viernes, 23 de diciembre de 2022

CUENTO DE NBA

 





Primavera de 1987. En la clase de gimnasia de primero de BUP del instituto Álvaro de Mendaña yo corría a paso seguro detrás de José Luis González, “Peque”. Peque era un referente en su juego, una especie de ídolo a pequeña escala, y no recuerdo porque razón, quizás en alguna pachanga o entrenamiento me confesó que también él era seguidor de los de Detroit Pistons. En la Ponferrada de 1986 aquello podía unirnos incluso más que confesarnos devotos de Johnny Thunders.


Aquella mañana yo corría seguro detrás del paso de Peque, al fin y al cabo y a nuestra escala local era mi ídolo. Le había visto dar pases por la espalda, pases sin mirar, o lanzar a canasta sin levantar la vista al aro (este último truco particularmente me lo apropié con estupendos resultados para mi estadística particular), todo ese repertorio insultante y engreído en cuanto a una magia que te abofetea que le habíamos visto por la tele a aquel tal “Magic” Johnson. Evidentemente yo, como buen sátrapa del baloncesto, intenté agenciarme aquellos trucos, por mucho que no me salieran. En todo caso lo de lanzar sin mirar al aro para despistar al defensor y anotar todavía más y engordar aquellas estadísticas anotadoras que me hacían ser máximo anotador partido tras partido y llegar a clase con aquellas pintadas en la pizarra de “Viva Epipepito”, que yo, siendo madridista y siendo mi mayor ídolo Chechu Biriukov, pues tampoco es que me supusieran ningún orgasmo adolescente deportivo (entre otras cosas porque con mi fama de feo, chepudo y desdentado sabía que no iba a suponer ningún aldabonazo en el estatus del insti, simplemente era la historia de un tipo feo y bajito que las metía casi todas)


Peque en ese sentido era otra cosa. Era rubio y guapo y parecía más hijo de California que de la extinta Montaña del Carbón de Ponferrada. Pero para mí sobre todo era otra cosa, era el tipo que daba pases por la espalda, pases sin mirar, y lanzaba a canasta sin mirar al aro. Y cuando acababa un partido cualquiera firmando yo 30 puntos en mi casillero, en realidad envidiaba a aquel chaval sólo porque había dado un paso por la espalda increíble.


Así sucedieron muchas tardes, muchos entrenamientos, muchos partidos...


Y un día, no puedo recordar ni como ni porque, aquel mago de los pases por la espalda con el que compartía cancha me confesó que era seguidor de los Detroit Pistons. Y aquel torpe imitador suyo que no sabía dar pases por la espalda pero metía 30 puntos por partido encontró además del gran referente en la estética del juego al gran aliado de lo que tenía que venir. No podía ser otro.


Y así estábamos en la primavera de 1987 cabalgando en un resuello frágil y fácil para jóvenes atletas como nosotros cuando le susurré a Peque unas palabras proféticas sólo paridas cuando corres en pantalón corto y tus huevos son golpeados por la brisa berciana. Y le dijé: “esta temporada seremos finalistas de conferencia, la siguiente campeones de conferencia y finalistas de la NBA, y la siguiente campeones y ganadores del anillo”. Aquellas débiles palabras, de un flacucho escolta que metía 30 puntos por partido, susurradas al oído de su base que repartía asistencias imposibles y lanzaba sin mirar el aro y yo le imitaba como el gran ursupador del talento que siempre he intentado ser (porque hasta para robar hay que valer), acabaron siendo proféticas. Unas finales de conferencia a 7 partidos frente a los mejores Celtics que yo haya visto (admitiendo aquí que en su día, por edad, no vi a los Russell, Havlicekc, etc), con aquel robo de Bird a Laimbeer en el G5 a falta de 5 segundos para canasta de Dennis Johnson, se lo cargó todo, retardó el dominió Piston pero respetó mi profecía, todavía me duele en el alma esa jugada... las finales del 88 con ese Kareem increíble, con 40 años, sentenciado desde el tiro libre, y el G7 con la canasta de A.C. Green para sentenciar un partido en el que en puridad fueron mejores desde el principio. Pero aquella hoja de ruta pergeñada desde el patio del Álvaro de Mendaña, susurrando al oído del mejor jugador que podía ver a mi lado en la cancha, y él único que en 1987 confesaba ser de unos Pistons que acabarían siendo equipo de moda, me sigue reconfortando y recordando porque sigo considerando que no hay deporte más mayúsculo que este y una competición a la altura de la NBA.


