viernes, 15 de octubre de 2021

LA LIBERTAD DE TENER ESCLAVOS

 






Hace unos días Carlos Boyero contaba en su sección en La Ventana de la cadena SER que se había cogido una pelotera de las suyas en el último festival de Cannes, tanto es así que afirma que se corta la coleta y se retira de los festivales. Aludía en el caso del certamen francés principalmente a los interminables controles que ha tenido que padecer por la dichosa pandemia del coronavirus. Pero también aprovechaba para expresar su malestar por el triunfo de la película “Titane”, dirigida por la francesa Julia Docornau como ganadora de la Palma de Oro, porque no se trata sólo de que la cinta sea a su juicio espantosa (personalmente esperaré a mi particular visionado para poder emitir igualmente mi particular juicio), si no que sospecha el veterano crítico que es un premio otorgado por una cuestión de paridad, es decir, porque la directora es una mujer. Sospecha que hace extensible a otros eventos, viendo que posteriormente en San Sebastián el premio a la mejor película se lo llevó “Blue Moon” de Alina Grigore mientras que la mejor dirección recayó en la danesa Tea Lindeburg. Habla por tanto Boyero de unos premios premeditados en los que la condición de ser mujer supone una ventaja frente a los directores masculinos. Y Boyero se rebela contra eso.  


Y tiene razón. Es injusto en cualquier ámbito profesional premiar el sexo y no la calidad del trabajo. Es tan injusto que deberíamos plantearnos porque entonces durante siglos, incluso durante tantas décadas del siglo XX o incluso en las primeras décadas del siglo XXI ha existido y sigue existiendo una brecha tan brutal en el ámbito laboral y en la consideración profesional entre hombres y mujeres. Estados Unidos, la potencia cinematográfica más potente del mundo, batió en 2020 su record de películas estrenadas dirigidas por mujeres… un 16%. Y este es el record. En España en 2019 fue el 10%. Si hablamos de premios y nominaciones, el porcentaje de mujeres nominadas en categorías que no distingan sexo (es decir, cualquier categoría excepto las de mejores interpretaciones masculinas y femeninas) no supera el 20% si hacemos una media de los principales festivales anuales, y gracias a que en los últimos tiempos ha ido creciendo la presencia de la mujer a la hora de optar a estos reconocimientos. Nunca escuché a Boyero preocuparse por esto. Era lo normal. Y contra lo que asumimos como normal nadie se rebela.


Y esta es la clave de todo lo que está pasando. De este mundo al parecer apocalíptico de dictadura progre y presunto recorte de libertades. La patética resistencia y la infantil resistencia a que las cosas puedan cambiar, y cambiar a mejor, a que quien antes tenía menos derechos ahora los vea potenciados sin que ello suponga merma en quienes ya los tenían en cuantía. Ni los derechos de las mujeres recortan los de los hombres, ni los de los homosexuales atentan contra los de los heterosexuales, ni los de la población negra limita las libertades de la raza blanca, ni las ayudas a los inmigrantes atacan a los españoles. Sin embargo en cuanto estos sectores de la ciudadanía han reclamado y luchado por esos derechos que no tenían, otros sectores casposos y reaccionarios se han rebelado exigiendo mantener sus privilegios. Y es que no parecía haber ningún problema en que el 90% de los premios cinematográficos lo ganasen los hombres… pero si lo hay en que el 20% lo ganen las mujeres. 


Activistas de todo tipo, pacifistas, ecologistas, antirracistas, feministas, animalistas, militantes homosexuales… en definitiva todo ese tipo de gente que se ha dedicado habitualmente a dar la matraca hablando de lo injusto que es el mundo eran en realidad los únicos que se rebelaban contra lo que se consideraba una normalidad según la cual las mujeres tuvieran menos visibilidad, los gays tuvieran que estar encerrados en sus particulares armarios o se pudiera maltratar un animal sin que fuera delito. Pero en un perverso giro de guión, en una retorcida vuelta de tuerca, asistimos al espectáculo victimista de los nuevos mártires y rebeldes que no admiten que tales cosas cambien, como el negrero que en plena abolición de la esclavitud se quejaba de la falta de libertad de no poder tener esclavos, porque para él la libertad realmente consistía en eso, no en que el resto de los hombres pudieran ser libres, si no en que él pudiera tener a los negros como esclavos. De hecho en la Guerra de Secesión de Estados Unidos, la guerra civil desencadenada por los estados del Sur que se negaban a aceptar la llegada de Lincoln al poder y la abolición de la esclavitud, los “rebeldes” eran precisamente los partidarios de la esclavitud, es decir, los partidarios y defensores del mantenimiento del “status quo”, de lo que consideraban “normal” y de lo que visto ahora para cualquiera que tenga dos dedos de frente es una aberración, del mismo modo que estoy convencido que en pocas décadas cualquier ser humano verá que las corridas taurinas eran una auténtica salvajada y se preguntará como durante tantos años mantuvimos tan bárbara costumbre.


La realidad es que no hay ninguna rebeldía ante el poder establecido ni ninguna reivindicación de la libertad por parte de quienes lo único que buscan es poner piedras bajo las ruedas que hacen avanzar a una sociedad en la que tengan voz quienes durante tanto tiempo permanecieron, a la fuerza, callados y ocultos. Al contrario, estos falsos libertarios buscan volver a recortar las libertades de todos quienes no pertenezcan a su particular espectro y estrato social. Buscan, en definitiva, volver a tener la libertad para poseer esclavos.