de presentación con la que aterrizaba el número 1 del draft de 1969 (también fue escogido en esa posición aquel mismo año en la ABA) ya resultaba insultante en cuanto a su capacidad dominante. Tres títulos de campeón universitario en la invencible UCLA de John Wooden con medias de 26.4 puntos y 15.5 rebotes, realizando un juego tan tiránico sobre sus rivales que la NCAA llegó a prohibir los mates durante unas diez temporadas, levantando la sospecha de que se buscaba limitar la superioridad del siete pies de Harlem. El argumento oficial sin embargo era el de cuidar el físico de los jugadores y reducir el número de lesiones además de evitar la rotura de tableros (por aquella época eran fijos, no basculantes) La respuesta de Kareem (todavía Lew Alcindor) fue desarrollar el lanzamiento que se convertiría en su mayor seña de identidad: el sky hook. Tres temporadas inolvidables en la universidad angelina, que hubieran sido cuatro de no existir la regla por aquel entonces que distinguía un equipo de jugadores de primer año (freshman) y otro llamado “varsity” en el que se englobaban los del resto de ciclo universitario (entre segundo y cuarto año) Es difícil no pensar de que de no existir aquella norma Kareem hubiera ganado cuatro títulos de la primera división de la NCAA, baste recordar que aquel primer curso 1965-66 se abría con el tradicional partido inaugural entre los dos equipos, de primer año y los “mayores”. Contra todo pronóstico los freshman vencían a los veteranos con 31 puntos, 20 rebotes y 7 tapones de Alcindor…y John Wooden frotándose las manos.

 

En la NBA pocas carreras podrían considerarse más legendarias que la de Jabbar, incluyendo la del intocable Jordan. 20 temporadas jalonadas con 6 anillos, 6 MVP de temporada, 2 de finales, 19 veces All Star y 10 veces incluido en el Mejor Quinteto de la temporada. Y lo que le confiere una mitología especial por encima de todos los demás jugadores, ese título honorífico de mayor anotador histórico de la mejor liga de baloncesto del mundo. Nadie ha hecho tantos puntos ni anotado tantas canastas en semejante escenario, e incluso en estos años de desorbitado volumen anotador preferiblemente sumando de tres en tres sus 38387 puntos siguen resultando una cima inalcanzable para el resto de los mortales, excepto para un LeBron James cuya presencia en el Olimpo y carácter mitológico también estás fuera de toda duda y quien si es capaz de mantenerse sano y a su nivel del pasado curso durante tres temporadas más, o incluso dos, parece el único capaz de derribar un muro tan infranqueable.

 

Pero incluso más allá de los impresionantes números, la figura de Kareem resulta absolutamente imprescindible para comprender la actual NBA y su influencia en la sociedad. Cuando un personaje tan infame como Donald Trump llegó a calificar la liga como una “organización política” está claro que se han seguidos los pasos correctos. El activismo social o la lucha contra el racismo no es una cuestión política, si no humana y valga la redundancia, social. Sólo se intenta contaminar desde un prisma político cuando los enemigos de tales principios se ven sin argumentos y por tanto llevan a ese terreno una batalla en la que sin embargo todos los seres humanos deberíamos estar en el mismo bando. Kareem, junto a otros pioneros (Oscar Robertson, Bill Russell…) fue una de las primeras estrellas en demostrar una enorme conciencia social que perdura hasta nuestros días (actualmente está en plena campaña de concienciación promoviendo la vacunación contra la covid-19) Su sensibilidad en el tema del racismo le llevó a renunciar a los Juegos Olímpicos de 1968 en protesta por la violencia racial cuyo climax supuso el asesinato de Martin Luther King en la primavera de aquel olímpico 68. Hay que recordar que Kareem es hijo del asfalto de Harlem, cuyas calles sufrieron una inusitada ola de racismo y violencia en las décadas de los 40 y 50, especialmente significativo el caso de las revueltas de 1943 en las que seis afroamericanos perdieron la vida.

 

La biografía de Kareem Abdul-Jabbar arroja un irresistible trazado entre lo social y lo intelectual, melómano, escritor, novelista (celebradas son sus novelas basadas en Mycroft Holmes, el hermano del más celebre detective de todos los tiempos)… todo eso complementando a un enorme deportista quien también fue pionero en lo que ahora se conoce como empoderamiento de los jugadores, cuando en 1974 forzó su salida de Milwaukee, donde había sido campeón tres años antes, para volver a Los Angeles donde tan feliz había sido bajo la tutela de John Wooden en sus años universitarios, alegando que culturalmente no se sentía afín a la ciudad del estado de Wisconsin, pero desvelando algo tan simple como que no era feliz en Milwaukee. Como si ser una estrella de la NBA con una generosa cuenta corriente (sin llegar a los sueldos actuales) bastase para obviar lo más importante, la propia felicidad.

 

Con el recuerdo de la en todos los sentidos gigantesca figura de Kareem y bajo los compases del “hard bop” de Freddie Hubbard finalmente concilié el sueño con un objetivo fijado para el día siguiente: escribir esta entrada. 


sábado, 3 de abril de 2021

TRAPECISMO

 







Trapecismo, trapecio y desprecio,

nuevo trapecismo católico,

nuevo catequismo catódico,

nuevo que es viejo, viejo que es hueco,

naftalina posada inflando la enseña nacional.


Trapecismo de naranjadas y autobuses de Hazte Oír,

el rabo entre las piernas y el bate entre las hienas.


Construyeron el arte del trapecismo esos viejos sátrapas de la inmoralidad envueltos en un olor a tripas y sangre y morcillas de intelecto machacado y despreciado, ajado y vilipendiado. Se hicieron trampas al solitario y ganó la banca.


Hail a todos ellos!