No la hay, no se puede entender si no como en 1987 dos flacuchos esmirriados, uno que daba pases por la espalda y otro que metía 30 puntos por partido, con apenas 13 o 14 años se declaraban fans de unos Detroit Pistons que jugaban a miles de kilómetros de nuestra casa. Pero tan cierto como que no puedo concebir mi vida sin los Jam, los Who o los Ramones, lo es que aquellos Detroit del periodo 87-90 dejaron una huella tan indeleble en mi vida como aquellos pases sin mirar de Peque, y no diré que es lo mejor que he visto nunca en este deporte porque gracias a Dios después he podido disfrutar muchas cosas a la atura o superiores, como el Madrid de Laso sin ir más lejos.


Feliz Navidad, y en 2022, por Dios, seven seconds or less... ni un paso atrás con el basket de especulación.


A lo loco se vive mejor.


sábado, 17 de diciembre de 2022

JUVENTUD DIVINA BOÑIGA

 




"La muerte de Chatterton" Henry Wallis, 1853



Sucedió una noche, sucedió en concreto esta misma noche, sucedió esta misma noche de suceso y suicidio…

Era yo apolineado y miserere en la barra de un bar en el retiro manchego, era yo en devota crepitud llevado de la mano de mi dama…

..acabé como empecé, empecé como acabé, cuando no hay dolor ni paño ni alevosía.

Acabé como empecé, empecé como acabé, ensartado en miseria y vomitando espanto… acabé como un recién nacido chapoteando en miseria de estiércol y placenta. Finalmente una vez más dulce suicidio para nuestras plácidas neuronas.


domingo, 2 de octubre de 2022

EL PARQUE ES COMO EL MAR

 




El pasado sábado 24 de Septiembre y en el incomparable marco del Cala Pop de Mijas (lo que antaño era conocido como Fuengirola Pop) tuve la suerte de ver por tercera vez a los sevillanos Los Fusiles. Banda que me tiene absolutamente entusiasmado, tanto es así que en mi particular orden trilógico, como bien nos enseñara Dante Alighieri, es una de mis tres bandas nacionales favoritas junto a Airbag y Peralta (tengo a los Pelazo ahí llamando a la puerta, pero claro, a ver cuál es la que sale para que entren los asturianos) De modo que era jornada grande porque no todos los días tiene uno la suerte de recibir la descarga en directo de las canciones de una de las bandas que ya considera totémicas en su particular almacenaje sentimental.

 

Superada ya, o eso creo, para la mayoría de los aficionados que tienen un mínimo de criterio la época de bandas panflentarias, en la que se suponía que un grupo “de izquierdas” tenía que ser antisistema (cuando es tan antisistema un abertxale radical como un neonazi) y cantar contra la policía y el estado opresor (y menos mal que ya no hay “mili”, otro topicazo al que recurrir cuando la inspiración estaba seca, es decir, casi siempre), hemos llegado a un punto en el que el discurso ha sido tomado por bandas jóvenes, con estudios, quizás con menos calle pero más desarrollo intelectual, y hablo aquí de los Biznaga o Futuro Terror, o de por supuesto sus hermanos mayores que son La URSS, o incluso de La Trinidad, que musicalmente quizás no sean tan afines pero si manejan el retruécano para estampar la realidad desde la fiereza y la rabia juvenil de estas bandas. Bandas que no caen en lo obvio ni en lo explícito para su denuncia. En el caso de Los Fusiles es otra cosa. Podríamos hablar de un cancionero de izquierda social, costumbrista, o incluso sentimental. Y ahí son imbatibles. Ahí dan en la diana con un sentido de la melodía que envuelve esos quejidos literarios en los que nos reflejan la calle y la vida de la mayoría de los seres humanos, de aquellos que no tenemos tres millones de euros en la cuenta corriente (que de entro de esa gran mayoría los haya que sigan pensando que tocar esos bolsillos es una aberración comunista y no un acto de supervivencia para no irnos todos al garete es otro tema)

 

Es la insoportable melancolía de la ensoñación, que paradójicamente es la única manera de soportar lo que no es sueño si no realidad. En todas las letras de Los Fusiles hay ejemplos de esa habilidad para no caer en lo evidente pero sugerir lo necesario. Hombres de intelecto y calles, del “primero izquierda”. Pero personalmente nunca había caído en la fuerza de una canción como “El parque”, de su primer LP. Diría que es una canción de calidad media dentro de su repertorio, no la tengo por uno de sus principales himnos. Pero ahí estábamos en la cala de Mijas, con la playa a nuestras espaldas mientras el sol caía besando el mar, y Pablo Cuevas lanzando esa declaración de principios para quienes no tenemos ese mar balsámico. Isa, que no en vano posee un alma más sensible que la mía, lloró. Y no es exagerado hacerlo (imagino que contribuyó el momento, el clima, el paisaje, Dios mío que paisaje…), porque “El parque” es una bellísima canción de… ¿amor?, ¿denuncia social?, ¿realismo social?, ustedes decidan, pero es la historia de un hombre (usted o yo mismamente) que llega a su casa (pequeña) después del trabajo, ve a su mujer, le pregunta cómo le ha ido el día, cena con ella, se acuesta con ella… y es el hombre más feliz del mundo. Con lo poco que tiene. Pero la tiene a ella (“qué se haga de noche con tu voz”), una habitación (“y la habitación es una suite nupcial”) y tras el umbral tiene el parque… que es como el mar.

 

Yo nunca he vivido en un sitio con mar, es uno de mis anhelos de futuro, pero siempre he tenido un parque cerca. Las aventuras de los parques son infinitas, y renovadas de generación en generación. Historias de amor y desamor, amistad y peleas, aventuras, peligros, requiebros… no tengo el mar con su bálsamo azul y oceánico, pero tengo el parque. Y el parque sigue siendo el colchón de mis domingos… leer en el parque, beber en el parque, escuchar el fútbol en el parque… todo lo que no puedo hacer en el mar lejano lo puedo hacer en el parque porque al fin y al cabo como cantan Los Fusiles en esta canción… “vivir es lo mismo que soñar”.

sábado, 8 de enero de 2022

EL CASO DJOKOVIC

 




El asunto Novak Djokovic no debería haber dejado de ser un simple caso más de deportista que no cumple los requisitos o trámites necesarios para participar en una determinada competición, algo absolutamente cotidiano y habitual (ahí está, por citar un caso cercano, el Barcelona esperando poder inscribir en Liga a Ferrán Torres) Bien es cierto que en el caso del tenista serbio no se trata de los requisitos de la propia competición, un Open de Australia que al contrario está deseando recibir con los brazos abiertos al actual número 1 del tenis mundial, razón por la cual se sacaron de la manga una exención médica cuya única justificación es el negocio, las audiencias y hacer caja, si no que las normas vienen de un organismo superior como es el de un estado soberano que en plena pandemia mundial establece una serie de restricciones a todo punto lógicas para quien desee entrar y permanecer en su país. Ahí debería terminar la polémica, pero este estallido mediático y guerra en redes sociales nos dibuja la realidad de una sociedad actual absolutamente desquiciada, y es que en efecto, con el covid-19 al mundo se le ha ido la olla, pero dudo mucho que se le haya ido por culpa de las autoridades que establecen las normas, afortunadas o no, para luchar contra esta pandemia y de los resignados ciudadanos que deciden cumplirlas con estoicismo y madurez. Más bien estamos chiflando viendo como este virus ha servido de vigoroso alimento para que los conspiranoícos y pirados de todo el planeta ejerzan de gustosos tontos útiles para robustecer el ya de por si hipermusculado ejército del nuevo fascismo nazional-populista que a base de estúpidas guerras culturales se nos ha ido colando discretamente por debajo de la puerta, un huevo de la serpiente cuya cría lleva tiempo mostrando los colmillos, bien asaltando el Capitolio de los Estados Unidos y mancillando una de las democracias más ejemplares de occidente simplemente porque un ex-presidente flautista de Hamelin no aceptó un resultado electoral, como vimos hace justo un año, o bien saliendo en tropel en defensa de un malcriado deportista que está en su perfecto derecho de no vacunarse pero ha de atenerse a las consecuencias de dicho acto.



Y es que el caso Djokovic ilustra perfectamente la actual infantilización de una sociedad que balbucea la palabra “libertad” pero no tiene la madurez ni el cuajo suficientes como para afrontar las consecuencias de luchar por esa libertad suya, propia y exclusiva. Un victimismo similar al del fascista que se comporta como un fascista y se queja de que le llamen fascista, porque según ese fascista la auténtica libertad debería ser poder comportarse como un fascista sin que ni un solo ciudadano de bien se lo reproche. La perversión del nuevo concepto de libertad, una libertad individual que puesta por encima del bien común, de la sociedad, no hace sino alimentar la desigualdad, la insolidaridad, las diferencias y los privilegios de unos pocos. Es la parodia del negrero que se queja de que le han privado la libertad de tener esclavos. Este es el nuevo concepto de libertad creado desde las trincheras neoliberales, trincheras que no son sino refugio y reciclaje del viejo fascismo del siglo XX. Por nuevo que parezca el disfraz la casposa ideología subyacente tiene los mismos ingredientes. Un nacionalismo rancio y un patético orgullo patriotero populista. Antiglobalización, cierre de fronteras, no reconocer organismos supranacionales que juzguen y condenen las atrocidades del estado totalitario. Oligarquía. Nazional-catolicismo y perpetuación de las tradiciones machistas y del poder de las clases privilegiadas. La libertad por la que luchan es la libertad para evadir impuestos, mejor aún no pagarlos ni contribuir a una sanidad o educación públicas, defraudar al fisco, robar y no ser juzgados, explotar a sus empleados, no pagar indemnizaciones por despido, contaminar a destajo, conducir a la velocidad que les apetezca, conducir bebidos (¿recuerdan aquello de Aznar y su “¿quien te ha dicho a ti las copas que yo tengo o no que beber para conducir?”), pegar a las mujeres, maltratar a los animales, insultar a los homosexuales, deportar a los extranjeros que sean pobres, encarcelar a los compatriotas que sean pobres, elegir sobre que debe hablar un profesor en un aula... libertad para hacer lo que te de la gana sin rendir cuentas a nada ni a nadie. Libertad para que se siga imponiendo la ley del más fuerte.


Es comprensible que estas élites luchen por su libertad, es una cuestión de supervivencia. Menos entendible es ver a quienes no pertenecen a esas clases privilegiadas haciendo seguidismo simplemente por verse a si mismos como valientes “outsiders” y luchadores por la verdad y la libertad. El covid-19 les ha venido de perlas para sacar pecho como rebeldes que no pertenecen al rebaño, que huyen del espíritu gregario de quienes siguen las normas por el bien común. En una revisión del cuento del traje nuevo del emperador no les importa ir en pelotas por la vida y soltar boutade tras boutade, desde que la tierra es plana hasta que el virus no existe, desde que la vacuna te convierte en un imán humano hasta que la nevada de la Filomena era en realidad plástico. Poco importa ir en pelotas si estás convencido de que vistes el más lujoso traje posible, el de la rebeldía, la verdad y el inconformismo, mientras acusan a quienes creen lo que ven ante sus ojos de vivir engañados por una conspiración mundial. A todo esto, estos negacionistas de todo jamás se plantearán preguntarse a quién benefician sus postulados. A quién beneficia que pese a las evidencias de cambio climático grandes empresas y estados sigan contaminando con mentalidad cortoplacista sin pensar en el daño hecho al planeta, a quién beneficia que no se escuche a las autoridades sanitarias y no se tomen precauciones frente al virus, ni por supuesto, a quién beneficia el crecimiento de unas políticas basadas en el individualismo y que debilitan al estado como garante de unas condiciones de vida mínimas (vivienda, comida, sanidad, educación...)


Y en estas llegó Djokovic como estandarte de quien no pasa por el aro de la vacunación. Actitud respetable en cuanto a elección individual, pero en el momento en el que ese individuo con esa elección sale a la calle y se cruza con otros ciudadanos ha de entender y asumir que no puede moverse por la sociedad del mismo modo que el ciudadano que sí ha elegido pasar por ese aro común. Les puedo asegurar que difícilmente encontrarán a alguien con mayor fobia y pánico a las agujas que quien aquí escribe y que lo pase peor cada vez que recibe un pinchazo, pero entiendo que vivir en sociedad significa transigir en determinados momentos sobre algo que puede no gustarme pero he de aceptar porque no soy el único hombre sobre la faz de la tierra. En ese sentido Djokovic no es más que el típico maleducado que quiere fumar delante de un grupo de gente que le ha pedido que no lo haga, pero quien en base a su libertad individual se cree en pleno derecho de poder hacerlo. Y con esta comparación tan simple se hace todavía más evidente el ridículo de quienes intentan elevar al tenista serbio como un luchador por la libertad, ridículo copado una vez más por ilustres voceros de VOX (y es que VOX y ridículo son sinónimos) como Javier Negre o Hermann Tersch a la cabeza.



A quien haya reflexionado un poco sobre esta sociedad infantil que solloza por una libertad que nunca ha perdido, pero que en todo caso reivindica ejercerla sin consecuencia alguna por mucho que joda al prójimo (ya lo hemos explicado, el fumador que quiere fumar delante de los demás, el conductor borracho... jode a los demás) no le puede pillar por sorpresa que sea precisamente VOX, nuestra particular representación de la caspa nazional-populista, el partido político que intente aprovechar el caso Djokovic para seguir alimentando el fantasma de una conspiración pijo-progre-comunista y seguir vendiendo un discurso victimista con pleno calado en redes sociales, grupos de WhatsApp y demás territorios abonados para la manipulación, la mentira y las “fake news”. Incluso y si es necesario pasando por encima de un ícono nacional como Rafa Nadal quien ha expresado con sensatez lo que piensa una gran parte de la sociedad (y la mayoría del mundo del tenis a la cabeza), que lo de Djokovic se lo ha buscado él. Nadie más tiene la culpa.



No quiero entrar en ataques “ad hominen” ni caer en el “haterismo” hacía un personaje como Nole quien por otro lado lo pone muy fácil. No hace falta irse muy lejos para recordar como cuando la mayoría del mundo del deporte (y la sociedad en general) empatizó con la gimnasta Simone Biles tras su abandono de los Juegos Olímpicos de Tokyo por problemas de salud mental (una Biles de quien además hemos sabido que ha sido una de las muchas víctimas de abusos sexuales del ex-médico de la selección femenina de gimnasia estadounidense, Larry Nassar), Djokovic se desmarcó del “rebaño”, que es lo que mola, para decir aquello de que la presión para un deportista de élite es un privilegio... a los dos días le veíamos rompiendo una raqueta y tirando otra a la grada porque un chaval asturiano llamado Pablo Carreño le dejaba sin medalla en la cita olímpica. Todo muy maduro. Muy de líder del mundo libre. Más recientes han sido sus encuentros y sobremesas con controvertidos personajes como el militar genocida Milan Jolovic, líder de Los Lobos de Drina, quienes entre otras hazañas participaron en la matanza de Srebrenica (8000 bosnios musulmanes fueron masacrados y ejecutados por el ejército de la República Srpska) o el nacionalista serbio Milorad Dodik, quien acaba de ser sancionado por el Departamento del Tesoro estadounidense acusado de desestabilizar Bosnia y quien ya había sido amonestado en 2017 por violar los Acuerdos de Paz de Dayton. Anécdotas que pueden dar una idea de la mentalidad de Djokovic y su visión del mundo. No pasa nada. Conozco gente que a diario levanta el brazo derecho, grita “¡Viva Franco!” y canta el “Cara al sol” y luego corre llorando diciendo “¡mamá mamá, en el colegio me llaman facha!”. La infantilización de la sociedad.